Los Juegos Olímpicos son esa
rara oportunidad que tenemos para enseñarles a nuestros hijos acerca de la
existencia y los encantos de otros deportes, que no sean el fútbol y el tenis,
por supuesto. Una vez que estos concluyan, tendremos que volver al yugo de la
programación monotemática, tanto de los canales de televisión locales como de
las señales internacionales de cable.
Intente aprovechar entonces
de esta ventanita de oportunidad para compartir con los suyos la belleza de la
gimnasia artística, el esgrima, los clavados, el polo acuático, el tiro con
arco o el bádminton, deportes que, pese a lo que podríamos inferir a partir de
lo que vemos en los medios, todavía no se han extinguido.
En la brevedad de este
evento, que con toda seguridad representa una oportunidad comercial de gran
envergadura para una gran cantidad de agentes involucrados, podremos disfrutar
de la variedad y la riqueza del deporte en todas sus facetas. El resto del año
nuestros gustos e intereses serán ignorados olímpicamente por los programadores
de televisión, supongo por la sencilla razón de que los auspiciadores y
anunciantes no están interesados en nada que no sea masivo y rentable. Así
nomás funciona la tiranía comercial, que nos condena a ver entrenamientos de
fútbol, noticias sobre pases de jugadores y compactos de goles, matiné, tanda y
noche.
Sin embargo, debemos
agradecer que aún podemos ver el evento a través de la televisión abierta, y
que todavía no haya ocurrido aquella horrible cosa de restringir el acceso
solamente a los privilegiados que pueden pagar la televisión por cable. El
esfuerzo de Bolivisión en la transmisión es encomiable, sobre todo cuando la
alternativa del cable pasa por el insufrible relato de deportistas argentinos
explicando una y otra vez que no ganaron la prueba por errores propios, y no
por que el resto de los competidores eran mejores. Qué le vamos a hacer, los
contenidos de las grandes cadenas deportivas están dirigidos a mercados
específicos, mucho más importantes que el nuestro y, ni modo, hay que tragarse
lo que uno le toque.
Lo que llegó para todos sin
el filtro del mercado, fue la ceremonia inaugural, en la misma clave de siempre,
es decir cómo hacer para que ésta sea más espectacular, más grandiosa, más
ostentosa y más costosa, aún en tiempos de crisis. La competencia es ahora
entre directores de cine; Danny Boyle debía superar la puesta en escena del
chino Zhang Yimou, quien estuvo a cargo de la última ceremonia en Pekín. El
resultado: una carrera desbocada de derroche de recursos variopintos sin un
norte muy claro, que desató una ola de críticas entre los británicos, que
sintieron que su flema y su espíritu no estuvieron debidamente representados.
Habrá que disfrutar de lo
que se pueda en estas olimpiadas que nos alivian momentáneamente de la
actualidad de noticias políticas, intentando no detenerse mucho en el análisis
de las causas de la creciente concentración de los dueños del mundo en el medallero, pues el tema podría ser
bastante deprimente; si se trata de países, la única competencia real en curso
es entre China y Estados Unidos; el resto están kilómetros atrás, repartiéndose
las sobras. ¿Y Latinoamérica? Bueno, por el momento hay que buscar en el puesto
16 entre 35 países con medallas, para encontrar la única medallita de oro de
Brasil. Eso lo dice todo, ¿no es verdad?
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