domingo, 4 de marzo de 2012

Brasil (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-04/03/12)

Me llama la atención la ingenuidad generalizada de la prensa en general cuando se han referido al acuerdo anti drogas y a la recomposición de relaciones entre Bolivia y los Estados Unidos. Con mucha picardía criolla, los medios de comunicación han querido retratar los últimos capítulos de esta larga y penosa novela de intentos de normalización de lazos, como una suerte de acercamiento con los norteamericanos; un poco la idea de que Evo finalmente arregla y tranza con los gringos, en otras condiciones.

Yo creo que el hilo conduce a otra madeja, y que estas negociaciones son de alguna manera algo tangenciales, y responden en el fondo a una nueva realidad geopolítica regional y al replanteo de nuestras relaciones con el Brasil.

Para bien o para mal, los gringos abandonaron hace tiempo gran parte de lo que consideraban su patio trasero; el 11 de septiembre y la crisis financiera le han marcado rumbos completamente distintos a la política exterior norteamericana, y hoy parece que no tienen las ganas, el tiempo ni la espalda de ocuparse mucho de nuestras vidas y miserias. En alguna medida eso también generó mejores condiciones para una cierta consolidación de gobiernos con marcados discursos anti imperialistas en la región.

En el caso específico nuestro, la constatación de que la droga producida en Bolivia ya no llega a sus enormes mercados de consumo, y que circula mayormente entre nuestros vecinos, condujo a que se desentendieran de nosotros. Todas las escaramuzas del gobierno del presidente Morales con Washington, incluidas la expulsión de la DEA y del embajador, no les quitaron un minuto de sueño; diferentes eran las cosas poco tiempo atrás, cuando le presencia y el dedo de los virreyes de la avenida Arce eran determinantes en todas las decisiones importantes de la política interna boliviana, y cuando la embajadora Donna Hrinack se daba el lujo de disfrazar de cowboy a toda la clase política boliviana para festejar el 4 de julio.

Dicho de otra manera, los gringos le han endosado el bulto del problema del narcotráfico boliviano a quien más le afecta, de manera directa e indirecta, es decir a los brasileños; ellos sí tienen una relación importante con los Estados Unidos en su condición de gigante de la región y actor emergente en la economía mundial, y tienen además una serie de otras razones para involucrar, aunque sea formalmente, a Estados Unidos en la fórmula de la lucha antidrogas boliviana; por eso este extraño nuevo baile entre tres, en el que los yanquis ya no ponen la música, sino que se limitan a traer el tocadiscos.

Tan así es la cosa, que el Brasil ha condicionado la vigencia del acuerdo tripartito a la ratificación por la Asamblea Legislativa Plurinacional de un antiguo protocolo firmado entre Bolivia y Brasil en el año 1988, que había quedado guardado en un cajón, pues en esa época eran los americanos los que se ocupaban del asunto; por eso nunca hubo necesidad de aprobar un documento, muy criticado en ese momento por considerarse que contenía elementos que violentaban la soberanía nacional.

Ahora, resulta que el empolvado protocolo adicional es condición sine qua num para que el Brasil eche a andar, con mayores garantías, una máquina en la que tendría que tener el mismo grado de influencias que el que tenía Estados Unidos en la lucha anti drogas. Y es que convengamos: al igual que ocurría con EE.UU., con los que además había otro tipo de problemas de intervencionismo imperial, el narco es un asunto muy delicado con el Brasil, que sin duda puede entorpecer nuestras relaciones.

Habría que tomarse entonces muy en serio el tema con un vecinazo que le ha ganado la pulseta a Chávez en el liderazgo político de la región, y que es el referente de influencia económica indiscutible, por lo menos en el Mercosur. Brasil es nomás el hermano mayor del barrio, y en mundo en el que las relaciones de poder geopolítico entre nuevos bloques se encuentra en pleno desarrollo, nos hallamos ante el desafío de construir una nueva relación con quienes hemos vivido medio de espaldas.

Si como la realidad lo demuestra, es imprescindible un cierto alineamiento en el incierto y cambiante orden mundial, nuestro lugar tendrá mucho que ver con el Brasil. El desafío es que sea junto a, y no de la cola de, y en eso influirá mucho la actitud del vecino, que debe evitar reproducir el comportamiento imperial y colonial que caracterizó nuestra “alianza” con los Estados Unidos. Pese a que históricamente no hemos sentido el peso de un vecino tan poderoso, todos los intereses geopolíticos brasileros nos involucran en mayor o menor grado.

Estamos en el momento en el que debemos construir un nuevo esquema de relaciones de largo plazo con un país amigo, que puede ser el de la complementación y respeto entre un grande y un chico, o el de convertirnos para ellos en el México de los Estados Unidos, con todo lo malo que aquello implicaría. La piedra en el camino es el acuerdo antidroga, y nuestra capacidad de hacerlo funcionar con seriedad y con resultados; pero ojo, es con ellos, y no con los gringos.

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