miércoles, 27 de abril de 2011

¡Que vivan los novios! (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete28/04/11)

Esta semana no se puede escribir de otra cosa. Todo ha pasado a segundo, a tercer y a cuarto plano. Las guerras civiles y las masacres civiles en medio oriente han desaparecido; la emergencia nuclear de Fukushima y sus implicaciones energéticas globales son cosa del pasado; la dupla Sarkozy/Berlusconi revisando el acuerdo de Schengen para repeler a los árabes que huyen de la guerra, ha pasado desapercibida; incluso la Champions League es noticia de relleno. El mundo sólo tiene ojos para la boda real en Inglaterra.

Se casan el señor William Arthur Philip Louis y la señorita Catherine Middleton. El novio no es el filósofo del momento ni la revelación literaria del Reino Unido; no es el nuevo ideólogo de la política británica, tampoco es candidato a nada y seguramente nunca ha escrito más de diez líneas seguidas. Curiosamente tampoco es un empresario exitoso del mundo de la informática, no viste la casaca número diez del Real Madrid y tampoco es cantante de rock; ni siquiera es cantante de pop. Creo que su única gracia es pilotar helicópteros, lo que en realidad no está nada mal para un muchacho de veintinueve años.

La novia, bueno, también tiene veintinueve tiernos añitos, y sus principales logros tienen que ver con ser la hija de un acomodado hombre de negocios y haberse desempeñado como encargada de compras de una cadena de tiendas. No es ni súper modelo, ni tenista profesional, ni top chef, ni premio Pulitzer de periodismo.

Pobres chicos. Son más o menos normalitos los dos, y por crueles circunstancias del destino, están metidos en un circo de dimensiones siderales que, tarde o temprano, terminará haciendo miserables sus vidas.

Pero en fin, más allá del drama humano de la pesada condena de estos muchachos, lo verdaderamente notable de esta historia idílica de príncipe y plebeya, es el inusitado interés que habría causado en todo el mundo. Me asalta la duda: si todos los medios de comunicación de renombre mundial, cadenas de noticias, periódicos, canales públicos y privados, y además los canales “serios” de reportajes como Discovery Channel o National Geographic, se han abocado desmesuradamente al tema, ¿quiere decir esto entonces que todo el mundo está pendiente de tan absurdo evento?

Es que hay una diferencia. Se supone que si los medios priorizan un evento, es porque éste es del interés de la gente, ¿no ve? Otra cosa sería que los medios estén sobredimensionando una charada que no le interesa más a unos cuantos que todavía creen en los cuentos de hadas. En el primer supuesto, estaríamos asumiendo la crisis generalizada y global del periodismo, que cada día se parece más a los tabloides amarillistas y sensacionalistas que habitualmente se ocupan de cubrir esas operías.

El segundo supuesto es aterrador, pues querría decir que las grandes mayorías del mundo están vibrando histéricamente con la boda del príncipe, y que esa demanda ha generado la espectacular cobertura y el impacto mediático. Esto también querría decir que el mundo moderno, occidental y globalizado, está realmente en las últimas, alucinando con un espectáculo anacrónico y patético, por su carácter anti democrático, anti republicano, sexista, discriminador, anti meritocrático, oneroso, dispendioso y ridículo. Querría decir que nuestros más hondos anhelos se reflejan en una monarquía inservible hasta para sus propios súbditos. Dios nos libre de esa posibilidad; ojalá se trate nomás de un espejismo mediático.

domingo, 24 de abril de 2011

Perú: riesgo versus certeza (Columna Bajo la Sombra del Olivo-21/04/11)

El tema de las elecciones presidenciales peruanas es medio incómodo para toda la muchachada que intentaba hacer uso político de los resultados. Se suponía que la primera vuelta de los comicios peruanos iba a ser un mensaje ejemplarizador para todos los “salvajes” de la región, acerca de economía, democracia y en fin, el savoir faire del desarrollo. Pero no fue así.

En un país que crece la última década con cifras de dos dígitos y con una historia reciente de gobiernos neoliberales, resulta sorprendente que un tercio del electorado haya optado por Ollanta Humala, un candidato que pese a los avatares del marketing político, es un anti sistémico. Esto me confirma esa sensación de que en Perú, realmente todo es posible; me pareció increíble que los peruanos hayan reelegido a Alan García, después de un primer gobierno desastroso para la izquierda, y también para la derecha; el gobierno de Fujimori fue también asombroso, por decir lo menos: dictadura medio salvaje, salpicada de corrupción en cantidades industriales, en una extraña amalgama teñida de populismo democrático.

Ahora, cuando lo lógico y natural para muchos era una apuesta masiva por la continuidad de la “receta milagrosa” de los últimos diez años, los vecinos se ven frente a una disyuntiva que para nosotros sería más o menos como elegir entre la hija del Goni y el mayor Vargas; venga el diablo y elija, muchos podría decir. Este balotaje, extraño y paradójico a la vez, denota por un lado la evidencia de serios problemas de equidad y de distribución de la riqueza. Parece que el crecimiento de 10% anual no fue muy parejo para todos los peruanos.

La tremenda dispersión del voto contrasta también con la concentración del componente populista que caracteriza tanto a Humala como a Fujimori junior; esto da cuenta, entre otros indicadores, de la profunda desinstitucionalización de la política peruana. Siempre me llamó la atención la fragilidad ideológica de los partidos peruanos contemporáneos, expresada incluso en nombres que sonaban a campaña publicitaria de fin de año (Cambio 90, Fuerza 2011, Perú Posible, Siempre Unidos, Todos por el Perú, y un largo etcétera de fórmulas de marketing).

No todo lo que brilla es oro, y esta falta de correlato entre el crecimiento económico y el desarrollo político, puede terminar cobrando factura. Otra lección para los que creen y afirman que lo único que importa es el crecimiento de las cifras. Otro dato curioso es la fragmentación del voto de la derecha. Se sabe que política y electoralmente Perú es Lima, y también se sabe que Lima es, de alguna manera, su poderosísima burguesía, siempre al mando del poder. El voto de la derecha se atomizó en opciones liberales y populistas, lo que podría hacernos pensar que la burguesía limeña ya no es tan dueña del Perú, o que las burguesías cholas emergentes les están moviendo el piso.

En todo caso nada está dicho en una segunda vuelta de pronóstico reservado. Humala aprendió bien las lecciones del marketing electoral, y esta vez dice ya no lo que piensa, sino lo que debe decir; también ha sumado el apoyo de Toledo, al que no le queda otra, en la medida en que hizo su carrera en base al anti fujimorismo. De todas maneras, ninguno de los candidatos que no pasaron a la segunda vuelta tiene la capacidad de endosar su votación.

Esperamos con curiosidad los resultados de una elección en la que los peruanos deberán elegir entre el riesgo de Humala y la certeza de los Fujimori de vuelta en el poder.

jueves, 7 de abril de 2011

El Bolívar en su laberinto (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-07/04/11)

Los bolivaristas recién se están desayunando con que su club había tenido dueño, y ellos, patrón. Ahora que terminó la luna de miel con los billetes, ahora que ya es difícil estirar más las promesas, ahora que nadie está, ni podría estar, contento con los resultados, ahora que las papas queman, resulta que los más ingenuos están cayendo en cuenta que pueden tirarse al suelo y patalear cien mil veces, y que el resultado será como quejarse contra el banco (y no precisamente el de suplentes, ¿me entiende?)

Esta pequeña pesadilla no figuraba en el libreto, y nunca debió haber ocurrido. Se suponía que la inversión desinteresada y millonaria realizada por el mega empresario Marcelo Claure, les iba a suponer a los celestes un salto cualitativo que dejaría en ridículo al resto de los equipos en toda Bolivia. Nadie esperaba que eso ocurriera de la noche a la mañana, pero después de cuatro años, creo que no hubo bolivarista que no imaginara a su club, como mínimo, codeándose con los grandes de Sudamérica.

La realidad indica que nada de eso ocurrió, y que hoy el Bolivar es un equipito más de la pobre liga boliviana. Goles más, goles menos, está en el mismo nivel de mi entrañable y miserable Strongest, y lejos del mejor equipo del país, Oriente Petrolero. Las expectativas fueron lo único grande, y el Bolívar está un poco como la economía del país, con mucha plata, pero sin crecimiento.

Pero lo tragicómico recién viene ahora. Cuando las cosas no andan bien en un club por largo tiempo, se estila, en todo lado, echar al técnico; si las cosas siguen saliendo mal, generalmente se busca cambiar a la dirigencia, es decir al presidente del club. Los pobres bolivaristas que en este momento están pensando que ha llegado el momento de cambiar la dirigencia, tendrán que toparse a fin de año con una parodia de democracia en la que tendrán que elegir entre el empleado del patrón y algún otro suicida que se atreva a hacerse cargo del club, con el dueño del billete al frente. Claure ya se ocupó de curar en salud a los posibles voluntarios, indicando el perfil deseado y los requisitos mínimos para aceptar o rechazar candidatos, amenazando veladamente con la disminución al mínimo de recursos para la ex institución, si es que resultara elegido presidente alguno que no sea de su agrado.

La academia es ahora una empresa inmobiliaria en la que Baisa S.A., evidentemente, cubre toda las planillas y los costos administrativos, pero a cambio, eso sí, de todos los ingresos (entradas, sponsors, derechos de televisión, participación en torneos internacionales, venta de jugadores, etc.), y del usufructo de los predios y propiedades del Bolívar, ¡por los próximos dieciséis años! (¿será por eso que la prioridad es construir un rascacielos en Obrajes?)

No tengo nada en contra de Claure, ni de sus exitosos negocios, ni de sus legítimos deseos de comprar sus más caros sueños. Pero siempre he estado militantemente en contra de que las instituciones sean compradas por personas, sin importar sin son buenas o malas. Los clubes de fútbol, al igual que los partidos políticos, las universidades o cualquier otra institución, son una suma de historia, de principios, de valores, de individuos y de otros intangibles, que los hacen únicos para quienes pertenecen a ellos. Jamás deberían ser vendidos a ningún individuo, ni por todo el oro del mundo.

Cómo se extraña la figura de dirigentes como Mario Mercado o Rafael Mendoza, que pusieron alma, vida, corazón y mucho dinero en sus clubes, y nunca pretendieron ser sus dueños.

domingo, 3 de abril de 2011

Las dos caras de La Moneda (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-03-04-11)

El cambio de estrategia con Chile realizado por Evo Morales, en su ya característico hermetismo para la toma de grandes decisiones, nos dejó a todos con la boca abierta. Nadie vio venir, en aquel momento, una medida tan audaz, en el país, y menos aún en Chile, en donde la perplejidad dio paso rápidamente a la indignación. Los medios manejan trascendidos que indican que un pequeño grupo de cuatro personas habría decidido durante dos días de intensas reuniones, éste golpe de timón que nos cayó como balde de agua fría a los optimistas ingenuos.

El mismo 23 de marzo, Día del Mar y día del anuncio presidencial, se publicaba una columna mía en el suplemento especial editado por Página Siete, en el que esgrimía mis razones para un optimismo moderado frente a los avances que se habían logrado los últimos cinco años. Argumentaba que el crecimiento económico chileno en el largo plazo estaba, de una u otra manera, ligado al gas natural proveniente de Bolivia, y que eso, junto a la necesidad de agua, necesaria para el norte chileno, pero también para lavarse la cara ante el mundo del estigma pinochetista y del permanente conflicto con todos sus vecinos, podían ser razones suficientes para un acuerdo. Pensé que podía esperarse una propuesta razonable de parte de Chile, en la vía del corredor con cuasi soberanía, como paso previo a una solución definitiva.

Debo decirlo sin rodeos: me equivoqué medio a medio, al sobreestimar a la derecha chilena. Pensé de verdad que el gobierno de Sebastián Piñera tendría la visión histórica suficiente como para asumir que el problema con Bolivia (que por supuesto existe) tendrá que ser solucionado tarde o temprano, y que éste era un momento propicio para dar un paso importante en esa dirección.

Asumí, erróneamente también, que era razonable pensar en una política de estado chilena al respecto, y que el actual gobierno le daría cierta continuidad a los avances realizados por la presidenta Bachelet; pero resulta que las cosas no habían sido así. Recién ahora, producto del remezón ocasionado por la decisión boliviana, comienza a aflorar cierto tipo de información proveniente de círculos de poder en Chile, que da cuenta de una posición muy distinta.

El relevo de la Concertación por la Coalición por el Cambio, integrada por Renovación Nacional, la UDI y Chile Primero, habría ocasionado en la cancillería chilena una depuración de figuras de perfil político progresista, a favor de cierto grupo de “halcones” de línea dura y pragmática. Esto nos dice que no hay tal institucionalidad en la política exterior chilena, y que la cancillería se habría puesto en línea con un gobierno de tecnócratas empresarios, interesados únicamente en temas de corto plazo, de interés económico inmediato, y en la lectura de encuestas de opinión locales. Es decir el clásico gobierno de derechas, absorto en la priorización de temas pragmáticos, e incapaz de crear un correlato político de su gobierno, de miradas y alcances más amplios y profundos.

En esa línea, la posición de Chile resultaba muy cómoda: darle largas al asunto indefinidamente amparados en el dialogo permanente de los trece puntos, esperar el fallo pendiente de su diferendo con el Perú, y jugar con la impaciencia boliviana, que consideraba que la negociación había llegado a un punto en que debían producirse propuestas mínimamente concretas.

Con las cosas así, la lectura del gobierno boliviano fue que la propuesta chilena no sería ni “práctica”, ni “realista”, ni buena, ni mala, porque simplemente no iba a llegar nunca, en la medida en que no existía la voluntad política de jugarse por un acuerdo. En otras palabras, entre partidos de fútbol, apretones de manos y reiterados encuentros, nos habían estado mamando con un pasteo de nunca acabar.

Si algo de verdad hay en todo esto, el cambio de estrategia fue una salida necesaria, oportuna, y bien pensada, considerando además que no se ha abandonado el dialogo, y no se busca la confrontación. Hay quienes dicen que en Santiago hubieran deseado que el golpe de timón boliviano hubiese sido acompañado de recriminaciones y diatribas, pues eso hubiera permitido señalarnos como los responsables de un retroceso.

¡A mamar a los caminos! Claro que tenemos el derecho, y la obligación, de buscar vías alternativas y complementarias, en virtud a la falta de frutos de un proceso que se encaró con responsabilidad, constancia y consecuencia. Pena entonces que esto incomode al gobierno chileno, que mucho se ocupó de sopesar la pérdida de popularidad interna de Evo Morales, pero que subestimó su alto perfil internacional. La figura del presidente no servirá mucho en el proceso jurídico, pero si será un importante instrumento de presión en todos los foros internacionales.

Hay que destacar también el llamado del gobierno a ex presidentes, ex cancilleres y especialistas, para colaborar y acompañar este proceso que, todos sabemos, será largo y penoso. Creo que más allá de nuestras expectativas, de nuestros colores y tendencias políticas, la mayoría de los bolivianos (a excepción del cardenal Terrazas, para variar) estamos dispuestos a sostener este nuevo esfuerzo, haciendo abstracción de las mezquindades políticas y los cálculos de corto plazo.