jueves, 12 de julio de 2012

Cuando la preocupación se convierte en terror (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/07/12)


Confieso que soy uno de esos bobos ingenuos que hasta hace poco tiempo presumía frente a mis amigos extranjeros, que una de las razones por las que vivía tan feliz en un país subdesarrollado, perdido en el último confín del mundo, era porque no estaba condenado a la angustia permanente de inseguridad que caracteriza ciertas ciudades, más modernas. Qué pena. Estaba equivocado, probablemente engañado por mi subconsciente, que se aferraba de alguna manera a un pasado personal que evidentemente no conoció la aprehensión que entraña la delincuencia y la inseguridad ciudadana.
Mis apacibles recuerdos de una experiencia de vida en la que no había mucho de que temer en las calles, no tienen ya nada que ver con la realidad de un país que, en ese aspecto, ha cambiado horrores, lamentablemente, para mal. En verdad, hace más de veinte años que ciudades como El Alto, y la mayoría de los barrios pobres del país, sufren todos los días la cruel presencia del crimen, en todas sus expresiones; la ciudad de Santa Cruz, hace también mucho tiempo, ha sumado a sus rasgos de pujanza y prosperidad, la inseguridad llevada a niveles espantosos, según la gente que vive allí.
Seguramente los habitantes de los barrios acomodados de La Paz hemos sido de los últimos en sentir este embate, pero igual nos ha pegado muy duro, afectándonos ahí donde más duele, en nuestra paz mental y en nuestra calidad de vida familiar. La vida cotidiana no puede ser la misma, cuando escuchamos todos los días en nuestro entorno más cercano, el relato de un nuevo asalto, robo o agresión, cuando tememos ser los próximos en la fila, o cuando dudamos si estamos siendo lo suficientemente cautelosos y prudentes en cada acto que realizamos.
La alarmante cantidad de casos de desaparición y secuestro de menores registrada en las últimas semanas, ha calado hondo en el ánimo de la gente, y ha terminado de instalar un clima social de zozobra sin precedentes. Y es que no es para menos; cuando la modalidad del delito se enfoca en nuestros niños, la preocupación se transforma rápidamente en terror.
¿Dónde debemos buscar las razones de ésta degradación? ¿Estamos pagando las consecuencias que usualmente vienen aparejadas con la modernidad y el ejercicio del capitalismo en su versión más salvaje? ¿Es este el precio de los desajustes sociales ocasionados por un desarrollo tan desigual, en una sociedad marcada ya de inicio por una inequidad insostenible? ¿Es posible pensar en una mínima armonía cuando las enormes diferencias entre unos y otros no hacen más que agrandarse?
Todas estas dudas coexisten con otras certezas, que tienen que ver con la ausencia de un estado (en teoría pendiente de reconstrucción), con la incapacidad estructural de la policía para afrontar un asunto de tal magnitud, y con el telón de fondo de una creciente actividad del narcotráfico, que se siente  y se percibe en todas sus derivaciones. Si a ello le sumamos el también creciente talante de ilegalidad que se irradia desde el poder y desde la política, el resultado es esta sensación de criminalización general, que tanto a usted como a mí, nos pesa encima, provocándonos un desasosiego difícil de describir.
Allende las causas y explicaciones, nos queda la duda de cuan tarde estamos para revertir las cosas, y qué hará falta que ocurra para que el estado y los ciudadanos comencemos a hacer algo al respecto. Pero en serio.

1 comentario:

  1. Cuando el caos or peligrp toca a nuestra puerta, hay dos tipos de respuesta: a) la clásica, expuesta por Ilya F. y b) la madura y responsable, la que ni siquiera se pinta en la nota.
    La clásica es lamentarse y apuntar el dedo a alguien. La madura es la que refleja un nivel mínimo de capital social, de valores y carácter que todavía pueden sostener el tejido social que busca generar el bien común.

    Ya está bueno buscar culpables afuera. La educación comienza en casa. Pero la cohesión y organización comienza por decidir apoyarse en capacidades propias. Los ciudadanos podemos hacer mucho por protegernos a nosotros mismos.

    Contamos con redes sociales, con sistemas de comunicación, con computadoras, con cámaras, pero sobretodo con la inteligencia, voluntad e ideas para hacer frente a este flagelo de los raptos y secuestros.
    Se dio un buen comienzo haciendo vigilias, pero se necesita organizarce en cada bloque, cada, zona , cada barrio. Conocerse bien entre los vecinos. Entrenar a los jóvenes a siempre indicar donde están, a andar en grupos,en protegerse, en sólo usar móviles conocidos, en ec.etc.etc.etc. Con seguridad que en un grupo grande de individuos la mente innovadora producirá decenas de ideas de como neutralizar a estos maleantes.
    Claro, que si esperamos a que las autoridades hagan su trabajo, como debieran, seguiremos lamentando la desaparición de jóvenes.
    La gente puede, debe y sabe tomar control. Lo que debe hacer es asociase con inteligencia colaborativa., pasar de víctima a vigilante empoderado.

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