jueves, 19 de julio de 2012

Civismo gastronómico (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-19/07/12)


Este 16 de julio sentí, más que en años anteriores, un especial júbilo expresado por quienes saben lo que es vivir en esta hermosa ciudad. Paceños y no paceños, residentes y expatriados, no ahorraron elogios y palabras de cariño para La Paz en su aniversario; mi termómetro fue esta vez el “caralibro”, más bien conocido por todos como Facebook, en el que miles de estantes y habitantes sacaron pecho por la ínclita, y otros tantos que están lejos, se desahogaron con mensajes de añoranza.
Qué rico es que, pese a las adversidades típicas de una ciudad grande y pese al merecido estigma de ser el epicentro del conflicto y del enfrentamiento al poder, la gente valore auténticamente, y sin complejos, las bondades de este grandioso agujero, que de alguna manera condensa todo lo bueno que tiene el país. Algo especial tiene nomás esta sede de gobiernos y desgobiernos, que nos sigue cautivando con sus rostros diversos y cambiantes, pero siempre provistos de una energía única, ante la cual nadie queda indiferente.
Me llamó también mucho la atención advertir en el vendaval de mensajes feisbuqueros alusivos a La Paz, la cantidad de comentarios referidos a la comida; el fervor cívico y la invitación al festejo pusieron cara de guía gastronómica, denotando así que, para muchos, la mejor manera de rendir homenajes, es a través del morfe. El Chairito salpicado de cueritos de chancho y precedido del mote de habas con queso, expresa mucho más que las estrofas de un himno, y el Plato Paceño, con o sin asado, eleva más que la iza de una bandera.
A la lista de platitos propicios para la ocasión, se sumó igualmente la recomendación de lugares emblemáticos como la fricasería La Salud o Las Velas; la verdad, yo también recuerdo con nostalgia las incursiones con mi padre a la Plaza Alexander, de las cuales mi madre no podía enterarse, y los memorables finales de noche en el Parque de los Monos, los que igualmente debía mantener en secreto, tanto de mi madre como de mi padre. Pero seamos francos, a estas alturas esos lugares, por muy tradicionales que puedan ser, son para mí historia, pues ni mi ritmo de vida ni mi salud me permiten seguir frecuentándolos. Entre las referencias gastronómicas de mis contemporáneos y la oferta actual de nuevos sitios, hay un vacío que toca descubrir.
Pero igual me asaltan un montón de dudas: ¿Será que mis amigos del Facebook son todos unos jovatos de mi tanda que, como yo, evocan lugares del pasado? ¿Será que ni siquiera sabemos dónde es que se comen ahora esos platos, porque la comida típica la comemos en casa? ¿Será realmente cierto que aún seguimos disfrutando cotidianamente de nuestra gastronomía en casa, o solamente se nos ocurre hacerlo durante las fiestas nacionales? ¿Será que en los muros de las nuevas generaciones se postearon tantas fotos de anticuchos o llauchas, como en el mío? ¿Será, finalmente, nuestro apego a la comida criolla un orgullo en vías de extinción frente a la variada oferta internacional y a la comida rápida?
Seguramente habrá que buscar las respuestas a estas interrogantes en nuestros hijos, y ver si en sus nuevos hábitos han guardado algún espacio para esa identidad culinaria que a usted y a mí nos caracteriza y nos explica, sin necesidad de hablar siquiera. En ellos veremos realmente si un rasgo tan esencial de nuestra idiosincrasia se diluye, o bien se reinventa con nuevas características. Clarito será; mientras tanto, ¡buen provecho y larga vida a los amantes y conocedores de nuestra cocina!

No hay comentarios:

Publicar un comentario