jueves, 20 de diciembre de 2012

Después del festejo (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/12/12)


La figura del Strongest campeón tres veces consecutivas me asalta todavía varias veces al día, y me arranca una sonrisa y un sentimiento de alegría desde el fondo del corazón; admito que durante los últimos meses los tigres hemos podido ser bastante cargosos en nuestro interminable festejo, pero, “van a disculpar”, la hazaña no es para menos.
Pasada la euforia del momento, toca agradecer al plantel de jugadores por el esfuerzo sostenido, y felicitar al cuerpo técnico y a la dirigencia del club por un trabajo que seguramente no fue fácil, y que la mayoría de las veces es difícil de valorar desde las tribunas, en nuestra posición de aficionados pasivos.
Creo que toda la afición estronguista intuye de alguna manera que el proceso en el que se encuentra el club y los frutos obtenidos, ofrecen una gran oportunidad para marcar una diferencia y poder pensar en un futuro algo más estable y promisorio, sin caer en delirios de grandeza alejados de nuestra realidad futbolística, social y económica.
El esfuerzo, el tesón, la fe y la garra, nos han conducido a la posibilidad de un círculo virtuoso que debe ser aprovechado y capitalizado con responsabilidad, generosidad y sobretodo visión de futuro; la humildad en el trabajo ha generado éxitos, títulos, premios económicos, mayores posibilidades comerciales y, sobre todas las cosas, el renovado  compromiso de una hinchada que se ha multiplicado al calor de los resultados.
El rol de la dirigencia de aquí en adelante es fundamental para saber capitalizar todos los factores de este círculo virtuoso, y el desafío no puede ser otro que el de fortalecer un nuevo modelo de funcionamiento institucional sostenible, pero a la vez respetuoso de los valores y fortalezas de una institución centenaria; ese tendría que ser el centro del debate y del trabajo a futuro.
Puede ser cierta la idea instalada de que el fútbol es una cuestión de plata esencialmente, como también es cierto que a nombre de aquello se ha pretendido en otros clubes, imitar esquemas financieros extremos, que amenazan con desvirtuar y contaminar la esencia de lo que debería ser un club. Lo importante acá es no perder de vista que las instituciones no deben venderse, ni pueden ser manejadas únicamente con la lógica de una empresa o de un emprendimiento personal, pues la realidad nos muestra que la cosa es mucho más complicada.
Quisiera de todo corazón que el gran momento que atraviesa el Tigre dé pie a un diseño institucional que involucre de maneras creativas el apoyo económico de todos los hinchas estronguistas que, sin dudas, estamos dispuestos a poner nuestro granito de arena, en la medida de nuestras posibilidades pero, eso sí, de manera constante. Tiene que haber una manera en que los esfuerzos de la dirigencia sean complementados con el apoyo de los seguidores, que seguiremos yendo al estadio en las buenas y en las malas, pero que también deberíamos ser corresponsables de los éxitos y fracasos del equipo y del club.
Sigamos festejando y disfrutando este tiempo de gloria, pero como buenos estronguistas, no nos olvidemos de que, lo que hagamos ahora, dará como resultado el club que heredarán nuestros hijos. Y, una vez más, gracias al plantel, al cuerpo técnico, a la dirigencia y, cómo no, a la aguerrida y sacrificada barra estronguista.
¡Warikasaya kalatakaya! ¡Hurra hurra! ¡Que viva el Strongest!

jueves, 29 de noviembre de 2012

Un país de película (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Pagina Siete-29/11/12)


La primera misión del embajador de Bolivia para asuntos especiales, lejísimos de contribuir a la extradición de Sánchez de Losada o a la recuperación del mar, tuvo como resultado la detonación de una bomba en el corazón del gobierno. El embajador Sean Penn ha hecho gala de un espectacular desempeño digno de una película de Hollywood, eso sí, en una dirección incómodamente distinta del mandato que recibió del presidente Morales durante su visita al país.
El estupendo actor, además dinámico y comprometido activista de causas perdidas, parece haber superado con creces su rol como colaborador de buena voluntad en temas específicos de política exterior, y podría calificar ya como firme candidato a Fiscal General, Ministro contra la corrupción y la retardación de la justicia, o finalmente como Ministro de gobierno.
La visita del señor Penn a la cárcel de Palmasola para escuchar al empresario norteamericano Jacob Ostreicher, detenido desde el año 2011 por presunto lavado de dinero proveniente del narcotráfico, fue en su momento ya una señal que no podía dejar de llamar la atención; algo muy serio tendría para decirle y para mostrarle el señor Ostreicher a su conciudadano, que valiera la pena un encuentro, que de otra manera podría haber sido considerado como una imprudencia.
Me inclino a pensar que esa es la punta que desató este horroroso ovillo, y no así la supuesta investigación a cargo de una unidad especial que, de acuerdo a versiones oficiales, habría estado investigando el asunto durante últimos tres meses. Si el flamante embajador se fue del país con suficiente información que apuntaba a una emboscada de hienas del estado boliviano en contra de un empresario, aprovechando el hecho de que se trata de un gringo, imagino que se habrá puesto a pensar seriamente en su papel (esta vez real), y habrá exigido al gobierno boliviano la inmediata reparación del caso.
Menudo entuerto para el presidente si así hubiera sido; nada más imaginar las posibles consecuencias del giro de una mega estrella internacional, que de amigo y embajador, pasase a denunciante y acusador, sería suficiente para ponerle la piel de gallina al más valiente. Siguiendo con el razonamiento, no habría quedado otra opción que destapar un escándalo que con seguridad traerá una cola de dimensiones insospechadas.
Y es que el tema no es menudo; la lista de detenidos, sospechosos y prófugos da cuenta de una banda de gangsters de alto perfil con un alto potencial en términos de daño político. El ejecutivo, después de haber puesto el dedo en el fuego, se ha apresurado a abrir el paraguas, indicando que la banda de extorsionadores estaría involucrada también en otros casos. Con esto se abre una olla de inmundicias que amenaza con salpicar a ex y actuales ministros, y con deslegitimar groseramente algunas operaciones políticas de altísima sensibilidad e importancia para el régimen.
Un escándalo de esta magnitud no podrá ser fácilmente aplacada desde el poder, en la medida en que no solamente está en juego nuevamente la credibilidad del gobierno, sino la imagen internacional del presidente. Por lo tanto no habrá que extrañarse si a esto sobreviene una sacada de mugre interna en la que pueden rodar cabezas de otro calibre.
Como apunte final, habrá que preguntarse acerca de la suerte del señor Ostreicher, quien hasta el momento sigue quien hasta el momento sigue afrontando las desventuras de la justicia boliviana, en el más puro estilo de la serie de televisión Preso en el Extranjero.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Mentiras que lastiman (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/08/12)


Mentir y convencer a quien se miente es un arte que requiere, entre otras cosas, cierta clase. No son suficientes el aplomo y la cara de palo para lanzarle, a quien quiera que fuere, una falacia o una verdad a medias mirándolo a los ojos, pues con ello es muy fácil embarrar aún más las cosas, pasando de mentiroso a cínico. Unos más y otros menos, todos mentimos ya sea para salir de aprietos, ya sea para evitar conflictos que consideramos innecesarios; mentiras blancas le dicen. Pero incluso en el terreno innoble de las mentiras, hay ciertos límites que en el fondo sabemos no se deben transgredir, y uno de ellos es el no subestimar al engañado, insultando su inteligencia.
Una cosa es entonces que te mientan, y otra muy distinta es que te tomen por tonto, y esos es justamente lo que está haciendo el gobierno cuando intenta explicar la represión a los marchistas del TIPNIS en Chaparina. Nos han mentido durante un año, y además han asumido que somos unos bobos que, a fuerza de escuchar mentiras, terminaremos legitimando la impunidad de unos hechos, que de por sí fueron muy graves, y que a la sombra de la mentira, se han vuelto indignantes.
Es cierto que estamos acostumbrados a tragarnos sapos de todo tamaño y color cuando de política se trata, y que lo hacemos con cierta condescendencia, conscientes de que en ese feroz mundo, las líneas entre lo falso y lo verdadero pueden ser frecuentemente muy difusas. Nuestra tolerancia a la mentira desde el poder es mucho más benévola y flexible que la que podemos tener hacia nuestros pares, pero, definitivamente, también tiene un límite.
Incluso para mí, que me considero un tipo a prueba de fuego en disputas políticas, la entrevista del primer mandatario en las pantallas de CNN, en la que insiste en la explicación de que yo no sabía nada y nadie sabía nada, me ha vuelto a revolver el estómago. Sencillamente me parece una justificación infantil, y por lo tanto inadmisible.
Pretender contentarnos con la teoría de la ruptura de la cadena de mando en una circunstancia tan delicada y tan explosiva, no es otra cosa que una afrenta a nuestro sentido común, y una provocación que raya en la alevosía. Todos sabemos de sobra que en este gobierno no vuela una mosca sin la aprobación del presidente, hasta en los temas más banales; también sabemos que la preparación del operativo de intervención a la marcha requirió de una labor logística realizada con antelación y que, por lo tanto, la operación no pudo haber obedecido a un error de improvisación.
El presidente no ha tenido ningún reparo en culpar a la Policía, insinuando de alguna manera que detrás de la decisión hubo la intención de perjudicarlo; ¿Cómo se explica entonces que el uniformado a cargo de las labores de inteligencia, presente en el lugar, funja actualmente como comandante de la Policía? ¿Y cómo se explica que, una vez “enterado” del operativo, el presidente no haya ordenado inmediatamente su suspensión? ¿No fue acaso la continuación del mismo lo que originó la renuncia de la ministra de defensa?
Se pueden admitir y comprender cualquier tipo de errores cometidos en el ejercicio del poder, por muy graves que fueran, siempre y cuando se perciba un mínimo de humildad y sinceridad de parte de los responsables. Pero cuando las justificaciones se amparan en falsedades tan evidentes, no queda otra interpretación que la cobardía, y ese es un rasgo que hasta ahora no caracterizaba al presidente. Por eso la gravedad de esta mentira que manchará definitivamente la imagen del primer mandatario.    

jueves, 20 de septiembre de 2012

La delgada línea roja (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/09/12)


Se ha hecho normal en estos tiempos escuchar conversaciones en las que se opina alegremente acerca del impacto de la hoja de coca y del narcotráfico en la economía del país. Mucha gente no tiene el menor reparo en afirmar, con énfasis y contundencia, que la situación económica que vive el país se debe exclusivamente a la plata del narco; los edificios, los autos, la gente en los restaurantes, todo es producto de la coca y la cocaína, y de allí a la temeridad de sostener que somos un narco estado, hay solo un pasito.
Para comprar esa aventurada tesis, tendríamos que constatar con datos aquella imagen que se ha instalado en el imaginario público, que de alguna manera retrata un país en el que la producción de coca se ha descontrolado demencialmente, en virtud a la condición de dirigente cocalero, que todavía ejerce el presidente Morales. Así de burda es la estampa que se maneja: el Evo le debe la silla a sus cocaleros, a cambio les ha dado piedra libre para cultivar coca y producir droga, y es por eso que hay tanta plata.
Obviamente hay mucho de ignorancia y de mala leche en ese tipo de posturas, que en el fondo intentan estigmatizar al gobierno y al presidente con el narcotráfico. No pretendo de ninguna manera minimizar el problema de droga ni mucho menos, pero, para ser honesto, las cifras desmienten esos extremos.
Es cierto que no tenemos por qué creerle al gobierno, porque lamentablemente han perdido la vergüenza a la hora de mentir; tampoco estamos en la obligación de creerle a ojos cerrados a la Oficina de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito, pero curiosamente, las cifras presentadas en su último informe, coinciden con la información de los gringos, en sentido de que los cultivos de hoja de coca bajaron entre 2010 y 2011, entre un 12% y un 13%. Por tanto no hay tal descontrol en el cultivo, nos guste o no.
Por otro lado, estimaciones de diverso origen, establecen que el narcotráfico mueve anualmente un monto que podría estar entre los mil y mil quinientos millones de dólares, es decir una cifra que representa alrededor del 5% de nuestro PIB. ¿Alcanza esa relación para explicar que nuestra economía se mueve por el narco? Obviamente no.
Aunque suene extraño decirlo, parece que esa dudosa figura de autocontrol social, ha funcionado igual que la erradicación forzosa, o mejor, si consideramos que se han evitado atropellos y muertes.
Pero ojo, no se nos puede escapar en el análisis el hecho de que la mayor parte de la producción se va al mercado ilegal, que se produce mucho más droga con la misma cantidad de hojas debido a la innovación tecnológica en la transformación, que el hecho de ser un país de tránsito nos ha puesto en el mapa de los temibles carteles, y sobre todo que, la violencia derivada de la actividad de los narcos y anexos se ha incrementado enormemente, amenazando con cambiar de manera irreversible nuestra vida cotidiana. Si bien los montos de dinero que el narco mueve no sean tan estrafalarios como se dice, el negocio genera mucha liquidez, y eso sí que se puede percibir de manera preocupante.
El gobierno camina sobre una delgada línea en el tema coca-narcotráfico, midiendo, con paso de equilibrista, los esfuerzos exactos que le permitan administrar el asunto sin enfrentarse de lleno con sus bases de poder. Hasta el momento la fórmula parece que funciona, pero se trata de un juego extremadamente peligroso si se sigue subestimando la capacidad de infiltración de las mafias en nuestro tejido institucional y social.    

lunes, 17 de septiembre de 2012

La real boda real (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-16/09/12)


Una vez disipados los suspiros, los vivas, los enhorabuenas y los vituperios, las críticas y las burlas, no está de más hacer una lectura desapasionada de la boda del vicepresidente Álvaro García Linera. El ardor con el que tanto seguidores como detractores reaccionaron ante la preparación y escenificación del mega evento es una clara confirmación de que el poder, junto al romance y el espectáculo, es la mezcla explosiva perfecta para excitar pasiones y mover opiniones en la sociedad moderna. Estará usted pensando que olvidé mencionar el principal ingrediente de la fórmula, el dinero; claro que también es importante, pero a veces puede ser no indispensable, en la medida en que no alcanza para comprar fama y poder.
Y el vice no es un vice cualquiera; es un vice con mucho poder, atípico en relación a sus predecesores y a la extraña naturaleza de un cargo tradicionalmente accesorio y hasta decorativo; una figura entre la catalepsia y el servicio público, según Mariano Baptista. Lejos de eso, este vicepresidente ha sido hasta ahora parte de la dupla más poderosa, probablemente de toda nuestra historia política; el segundo hombre esta vez es el segundo de verdad, y goza y ejerce poder con rigor en todas sus esferas.
Su paso por las pantallas de televisión lo ha dotado además de un profundo conocimiento del mundo de la comunicación y de su indisoluble vínculo con el espectáculo; como panelista y comentarista de noticias adquirió un perfil público que lo colocó en la categoría de famoso, en la construcción de la antesala del poder.
Ya no se trata entonces simplemente del intelectual de izquierda, de extremo compromiso en el terreno de la acción política, y de aura mitológica en virtud a su compleja historia personal. Los que todavía tenían esa imagen de ese García Linera, son quienes han dicho que imaginaban que la boda de un académico, marxista, indigenista y guerrillero, debía ser un trámite sencillo y sobrio, acorde con sus creencias y con su estilo de vida.
No debería causar sorpresa el hecho de que la ocasión haya sido comprendida y asumida de una manera diametralmente opuesta. No sin antes precisar que me parece un absurdo comprar las conjeturas que apuntan a que el matrimonio es una farsa montada sobre el interés de cambiar su perfil, creo que, como era de esperarse, el vice aprovecho simplemente la ocasión de este evento en su vida personal, para hacer política, lanzando una serie de señales. Esto me parece normal en alguien que vive exclusiva e íntegramente para la política, pero además creo que, desde esa perspectiva, lo ha hecho con mucho éxito.
Convengamos en que el fuerte de este gobierno, desde el día uno, es el manejo de la simbología y la construcción de la mitología del nuevo poder. Todo lo que dicen y lo que hacen está en función a aquello y, desgraciadamente, el tiempo se está encargando de confirmar de que detrás de lo simbólico y lo mediático, hay solamente eso y nada más que eso.
En esa óptica, la boda era una joyita que no podía desaprovecharse, y por ello la meticulosa orquestación de generación de expectativas y el monumental remate mediático. Las señales que se mandaron en ese operativo paralelo a la circunstancia personal del vice fueron diversas y apuntaron más allá de su perfil; sin embargo, la primera lectura tiene que ver con eso: el mandatario ya no es más el divorciado cincuentón que no valora la institución del matrimonio y la familia, temas sagrados para las clases medias urbanas.
Otro ángulo que seguramente valía la pena destacar eran las características de su pareja, una mujer profesional, de alto perfil mediático, muy agraciada y proveniente de una posición social acomodada. Allí la recuperación del lazo social del indigenista contestatario con las burguesía urbanas, funcionó de mil maravillas. Para evitar disgustos y descontentos en el otro extremo, eran necesarias las señales de ritualidad originarias en el escenario tiahuanacota y el primer capítulo de fiesta popular, con ají de fideo incluido. Luego el matrimonio religioso en la solemnidad catedralicia para restablecer los vínculos, no con la iglesia, sino con espíritu religioso, otro fundamento esencial a ojos de la sociedad.
El tema regional tampoco fue descuidado; el guiño se hizo en la planificación desde Santa Cruz, con el concurso de las figuras más emblemáticas de la industria social. La síntesis, el plato fuerte mediático, fue obviamente el espectacular trasfondo de realeza y el matiz de farándula que se le imprimió a todo el proceso.
El resultado de todo esto, a mi modesto entender, fue un éxito rotundo. Al margen de las críticas personales y los ataques políticos, los efectos deseados fueron contundentes; el poder se dio un baño de humanidad, y el público se abandonó con entusiasmo a la fantasía del cuento de hadas. El manejo simbólico y las señales políticas enviadas calaron profundamente en la sensibilidad de la gente, pero además modificarán opiniones y posiciones acerca del vicepresidente, e incluso del carácter del régimen. Sena-quina, para ponerlo en términos ponerlo en términos populares.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Atropellos en el Día del Peatón (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/09/12)


Voy a insistir esta semana en un tema que, por suerte, ha merecido ya la opinión de muchísima gente, tanto en columnas de opinión como en editoriales y redes sociales: el bendito Día del Peatón. Madre mía, ¿habrase visto un atropello (disculpen la ironía del término) a la vez tan absurdo como autoritario?
En una ciudad como la nuestra, atormentada año redondo por miles de marchas, bloqueos, desfiles cívicos y entradas folklóricas, darse el lujo de imponer un día más de paralización, va más allá de cualquier tipo de racionalidad y, francamente, raya en la locura. Pero veamos el tema un poco más en serio, porque detrás de su aparente candidez, el asunto tiene varias aristas de consideración.
Hay que decirlo claramente y con todas sus letras: primero que nada, la prohibición de circular libremente por las calles de tu ciudad en un auto o en una moto, es una restricción de libertades constitucionales sencillamente inadmisible. La fuerza coercitiva desplegada por el estado (policía, alcaldías, etc.) contra el ciudadano, es, además de un abuso, un desperdicio. ¿Cuál puede ser el tamaño o la validez de una razón, para que se me obligue, a la fuerza, a observar tal o cual principio, recortando mi libertad de movimiento y mis derechos?
Así como el tema que motiva la decisión puede ser muy importante, bien podrían haber muchos otros de similar sustancia; ¿qué le parecería entonces un día sin pantallas (de televisión de computadora, de tablet, de celular o de consolas)? ¿Tendrán para eso que cortarnos el suministro de electricidad o poner un guardia en cada casa? ¿O tal vez un día sin consumo de triglicéridos y colesterol? ¿Saldrán para aquello cuadrillas de enfermeras para cosernos la boca a todos? Absurdo, ¿no es verdad?
Podríamos decir mucho más en cuanto a la violación de derechos y principios, pero la medida tiene también implicaciones objetivas en lo económico que no se puede dejar de lado. Paralizar la actividad comercial, gastronómica, turística y de entretenimiento en general un domingo del mes de septiembre no es ninguna broma para cientos de miles de ciudadanos; si bien muchos establecimientos tuvieron que pasar las de Caín para funcionar a media fuerza, muchos otros simplemente tuvieron que dejar de operar; para muchos de ellos, por el giro y la naturaleza de sus actividades, eso significó ni más ni menos que un impacto del 25% de sus ingresos mensuales. Eso en términos empresariales, sin considerar a la gente que vive al día, para los que un día sin trabajar representa realmente un problema.
Y qué decir en cuanto el real impacto de este Día en Defensa de la Madre Tierra (así titula la ley 150). ¿Alguien se ha tomado la molestia de medirlo y evaluar de alguna manera su trascendencia? ¿O es que ese impacto es en suma insignificante, y más bien se trata de tranquilizar por un ratito nuestra conciencia en un saludo a la bandera?
En fin, creo realmente que este adefesio no debe volver a repetirse en esas condiciones. Si bien se trata de una ley nacional, el gobierno municipal debe encontrar la manera de que, en adelante, se cumpla con el espíritu y el objetivo de la norma de manera más racional. El sentido común indica que deberían delimitarse ciertas zonas de la ciudad para la actividad de peatones, ciclistas y deportistas, en las que se restringa el tráfico, sin la necesidad de paralizar la ciudad entera. Pero está claro que hay que detener esta locura, sobre todo frente a las iniciativas que, no contentas con los daños infligidos, proponen que esto se haga ¡dos veces al año!  

domingo, 2 de septiembre de 2012

Lapidando a Assange (Artículo de análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-02/08/12)


Dos años después de la publicación de una parte de los 250.000 cables de Wikileaks, es todavía difícil establecer su verdadero impacto. Y es que hay que considerar que, después de todo, el asunto tuvo, y tiene todavía, implicaciones diversas en los ámbitos diplomáticos, periodísticos, judiciales y, ciertamente, políticos. La suerte judicial de Julian Assange y la posición del gobierno británico le han devuelto actualidad al tema y han reposicionado en la agenda pública internacional el debate, hoy centrado esencialmente en las condiciones de su asilo y en las presiones para su extradición.
Sin embargo, mirando hacia atrás resulta curioso el hecho de que pese a la enormidad de las revelaciones contenidas en los cables, la sensación de muchos es la de que hubo más ruido que nueces. ¿Demasiada información? ¿Temas muy diversos y dispersos concentrados en pocas semanas? ¿Expectativas aplastadas por una avalancha de información demasiado grande en un mundo acostumbrado a lo inmediato y a lo efímero? ¿Incredulidad subconsciente frente a la grosería de los hallazgos? ¿O, por el contrario, indiferencia ante una realidad que ya todos se imaginaban?
El hecho es que finalmente la saturación de información fue tal, que seguramente hoy nadie recuerda nada en concreto, ni siquiera aquellas partes que hacían referencia a Bolivia o a temas de nuestra competencia. Vaya paradoja: el exceso de información, en los hechos, anuló casi por completo el impacto de una bomba que, en teoría, debía hacer palidecer al escándalo Watergate.
El ruido ensordecedor causado por las cientos y miles de revelaciones contenidas en los cables del Departamento de Estado norteamericano impidió cualquier tipo de retención sobre todos los asuntos descubiertos, y también borró de alguna manera el tema relevante; me refiero a la constatación de que el manejo de la diplomacia y las relaciones exteriores de la primera potencia del mundo, tiene como sustento la especulación barata y el chismerío de poca monta. La cancillería de los centinelas de la libertad no había sido la institución sacrosanta de alta seguridad en donde diplomáticos y especialistas de excelencia mundial velan por la observancia de la democracia y los derechos humanos.
Nada que ver. La información generada desde allí mismo, desnudó más bien que la maquinaria diplomática más influyente del mundo funciona a imagen y semejanza de unos burócratas que poco o nada de diferente tienen con un empleado público de república bananera. Detrás de las imponentes e intimidantes fachadas de las embajadas americanas en todo el mundo, los más sensibles temas de política internacional resultan ser tratados con la ligereza del cotilleo de cóctel, y con la ocurrencia del funcionario que inventa historias para justificar su pega con interminables “informes confidenciales”.
Nada sería eso. Haciendo abstracción incluso de la ordinariez en las formas y las maneras, lo que debe resaltar es el espíritu detrás del seguimiento a los gobiernos; en la óptica de eso que algunos todavía insisten en llamar diplomacia, el mundo entero somos una tribu de peones, más o menos útiles y funcionales a los intereses económicos y geopolíticos de Washington. El estado de derecho, el respeto a la soberanía, el ejercicio pleno y el desarrollo de la democracia y la observancia de la institucionalidad, quedaron después de Wikileaks reducidos a una palabrería vacía de contenido, solamente apta para el consumo de los giles, o de lo muy vivos, que piensan que así nomás tiene que funcionar el mundo, es decir bajo la tutela de los ricos y poderosos.
Ese es el meollo del asunto a mi modesto entender: el menoscabo de majestad del sistema de valores democráticos, y la pérdida confirmada de autoridad moral y política de los Estados Unidos para seguir autodenominándose como el referente de los principios del mundo libre y civilizado.
Como prueba de esto, me remito a la airada reacción de Vargas Llosa, plasmada en su última columna de El País. La virulencia con la que en ella ataca a Assange, incurriendo en una serie de omisiones, arbitrariedades y prejuicios impropios, tanto del el intelectual, como del literato. El alegato condenatorio es propio de alguien a quién le han tocado la madre, y claro, en este caso no se trata ni de su madre biológica ni de su madre patria, el Perú (¿o España?), sino justamente del paradigma de la democracia liberal, y del rol mesiánico de los Estados Unidos en la cruzada contra cualquier cosa que no sea el sagrado liberalismo político y económico.
Dice literalmente así, para quienes crean que podría estar exagerando: “¿Contribuyeron las delaciones de WikiLeaks a airear unos fondos delictivos y criminales de la vida política estadounidense? Así lo afirman quienes odian a Estados Unidos, “el enemigo de la humanidad”, y no se consuelan todavía de que la democracia liberal, del que ese país es el principal valedor, ganara la Guerra Fría y no fueran más bien el comunismo soviético o el maoísta los triunfadores”.
Así, por obra y gracia del maniqueísmo de Vargas Llosa, nos hemos convertido todos en odiadores de los Estados Unidos; pero ojo, si no se siente cómodo en la categoría, pues entonces puede zafar lapidando a Assange. ¿Astuto, no?  

¿Campaña anticipada? (Columa de opinión Bajo la Sombra de Olivo-Página Siete-30/08/12)


Esta semana se han ventilado por distintos medios una serie de cifras relacionadas con los montos invertidos por el gobierno en el primer semestre del año, en propaganda mediática masiva. El vaivén de números motivó incluso una respuesta del ministro de economía, que nos terminó de confundir con más cifras, para terminar diciendo que mejor iba a revisar los datos antes de continuar con la discusión.
Más allá de que las enormes cifras en las que se detalla hasta el centavo no cuadran, pese a que se sustentan en las mismas fuentes, el tema de discusión parece estar dirigido a que el gobierno estaría iniciando, con un aumento en la inversión publicitaria, la campaña presidencial con miras a las elecciones del 2014.
Ya quisiéramos que así fuera; de ser así, querría decir que en todo este tiempo no hemos estado en campaña, y claro, la realidad es otra. Lo cierto es que la línea divisoria entre tiempos de campaña y tiempos de gestión es hace mucho tiempo pura ilusión. La campaña es un modo de acción permanente, característico de todos los gobiernos, aquí, y en la quebrada del ají. Atribuirle ese rasgo únicamente al gobierno de MAS, no tiene entonces ningún sentido.
Lamentablemente así funcionan las cosas en todo el mundo, y en el caso particular nuestro, esa manera de entender el marketing y la política, y el monstruoso resultado llamado marketing político, se practican desde hace décadas. La plenitud de esa concepción se la vivió probablemente en el segundo gobierno de Sánchez de Lozada, en el que los asesores gringos se quedaron después de la elección, operando de la misma manera hasta el día en que todos tuvieron que subirse al helicóptero.
La campaña por la reelección indefinida de Evo Morales comenzó el primer día de su primer mandato, y no ha cesado un solo minuto desde entonces. El uso de mensajes televisivos es solamente una pequeña parte de la noción de campaña que maneja el gobierno, y su incremento representa también parcialmente, la posibilidad de un cambio de velocidad en esa carrera permanente.
Me atrevería incluso a decir que el MAS, con una mezcla de intuición, instinto, apetito desmesurado de poder, y toneladas de irresponsabilidad política, le ha dado una nueva dimensión al marketing político. Con este gobierno, aquella historia clásica de que hay que ofrecer lo que la gente quiere escuchar, para después hacer otra cosa, y “explicar” mediante la comunicación que en realidad se hizo otra, ha quedado superada.
Ahora se ha llevado el mismo razonamiento hasta el límite; todo lo que se piensa, lo que se hace y lo que se dice, está exclusivamente en función a las posibilidades de adhesión que esto genere, a la retribución de apoyos, y, finalmente, al voto. El gesto, el discurso, la gestión, el viaje, el nombramiento, el decreto, la ley, la concentración, en fin, todo es parte indisoluble del objetivo único y primordial: la suma de votos para encarar la próxima elección, y así sucesivamente.
Separar la gestión de la campaña en esas circunstancias ya no es posible, en la medida en que el discurso y la consigna se han sobrepuesto a todo; así entiende el gobierno, la campaña permanente y la reproducción del poder, y seguramente lo hace mejor que el más reputado de los estrategas internacionales.
El problema, como siempre, es mucho más complicado que el mero gasto en propaganda.

El dedo en la trampa (Columna de Opinión Bajo La Sombra del Olivo-Página Siete-23/08/12)


Los candidatos de la democracia del marketing electoral y la comunicación política no dicen en público nada que esté fuera de la sagrada estrategia. Cada palabra, cada gesto y cada acción supuestamente están fríamente calculados y responden a un cuidadoso guión, que importa mil veces más que idioteces anacrónica tales como la ideología, los valores humanos o el compromiso con ciertas causas. Para eso los políticos invierten verdaderas fortunas en el servicio permanente de una legión de encuestadores, estrategas y asesores de imagen que les soplan en la oreja qué tienen que decir, cómo lo tienen que decir y cuándo lo tienen que decir.
Sin embargo, parece que el carácter de Samuel Doria Medina no se ajusta mucho a esa disciplina, pues pese a que es de conocimiento público que como dirigente político y como empresario utiliza estas herramientas de marketing, decidió no hacerles mucho caso, embarcándose en una febril utilización de las redes sociales, sin ningún tipo de filtro previo.
Hace ya varios meses que el jefe de Unidad Nacional le andaba dando duro al telefonito con una avalancha de mensajes, tanto en el Facebook como en el Twitter; frasecitas sueltas por aquí y por allá para referirse, igual a temas medio triviales como a asuntos de profundidad. Al diablo la estrategia y la mesura, frente a la tentación de la inmediatez, de la ocurrencia y de las felicitaciones de sus seguidores internautas.
Y claro, pasó lo que tenía que pasar: la adicción a los fáciles “Me Gusta”, terminaron costándole caro. En vez de utilizar el internet como una herramienta de apoyo, se metió de lleno en el espíritu de las redes sociales, es decir en el chismerío. La monumental metida de pata (en esta caso metida de dedo), más allá de la polémica, reviste cierta gravedad en la medida en que, con ella, Doria Medina ha roto un código; se transgredió un límite, hasta ese momento respetado en la política boliviana, que dice que, pese a la brutalidad de algunas de nuestras prácticas, hay ciertas cosas que no se hacen, ni se dicen.
Si bien el chisme es un rasgo característico de nuestra vida política, éstos están reservados para la copucha de cóctel, y nunca se ventilaron en los medios, y menos a través de declaraciones de dirigentes. Seguramente en los Estados Unidos, en donde prima el pseudo puritanismo público, ese tipo de práctica es moneda común y además funciona electoralmente, pero acá no es así; por eso, si fue un comentario con intenciones políticas, y no solamente un desliz, el grado de desubicación sería realmente alarmante.
En cualquier caso, creo que todo el mundo coincide en que fue una ordinariez descollante, incluso en estos tiempos en los que estamos habituados a barbaridades de calibre mayor. Para peor, tanto el comentario, como la explicación y las disculpas, estuvieron teñidos de un tono de autosuficiencia que ciertamente no contribuyen en nada a disipar la imagen de soberbia que muchos tienen del líder político.
Veremos todavía qué es lo que ocurre en adelante y cuáles pueden ser los impactos en el escenario político electoral. Por lo pronto, queda fuera de toda duda que Samuel se ha echado gratuitamente encima la condena social de, por le menos, millones de mujeres indignadas. Habrá que ver sin embargo si la decisión política del gobierno, de “escarmentarlo” con procesos judiciales, no le permitirá en el futuro voltear la torta, mediante el recurso de la victimización. Con ello quedaría ampliamente demostrado aquello de que, en política, todo es posible.         

lunes, 20 de agosto de 2012

Luces de un balance energético (Artículo de análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-19/08/12)


No cabe la menor duda de que la nacionalización de los hidrocarburos y el régimen autonómico son dos ejes esenciales sobre los que ha transitado el proceso político de las últimas décadas. Hoy, ambos temas se hallan sostenidos por una nueva estructura legislativa/constitucional que, en teoría, debía haber resuelto la querella política de fondo y sobre la cual debía haberse construido el nuevo estado.
Han pasado ya varios años desde la promulgación de las leyes y decretos que intentaron modificar el régimen de hidrocarburos y también desde la promulgación de la Nueva Constitución Política que le dio forma al Estado Plurinacional Autonómico, y todavía resulta difícil leer la realidad detrás de lo meramente enunciativo y lo discursivo.
En la nebulosa atmósfera marcada además por una permanente coyuntura de conflictividad, altamente distractiva, la información básica y cuantitativa puede resultar muy útil. En ese sentido,  los resultados del Balance Energético Departamental 2005-2009, Santa Cruz, Cochabamba, La Paz – Insumos para la planificación energética subnacional (Cedla/Plataforma Energética), sirven para refrescar la mirada sobre las relaciones entre energía y descentralización, desde datos, tanto reveladores como alarmantes.
La investigación es básicamente un instrumento que refleja de manera organizada la evolución de la producción, el comercio, la transformación y la demanda de energía, así como su relación con la actividad económica de las regiones. Y uno de los datos relevantes que arroja, muestra la insolvencia energética departamental; resulta que la incapacidad de autosuficiencia de los departamentos del eje central solamente puede ser resuelta por la provisión de gas natural y petróleo provenientes del Chaco tarijeño y chuquisaqueño, desde donde se abastecen los gasoductos de exportación al Brasil y a la Argentina. También se advierte que la tremenda caída en la producción de hidrocarburos de Santa Cruz y Cochabamba no solamente ya no logran cubrir su propia demanda, sino que hubiese afectado seriamente los ingresos departamentales, de no ser por la subida de los precios de exportación del gas.
La política adoptada desde el más puro centralismo, de haber concentrado la actividad en una pequeña región que debe atender la exportación, y con el saldo abastecer el mercado nacional, fue parte de la apuesta neoliberal de los noventa y, curiosamente, no ha cambiado significativamente hasta la fecha. El tema no funciona desde ambos flancos: no contamos con una verdadera política energética nacional capaz de superar en la práctica la herencia del modelo privatizador, y los departamentos aún no han sido capaces de afrontar los desafíos planteados a través de las nuevas competencias y funciones del régimen autonómico; se supone que en el ejercicio pleno de las autonomías, éstos deberían estar planificando la gestión política y económica de sus regiones y, específicamente, planificando sus sistemas energéticos. Pero con una nacionalización incompleta e insuficiente, y un desarrollo autonómico que ni siquiera da señales de despegue, los datos se encargan de confirmar una realidad harto alejada de la estampa oficial, tanto a nivel nacional como departamental.
Cosa parecida ocurre en el ámbito municipal, con el agravante de que las definiciones de la gestión pública descentralizada ni siquiera han definido con precisión el alcance de las competencias de las alcaldías. Esto adquiere ribetes de dramatismo, si consideramos que el consumo de energía que se da en las ciudades constituye la mayor parte de la demanda energética nacional.
En relación a esto, la investigación citada revela también que el consumo de energía en el sector del transporte ha subido un 45% en los cinco años estudiados, y se ha convertido en el principal consumo energético tanto a nivel departamental como nacional; un tema en apariencia tan abstracto nos afecta directamente en la calidad de vida, puesto que la regulación del transporte urbano (liberalizado al infinito) no podrá ser racionalmente regulado mientras los gobiernos subnacionales y las alcaldías no intervengan activamente en la planificación del sistema energético nacional.
El estudio muestra distintas series de información relevantes, pero tan solo los datos mencionados deberían llamarnos la atención acerca de los vacíos y del camino errático en el que nos encontramos todos. Digo todos pues si bien la ausencia de una política energética que supere la renegociación de contratos con las petroleras es una responsabilidad política del gobierno central, en este baile están también involucrados los gobiernos departamentales y los municipios, los que deberían estar seriamente interesados en conocer, por lo menos, dónde están parados en términos energéticos, antes de afrontar retos mayores de desarrollo.
Si el análisis, el debate y las propuestas de solución no se ejercen desde las regiones y municipios, podemos esperar sentados alguna iniciativa del poder político central, y seguir dando vueltas indefinidamente sobre los escasos avances de la nacionalización y del proceso autonómico. 

jueves, 16 de agosto de 2012

El dedo en la trampa (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-16/08/12)


Los candidatos de la democracia del marketing electoral y la comunicación política no dicen en público nada que esté fuera de la sagrada estrategia. Cada palabra, cada gesto y cada acción supuestamente están fríamente calculados y responden a un cuidadoso guión, que importa mil veces más que idioteces anacrónica tales como la ideología, los valores humanos o el compromiso con ciertas causas. Para eso los políticos invierten verdaderas fortunas en el servicio permanente de una legión de encuestadores, estrategas y asesores de imagen que les soplan en la oreja qué tienen que decir, cómo lo tienen que decir y cuándo lo tienen que decir.
Sin embargo, parece que el carácter de Samuel Doria Medina no se ajusta mucho a esa disciplina, pues pese a que es de conocimiento público que como dirigente político y como empresario utiliza estas herramientas de marketing, decidió no hacerles mucho caso, embarcándose en una febril utilización de las redes sociales, sin ningún tipo de filtro previo.
Hace ya varios meses que el jefe de Unidad Nacional le andaba dando duro al telefonito con una avalancha de mensajes, tanto en el Facebook como en el Twitter; frasecitas sueltas por aquí y por allá para referirse, igual a temas medio triviales como a asuntos de profundidad. Al diablo la estrategia y la mesura, frente a la tentación de la inmediatez, de la ocurrencia y de las felicitaciones de sus seguidores internautas.
Y claro, pasó lo que tenía que pasar: la adicción a los fáciles “Me Gusta”, terminaron costándole caro. En vez de utilizar el internet como una herramienta de apoyo, se metió de lleno en el espíritu de las redes sociales, es decir en el chismerío. La monumental metida de pata (en esta caso metida de dedo), más allá de la polémica, reviste cierta gravedad en la medida en que, con ella, Doria Medina ha roto un código; se transgredió un límite, hasta ese momento respetado en la política boliviana, que dice que, pese a la brutalidad de algunas de nuestras prácticas, hay ciertas cosas que no se hacen, ni se dicen.
Si bien el chisme es un rasgo característico de nuestra vida política, éstos están reservados para la copucha de cóctel, y nunca se ventilaron en los medios, y menos a través de declaraciones de dirigentes. Seguramente en los Estados Unidos, en donde prima el pseudo puritanismo público, ese tipo de práctica es moneda común y además funciona electoralmente, pero acá no es así; por eso, si fue un comentario con intenciones políticas, y no solamente un desliz, el grado de desubicación sería realmente alarmante.
En cualquier caso, creo que todo el mundo coincide en que fue una ordinariez descollante, incluso en estos tiempos en los que estamos habituados a barbaridades de calibre mayor. Para peor, tanto el comentario, como la explicación y las disculpas, estuvieron teñidos de un tono de autosuficiencia que ciertamente no contribuyen en nada a disipar la imagen de soberbia que muchos tienen del líder político.
Veremos todavía qué es lo que ocurre en adelante y cuáles pueden ser los impactos en el escenario político electoral. Por lo pronto, queda fuera de toda duda que Samuel se ha echado gratuitamente encima la condena social de, por le menos, millones de mujeres indignadas. Habrá que ver sin embargo si la decisión política del gobierno, de “escarmentarlo” con procesos judiciales, no le permitirá en el futuro voltear la torta, mediante el recurso de la victimización. Con ello quedaría ampliamente demostrado aquello de que, en política, todo es posible.         

martes, 7 de agosto de 2012

La democracia moderna en sus límites (Artículo de Análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-05/08/12)


La historia reciente de nuestro sistema político y lo que está ocurriendo en Europa, debería llevarnos a una profunda reflexión acerca del sistema de representaciones, y debería reponer el debate no solamente sobre calidad democrática, sino sobre los preceptos mismos del modelo democrático tal como lo hemos conocido hasta ahora.
Nuestros antecedentes históricos republicanos, los de Bolivia en particular pero también los de prácticamente toda la región, están evidentemente marcados por la tiranía y la dictadura en todas sus formas posibles. Sin detenernos en las causas endógenas o exógenas que pudieran explicar las enormes dificultades en sostener en el tiempo un régimen democrático, lo cierto es que ese pasado turbulento y pendular nos ha caracterizado, descalificándonos de alguna manera en materia democrática.
La falta de tradición democrática y la debilidad institucional consecuente, nos han posicionado de alguna manera como aprendices portadores de un retraso estructural, que conspira sistemáticamente con nuestra vocación democrática que, a la luz de esa misma historia, tiene rasgos de obsesión.
No ocurre lo mismo con las democracias del primer mundo que, justamente en virtud a su larga maduración y al desarrollo de un sólido aparato institucional, supuestamente deberían encontrarse en un estadio de perfeccionamiento digno de imitar, e incluso importar.
Sin embargo las cosas no son tan así. Detrás de la crisis económica que azota a los países desarrollados (económica y políticamente), no han tardado en aflorar, como era previsible, querellas y cuestionamientos al sistema político. Los descontentos y las indignaciones en relación al descalabro de las finanzas nacionales y a la pauperización de las economías familiares, se han volcado rápidamente hacia el sistema político, poniendo en tela de juicio el mismo modelo democrático.
Las razones de este súbito desencanto son bastante fáciles de explicar desde la perspectiva de un ciudadano europeo que se da cuenta de que, en la práctica, da estrictamente igual votar por la derecha o por la izquierda, en la medida que el resultado será preocupantemente parecido; la fuerza de los poderes supra políticos y supra nacionales, se ha hecho ya demasiado evidente, poniendo en jaque los principios de representación y, aún más, el sentido de la democracia.
El peso creciente y definitivo de los grupos de poder financiero, industrial y religioso, entre otros, ha evidenciado de manera grotesca que la democracia que se ha construido en las últimas décadas es ya insoportablemente permeable a los intereses corporativos, y que el sistema de representación partidaria se ha convertido también en un agente de intermediación de esos intereses. El ciudadano se está desayunando con un corporativismo cada vez más tenaz, que ha atravesado todo el sistema y ha perdido incluso el cuidado en las formas.
Seguramente esto ya lo sabían o lo sospechaban hace tiempo, y estuvieron dispuestos a soportarlo, claro, mientras las cosas funcionaban bien. Ahora que los resultados muestran lo contrario, surge la necesidad de señalar con el dedo no solamente a quienes deben administrar la crisis, sino a las fuerzas ocultas que han contaminado el modelo hasta volverlo irreconocible.
En el caso nuestro el tema no se presenta tan catastrófico pues nos encontramos justamente en medio de un intento de reconstruir un modelo, luego de haber hecho tabla rasa con el viejo esquema. El proceso constituyente encauzó algunas de sus líneas de fuerza en una nueva constitución que rescata formas alternativas de democracia, legítimas y maduras, por lo menos en el papel.
Las propuestas de democracia directa y comunitaria, así como las nuevas formas de representación reconocidas, recogen parte de nuestros anhelos y frustraciones, debatiéndose todavía entre lo enunciativo y lo real. Hoy, ante los ojos de las democracias desarrolladas en caída libre, podríamos ser inclusive un experimento interesante. En casa, lamentablemente estamos viendo como el corporativismo se impone nuevamente sobre los postulados teóricos que apuntan hacia una democracia más sana. El conflicto del TIPNIS es una prueba de cuerpo entero de ello.
Pero no seremos nosotros los que tiremos la línea desde el confín del mundo, en un tema tan crucial. Tendrá que ser la crisis inmobiliaria-financiera-económica-político-sistémica del primer mundo la que, cuando toque fondo, instale una discusión que hoy todavía puede parecer atrevida y políticamente incorrecta: la revisión a fondo del sistema democrático y la búsqueda de la recuperación de su verdadera esencia.
Vale la pena aclarar finalmente, que estas reflexiones no las hago en la clave ideológica de ciertas corrientes de pensamiento clásico que se han caracterizado por su acida crítica a la “democracia burguesa”. Considero más bien, que el camino es una revisión desprejuiciada de los preceptos básicos de la democracia, que no responda necesariamente a posiciones dogmáticas.      

jueves, 2 de agosto de 2012

Apuntes olímpicos (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-02/08/12)


Los Juegos Olímpicos son esa rara oportunidad que tenemos para enseñarles a nuestros hijos acerca de la existencia y los encantos de otros deportes, que no sean el fútbol y el tenis, por supuesto. Una vez que estos concluyan, tendremos que volver al yugo de la programación monotemática, tanto de los canales de televisión locales como de las señales internacionales de cable.
Intente aprovechar entonces de esta ventanita de oportunidad para compartir con los suyos la belleza de la gimnasia artística, el esgrima, los clavados, el polo acuático, el tiro con arco o el bádminton, deportes que, pese a lo que podríamos inferir a partir de lo que vemos en los medios, todavía no se han extinguido.
En la brevedad de este evento, que con toda seguridad representa una oportunidad comercial de gran envergadura para una gran cantidad de agentes involucrados, podremos disfrutar de la variedad y la riqueza del deporte en todas sus facetas. El resto del año nuestros gustos e intereses serán ignorados olímpicamente por los programadores de televisión, supongo por la sencilla razón de que los auspiciadores y anunciantes no están interesados en nada que no sea masivo y rentable. Así nomás funciona la tiranía comercial, que nos condena a ver entrenamientos de fútbol, noticias sobre pases de jugadores y compactos de goles, matiné, tanda y noche.
Sin embargo, debemos agradecer que aún podemos ver el evento a través de la televisión abierta, y que todavía no haya ocurrido aquella horrible cosa de restringir el acceso solamente a los privilegiados que pueden pagar la televisión por cable. El esfuerzo de Bolivisión en la transmisión es encomiable, sobre todo cuando la alternativa del cable pasa por el insufrible relato de deportistas argentinos explicando una y otra vez que no ganaron la prueba por errores propios, y no por que el resto de los competidores eran mejores. Qué le vamos a hacer, los contenidos de las grandes cadenas deportivas están dirigidos a mercados específicos, mucho más importantes que el nuestro y, ni modo, hay que tragarse lo que uno le toque.
Lo que llegó para todos sin el filtro del mercado, fue la ceremonia inaugural, en la misma clave de siempre, es decir cómo hacer para que ésta sea más espectacular, más grandiosa, más ostentosa y más costosa, aún en tiempos de crisis. La competencia es ahora entre directores de cine; Danny Boyle debía superar la puesta en escena del chino Zhang Yimou, quien estuvo a cargo de la última ceremonia en Pekín. El resultado: una carrera desbocada de derroche de recursos variopintos sin un norte muy claro, que desató una ola de críticas entre los británicos, que sintieron que su flema y su espíritu no estuvieron debidamente representados.
Habrá que disfrutar de lo que se pueda en estas olimpiadas que nos alivian momentáneamente de la actualidad de noticias políticas, intentando no detenerse mucho en el análisis de las causas de la creciente concentración de los dueños del mundo  en el medallero, pues el tema podría ser bastante deprimente; si se trata de países, la única competencia real en curso es entre China y Estados Unidos; el resto están kilómetros atrás, repartiéndose las sobras. ¿Y Latinoamérica? Bueno, por el momento hay que buscar en el puesto 16 entre 35 países con medallas, para encontrar la única medallita de oro de Brasil. Eso lo dice todo, ¿no es verdad?

domingo, 22 de julio de 2012

Entre la agonía y el vacío (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-22/07/12)


No encuentro otra manera de comenzar esta reflexión, si no es expresando la sensación de asqueo que tengo en relación al clima político que se ha consolidado en el país en el último tiempo. Revisar las noticias cotidianamente, se me ha convertido en una fuente de disgusto y desazón, que se traduce en marcado desánimo; me pregunto por momentos si mi excesiva o acaso ingenua confianza en la sensatez y en la madurez de la gente común, han sobredimensionado mis expectativas, frente a una realidad tremendamente pobre.
En la coyuntura política actual, que de coyuntura tiene ya muy poco en la medida en que se ha tornado en normalidad, allí donde miremos, todo pinta feo; la conducta del gobierno, el discurso de la autoridades y los resultados de gestión, transmiten todos los días tales rasgos de autoritarismo, de ineficiencia y de cinismo, que terminan confluyendo en una sensación de podredumbre generalizada muy difícil de asimilar.
Lu único que se respira en esta cargada atmósfera es la presencia del poder y su uso y abuso, sin miramientos ni consideraciones; todo lo que acontece se crea y se resuelve alrededor del poder, y, como no puede ser de otra forma cuando éste se convierte en un fin y ya no en medio, se lo hace a la mala. El aparato de poder, con sus mil caras distintas, tiene tal presencia, que lo absorbe todo en su lógica perversa y en su desenfrenada dinámica. El régimen vive extasiado este apogeo de fuerza mal entendido, mostrándonos sin remilgos, sus rasgos más obscuros.
Más preocupante aún es constatar que todo tiende a diluirse en esa tormenta, lo que contribuye a ahondar la sensación de desconcierto; la impostura genera más impostura, el atropello genera más atropello, la mediocridad genera más mediocridad, y el oportunismo genera también más oportunismo.
Podremos coincidir seguramente en que el gobierno transita por el derrotero del desgaste y el agotamiento, pero lamentablemente también coincidiremos en que lo hace, con la dudosa virtud de arrastrar tras de sí a todos los que juegan en su escena. La evidente decadencia no alumbra de por si ninguna alternativa esperanzadora para el futuro; las supuestas rupturas al régimen, salvo contadas excepciones, no han tenido la capacidad de desprenderse de la tónica marcada por el gobierno, y por consiguiente actúan en la misma lógica, intentando sacar pequeños provechos coyunturales en una actitud casi parasitaria.
Para mayor espanto, este fango político se está convirtiendo en el hábitat propicio para la paulatina reaparición de toda una especie de bichos que todos asumíamos como extintos; en el circuito de cócteles, en las redes sociales e incluso en los medios de comunicación, han comenzado a  alzar la voz una serie de personajes emblemáticos de un pasado que, pese a todo lo que puede estar ocurriendo en la actualidad, el país había superado con mucho sacrificio.
El macabro espectáculo ofrecido por este elenco de zombis políticos intentando regresar de la ultratumba puede ser visto por muchos como una simple e inofensiva broma de mal gusto, en el entendido de que no les alcanza la medida para encarar la restauración del viejo régimen y que, por tanto, no tienen chance alguna de convertirse nuevamente en una opción política viable.
Es cierto, el episodio que algunos quisieran interpretar como la reversión de un estado de catalepsia, solamente servirá para alentar la ilusión de un puñado de reaccionarios que anhelan rabiosamente un súbito regreso al pasado. Lo que también es cierto, es que lamentablemente, esto generará una reacción natural y previsible en un segmento de la población (no sé cuán grande o pequeño), que, frente a esa mínima posibilidad de un salto al pasado, reafirmará su apoyo al actual gobierno, sin importarle cuan mal lo puedan estar haciendo.
Quiero decir que habrá muchísima gente que en su momento apoyó al gobierno,  que dudó a razón de sus desaciertos y que llegó a decepcionarse al grado de retirarle su confianza, que reconsiderarán su posición ante la aparente disyuntiva entre un gobierno malo, frente a un pasado aún peor. El gobierno entiende muy bien el escenario, y es por eso que permite e incluso provoca y alienta el pataleo de sus derrotados, señalando que detrás de cada conflicto se halla la mano negra de los partidos del ancien regime. Saben muy bien que eso les permitirá recuperar parte de su apoyo popular, y por lo tanto están más que dispuestos a prestarse al juego.
Al parecer los procesos políticos de envergadura discurren en una temporalidad compleja que poco tiene que ver con las coyunturas, y el lento agotamiento de los ciclos de poder no coincide obligatoriamente con la posibilidad de surgimiento de alternativas nuevas y de liderazgos frescos. Estamos en medio de ese desfase entre la lenta agonía de un régimen muy fuerte, y el vacío que su estela deja por detrás. Y en esa medianía, plan y obscura se puede explicar la desazón colectiva y la acumulación de sinsabores que todos sentimos.

jueves, 19 de julio de 2012

Civismo gastronómico (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-19/07/12)


Este 16 de julio sentí, más que en años anteriores, un especial júbilo expresado por quienes saben lo que es vivir en esta hermosa ciudad. Paceños y no paceños, residentes y expatriados, no ahorraron elogios y palabras de cariño para La Paz en su aniversario; mi termómetro fue esta vez el “caralibro”, más bien conocido por todos como Facebook, en el que miles de estantes y habitantes sacaron pecho por la ínclita, y otros tantos que están lejos, se desahogaron con mensajes de añoranza.
Qué rico es que, pese a las adversidades típicas de una ciudad grande y pese al merecido estigma de ser el epicentro del conflicto y del enfrentamiento al poder, la gente valore auténticamente, y sin complejos, las bondades de este grandioso agujero, que de alguna manera condensa todo lo bueno que tiene el país. Algo especial tiene nomás esta sede de gobiernos y desgobiernos, que nos sigue cautivando con sus rostros diversos y cambiantes, pero siempre provistos de una energía única, ante la cual nadie queda indiferente.
Me llamó también mucho la atención advertir en el vendaval de mensajes feisbuqueros alusivos a La Paz, la cantidad de comentarios referidos a la comida; el fervor cívico y la invitación al festejo pusieron cara de guía gastronómica, denotando así que, para muchos, la mejor manera de rendir homenajes, es a través del morfe. El Chairito salpicado de cueritos de chancho y precedido del mote de habas con queso, expresa mucho más que las estrofas de un himno, y el Plato Paceño, con o sin asado, eleva más que la iza de una bandera.
A la lista de platitos propicios para la ocasión, se sumó igualmente la recomendación de lugares emblemáticos como la fricasería La Salud o Las Velas; la verdad, yo también recuerdo con nostalgia las incursiones con mi padre a la Plaza Alexander, de las cuales mi madre no podía enterarse, y los memorables finales de noche en el Parque de los Monos, los que igualmente debía mantener en secreto, tanto de mi madre como de mi padre. Pero seamos francos, a estas alturas esos lugares, por muy tradicionales que puedan ser, son para mí historia, pues ni mi ritmo de vida ni mi salud me permiten seguir frecuentándolos. Entre las referencias gastronómicas de mis contemporáneos y la oferta actual de nuevos sitios, hay un vacío que toca descubrir.
Pero igual me asaltan un montón de dudas: ¿Será que mis amigos del Facebook son todos unos jovatos de mi tanda que, como yo, evocan lugares del pasado? ¿Será que ni siquiera sabemos dónde es que se comen ahora esos platos, porque la comida típica la comemos en casa? ¿Será realmente cierto que aún seguimos disfrutando cotidianamente de nuestra gastronomía en casa, o solamente se nos ocurre hacerlo durante las fiestas nacionales? ¿Será que en los muros de las nuevas generaciones se postearon tantas fotos de anticuchos o llauchas, como en el mío? ¿Será, finalmente, nuestro apego a la comida criolla un orgullo en vías de extinción frente a la variada oferta internacional y a la comida rápida?
Seguramente habrá que buscar las respuestas a estas interrogantes en nuestros hijos, y ver si en sus nuevos hábitos han guardado algún espacio para esa identidad culinaria que a usted y a mí nos caracteriza y nos explica, sin necesidad de hablar siquiera. En ellos veremos realmente si un rasgo tan esencial de nuestra idiosincrasia se diluye, o bien se reinventa con nuevas características. Clarito será; mientras tanto, ¡buen provecho y larga vida a los amantes y conocedores de nuestra cocina!

jueves, 12 de julio de 2012

Cuando la preocupación se convierte en terror (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/07/12)


Confieso que soy uno de esos bobos ingenuos que hasta hace poco tiempo presumía frente a mis amigos extranjeros, que una de las razones por las que vivía tan feliz en un país subdesarrollado, perdido en el último confín del mundo, era porque no estaba condenado a la angustia permanente de inseguridad que caracteriza ciertas ciudades, más modernas. Qué pena. Estaba equivocado, probablemente engañado por mi subconsciente, que se aferraba de alguna manera a un pasado personal que evidentemente no conoció la aprehensión que entraña la delincuencia y la inseguridad ciudadana.
Mis apacibles recuerdos de una experiencia de vida en la que no había mucho de que temer en las calles, no tienen ya nada que ver con la realidad de un país que, en ese aspecto, ha cambiado horrores, lamentablemente, para mal. En verdad, hace más de veinte años que ciudades como El Alto, y la mayoría de los barrios pobres del país, sufren todos los días la cruel presencia del crimen, en todas sus expresiones; la ciudad de Santa Cruz, hace también mucho tiempo, ha sumado a sus rasgos de pujanza y prosperidad, la inseguridad llevada a niveles espantosos, según la gente que vive allí.
Seguramente los habitantes de los barrios acomodados de La Paz hemos sido de los últimos en sentir este embate, pero igual nos ha pegado muy duro, afectándonos ahí donde más duele, en nuestra paz mental y en nuestra calidad de vida familiar. La vida cotidiana no puede ser la misma, cuando escuchamos todos los días en nuestro entorno más cercano, el relato de un nuevo asalto, robo o agresión, cuando tememos ser los próximos en la fila, o cuando dudamos si estamos siendo lo suficientemente cautelosos y prudentes en cada acto que realizamos.
La alarmante cantidad de casos de desaparición y secuestro de menores registrada en las últimas semanas, ha calado hondo en el ánimo de la gente, y ha terminado de instalar un clima social de zozobra sin precedentes. Y es que no es para menos; cuando la modalidad del delito se enfoca en nuestros niños, la preocupación se transforma rápidamente en terror.
¿Dónde debemos buscar las razones de ésta degradación? ¿Estamos pagando las consecuencias que usualmente vienen aparejadas con la modernidad y el ejercicio del capitalismo en su versión más salvaje? ¿Es este el precio de los desajustes sociales ocasionados por un desarrollo tan desigual, en una sociedad marcada ya de inicio por una inequidad insostenible? ¿Es posible pensar en una mínima armonía cuando las enormes diferencias entre unos y otros no hacen más que agrandarse?
Todas estas dudas coexisten con otras certezas, que tienen que ver con la ausencia de un estado (en teoría pendiente de reconstrucción), con la incapacidad estructural de la policía para afrontar un asunto de tal magnitud, y con el telón de fondo de una creciente actividad del narcotráfico, que se siente  y se percibe en todas sus derivaciones. Si a ello le sumamos el también creciente talante de ilegalidad que se irradia desde el poder y desde la política, el resultado es esta sensación de criminalización general, que tanto a usted como a mí, nos pesa encima, provocándonos un desasosiego difícil de describir.
Allende las causas y explicaciones, nos queda la duda de cuan tarde estamos para revertir las cosas, y qué hará falta que ocurra para que el estado y los ciudadanos comencemos a hacer algo al respecto. Pero en serio.

jueves, 5 de julio de 2012

Hacia una victoria pírrica (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/07/12)


El frío, el hambre y la indolencia del gobierno amenazan con asfixiar definitivamente a los marchistas del TIPNIS, que libran lo que podría ser su última batalla en las calles del centro paceño. Las condiciones climáticas no son las mismas que las de la marcha del año pasado; la crudeza de este invierno, sin precedentes por lo menos en lo que se refiere a la sensación térmica, se ha convertido en un nuevo enemigo de peso para la columna de la marcha que arribó a nuestra ciudad.
Si los paceños andamos quejándonos del frío y de tener que lidiar con los resfríos en la comodidad de nuestras casas, cuesta imaginar cómo la están pasando los marchistas pasando las noches en carpas en medio de la calle o en coliseo de la universidad. Al parecer una mayoría ya llegaron con la salud quebrantada, y por mucho que cuenten con cierta asistencia médica, lidiar con una gripe o con una complicación mayor en estas condiciones, es algo terrible.
La comida es otro factor naturalmente determinante; la marcha afrontó problemas de abastecimiento desde su inicio, lo que quiere decir que hombres, mujeres y niños pasaron hambre durante más de sesenta días de caminata antes de llegar. Como era de esperarse, la solidaridad de la ciudadanía paceña se mostró nuevamente cuando la marcha llegó, y se siguieron recibiendo muestras de apoyo en los días posteriores. Pero como también suele ocurrir, los gestos concretos tienden a diluirse con el paso de los días.
Luego de la euforia del arribo y del acompañamiento multitudinario, para la gran mayoría de los paceños, el ajetreo de la vida cotidiana continúa implacablemente, y probablemente encontrar la ocasión para mantener la solidaridad, se hace más complicado. La epopeya y el destino de los marchistas pasa a convertirse así, en un hecho noticioso más, en medio de una coyuntura premeditadamente complejizada.
El gobierno entiende muy bien estas condiciones y juega con ellas en su implacable estrategia para construir la célebre e infame carretera, contra viento y manera y, “nos guste o no nos guste”; nada parece detener su obsesiva determinación, agravada por un irresistible deseo de venganza contra la dirigencia de la marcha. No nos engañemos, detrás de los compromisos políticos inquebrantables con los interesados en la carretera, también se siente un velo de revancha política contra quienes les infringieron una sonora derrota el año pasado.
El desmesurado esfuerzo por dividir, desprestigiar y castigar a los indígenas, tiene tufo a resentimiento y vendetta, hacia quienes han cometido el peor de los pecados: no dejarse comprar con la infinita billetera del gobierno prebendal. Ese ensañamiento, que cada día sobrepasa un nuevo límite de perversidad, cinismo y desprecio, está dirigido a esa reducida y “poco combativa” población que, en la lucha por sus principios, desenmascaró el verdadero talante del gobierno, avergonzándolos ante el país y el mundo.
Eso, en la retorcida lógica del poder, no tiene perdón y debe ser motivo de escarmiento, sin reparar en daños y consecuencias. Lo que la ceguera del abuso de poder no les permite ver ahora, es que, aunque logren aplastar por las malas a los marchistas, esto quedará registrado en la memoria colectiva como un episodio despreciable, y se convertirá en el símbolo de la impostura, la descomposición y la decadencia del régimen de Evo Morales; lo que hoy para ellos aparenta ser una victoria sobre esos pocos contestones, será el estigma que marcará, más temprano que tarde, el agotamiento del gobierno y su salida por la puerta de atrás.

jueves, 28 de junio de 2012

Delirio surrealista (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-28/06/12)


Lo vivido en nuestro insólito país los últimos siete días es como para dejar espantado al más macho. Más allá de los posibles desenlaces y resultados de los conflictos en curso, las conductas y los hechos registrados son un motivo de alarma de por sí; lo más grave es que además parece que estamos ya tan acostumbrados al surrealismos criollo de todos los días, que ni siquiera reparamos mucho en las increíbles cosas que ocurren a nuestro alrededor.
Siete días consecutivos de motín policial, que de acuerdo a las informaciones de prensa tuvo un alcance nacional y en sus últimos días afectó prácticamente la totalidad de unidades, involucró a tropa y oficialidad y paralizó incluso hasta a la fuerza de bomberos, es ya motivo para que cualquier persona en el mundo levante las cejas.
Pero más curioso aún es que durante ese lapso los índices de delincuencia no se hayan movido significativamente, y la ciudadanía no haya entrado en un estado de pánico y desesperación. No sé muy bien cómo habrá sido la cosa en otras ciudades, pero en La Paz, según fuentes policiales, no se registraron hecho policiales fuera de lo normal, y según lo que yo percibí, la gente se tomó la cosa con bastante tranquilidad, e hizo su vida como si nada pasara.
¿Cómo cuernos podemos explicarnos esto, siendo que la inseguridad ciudadana es uno de los temas que más nos aflige? Una posibilidad sería que cogoteros, monrreros, auteros, carteristas, descuidistas y crimen organizado en general se hayan sensibilizado y compadecido de la población inerme, paralizando sus actividades. Poco probable, ¿no es cierto?
Otra es que la propia policía haya influido en la conducta de los malhechores, ordenándoles una tregua en sus actividades, para evitar que una ola de crímenes no les afectara en su imagen ante la población. Esta macabra hipótesis estaría en consonancia con quienes sostiene que, en todo el mundo, la línea que divide a la ley del crimen es difusa, y que es no es posible concebir a los delincuentes con las fuerzas del orden como cosas independientes.
Y otra, ya en el lado de conjetura política, sería que más allá de las apariencias, en los hechos la situación estuvo en todo momento bajo control, y que detrás de todo existió una retorcida maniobra política orientada a construir un escenario propicio a los intereses del gobierno en la delicada coyuntura. Cuesta imaginar un experimento tan temerario, pero para muchos, a estas alturas todo es posible.
Otro rasgo aterrador que nos confirma esta ajetreada semanita, tiene que ver con los límites, cada día más extremos, que marcan los actores políticos en sus confrontaciones, y la manera en que todos nos estamos acostumbrando a reaccionar. Dicho en una frase: tiene que haber muertos para que algo pase, y si no hay muertos, no pasa nada.
Como cada vez que hay un conflicto ninguna de las partes le cree nada a la otra, y la gente además no le cree ya nada a nadie, las acusaciones permanentes redundan siempre en la búsqueda de muertes. En esta locura colectiva parece que todos buscaran muertos; entre policías y militares, entre policías y movimientos sociales, entre marchistas del TIPNIS y bases del gobierno, y así, sucesivamente.
La muerte parece ser la única línea que marca la diferencia entre el delirio surrealista y la realidad, y por consiguiente, la manera recurrente de establecer posiciones, es la de jugar con fuego, sentados en un barril de pólvora.      

domingo, 24 de junio de 2012

Conductas recalentadas (Artículo de analisis-Suplemento Ideas-Página Siete-24/06/12)


Confieso que a veces me cuesta reconocer mi propio entorno social. La pequeña ciudad, aún más pequeña vivida desde el hermetismo de las elites, es ya cosa del pasado, y asumo que ha ocurrido algo parecido en otras ciudades del país; es cierto que somos más, que la población ha crecido a un ritmo acelerado en las dos últimas décadas y que diez millones de habitantes representan ya una masa importante, pero esa sensación de crecimiento abrupto se debe probablemente a las transformaciones en la hasta hace poco rígida estructura social.
La sociedad de compartimientos estancos conformada por pequeñas burguesías urbanas y grandes segmentos populares y rurales, históricamente casi inmóviles, ha cambiado significativamente en función a los procesos económicos y políticos registrados en los últimos treinta años. La dinámica social intensa y permanente es de alguna manera novedosa y hasta sorprendente para una sociedad acostumbrada a un inmovilismo alterado solamente en un par de episodios pico en nuestra historia contemporánea.
Esa inédita movilidad social opera en todas las direcciones y ha desatado unos despliegues sociales que le han cambiado la cara al país que conocíamos, planteándonos incluso dificultades para reconocer y re comprender nuestro mismo medio. Es sobre todo el ensanchamiento de las clases medias el que en nuestro caso, muy urbano y muy de privilegios, nos ha enfrentado a un nuevo escenario, tan fascinante como desconocido.
A estos fenómenos sociales se suman ciertos elementos de coyuntura económica que acentúan mis sensaciones, acercándolas al desconcierto; la enorme liquidez que circula en determinados segmentos del mercado, fruto de ciertas políticas económicas y posiblemente del creciente peso de actividades paralegales o ilícitas, el boom de las construcciones, la explosiva expansión de negocios comerciales y de entretenimiento, entre otros tantos rasgos, nos tiene a todos un tanto atónitos.
Pero lo que más llama la atención son los cambios en los comportamientos de esta nueva gama de clases medias en la que todos estamos metidos, unos de subida, otros de bajada. Los patrones de ahorro, de gasto y de consumo se han modificado profundamente, no solamente en las nuevas generaciones de jóvenes, y hoy se parecen cada día más a los de sociedades en tránsito desordenado a la modernidad, y a todo lo que aquello implica.
La compra de casas y departamentos a precios de primer mundo, el auto sacado de la tienda, también a crédito, el segundo auto por si acaso, las vacaciones dos veces al año, una vez por lo menos en el exterior, las tarjetas de crédito para consumo, la colección de aparatos electrónicos de todo tamaño y color, y el gasto sistemático y creciente en ocio y gastronomía, se han convertido en hábitos a seguir e imitar.
La plata que corre parece ejercer un llamado a la carrera frenética que en muchos casos se traduce en la enajenación de alguna gente, que proyecta sus  expectativas ya no en base a su realidad, sino en los imaginarios de hiperconsumo propios de economías realmente emergentes.
Afortunadamente o desafortunadamente, como quiera verse, esto no ocurre con todos; la gran masa de asalariados, más grande de lo que se piensa y que no tiene la posibilidad lanzarse al vértigo de ninguna aventura, tiene que vérselas con el día y a día y con una realidad cada vez más precaria, pues ni los dos sueldos juntos consiguen alcanzar el encarecimiento sostenido y general. Así se han comenzado a afianzar unos desajustes sociales preocupantes que tienden a profundizar las desigualdades con la brutalidad característica del capitalismo más salvaje.
La pregunta que uno se hace es cuán sostenible puede ser ese tren para una economía tan frágil y tan dependiente del precio de materias primas como la nuestra. No es misterio para nadie que el sobrecalentamiento de algunos sectores no tiene obligatoriamente relación con el desarrollo real de nuestra economía; hay que diferenciar: una cosa es el espejismo de la jauja del circulante, y otra muy distinto el desarrollo económico cimentado sobre bases más sólidas.
No tengo razones concretas para pensar que esta coyuntura tiene los días contados; probablemente pueda durar bastante tiempo más, y con algo más de suerte, de cordura y seriedad (las dos últimas faltan), se puedan sentar algunas bases que nos protejan ante probables adversidades futuras. Habrá que ver cuán blindados estamos, cuan aislados estamos realmente de la globalidad financiera, y cuanto no podrían afectar los serios tropezones que atraviesa el primer mundo.
Pero si la volatilidad de la economía mundial y regional se encarga en algún momento de regresarnos abruptamente a la realidad, mucho me temo que el impacto sobre aquella gente enfilada en la vorágine del consumo y del endeudamiento, podría ser devastador. Las frustraciones que de allí salgan serán sin duda de la misma magnitud que las aspiraciones y expectativas. Así como ocurre con las economías, los ánimos de la gente también tienden a recalentarse, y un enfriamiento súbito tendría en ambos casos el efecto de un balde de agua fría.