martes, 7 de agosto de 2012

La democracia moderna en sus límites (Artículo de Análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-05/08/12)


La historia reciente de nuestro sistema político y lo que está ocurriendo en Europa, debería llevarnos a una profunda reflexión acerca del sistema de representaciones, y debería reponer el debate no solamente sobre calidad democrática, sino sobre los preceptos mismos del modelo democrático tal como lo hemos conocido hasta ahora.
Nuestros antecedentes históricos republicanos, los de Bolivia en particular pero también los de prácticamente toda la región, están evidentemente marcados por la tiranía y la dictadura en todas sus formas posibles. Sin detenernos en las causas endógenas o exógenas que pudieran explicar las enormes dificultades en sostener en el tiempo un régimen democrático, lo cierto es que ese pasado turbulento y pendular nos ha caracterizado, descalificándonos de alguna manera en materia democrática.
La falta de tradición democrática y la debilidad institucional consecuente, nos han posicionado de alguna manera como aprendices portadores de un retraso estructural, que conspira sistemáticamente con nuestra vocación democrática que, a la luz de esa misma historia, tiene rasgos de obsesión.
No ocurre lo mismo con las democracias del primer mundo que, justamente en virtud a su larga maduración y al desarrollo de un sólido aparato institucional, supuestamente deberían encontrarse en un estadio de perfeccionamiento digno de imitar, e incluso importar.
Sin embargo las cosas no son tan así. Detrás de la crisis económica que azota a los países desarrollados (económica y políticamente), no han tardado en aflorar, como era previsible, querellas y cuestionamientos al sistema político. Los descontentos y las indignaciones en relación al descalabro de las finanzas nacionales y a la pauperización de las economías familiares, se han volcado rápidamente hacia el sistema político, poniendo en tela de juicio el mismo modelo democrático.
Las razones de este súbito desencanto son bastante fáciles de explicar desde la perspectiva de un ciudadano europeo que se da cuenta de que, en la práctica, da estrictamente igual votar por la derecha o por la izquierda, en la medida que el resultado será preocupantemente parecido; la fuerza de los poderes supra políticos y supra nacionales, se ha hecho ya demasiado evidente, poniendo en jaque los principios de representación y, aún más, el sentido de la democracia.
El peso creciente y definitivo de los grupos de poder financiero, industrial y religioso, entre otros, ha evidenciado de manera grotesca que la democracia que se ha construido en las últimas décadas es ya insoportablemente permeable a los intereses corporativos, y que el sistema de representación partidaria se ha convertido también en un agente de intermediación de esos intereses. El ciudadano se está desayunando con un corporativismo cada vez más tenaz, que ha atravesado todo el sistema y ha perdido incluso el cuidado en las formas.
Seguramente esto ya lo sabían o lo sospechaban hace tiempo, y estuvieron dispuestos a soportarlo, claro, mientras las cosas funcionaban bien. Ahora que los resultados muestran lo contrario, surge la necesidad de señalar con el dedo no solamente a quienes deben administrar la crisis, sino a las fuerzas ocultas que han contaminado el modelo hasta volverlo irreconocible.
En el caso nuestro el tema no se presenta tan catastrófico pues nos encontramos justamente en medio de un intento de reconstruir un modelo, luego de haber hecho tabla rasa con el viejo esquema. El proceso constituyente encauzó algunas de sus líneas de fuerza en una nueva constitución que rescata formas alternativas de democracia, legítimas y maduras, por lo menos en el papel.
Las propuestas de democracia directa y comunitaria, así como las nuevas formas de representación reconocidas, recogen parte de nuestros anhelos y frustraciones, debatiéndose todavía entre lo enunciativo y lo real. Hoy, ante los ojos de las democracias desarrolladas en caída libre, podríamos ser inclusive un experimento interesante. En casa, lamentablemente estamos viendo como el corporativismo se impone nuevamente sobre los postulados teóricos que apuntan hacia una democracia más sana. El conflicto del TIPNIS es una prueba de cuerpo entero de ello.
Pero no seremos nosotros los que tiremos la línea desde el confín del mundo, en un tema tan crucial. Tendrá que ser la crisis inmobiliaria-financiera-económica-político-sistémica del primer mundo la que, cuando toque fondo, instale una discusión que hoy todavía puede parecer atrevida y políticamente incorrecta: la revisión a fondo del sistema democrático y la búsqueda de la recuperación de su verdadera esencia.
Vale la pena aclarar finalmente, que estas reflexiones no las hago en la clave ideológica de ciertas corrientes de pensamiento clásico que se han caracterizado por su acida crítica a la “democracia burguesa”. Considero más bien, que el camino es una revisión desprejuiciada de los preceptos básicos de la democracia, que no responda necesariamente a posiciones dogmáticas.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario