La victoria electoral del
conservadurismo pro austeridad en Grecia, supuestamente debería haber
estabilizado las finanzas europeas, marcándole un límite a la crisis; la decisión
griega de no abandonar la zona euro debía ser entendida como el último freno de
emergencia justo en el borde del precipicio, y la recuperación de la
racionalidad en medio del pánico generalizado. El mundo entero, pero
especialmente europeos y norteamericanos sostuvieron el aliento durante largas
horas a la espera de proyecciones y
resultados, con la íntima esperanza de que las elecciones parlamentarias de
aquel pequeño país, pudieran convertirse, si no en la solución, por lo menos en
la ilusión de la reversión de la crisis.
Y sin embargo, como diría
Sabina, pese al resultado, las hurras y los vítores solamente se escucharon en
los pasillos de la banca alemana, la troika y el despacho de la señora Merkel; en
el mercado financiero la reacción absolutamente contraria, y se tradujo en un
feroz golpe contra los mercados españoles. El “día después” de los tan
esperados comicios griegos, el IBEX 35 se desplomó un 3%, el bono español a
diez años superó el 7% de interés marcando un record en la era del euro, y la
prima de riesgo que mide el diferencial entre la rentabilidad de la deuda
española y alemana a diez años, cerró con un máximo de 574 puntos básicos. En
suma, un rayo fulminante en medio de una mañana que se anunciaba soleada.
La reacción de su majestad,
el mercado financiero, no es gratuita y parece responder a una sensación de
sospecha generalizada que apunta a que la coalición de derechistas y
socialistas griega proclive al euro, no será para nada suficiente para resolver
el problema; los mismos ganadores, lejos de festejar el triunfo, abrían ya el
paraguas ayer, curándose en salud al indicar que si bien están dispuestos a
honrar los compromisos con Europa, el asunto no va a ser fácil.
No hace falta ser adivino
para interpretar que el ajustado triunfo conservador no deja mucho lugar para
el optimismo, y que los griegos parecen haber votado más por miedo y presión,
que por convicción. El repunte significativo de la izquierda radical, y sobre
todo la composición de su voto, esencialmente joven, plantean un panorama
altamente conflictivo, que no le dará ni un día de tregua al nuevo gobierno.
Pero, sin lugar a dudas la razón de mayor peso tiene que ver con el hecho de
que para la inmensa mayoría de los griegos, los últimos cinco años de ajustes
impuestos no le ha significado mejoría alguna en su vida; solamente mayores
sacrificios y una precariedad creciente
que raya ya en la miseria.
Me atrevo a pensar que este
forzado capítulo será el último en clave democrática; tal como ocurrieron las
cosas en estas latitudes en el pasado reciente, la agonía del sistema político
dará lugar probablemente a un proceso insurreccional. La bronca, la impotencia y
la frustración de la gente tienen un límite que, una vez sobrepasado, no tiene
retorno. Que Grecia cumpla sus compromisos financieros internacionales, no
implica una solución interna.
En lo que respecta a la
persistente angustia de los actores financieros, el problema mayor parece que
ya no pasa por Grecia, sino que se ha focalizado en España, cuya economía es
más grande que la todos los otros países rescatados juntos, y cuyo agujero es
tan grande que todavía no ha podido ser cuantificado. España es el nuevo
epicentro de la crisis europea, y es allí donde se van a registrar los nuevos
remezones. La luz al final del túnel he desaparecido otra vez.
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