lunes, 17 de septiembre de 2012

La real boda real (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-16/09/12)


Una vez disipados los suspiros, los vivas, los enhorabuenas y los vituperios, las críticas y las burlas, no está de más hacer una lectura desapasionada de la boda del vicepresidente Álvaro García Linera. El ardor con el que tanto seguidores como detractores reaccionaron ante la preparación y escenificación del mega evento es una clara confirmación de que el poder, junto al romance y el espectáculo, es la mezcla explosiva perfecta para excitar pasiones y mover opiniones en la sociedad moderna. Estará usted pensando que olvidé mencionar el principal ingrediente de la fórmula, el dinero; claro que también es importante, pero a veces puede ser no indispensable, en la medida en que no alcanza para comprar fama y poder.
Y el vice no es un vice cualquiera; es un vice con mucho poder, atípico en relación a sus predecesores y a la extraña naturaleza de un cargo tradicionalmente accesorio y hasta decorativo; una figura entre la catalepsia y el servicio público, según Mariano Baptista. Lejos de eso, este vicepresidente ha sido hasta ahora parte de la dupla más poderosa, probablemente de toda nuestra historia política; el segundo hombre esta vez es el segundo de verdad, y goza y ejerce poder con rigor en todas sus esferas.
Su paso por las pantallas de televisión lo ha dotado además de un profundo conocimiento del mundo de la comunicación y de su indisoluble vínculo con el espectáculo; como panelista y comentarista de noticias adquirió un perfil público que lo colocó en la categoría de famoso, en la construcción de la antesala del poder.
Ya no se trata entonces simplemente del intelectual de izquierda, de extremo compromiso en el terreno de la acción política, y de aura mitológica en virtud a su compleja historia personal. Los que todavía tenían esa imagen de ese García Linera, son quienes han dicho que imaginaban que la boda de un académico, marxista, indigenista y guerrillero, debía ser un trámite sencillo y sobrio, acorde con sus creencias y con su estilo de vida.
No debería causar sorpresa el hecho de que la ocasión haya sido comprendida y asumida de una manera diametralmente opuesta. No sin antes precisar que me parece un absurdo comprar las conjeturas que apuntan a que el matrimonio es una farsa montada sobre el interés de cambiar su perfil, creo que, como era de esperarse, el vice aprovecho simplemente la ocasión de este evento en su vida personal, para hacer política, lanzando una serie de señales. Esto me parece normal en alguien que vive exclusiva e íntegramente para la política, pero además creo que, desde esa perspectiva, lo ha hecho con mucho éxito.
Convengamos en que el fuerte de este gobierno, desde el día uno, es el manejo de la simbología y la construcción de la mitología del nuevo poder. Todo lo que dicen y lo que hacen está en función a aquello y, desgraciadamente, el tiempo se está encargando de confirmar de que detrás de lo simbólico y lo mediático, hay solamente eso y nada más que eso.
En esa óptica, la boda era una joyita que no podía desaprovecharse, y por ello la meticulosa orquestación de generación de expectativas y el monumental remate mediático. Las señales que se mandaron en ese operativo paralelo a la circunstancia personal del vice fueron diversas y apuntaron más allá de su perfil; sin embargo, la primera lectura tiene que ver con eso: el mandatario ya no es más el divorciado cincuentón que no valora la institución del matrimonio y la familia, temas sagrados para las clases medias urbanas.
Otro ángulo que seguramente valía la pena destacar eran las características de su pareja, una mujer profesional, de alto perfil mediático, muy agraciada y proveniente de una posición social acomodada. Allí la recuperación del lazo social del indigenista contestatario con las burguesía urbanas, funcionó de mil maravillas. Para evitar disgustos y descontentos en el otro extremo, eran necesarias las señales de ritualidad originarias en el escenario tiahuanacota y el primer capítulo de fiesta popular, con ají de fideo incluido. Luego el matrimonio religioso en la solemnidad catedralicia para restablecer los vínculos, no con la iglesia, sino con espíritu religioso, otro fundamento esencial a ojos de la sociedad.
El tema regional tampoco fue descuidado; el guiño se hizo en la planificación desde Santa Cruz, con el concurso de las figuras más emblemáticas de la industria social. La síntesis, el plato fuerte mediático, fue obviamente el espectacular trasfondo de realeza y el matiz de farándula que se le imprimió a todo el proceso.
El resultado de todo esto, a mi modesto entender, fue un éxito rotundo. Al margen de las críticas personales y los ataques políticos, los efectos deseados fueron contundentes; el poder se dio un baño de humanidad, y el público se abandonó con entusiasmo a la fantasía del cuento de hadas. El manejo simbólico y las señales políticas enviadas calaron profundamente en la sensibilidad de la gente, pero además modificarán opiniones y posiciones acerca del vicepresidente, e incluso del carácter del régimen. Sena-quina, para ponerlo en términos ponerlo en términos populares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario