domingo, 24 de junio de 2012

Conductas recalentadas (Artículo de analisis-Suplemento Ideas-Página Siete-24/06/12)


Confieso que a veces me cuesta reconocer mi propio entorno social. La pequeña ciudad, aún más pequeña vivida desde el hermetismo de las elites, es ya cosa del pasado, y asumo que ha ocurrido algo parecido en otras ciudades del país; es cierto que somos más, que la población ha crecido a un ritmo acelerado en las dos últimas décadas y que diez millones de habitantes representan ya una masa importante, pero esa sensación de crecimiento abrupto se debe probablemente a las transformaciones en la hasta hace poco rígida estructura social.
La sociedad de compartimientos estancos conformada por pequeñas burguesías urbanas y grandes segmentos populares y rurales, históricamente casi inmóviles, ha cambiado significativamente en función a los procesos económicos y políticos registrados en los últimos treinta años. La dinámica social intensa y permanente es de alguna manera novedosa y hasta sorprendente para una sociedad acostumbrada a un inmovilismo alterado solamente en un par de episodios pico en nuestra historia contemporánea.
Esa inédita movilidad social opera en todas las direcciones y ha desatado unos despliegues sociales que le han cambiado la cara al país que conocíamos, planteándonos incluso dificultades para reconocer y re comprender nuestro mismo medio. Es sobre todo el ensanchamiento de las clases medias el que en nuestro caso, muy urbano y muy de privilegios, nos ha enfrentado a un nuevo escenario, tan fascinante como desconocido.
A estos fenómenos sociales se suman ciertos elementos de coyuntura económica que acentúan mis sensaciones, acercándolas al desconcierto; la enorme liquidez que circula en determinados segmentos del mercado, fruto de ciertas políticas económicas y posiblemente del creciente peso de actividades paralegales o ilícitas, el boom de las construcciones, la explosiva expansión de negocios comerciales y de entretenimiento, entre otros tantos rasgos, nos tiene a todos un tanto atónitos.
Pero lo que más llama la atención son los cambios en los comportamientos de esta nueva gama de clases medias en la que todos estamos metidos, unos de subida, otros de bajada. Los patrones de ahorro, de gasto y de consumo se han modificado profundamente, no solamente en las nuevas generaciones de jóvenes, y hoy se parecen cada día más a los de sociedades en tránsito desordenado a la modernidad, y a todo lo que aquello implica.
La compra de casas y departamentos a precios de primer mundo, el auto sacado de la tienda, también a crédito, el segundo auto por si acaso, las vacaciones dos veces al año, una vez por lo menos en el exterior, las tarjetas de crédito para consumo, la colección de aparatos electrónicos de todo tamaño y color, y el gasto sistemático y creciente en ocio y gastronomía, se han convertido en hábitos a seguir e imitar.
La plata que corre parece ejercer un llamado a la carrera frenética que en muchos casos se traduce en la enajenación de alguna gente, que proyecta sus  expectativas ya no en base a su realidad, sino en los imaginarios de hiperconsumo propios de economías realmente emergentes.
Afortunadamente o desafortunadamente, como quiera verse, esto no ocurre con todos; la gran masa de asalariados, más grande de lo que se piensa y que no tiene la posibilidad lanzarse al vértigo de ninguna aventura, tiene que vérselas con el día y a día y con una realidad cada vez más precaria, pues ni los dos sueldos juntos consiguen alcanzar el encarecimiento sostenido y general. Así se han comenzado a afianzar unos desajustes sociales preocupantes que tienden a profundizar las desigualdades con la brutalidad característica del capitalismo más salvaje.
La pregunta que uno se hace es cuán sostenible puede ser ese tren para una economía tan frágil y tan dependiente del precio de materias primas como la nuestra. No es misterio para nadie que el sobrecalentamiento de algunos sectores no tiene obligatoriamente relación con el desarrollo real de nuestra economía; hay que diferenciar: una cosa es el espejismo de la jauja del circulante, y otra muy distinto el desarrollo económico cimentado sobre bases más sólidas.
No tengo razones concretas para pensar que esta coyuntura tiene los días contados; probablemente pueda durar bastante tiempo más, y con algo más de suerte, de cordura y seriedad (las dos últimas faltan), se puedan sentar algunas bases que nos protejan ante probables adversidades futuras. Habrá que ver cuán blindados estamos, cuan aislados estamos realmente de la globalidad financiera, y cuanto no podrían afectar los serios tropezones que atraviesa el primer mundo.
Pero si la volatilidad de la economía mundial y regional se encarga en algún momento de regresarnos abruptamente a la realidad, mucho me temo que el impacto sobre aquella gente enfilada en la vorágine del consumo y del endeudamiento, podría ser devastador. Las frustraciones que de allí salgan serán sin duda de la misma magnitud que las aspiraciones y expectativas. Así como ocurre con las economías, los ánimos de la gente también tienden a recalentarse, y un enfriamiento súbito tendría en ambos casos el efecto de un balde de agua fría.

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