jueves, 29 de marzo de 2012

Los nuevos evangelistas de la tecnología (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-29-03-12)

Qué tal si un día usted se topa conmigo, y yo le salgo con que no sé si podría vivir sin mi Nissan Murano, o que mi vida no sería igual sin mis lentes Armani, o que me sentiría amputado e incapaz de seguir viviendo plenamente, si por alguna razón ya no pudiera usando mis audífonos Beats. Pues bien, como es natural, usted pensaría ya sea que me he convertido en un imbécil, o que algo muy extraño me ha ocurrido en la vida, al punto de haberme hecho perder la perspectiva. En todo caso, las dos opciones son gravísimas.

Resulta que me ocurre cada vez con más frecuencia sentirme perturbado por ciertas reacciones de gente muy querida y que considero que están lejos de ser imbéciles, que actúan como poseídos por una fuerza sobrenatural, cuando se refieren a su relación con sus teléfonos móviles. La tenencia de estos dispositivos, con tales o cuales atributos, parece estar causando estragos en la mente de sus usuarios, que van más allá de la simple dependencia operativa, y que rayan en la alienación y en el desquiciamiento.

Reconozco que el salto tecnológico que han dado los smartphones en los últimos años nos ha deslumbrado a todo, y que sus utilidades nos han cambiado, para bien o para mal, los patrones de trabajo y hasta el ritmo de nuestras vidas; yo mismo soy, considerando demás mi edad, un tipo inquieto con la tecnología y afecto a los gadgets de todo tipo.

Pero créanme, otra cosa son los nuevos evangelistas de la tecnología, secta conformada por los usuarios del célebre iPhone de Apple. He visto de cerca horrorosos casos de trasmutación personal, muy similares a lo que ocurre cuando alguien entra a una secta religiosa, y no puede resistir el impulso de compartir en público su salvación, desesperándose por convertir a sus congéneres, alumbrándolos con la nueva luz.

He tenido la oportunidad de utilizar durante un tiempo el sagrado aparatito, y debo decir que ciertamente es fantástico, pero curiosamente no es ni único ni extraordinario; prácticamente todas las cosas que hace, las puede hacer algún otro teléfono inteligente que corra con Android. Claro, el iPhone siempre será más finito, más estable y con alguna cosita extra que lo sitúa en la vanguardia.

Lo que pasa es que la marca Apple es una cosa tan poderosa como todas las otras marcas del mundo juntas; es el símbolo del dinero, del poder y del éxito, los tres mandamientos del “mundo moderno”. Es la empresa tecnológica más grande del mundo, la que más utilidades tiene (aunque para ello los fabricantes chinos esclavicen a sus empleados), dirigida por el nuevo gurú de las masas occidentales. Usar una marca de ese calibre no da solamente estatus, sino sentido de pertenencia y una seguridad parecida a la salvación. No tenerla o perderla, te lo quita todo.

¿Está hablando éste humilde columnista por pura envidia? Es posible. No tengo un iPhone porque es un producto caro y no tengo la espalda para ser usuario Apple; para serlo, debería tener mi iPhone sincronizado con un iPad y, mejor aún, con una iBook; poder renovarlos cada dos años y comprarme otro si lo pierdo o me lo roban, cosa bastante probable cuando uno anda cargando consigo dos mil dólares. Podría hacer el esfuerzo, pero sería algo así como tener una Range Rover, y no tener la plata para la gasolina, los repuestos y el seguro.

Pero también me asusta convertirme en otro chinchoso abogado defensor de oficio de la Apple, y poder llegar a sentir que mi felicidad y mi funcionalidad dependen de un aparato electrónico; la verdad, suficientes conflictos tengo en la vida como para inventarme uno más.

jueves, 22 de marzo de 2012

Prolegómenos del próximo round del TIPNIS (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-22/03/12)

El padre de todos los conflictos comienza nuevamente a dibujarse en un escenario sucio y complejo, que plantea más dudas que certezas. Las fuerzas en pugna alrededor del TIPNIS esta semana han comenzado a lanzar sus cartas sobre la mesa, tanteando el timing político de una batalla estratégica en la que los actores saben bien que se juegan el todo por el todo. La dirigencia indígena anuncia la fecha de inicio de la IX marcha el 20 de abril, y el gobierno define inmediatamente después el arranque de su consulta para el 15 de mayo.

Ninguna de estas decisiones es gratuita y nada se ha dejado al azar o a la improvisación en la preparación de este nuevo round en el que podría definirse el curso del suceso político más importante de los últimos años; en esa medida, propios y extraños están atentos y pendientes de las movidas en el tablero, evaluando la manera en que se alinearán en el juego, a medida en que se vayan desarrollando las cosas.

La primera constatación de relevancia que no se puede pasar por alto en el análisis es la evidente recuperación de la iniciativa política de parte del gobierno; ya no estamos hablando del mismo gobierno acorralado y reactivo del año pasado. En los dos últimos meses el nuevo equipo político del ejecutivo ha operado intensa y agresivamente, no solamente en la región del conflicto, sino en todos los frentes posibles; la penetración económica acompañada incluso con efectivos militares y la gestión política con actores directos e indirectos ha tenido hasta el momento el efecto de desinflar en alguna medida el fondo político del asunto, complejizando la trama de actores y demandas.

Las dádivas, las presiones, las concesiones, los chantajes y amedrentamientos parecen haber sembrado las dudas esperadas y han precipitado quien sabe algunas decisiones, colocando al gobierno un paso adelante. No se explica de otra manera la contradicción entre la decisión asumida anteriormente por la CIDOB, en sentido de no permitir el ingreso de los encargados de la consulta a sus territorios, con el anuncio de la marcha. ¿Cómo harán para oponer dicha resistencia si están marchando en las carreteras? Podría ser entonces que esta decisión tenga como objetivo que la consulta se realice en ausencia de los interesados, lo que evidentemente le restaría toda legitimidad y validez.

Si la ofensiva del gobierno ha comenzado a minar el terreno indígena, y no queda otra que precipitar la marcha, habrá que preguntarse entonces cuales pueden ser las expectativas reales. ¿Será que en la coyuntura actual se pueden redituar las mismas adhesiones y el mismo impacto de la marcha del año pasado? Me temo que hoy, eso es poco probable, considerando además que en las fechas previstas, como todos los primero de mayo, el gobierno habrá planificado aplacar tensiones sectoriales con aumentos salariales y regalos varios.

Una marcha simultánea a la consulta, por muy extemporánea y amañada que ésta sea, podría complicarle el panorama a la dirigencia indígena, más aún cuando también se ven venir otras contramarchas a favor de la consulta y la carretera. Y si la marcha apuesta por una nueva intervención violenta que desataría otra reacción a grandes escalas, pues creo que estarían pecando de ingenuidad. El ministro Quintana ha demostrado en los sucesos que estallaron en la masacre del Porvenir, que tiene la sangre fría para administrar con gran pericia situaciones de alta tensión. En otras palabras, está bien difícil que el gobierno vuelva a meter la pata.

En todo caso, todavía queda tiempo para los errores, o para que los mirones oportunistas terminen de embarrar el escenario. Al buen entendedor, salud.

domingo, 18 de marzo de 2012

Deja vú (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-18/03/12)

La crisis que atraviesa Europa y los métodos económicos y políticos que intentan aplicar para resolverla son un curioso deja vu para quienes habitamos en este lado del mundo. El calvario que sufrimos en Latinoamérica en la década de los noventa se reproduce allí estación por estación, con diferentes actores y en circunstancias distintas, pero con un telón de fondo asombrosamente parecido al nuestro.

Que el tamaño de las economías es otro, que su cultura institucional puede ser mucho más sólida, que su peso y su capacidad de negociación con el mundo global son de otro calibre y que el mundo, probablemente no se puede dar el lujo de permitir que caigan como lo hicimos nosotros en su momento, no excluye a estos gigantes del primer mundo, de tener que vérselas, igual que nosotros, con el desagradable rostro de la factura política y social.

Y es que desde estas latitudes, sabemos de memoria que un desbarajuste de esa magnitud trae indefectiblemente consecuencias que trascienden el plano estrictamente económico; ahora mismo, la clase política europea está demasiado absorta en el vértigo del día a día del cálculo financiero, y demasiado apremiada para pensar en correlatos de mayor profundidad, pero la cruda realidad no espera ni da tregua, y de alguna manera, sin pedir permiso, ya han instalado en sus sociedades temas feos y potencialmente explosivos.

No me detendré en el debate de si la crisis europea es financiera, económica o estructural, pero lo que sí está claro es que se trata de una crisis mayúscula que tiene que ver con una progresiva pérdida de sus capacidades productivas, con su competitividad, con el hecho de haber gastado por mucho tiempo más de lo producido, con el contagio de la gran crisis financiera estadounidense del año 2008, con la falta de regulación del sistema bancario, con las grandes asimetrías entre los países de la comunidad, y con, oh sorpresa, altos índices de corrupción privada y estatal, rasgo que se pensaba era privativo de países salvajes del tercer mundo.

El remedio elegido para intentar resolver la enfermedad es el ajuste estructural de corte neoliberal, que no hace falta describir, en la medida en que todavía lo tenemos fresco en la memoria. Al otro lado del atlántico, el presidente Obama eligió al parecer otro remedio, el noekeynesianismo, que difiere en sus métodos con el neoliberalismo, pero que en este caso tiene algo en común con la decisión europea: su falta de resultados.

Pero lo importante para este análisis es fijarnos en quiénes tomaron estas decisiones para la crisis europea; ciertamente no fueron los municipios, ni los gobiernos locales, y ni siquiera los estados centrales. Las decisiones hoy se toman para todos desde Bruselas, donde la troika formada por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, dictan las medidas a gobiernos arrodillados, sin importar su tendencia. Una foto tomada en Bruselas durante le enésima reunión de ministros de economía, grafica bien la situación: En ella se ve al comisionado europeo, en actitud de chacota entre amigotes, estrangulando al ministro de economía español, que llegaba a la reunión en la humillante misión de rogar por una flexibilización en el margen del déficit fiscal permitido por sus tutores.

Los españoles, así como el resto de los ciudadanos europeos, se dan cuenta de que, más allá de los números, lo que está en entredicho es su soberanía política. Ya nadie es tan ingenuo para pensar en el escenario comunitario, en el que se debía consensuar políticas que beneficiaran al conjunto; ahora la figura es de franca imposición, y quien decide es el dueño del circo, es decir el gobierno alemán. Quien esté pensando que esta pérdida de capacidades de decisión en temas fundamentales no tendrá efectos políticos y sociales de gran calado en los países que la sufren, simplemente vive en otro mundo.

Aun asumiendo que el concepto elemental de soberanía podría ser considerado como un anacronismo absurdo superado por la realidad global, no parece muy sano subestimar los efectos de su ausencia en la salud de la democracia y de la calidad de la representación política. ¿Cuál será el sentido de la democracia para un europeo que debe apostar electoralmente por un diputado, por un gobernador o por un presidente, a sabiendas de que, por encima de todo, priman instancias suprapolíticas, que serán las que finalmente definirán su vida? ¿Quién elige realmente a los mandamases que cortan el queque? ¿Qué chiste tiene un sistema de representación en el que los partidos se desgañitan por destacar sus diferencias ideológicas, para terminar en el mismo cadalso? ¿Para qué elegir un presidente, si Europa ya tiene una presidenta?

Esos son los ingredientes que se cuecen lentamente en el fondo de la olla europea; querellas que buscarán respuestas concretas, más temprano que tarde y amén de las recetas anticrisis. Pase o no pase la tormenta, la Europa del futuro inmediato no será la misma, y mostrará los moretones sociales de una crisis de consecuencias imprevisibles.

Podrá ser el fin de un experimento comunitario de cincuenta años, el retorno de propuestas endógenas de alto contenido nacionalista y xenófobo, o el estallido social como prolegómeno del extremismo ideológico. Desde acá, sabemos que todo es posible después del ajuste, pero eso habrá que preguntárselo al joven europeo de veinticinco años, que no es desempleado, sino que nunca tuvo empleo.

jueves, 15 de marzo de 2012

Homenaje permanente (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-15/03/12)

¿Cuál sería el mejor homenaje póstumo a Domitila Chungara? ¿Una calle que llevase su nombre? ¿Un monumento en cada capital de departamento? ¿Un premio anual a la defensa de los derechos humanos y la democracia que también llevase su nombre? ¿Un feriado nacional tal vez?

Yo más bien me animo a pensar que esta extraordinaria mujer sonreiría desde el más allá, si es que el recuerdo de su vida y su muerte nos sirviera en adelante para reflexionar acerca de la democracia, y de nuestra democracia.

Es verdad, ella fue una ciudadana excepcional, que deslumbró en su momento a propios y extraños con su cándida lucidez, su valentía fuera de toda proporción, y su tenaz consecuencia. También es cierto que uno de los momentos emblemáticos de su larga vida de lucha, la huelga de hambre que protagonizó junto a otras cuatro mujeres mineras, desencadenó la renuncia del dictador Banzer y posibilitó eventualmente la recuperación de la democracia años más tarde.

Pero estoy convencido de que su vida y su memoria trascienden cualquier tipo de circunstancia, por muy heroica que fuera, pues de alguna manera simbolizan nuestra vocación, digo más, nuestra obsesión democrática, y sobre todo el rol de la sociedad organizada en su defensa, su continuidad y su mejora.

Ese será mi homenaje agradecido a la señora Chungara: Cada vez que se hable de democracia, intentaré recordarla; cada vez que el debate político interesado intente convencernos nuevamente de que la democracia es una camisa de fuerza, una suma de astutas normas que termina favoreciendo al que más tiene, trataré de pensar en ella; y cada vez que vea que la gente de a pie se ponga las pilas y ponga las cosas en su lugar, pensaré que el espíritu de esta señora sigue allí.

Nuestra atormentada historia ha conspirado sistemáticamente contra los valores democráticos, y sin embargo siempre hemos sido capaces de encontrar las maneras de lidiar con las tiranías, y dar grandes saltos cualitativos en la permanente construcción democrática. El valor democrático está, pese a lo que muchos piensan, en nuestro código genético; nos atormenta, nos obsesiona y termina siempre movilizándonos en la dirección correcta.

Pero cada vez que damos un salto hacia adelante, la misma ciudadanía debe volver a enfrentar las deformaciones de los nuevos frutos y de los nuevos actores de la democracia. Los viejos partidos, que pusieron la cara y la sangre junto a dirigentes como Domitila en la lucha contra las dictaduras, tuvieron que ser removidos por la ciudadanía organizada años después, pues la permanencia viciosa en el poder, les hizo olvidar el significado de la democracia.

Hoy, los excesos de la nueva clase política son inmunes a la acción de la oposición política, pero han sido ya varias veces frenados e interpelados por la gente, que en determinadas circunstancias no vacila en reorganizarse y movilizarse para trazar las líneas de lo permisible y lo inadmisibles (por favor no confundir con el nuevo corporativismo de algunos movimientos sociales). En esa acción, a veces anónima y otras desde la dirigencia de base, se encuentran las miles y los miles de ciudadanos que evocan a esta brava señora. Esa gente ha definido, define y seguirá definiendo el curso de las cosas, a cambio de nada; harán lo que tengan que hacer, a cualquier costo y sin la expectativa oculta del cargo, de la posición, del liderazgo o de la carrera política.

Así me gusta pensar la política, y es por eso que así quisiera recordar a Domitila Chungara.

jueves, 8 de marzo de 2012

El crimen sí paga (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-08/03/12(

Cuando los delincuentes roban y matan a la gente pobre a nadie se le mueve un pelo en este país. Aquello ocurre todos los santos días, pero eso solamente es motivo de noticias en el Telepolicial y en los periódicos sensacionalistas, es decir en ámbitos ordinarios y de muy mal gusto para nuestra delicada sensibilidad.

Tuvieron que ser asesinados dos periodistas en El Alto para que el tema de la delincuencia se agende nuevamente como un tema de máxima prioridad, máxima preocupación y máximo espanto en la opinión pública. Y es que así son las cosas; tiene que morir alguien acomodado, rico o influyente para que salten los fusibles de un circuito podrido, que amenaza en cualquier momento con incendiarnos a todos.

Como también ocurre de manera recurrente, se desataron a raíz del hecho, una serie de intentos de linchamiento, enfrentamientos con la policía y movilizaciones en demanda de la aplicación de la pena de muerte, protagonizados por aquella gente que no puede darse el lujo de convertir sus barrios en urbanizaciones cerradas, o contratar guardias de seguridad privados en sus casas, o instalar modernos sistemas electrónicos de seguridad para prevenir y resguardarse del azote cada vez más avezado de las hordas de ladrones y asesinos.

Y como siempre, tampoco tardaron en aparecer las voces pontificales y moralinas encargadas de tildar a esas reacciones de furia e impotencia, de primitivas e incivilizadas; cosas de salvajes para quien no se han tomado la molestia de ponerse por un momento en los zapatos de millones de ciudadanos que, además de tener que lidiar día a día con la pobreza, deben sostener una guerra sin tregua contra los maleantes, la policía, la justicia y el abandono estatal.

Digamos las cosas sin matices: nuestro sistema ha fallado estrepitosamente en un combate ganado hace ya mucho tiempo por quienes han optado por vivir al margen de la ley. El crimen, en todas sus formas, le ha doblado el brazo a la sociedad, sencillamente porque es una actividad rentable y relativamente impune; paga bien, y con riesgos mínimos.

Cometer un delito en este sistema permisivo en el que todo vale si se trata de tener más, es a todas luces un buen negocio. Hay que tener solo un poco de cuidado y, si las cosas salen mal, arreglárselas con los socios (en este caso la policía); si las cosas salen un poquito peor, todo tiene arreglo en los estrados judiciales, y, en el peor de los casos, el destino puede ser una cárcel en la que con plata se vive mejor que afuera, y desde la que se puede seguir delinquiendo a todo pulmón.

El tamaño del problema es descomunal y de seguro no se va a solucionar con gestos políticos, ni con una cuantas vagonetas para “fortalecer la labor de una institución aquejada por la falta de equipamiento”. Estamos frente a una situación insostenible que requiere de una seria decisión de estado, que permita una reforma radical de la policía, del sistema judicial y del régimen penitenciario.

Y mucho me temo que la refundación de la policía desde sus cimientos, la reestructuración integral de las fiscalías, la reforma del código penal, el endurecimiento de las penas, la construcción de cárceles de verdad y el desarrollo de políticas sociales de prevención, necesita de una voluntad política y de una cantidad de millones que éste, ni ningún otro gobierno estará dispuesto a enfrentar, considerando además los intereses que se deberían tocar para que funcione con éxito.

El único consuelo que algo de esperanza da, es el antecedente de otros países o ciudades que han logrado revertir peores situaciones.

domingo, 4 de marzo de 2012

Brasil (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-04/03/12)

Me llama la atención la ingenuidad generalizada de la prensa en general cuando se han referido al acuerdo anti drogas y a la recomposición de relaciones entre Bolivia y los Estados Unidos. Con mucha picardía criolla, los medios de comunicación han querido retratar los últimos capítulos de esta larga y penosa novela de intentos de normalización de lazos, como una suerte de acercamiento con los norteamericanos; un poco la idea de que Evo finalmente arregla y tranza con los gringos, en otras condiciones.

Yo creo que el hilo conduce a otra madeja, y que estas negociaciones son de alguna manera algo tangenciales, y responden en el fondo a una nueva realidad geopolítica regional y al replanteo de nuestras relaciones con el Brasil.

Para bien o para mal, los gringos abandonaron hace tiempo gran parte de lo que consideraban su patio trasero; el 11 de septiembre y la crisis financiera le han marcado rumbos completamente distintos a la política exterior norteamericana, y hoy parece que no tienen las ganas, el tiempo ni la espalda de ocuparse mucho de nuestras vidas y miserias. En alguna medida eso también generó mejores condiciones para una cierta consolidación de gobiernos con marcados discursos anti imperialistas en la región.

En el caso específico nuestro, la constatación de que la droga producida en Bolivia ya no llega a sus enormes mercados de consumo, y que circula mayormente entre nuestros vecinos, condujo a que se desentendieran de nosotros. Todas las escaramuzas del gobierno del presidente Morales con Washington, incluidas la expulsión de la DEA y del embajador, no les quitaron un minuto de sueño; diferentes eran las cosas poco tiempo atrás, cuando le presencia y el dedo de los virreyes de la avenida Arce eran determinantes en todas las decisiones importantes de la política interna boliviana, y cuando la embajadora Donna Hrinack se daba el lujo de disfrazar de cowboy a toda la clase política boliviana para festejar el 4 de julio.

Dicho de otra manera, los gringos le han endosado el bulto del problema del narcotráfico boliviano a quien más le afecta, de manera directa e indirecta, es decir a los brasileños; ellos sí tienen una relación importante con los Estados Unidos en su condición de gigante de la región y actor emergente en la economía mundial, y tienen además una serie de otras razones para involucrar, aunque sea formalmente, a Estados Unidos en la fórmula de la lucha antidrogas boliviana; por eso este extraño nuevo baile entre tres, en el que los yanquis ya no ponen la música, sino que se limitan a traer el tocadiscos.

Tan así es la cosa, que el Brasil ha condicionado la vigencia del acuerdo tripartito a la ratificación por la Asamblea Legislativa Plurinacional de un antiguo protocolo firmado entre Bolivia y Brasil en el año 1988, que había quedado guardado en un cajón, pues en esa época eran los americanos los que se ocupaban del asunto; por eso nunca hubo necesidad de aprobar un documento, muy criticado en ese momento por considerarse que contenía elementos que violentaban la soberanía nacional.

Ahora, resulta que el empolvado protocolo adicional es condición sine qua num para que el Brasil eche a andar, con mayores garantías, una máquina en la que tendría que tener el mismo grado de influencias que el que tenía Estados Unidos en la lucha anti drogas. Y es que convengamos: al igual que ocurría con EE.UU., con los que además había otro tipo de problemas de intervencionismo imperial, el narco es un asunto muy delicado con el Brasil, que sin duda puede entorpecer nuestras relaciones.

Habría que tomarse entonces muy en serio el tema con un vecinazo que le ha ganado la pulseta a Chávez en el liderazgo político de la región, y que es el referente de influencia económica indiscutible, por lo menos en el Mercosur. Brasil es nomás el hermano mayor del barrio, y en mundo en el que las relaciones de poder geopolítico entre nuevos bloques se encuentra en pleno desarrollo, nos hallamos ante el desafío de construir una nueva relación con quienes hemos vivido medio de espaldas.

Si como la realidad lo demuestra, es imprescindible un cierto alineamiento en el incierto y cambiante orden mundial, nuestro lugar tendrá mucho que ver con el Brasil. El desafío es que sea junto a, y no de la cola de, y en eso influirá mucho la actitud del vecino, que debe evitar reproducir el comportamiento imperial y colonial que caracterizó nuestra “alianza” con los Estados Unidos. Pese a que históricamente no hemos sentido el peso de un vecino tan poderoso, todos los intereses geopolíticos brasileros nos involucran en mayor o menor grado.

Estamos en el momento en el que debemos construir un nuevo esquema de relaciones de largo plazo con un país amigo, que puede ser el de la complementación y respeto entre un grande y un chico, o el de convertirnos para ellos en el México de los Estados Unidos, con todo lo malo que aquello implicaría. La piedra en el camino es el acuerdo antidroga, y nuestra capacidad de hacerlo funcionar con seriedad y con resultados; pero ojo, es con ellos, y no con los gringos.

jueves, 1 de marzo de 2012

Le coq en fer(mo) (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-01/03/12)

Voy a hacerle un favor al señor Claudio Ferrufino escribiendo sobre él y sobre su absurda reacción en contra del director de éste periódico. No es que me importe mucho lo que haya escrito o lo que haya dejado de escribir, y la verdad es que al señor nunca lo he leído y no lo conozco ni en pela de perros, pero me referiré al lío que ha armado, porque de allí han salido acusaciones de censura y de violación al derecho a la información, asunto que yo no comparto. Leo en su blog, denominado Le coq en fer:

“Si se elige la opción de Mugabe a la de Mandela, de Zimbabwe y no de Sudáfrica, estaremos condenándonos a un baño de sangre que nos tirará al foso de la historia. Ni siquiera será Bosnia, sino Ruanda, Sudán, Costa de Marfil, Sierra Leona, aunque a veces, en las noches de insomnio, sin solución concreta, me pongo malévolamente a pensar que quizá un millón de muertos tendría el hálito de una resurrección.

Primero que nada, creo que el lío tiene su origen en un exceso de cortesía y transparencia de Raúl Peñaranda con el aludido, al mandarle una nota en la que le indicaba las razones por la cuales no publicarían más sus notas. El señor Ferrufino no era columnista del periódico y por lo tanto no había nada que explicarle. Si sus artículos ya no se consideraban apropiados ni aceptables, no había más que dejar de publicarlos. Cientos de personas mandan cosas todos los días a los periódicos sin garantía de publicación y sin necesidad de respuestas ni explicaciones.

“Se dejó pasar la oportunidad (de derrocar al Gobierno), allí cuando La Paz recibió a los marchistas y los jerarcas se orinaban a puertas cerradas, sin ánimo siquiera de mirar al pueblo que tal vez entonces habría ejercido la brutal justicia de las masas”.

Yo soy un columnista provocador, medio liso y a veces hasta bocón; siempre he escrito lo que se me ha dado la gana y el periódico nunca me ha dicho absolutamente nada; es decir, me consta que no hay tal censura ni cosa parecida. El único problema que tuve en diez años como columnista fue en mi anterior periódico, cuando escribí una columna muy crítica con el periodismo. El director me llamó furibundo para increparme en tono amenazante y cuando le contesté que la editora de opinión la había leído y le había parecido muy buena y valiente, me contesto que le valía un pepino lo que pensaba su editora. Igual la publicaron.

“(…) con reminiscencias de los imberbes caudillos aymaras de quienes es muy difícil, a simple vista, encontrar el género por falta de vello y de contornos diferenciales”.

Pero escribir libremente no quiere decir que no existen límites. Los límites se los impone uno mismo; llámenle a eso autocensura o lo que les dé la gana, pero uno responde nomás finalmente a su propia escala de valores internos. También hay otros límites que los marca la ley, cuya transgresión puede costarle caro al medio.

“Jamás se superaron los límites de la idiosincrasia de pueblo. Sus caciques, de abarca y poncho, o pantalón y aretes, no dejan de ser pedigüeños que no miran más allá de la jeta, rastreros, corruptos, ladrones, malandrines, marxistas de tres por cuatro, medios hombres, payasos, bufones, eterna corte de milagros”.

No importa si escribes bonito; si te has convertido en un racista, en un golpista, en un homofóbico, en un tipo que desprecia los valores populares de este país, o, peor aún, en todas estas cosas a la vez; aunque las hayas escrito en tu blog o en otro medio, no deberías escribir en este periódico.

“Y si hay sangre, que corra sangre”.