Una vez disipados los suspiros,
los vivas, los enhorabuenas y los vituperios, las críticas y las burlas, no
está de más hacer una lectura desapasionada de la boda del vicepresidente
Álvaro García Linera. El ardor con el que tanto seguidores como detractores reaccionaron
ante la preparación y escenificación del mega evento es una clara confirmación
de que el poder, junto al romance y el espectáculo, es la mezcla explosiva
perfecta para excitar pasiones y mover opiniones en la sociedad moderna. Estará
usted pensando que olvidé mencionar el principal ingrediente de la fórmula, el
dinero; claro que también es importante, pero a veces puede ser no
indispensable, en la medida en que no alcanza para comprar fama y poder.
Y el vice no es un vice
cualquiera; es un vice con mucho poder, atípico en relación a sus predecesores
y a la extraña naturaleza de un cargo tradicionalmente accesorio y hasta
decorativo; una figura entre la catalepsia y el servicio público, según Mariano
Baptista. Lejos de eso, este vicepresidente ha sido hasta ahora parte de la
dupla más poderosa, probablemente de toda nuestra historia política; el segundo
hombre esta vez es el segundo de verdad, y goza y ejerce poder con rigor en
todas sus esferas.
Su paso por las pantallas de
televisión lo ha dotado además de un profundo conocimiento del mundo de la
comunicación y de su indisoluble vínculo con el espectáculo; como panelista y
comentarista de noticias adquirió un perfil público que lo colocó en la
categoría de famoso, en la construcción de la antesala del poder.
Ya no se trata entonces
simplemente del intelectual de izquierda, de extremo compromiso en el terreno de
la acción política, y de aura mitológica en virtud a su compleja historia
personal. Los que todavía tenían esa imagen de ese García Linera, son quienes
han dicho que imaginaban que la boda de un académico, marxista, indigenista y
guerrillero, debía ser un trámite sencillo y sobrio, acorde con sus creencias y
con su estilo de vida.
No debería causar sorpresa el
hecho de que la ocasión haya sido comprendida y asumida de una manera
diametralmente opuesta. No sin antes precisar que me parece un absurdo comprar
las conjeturas que apuntan a que el matrimonio es una farsa montada sobre el
interés de cambiar su perfil, creo que, como era de esperarse, el vice
aprovecho simplemente la ocasión de este evento en su vida personal, para hacer
política, lanzando una serie de señales. Esto me parece normal en alguien que
vive exclusiva e íntegramente para la política, pero además creo que, desde esa
perspectiva, lo ha hecho con mucho éxito.
Convengamos en que el fuerte de
este gobierno, desde el día uno, es el manejo de la simbología y la
construcción de la mitología del nuevo poder. Todo lo que dicen y lo que hacen
está en función a aquello y, desgraciadamente, el tiempo se está encargando de
confirmar de que detrás de lo simbólico y lo mediático, hay solamente eso y
nada más que eso.
En esa óptica, la boda era una
joyita que no podía desaprovecharse, y por ello la meticulosa orquestación de generación
de expectativas y el monumental remate mediático. Las señales que se mandaron
en ese operativo paralelo a la circunstancia personal del vice fueron diversas
y apuntaron más allá de su perfil; sin embargo, la primera lectura tiene que
ver con eso: el mandatario ya no es más el divorciado cincuentón que no valora
la institución del matrimonio y la familia, temas sagrados para las clases medias
urbanas.
Otro ángulo que seguramente valía
la pena destacar eran las características de su pareja, una mujer profesional,
de alto perfil mediático, muy agraciada y proveniente de una posición social
acomodada. Allí la recuperación del lazo social del indigenista contestatario
con las burguesía urbanas, funcionó de mil maravillas. Para evitar disgustos y
descontentos en el otro extremo, eran necesarias las señales de ritualidad originarias
en el escenario tiahuanacota y el primer capítulo de fiesta popular, con ají de
fideo incluido. Luego el matrimonio religioso en la solemnidad catedralicia
para restablecer los vínculos, no con la iglesia, sino con espíritu religioso,
otro fundamento esencial a ojos de la sociedad.
El tema regional tampoco fue
descuidado; el guiño se hizo en la planificación desde Santa Cruz, con el
concurso de las figuras más emblemáticas de la industria social. La síntesis,
el plato fuerte mediático, fue obviamente el espectacular trasfondo de realeza y
el matiz de farándula que se le imprimió a todo el proceso.
El resultado de todo esto, a mi
modesto entender, fue un éxito rotundo. Al margen de las críticas personales y
los ataques políticos, los efectos deseados fueron contundentes; el poder se
dio un baño de humanidad, y el público se abandonó con entusiasmo a la fantasía
del cuento de hadas. El manejo simbólico y las señales políticas enviadas calaron
profundamente en la sensibilidad de la gente, pero además modificarán opiniones
y posiciones acerca del vicepresidente, e incluso del carácter del régimen.
Sena-quina, para ponerlo en términos ponerlo en términos populares.
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