En su afán de disimular a
como dé lugar la catástrofe general que azota a su país, los españoles están
dando un espectáculo cuyo resultado es exactamente lo contrario a lo deseado. Para
muestra un botón: mientras se firmaba el acuerdo con el fondo de rescate de la
Unión Europea para salvar a la banca española, el presidente del gobierno
asistía al debut de la selección española de fútbol en la Eurocopa. Para muchos
observadores, el inexplicable silencio del mandatario en el momento sin duda
más crítico de la historia contemporánea española, será la imagen de un
episodio que lo acompañará toda su legislatura.
Todas las energías del
gobierno español parecen estar puestas en guardar las apariencias y en el
intento de mostrarle al mundo que no están tan jodidos como los griegos. En
lugar de dar la cara y explicarle a la ciudadanía de manera transparente la
magnitud de la medida, el presidente Rajoy ha puesto todos sus cartuchos en unos
malabarismos verbales para evitar, a toda costa, el empleo de las palabras malditas:
“rescate” e “intervención”.
La semántica del descalabro ocupa
hoy el centro del debate en España; la ayuda de ciento veinticinco mil millones
de dólares solicitada para evitar que se funda el sistema financiero no es un
rescate, sino una línea de crédito a la banca, “que no afectará para nada el
déficit fiscal”. Lo que olvidaron decir es que el garante del astronómico
empréstito es el estado español, y que si la medida no funciona, los paganinis
no serán otros que los españoles de a pie.
Se grita a los cuatro
vientos que tampoco se trata de una intervención, porque la ayuda está dirigida
exclusivamente a los bancos, sin condicionamientos adicionales al paquetazo
impuesto por la troika europea. Sin embargo, el secreto guardado alrededor de
la letra pequeña del contrato, ha despertado ya la susceptibilidad y la
sospecha de una nueva ola de presiones orientadas a que el gobierno eleve el
IVA y profundice aún más los recortes en el área social.
En suma, la mano viene bien
complicada, más allá de las palabras y los adjetivos, para lo que hace algunos
meses se calificaba desde dentro como “el mejor sistema financiero del mundo”,
pues resulta que la mitad del sistema financiero español está compuesto por
cajas quebradas por unas administraciones fruto del cuoteo político armado por
los principales partidos, desde hace muchos años. De ahí que nadie sabe a
ciencia cierta cuál es el verdadero tamaño del hueco, y de ahí también es que
el sistema político se resiste a encarar una investigación que determine
responsabilidades y sanciones contra los personajes que estuvieron al frente.
Mientras la clase política
se desgañita en señalarse mutuamente a ver quién es más responsable del
desastre y quién es más corrupto, los españoles observan atónitos el increíble
proceso de socialización de los fraudes y las pérdidas de los bancos, mientras
soportan sobre sus espaldas el brutal ajuste estructural que demuestra en la
práctica, que en realidad están intervenidos ya hace tiempo. Todo esto en medio
de una crisis institucional sin precedentes, en la cual está en cuestión la
legitimidad de la monarquía, la probidad de la corte suprema de justicia, la
competencia del banco central, le eficiencia y la trasparencia de los gobiernos
autónomos, y, por supuesto, la credibilidad de un gobierno que, en cuestión de
meses, muestra ya un semblante viejo.
No sé si España será Grecia
o no, pero de que la situación es gravísima, de eso no hay la menor duda.
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