Esta
semana se han ventilado por distintos medios una serie de cifras relacionadas
con los montos invertidos por el gobierno en el primer semestre del año, en
propaganda mediática masiva. El vaivén de números motivó incluso una respuesta
del ministro de economía, que nos terminó de confundir con más cifras, para
terminar diciendo que mejor iba a revisar los datos antes de continuar con la
discusión.
Más
allá de que las enormes cifras en las que se detalla hasta el centavo no
cuadran, pese a que se sustentan en las mismas fuentes, el tema de discusión
parece estar dirigido a que el gobierno estaría iniciando, con un aumento en la
inversión publicitaria, la campaña presidencial con miras a las elecciones del
2014.
Ya
quisiéramos que así fuera; de ser así, querría decir que en todo este tiempo no
hemos estado en campaña, y claro, la realidad es otra. Lo cierto es que la
línea divisoria entre tiempos de campaña y tiempos de gestión es hace mucho tiempo
pura ilusión. La campaña es un modo de acción permanente, característico de
todos los gobiernos, aquí, y en la quebrada del ají. Atribuirle ese rasgo
únicamente al gobierno de MAS, no tiene entonces ningún sentido.
Lamentablemente
así funcionan las cosas en todo el mundo, y en el caso particular nuestro, esa
manera de entender el marketing y la política, y el monstruoso resultado
llamado marketing político, se practican desde hace décadas. La plenitud de esa
concepción se la vivió probablemente en el segundo gobierno de Sánchez de
Lozada, en el que los asesores gringos se quedaron después de la elección,
operando de la misma manera hasta el día en que todos tuvieron que subirse al
helicóptero.
La
campaña por la reelección indefinida de Evo Morales comenzó el primer día de su
primer mandato, y no ha cesado un solo minuto desde entonces. El uso de
mensajes televisivos es solamente una pequeña parte de la noción de campaña que
maneja el gobierno, y su incremento representa también parcialmente, la posibilidad
de un cambio de velocidad en esa carrera permanente.
Me
atrevería incluso a decir que el MAS, con una mezcla de intuición, instinto,
apetito desmesurado de poder, y toneladas de irresponsabilidad política, le ha
dado una nueva dimensión al marketing político. Con este gobierno, aquella
historia clásica de que hay que ofrecer lo que la gente quiere escuchar, para
después hacer otra cosa, y “explicar” mediante la comunicación que en realidad
se hizo otra, ha quedado superada.
Ahora
se ha llevado el mismo razonamiento hasta el límite; todo lo que se piensa, lo
que se hace y lo que se dice, está exclusivamente en función a las
posibilidades de adhesión que esto genere, a la retribución de apoyos, y,
finalmente, al voto. El gesto, el discurso, la gestión, el viaje, el
nombramiento, el decreto, la ley, la concentración, en fin, todo es parte
indisoluble del objetivo único y primordial: la suma de votos para encarar la
próxima elección, y así sucesivamente.
Separar
la gestión de la campaña en esas circunstancias ya no es posible, en la medida
en que el discurso y la consigna se han sobrepuesto a todo; así entiende el
gobierno, la campaña permanente y la reproducción del poder, y seguramente lo
hace mejor que el más reputado de los estrategas internacionales.
El
problema, como siempre, es mucho más complicado que el mero gasto en
propaganda.
Que lejanos aquellos días cuando tenías tu columna en "La Razón" aplaudiendo los logros del nuevo gobierno de Morales y el fracaso de la corrompida derecha, que poca memoria tenemos!!!
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