Los candidatos de la
democracia del marketing electoral y la comunicación política no dicen en
público nada que esté fuera de la sagrada estrategia. Cada palabra, cada gesto
y cada acción supuestamente están fríamente calculados y responden a un
cuidadoso guión, que importa mil veces más que idioteces anacrónica tales como
la ideología, los valores humanos o el compromiso con ciertas causas. Para eso
los políticos invierten verdaderas fortunas en el servicio permanente de una
legión de encuestadores, estrategas y asesores de imagen que les soplan en la
oreja qué tienen que decir, cómo lo tienen que decir y cuándo lo tienen que
decir.
Sin embargo, parece que el
carácter de Samuel Doria Medina no se ajusta mucho a esa disciplina, pues pese
a que es de conocimiento público que como dirigente político y como empresario utiliza
estas herramientas de marketing, decidió no hacerles mucho caso, embarcándose
en una febril utilización de las redes sociales, sin ningún tipo de filtro
previo.
Hace ya varios meses que el
jefe de Unidad Nacional le andaba dando duro al telefonito con una avalancha de
mensajes, tanto en el Facebook como en el Twitter; frasecitas sueltas por aquí
y por allá para referirse, igual a temas medio triviales como a asuntos de
profundidad. Al diablo la estrategia y la mesura, frente a la tentación de la
inmediatez, de la ocurrencia y de las felicitaciones de sus seguidores
internautas.
Y claro, pasó lo que tenía
que pasar: la adicción a los fáciles “Me Gusta”, terminaron costándole caro. En
vez de utilizar el internet como una herramienta de apoyo, se metió de lleno en
el espíritu de las redes sociales, es decir en el chismerío. La monumental
metida de pata (en esta caso metida de dedo), más allá de la polémica, reviste
cierta gravedad en la medida en que, con ella, Doria Medina ha roto un código;
se transgredió un límite, hasta ese momento respetado en la política boliviana,
que dice que, pese a la brutalidad de algunas de nuestras prácticas, hay
ciertas cosas que no se hacen, ni se dicen.
Si bien el chisme es un
rasgo característico de nuestra vida política, éstos están reservados para la
copucha de cóctel, y nunca se ventilaron en los medios, y menos a través de
declaraciones de dirigentes. Seguramente en los Estados Unidos, en donde prima
el pseudo puritanismo público, ese tipo de práctica es moneda común y además
funciona electoralmente, pero acá no es así; por eso, si fue un comentario con
intenciones políticas, y no solamente un desliz, el grado de desubicación sería
realmente alarmante.
En cualquier caso, creo que
todo el mundo coincide en que fue una ordinariez descollante, incluso en estos
tiempos en los que estamos habituados a barbaridades de calibre mayor. Para
peor, tanto el comentario, como la explicación y las disculpas, estuvieron
teñidos de un tono de autosuficiencia que ciertamente no contribuyen en nada a
disipar la imagen de soberbia que muchos tienen del líder político.
Veremos todavía qué es lo
que ocurre en adelante y cuáles pueden ser los impactos en el escenario
político electoral. Por lo pronto, queda fuera de toda duda que Samuel se ha
echado gratuitamente encima la condena social de, por le menos, millones de
mujeres indignadas. Habrá que ver sin embargo si la decisión política del
gobierno, de “escarmentarlo” con procesos judiciales, no le permitirá en el
futuro voltear la torta, mediante el recurso de la victimización. Con ello
quedaría ampliamente demostrado aquello de que, en política, todo es posible.
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