Confieso que soy uno de esos
bobos ingenuos que hasta hace poco tiempo presumía frente a mis amigos
extranjeros, que una de las razones por las que vivía tan feliz en un país
subdesarrollado, perdido en el último confín del mundo, era porque no estaba
condenado a la angustia permanente de inseguridad que caracteriza ciertas
ciudades, más modernas. Qué pena. Estaba equivocado, probablemente engañado por
mi subconsciente, que se aferraba de alguna manera a un pasado personal que
evidentemente no conoció la aprehensión que entraña la delincuencia y la
inseguridad ciudadana.
Mis apacibles recuerdos de
una experiencia de vida en la que no había mucho de que temer en las calles, no
tienen ya nada que ver con la realidad de un país que, en ese aspecto, ha
cambiado horrores, lamentablemente, para mal. En verdad, hace más de veinte
años que ciudades como El Alto, y la mayoría de los barrios pobres del país,
sufren todos los días la cruel presencia del crimen, en todas sus expresiones; la
ciudad de Santa Cruz, hace también mucho tiempo, ha sumado a sus rasgos de
pujanza y prosperidad, la inseguridad llevada a niveles espantosos, según la
gente que vive allí.
Seguramente los habitantes
de los barrios acomodados de La Paz hemos sido de los últimos en sentir este
embate, pero igual nos ha pegado muy duro, afectándonos ahí donde más duele, en
nuestra paz mental y en nuestra calidad de vida familiar. La vida cotidiana no
puede ser la misma, cuando escuchamos todos los días en nuestro entorno más
cercano, el relato de un nuevo asalto, robo o agresión, cuando tememos ser los
próximos en la fila, o cuando dudamos si estamos siendo lo suficientemente
cautelosos y prudentes en cada acto que realizamos.
La alarmante cantidad de
casos de desaparición y secuestro de menores registrada en las últimas semanas,
ha calado hondo en el ánimo de la gente, y ha terminado de instalar un clima
social de zozobra sin precedentes. Y es que no es para menos; cuando la
modalidad del delito se enfoca en nuestros niños, la preocupación se transforma
rápidamente en terror.
¿Dónde debemos buscar las
razones de ésta degradación? ¿Estamos pagando las consecuencias que usualmente
vienen aparejadas con la modernidad y el ejercicio del capitalismo en su
versión más salvaje? ¿Es este el precio de los desajustes sociales ocasionados
por un desarrollo tan desigual, en una sociedad marcada ya de inicio por una
inequidad insostenible? ¿Es posible pensar en una mínima armonía cuando las
enormes diferencias entre unos y otros no hacen más que agrandarse?
Todas estas dudas coexisten
con otras certezas, que tienen que ver con la ausencia de un estado (en teoría
pendiente de reconstrucción), con la incapacidad estructural de la policía para
afrontar un asunto de tal magnitud, y con el telón de fondo de una creciente
actividad del narcotráfico, que se siente y se percibe en todas sus derivaciones. Si a
ello le sumamos el también creciente talante de ilegalidad que se irradia desde
el poder y desde la política, el resultado es esta sensación de criminalización
general, que tanto a usted como a mí, nos pesa encima, provocándonos un
desasosiego difícil de describir.
Allende las causas y
explicaciones, nos queda la duda de cuan tarde estamos para revertir las cosas,
y qué hará falta que ocurra para que el estado y los ciudadanos comencemos a
hacer algo al respecto. Pero en serio.
Cuando el caos or peligrp toca a nuestra puerta, hay dos tipos de respuesta: a) la clásica, expuesta por Ilya F. y b) la madura y responsable, la que ni siquiera se pinta en la nota.
ResponderEliminarLa clásica es lamentarse y apuntar el dedo a alguien. La madura es la que refleja un nivel mínimo de capital social, de valores y carácter que todavía pueden sostener el tejido social que busca generar el bien común.
Ya está bueno buscar culpables afuera. La educación comienza en casa. Pero la cohesión y organización comienza por decidir apoyarse en capacidades propias. Los ciudadanos podemos hacer mucho por protegernos a nosotros mismos.
Contamos con redes sociales, con sistemas de comunicación, con computadoras, con cámaras, pero sobretodo con la inteligencia, voluntad e ideas para hacer frente a este flagelo de los raptos y secuestros.
Se dio un buen comienzo haciendo vigilias, pero se necesita organizarce en cada bloque, cada, zona , cada barrio. Conocerse bien entre los vecinos. Entrenar a los jóvenes a siempre indicar donde están, a andar en grupos,en protegerse, en sólo usar móviles conocidos, en ec.etc.etc.etc. Con seguridad que en un grupo grande de individuos la mente innovadora producirá decenas de ideas de como neutralizar a estos maleantes.
Claro, que si esperamos a que las autoridades hagan su trabajo, como debieran, seguiremos lamentando la desaparición de jóvenes.
La gente puede, debe y sabe tomar control. Lo que debe hacer es asociase con inteligencia colaborativa., pasar de víctima a vigilante empoderado.