La demanda realizada en la
asamblea de la OEA por la cancillería para renegociar el Tratado de 1904 con
Chile sorprendió un poco a todo el mundo. No soy un experto en la materia ni
mucho menos, pero entiendo que la propuesta es relativamente novedosa.
Parece lógico y sensato
plantear la renegociación de un acuerdo al que Chile ha recurrido
sistemáticamente como la base y el sustento jurídico para rechazar nuestra
demanda marítima. El canciller Choquehuanca señaló en su intervención una colección
de violaciones cometidas por Chile al tratado en cuestión, y el presidente
Morales recordó que el mismo ha sido modificado ya cuatro veces, siempre a
pedido de Chile.
No le veo nada de malo a
propuesta, pues me encuentro entre los que creen que cualquier recurso o
táctica es buena en la lógica de insistir por cualquier vía, en una solución
razonable que revierta nuestro enclaustramiento. Eso de que debemos ser
consistentes con una estrategia a lo largo del tiempo, tal como lo ha sido
Chile, me parece una posición de un purismo absurdo, considerando que para
Chile siempre fue fácil sujetarse a la estrategia de decir no a todo ¿Qué
estrategia sostenida y de largo plazo puede ser posible y factible ante una posición
de cerrada y férrea intransigencia?
No me molesta entonces que
seamos agresivos y creativos en esta larga y tediosa lucha, aun si eso implique
que debamos cambiar el enfoque y las tácticas, las veces que sea necesario.
Debemos insistir una y mil veces desde todos los ángulos posibles, recordándole
a Chile en privado y en público, que sí tenemos un problema pendiente, y que
esa mancha en la región perdurará indeleble, mientras no se nos plantee una
solución real y mínimamente
satisfactoria.
Además tampoco es verdad ese
cuento de que la postura chilena al respecto ha sido sólida y monolítica,
supuestamente a partir de la seriedad y estabilidad de sus instituciones; la
posición de la cancillería chilena también cambia de acuerdo a los vaivenes de
su política interna, e incluso ha variado en el último año, bajo el mismo
gobierno. En la 41 asamblea de la OEA, el canciller Moreno dejaba abierto un
resquicio en torno a la posibilidad de un acuerdo que contemplara alguna
compensación; ayer el mismo canciller daba un paso atrás, lo que nos confirma
que la única consistencia chilena en torno al tema es la dilación y la
negativa.
Pero hay algo que no me ha
quedado claro. No sé si por el hecho de que la asamblea se estuviera llevando a
cabo en Bolivia, creo que flotaba en el aire cierta expectativa de alguna
resolución que ratificara aquella de 1979, que respaldaba una solución
equitativa y un acceso soberano al mar, estableciendo el asunto como un “tema
de interés hemisférico”.
En vez de ello, diecinueve
países se pronunciaron indicando que el tema es un asunto bilateral que debe
ser resuelto entre los países afectados. La primera impresión que esto me causó
fue que estos pronunciamientos fueron un respaldo a la posición chilena y, por
consiguiente la prueba de un rotundo fracaso de nuestra cancillería. Pero
vistas las cosas con más calma, creo entender que nuestro gobierno no intentó
en ningún momento reeditar la Resolución de 1979, y lo que hizo fue más bien
plantear una nueva propuesta cuyo carácter es esencialmente bilateral
(renegociar el Tratado de 1904). En esa óptica, la posición del resto no atenta
contra nuestra iniciativa, aunque hubiera sido deseable que lo hicieran de
manera menos tibia.
Los gestos diplomáticos son
muchas veces difíciles de descifrar, y dan lugar a interpretaciones ambiguas.
En todo caso, espero que desde acá, esas interpretaciones no se hagan desde la
simpatía o antipatía al gobierno.
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