La primera misión del
embajador de Bolivia para asuntos especiales, lejísimos de contribuir a la
extradición de Sánchez de Losada o a la recuperación del mar, tuvo como
resultado la detonación de una bomba en el corazón del gobierno. El embajador
Sean Penn ha hecho gala de un espectacular desempeño digno de una película de
Hollywood, eso sí, en una dirección incómodamente distinta del mandato que
recibió del presidente Morales durante su visita al país.
El estupendo actor, además
dinámico y comprometido activista de causas perdidas, parece haber superado con
creces su rol como colaborador de buena voluntad en temas específicos de
política exterior, y podría calificar ya como firme candidato a Fiscal General,
Ministro contra la corrupción y la retardación de la justicia, o finalmente
como Ministro de gobierno.
La visita del señor Penn a
la cárcel de Palmasola para escuchar al empresario norteamericano Jacob
Ostreicher, detenido desde el año 2011 por presunto lavado de dinero
proveniente del narcotráfico, fue en su momento ya una señal que no podía dejar
de llamar la atención; algo muy serio tendría para decirle y para mostrarle el
señor Ostreicher a su conciudadano, que valiera la pena un encuentro, que de
otra manera podría haber sido considerado como una imprudencia.
Me inclino a pensar que esa
es la punta que desató este horroroso ovillo, y no así la supuesta
investigación a cargo de una unidad especial que, de acuerdo a versiones
oficiales, habría estado investigando el asunto durante últimos tres meses. Si
el flamante embajador se fue del país con suficiente información que apuntaba a
una emboscada de hienas del estado boliviano en contra de un empresario,
aprovechando el hecho de que se trata de un gringo, imagino que se habrá puesto
a pensar seriamente en su papel (esta vez real), y habrá exigido al gobierno
boliviano la inmediata reparación del caso.
Menudo entuerto para el
presidente si así hubiera sido; nada más imaginar las posibles consecuencias
del giro de una mega estrella internacional, que de amigo y embajador, pasase a
denunciante y acusador, sería suficiente para ponerle la piel de gallina al más
valiente. Siguiendo con el razonamiento, no habría quedado otra opción que
destapar un escándalo que con seguridad traerá una cola de dimensiones
insospechadas.
Y es que el tema no es
menudo; la lista de detenidos, sospechosos y prófugos da cuenta de una banda de
gangsters de alto perfil con un alto potencial en términos de daño político. El
ejecutivo, después de haber puesto el dedo en el fuego, se ha apresurado a
abrir el paraguas, indicando que la banda de extorsionadores estaría
involucrada también en otros casos. Con esto se abre una olla de inmundicias
que amenaza con salpicar a ex y actuales ministros, y con deslegitimar
groseramente algunas operaciones políticas de altísima sensibilidad e
importancia para el régimen.
Un escándalo de esta
magnitud no podrá ser fácilmente aplacada desde el poder, en la medida en que
no solamente está en juego nuevamente la credibilidad del gobierno, sino la
imagen internacional del presidente. Por lo tanto no habrá que extrañarse si a
esto sobreviene una sacada de mugre interna en la que pueden rodar cabezas de
otro calibre.
Como apunte final, habrá que preguntarse
acerca de la suerte del señor Ostreicher, quien hasta el momento sigue quien hasta el
momento sigue afrontando las desventuras de la justicia boliviana, en el más
puro estilo de la serie de televisión Preso en el Extranjero.
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