No encuentro otra manera de
comenzar esta reflexión, si no es expresando la sensación de asqueo que tengo
en relación al clima político que se ha consolidado en el país en el último
tiempo. Revisar las noticias cotidianamente, se me ha convertido en una fuente
de disgusto y desazón, que se traduce en marcado desánimo; me pregunto por
momentos si mi excesiva o acaso ingenua confianza en la sensatez y en la
madurez de la gente común, han sobredimensionado mis expectativas, frente a una
realidad tremendamente pobre.
En la coyuntura política
actual, que de coyuntura tiene ya muy poco en la medida en que se ha tornado en
normalidad, allí donde miremos, todo pinta feo; la conducta del gobierno, el
discurso de la autoridades y los resultados de gestión, transmiten todos los
días tales rasgos de autoritarismo, de ineficiencia y de cinismo, que terminan
confluyendo en una sensación de podredumbre generalizada muy difícil de
asimilar.
Lu único que se respira en
esta cargada atmósfera es la presencia del poder y su uso y abuso, sin
miramientos ni consideraciones; todo lo que acontece se crea y se resuelve
alrededor del poder, y, como no puede ser de otra forma cuando éste se
convierte en un fin y ya no en medio, se lo hace a la mala. El aparato de
poder, con sus mil caras distintas, tiene tal presencia, que lo absorbe todo en
su lógica perversa y en su desenfrenada dinámica. El régimen vive extasiado este
apogeo de fuerza mal entendido, mostrándonos sin remilgos, sus rasgos más obscuros.
Más preocupante aún es
constatar que todo tiende a diluirse en esa tormenta, lo que contribuye a
ahondar la sensación de desconcierto; la impostura genera más impostura, el
atropello genera más atropello, la mediocridad genera más mediocridad, y el
oportunismo genera también más oportunismo.
Podremos coincidir
seguramente en que el gobierno transita por el derrotero del desgaste y el
agotamiento, pero lamentablemente también coincidiremos en que lo hace, con la
dudosa virtud de arrastrar tras de sí a todos los que juegan en su escena. La
evidente decadencia no alumbra de por si ninguna alternativa esperanzadora para
el futuro; las supuestas rupturas al régimen, salvo contadas excepciones, no
han tenido la capacidad de desprenderse de la tónica marcada por el gobierno, y
por consiguiente actúan en la misma lógica, intentando sacar pequeños provechos
coyunturales en una actitud casi parasitaria.
Para mayor espanto, este
fango político se está convirtiendo en el hábitat propicio para la paulatina
reaparición de toda una especie de bichos que todos asumíamos como extintos; en
el circuito de cócteles, en las redes sociales e incluso en los medios de
comunicación, han comenzado a alzar la
voz una serie de personajes emblemáticos de un pasado que, pese a todo lo que
puede estar ocurriendo en la actualidad, el país había superado con mucho
sacrificio.
El macabro espectáculo
ofrecido por este elenco de zombis políticos intentando regresar de la
ultratumba puede ser visto por muchos como una simple e inofensiva broma de mal
gusto, en el entendido de que no les alcanza la medida para encarar la
restauración del viejo régimen y que, por tanto, no tienen chance alguna de
convertirse nuevamente en una opción política viable.
Es cierto, el episodio que
algunos quisieran interpretar como la reversión de un estado de catalepsia, solamente
servirá para alentar la ilusión de un puñado de reaccionarios que anhelan
rabiosamente un súbito regreso al pasado. Lo que también es cierto, es que
lamentablemente, esto generará una reacción natural y previsible en un segmento
de la población (no sé cuán grande o pequeño), que, frente a esa mínima
posibilidad de un salto al pasado, reafirmará su apoyo al actual gobierno, sin
importarle cuan mal lo puedan estar haciendo.
Quiero decir que habrá
muchísima gente que en su momento apoyó al gobierno, que dudó a razón de sus desaciertos y que llegó
a decepcionarse al grado de retirarle su confianza, que reconsiderarán su
posición ante la aparente disyuntiva entre un gobierno malo, frente a un pasado
aún peor. El gobierno entiende muy bien el escenario, y es por eso que permite
e incluso provoca y alienta el pataleo de sus derrotados, señalando que detrás
de cada conflicto se halla la mano negra de los partidos del ancien regime. Saben muy bien que eso
les permitirá recuperar parte de su apoyo popular, y por lo tanto están más que
dispuestos a prestarse al juego.
Al parecer los procesos
políticos de envergadura discurren en una temporalidad compleja que poco tiene
que ver con las coyunturas, y el lento agotamiento de los ciclos de poder no
coincide obligatoriamente con la posibilidad de surgimiento de alternativas
nuevas y de liderazgos frescos. Estamos en medio de ese desfase entre la lenta
agonía de un régimen muy fuerte, y el vacío que su estela deja por detrás. Y en
esa medianía, plan y obscura se puede explicar la desazón colectiva y la acumulación
de sinsabores que todos sentimos.
lágrimas tardías de yacaré.
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