Lo vivido en nuestro
insólito país los últimos siete días es como para dejar espantado al más macho.
Más allá de los posibles desenlaces y resultados de los conflictos en curso,
las conductas y los hechos registrados son un motivo de alarma de por sí; lo
más grave es que además parece que estamos ya tan acostumbrados al surrealismos
criollo de todos los días, que ni siquiera reparamos mucho en las increíbles
cosas que ocurren a nuestro alrededor.
Siete días consecutivos de
motín policial, que de acuerdo a las informaciones de prensa tuvo un alcance
nacional y en sus últimos días afectó prácticamente la totalidad de unidades,
involucró a tropa y oficialidad y paralizó incluso hasta a la fuerza de
bomberos, es ya motivo para que cualquier persona en el mundo levante las
cejas.
Pero más curioso aún es que
durante ese lapso los índices de delincuencia no se hayan movido
significativamente, y la ciudadanía no haya entrado en un estado de pánico y desesperación.
No sé muy bien cómo habrá sido la cosa en otras ciudades, pero en La Paz, según
fuentes policiales, no se registraron hecho policiales fuera de lo normal, y
según lo que yo percibí, la gente se tomó la cosa con bastante tranquilidad, e
hizo su vida como si nada pasara.
¿Cómo cuernos podemos
explicarnos esto, siendo que la inseguridad ciudadana es uno de los temas que
más nos aflige? Una posibilidad sería que cogoteros, monrreros, auteros,
carteristas, descuidistas y crimen organizado en general se hayan sensibilizado
y compadecido de la población inerme, paralizando sus actividades. Poco
probable, ¿no es cierto?
Otra es que la propia
policía haya influido en la conducta de los malhechores, ordenándoles una
tregua en sus actividades, para evitar que una ola de crímenes no les afectara
en su imagen ante la población. Esta macabra hipótesis estaría en consonancia
con quienes sostiene que, en todo el mundo, la línea que divide a la ley del
crimen es difusa, y que es no es posible concebir a los delincuentes con las
fuerzas del orden como cosas independientes.
Y otra, ya en el lado de
conjetura política, sería que más allá de las apariencias, en los hechos la
situación estuvo en todo momento bajo control, y que detrás de todo existió una
retorcida maniobra política orientada a construir un escenario propicio a los
intereses del gobierno en la delicada coyuntura. Cuesta imaginar un experimento
tan temerario, pero para muchos, a estas alturas todo es posible.
Otro rasgo aterrador que nos
confirma esta ajetreada semanita, tiene que ver con los límites, cada día más
extremos, que marcan los actores políticos en sus confrontaciones, y la manera
en que todos nos estamos acostumbrando a reaccionar. Dicho en una frase: tiene
que haber muertos para que algo pase, y si no hay muertos, no pasa nada.
Como cada vez que hay un
conflicto ninguna de las partes le cree nada a la otra, y la gente además no le
cree ya nada a nadie, las acusaciones permanentes redundan siempre en la
búsqueda de muertes. En esta locura colectiva parece que todos buscaran
muertos; entre policías y militares, entre policías y movimientos sociales,
entre marchistas del TIPNIS y bases del gobierno, y así, sucesivamente.
La muerte parece ser la
única línea que marca la diferencia entre el delirio surrealista y la realidad,
y por consiguiente, la manera recurrente de establecer posiciones, es la de
jugar con fuego, sentados en un barril de pólvora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario