Ciudadano orgullosamente boliviano, que dice las cosas como son y que está dispuesto a dar la cara por sus ideas. Columnista, cocinero y Tigre de corazón.
jueves, 19 de diciembre de 2013
Mandela dando volteos en su tumba (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-19/12/13)
Estoy seguro de que Nelson Mandela ha debido estar retorciéndose de risa en su ataúd, mientras el impostor contratado por el gobierno sudafricano hacía sonseras con las manos, en lugar de traducir al lenguaje de sordomudos los discursos de la tendalada de mandatarios que asistió a su funeral.
Quienes conocieron al político sudafricano siempre han afirmado que tenía un gran sentido del humor; aquel rasgo sin duda fue puesto a prueba en esa bochornosa escena protagonizada por un individuo que al parecer no hablaba inglés, ni tenía la menor idea de la lengua de signos, y que en su defensa alega haber sufrido un ataque de esquizofrenia durante las exequias. Más allá de lo tragicómico que hubiera podido resultar el espectáculo, a Mandela ha debido parecerle chistoso lo bien que aquel fiasco podía estar representando las distancias entre lo que se decía de él, y la realidad de su intensa vida.
Le ha debido causar gracia al expresidente que miles de personalidades y líderes de opinión en todo el mundo hayan agotado todos los adjetivos y hasta la última gota de tinta en retratarlo luego de su muerte, como una especie de santo, de espíritu y conducta intachable, con un aura de perfección por encima del bien y del mal. De poco sirvieron sus esfuerzos en vida para intentar proyectar una imagen de sí mismo más real y discreta, acorde con la trayectoria de un político que muchas veces debió tomar decisiones difíciles, y que tuvo luces y sombras, como cualquier otro.
Habrá sonreído al constatar que su muerte ocurre en una época oscura de vacíos de liderazgo en un mundo que sufre si, de crisis económica, pero sobre todo de crisis de valores, y que busca desesperadamente en el pasado, referentes que alivien un poco la miseria de la realidad presente, aún a costa de inventar mitos. Tanta es la mediocridad y la intrascendencia de los protagonistas de este mundo plano, que se debe llenar la necesidad de humanidad y espiritualidad de la gente con imágenes y semblanzas forzadas de un superhombre que no lo fue, y que nunca quiso serlo.
Menos gracioso la habrá parecido al líder negro que la ex elite blancoide y racista de un paisito al otro lado del mundo, se haya desgañitado y llenado la boca de loas con él, con la doble intención de denostar la ya maltrecha imagen de su presidente indígena. Más allá del mal gusto de utilizar la muerte de alguien para atacar a otra persona, le ha debido indignar que una punta de racistas consuetudinarios, hayan tenido el tupé de tirarse al suelo lamentando su muerte para, inmediatamente después, arremeter su odio racista contra el que siguen llamando un “indio de mierda”.
Un “indio de mierda” para ellos, no por la orientación de su gobierno ni por su carácter demagogo y autoritario, sino por el hecho mismo de ser un indio; ignorante, resentido y ladino a priori por su condición racial, y producto del error histórico de no haberlos exterminado a tiempo, como hicieron en otros países de la región. Así es como sigue pensando una gran parte de caballeros y damas de sangre azul, que ejercieron viciosamente el peor de los racismos, en la medida en que ni siquiera tuvieron que recurrir a un sistema legalmente establecido, como el apartheid sudafricano. Acá no había ni una solo línea escrita, pero el racismo se ejercía a rajatabla en todos los ámbitos imaginables.
Esa misma elite blanca que se benefició con ese perverso sistema racista de facto, y que hoy además se victimiza y lloriquea por supuestas represalias, hacen gala nuevamente de su cobardía, ensalzando la figura de Mandela para atacar, resaltando las diferencias, al indio que simboliza la pérdida de sus privilegios. Un verdadero asco.
jueves, 12 de diciembre de 2013
Un chistecito electoral de largo alcance (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/12/13)
Justo cuando pensábamos que después del aguinaldazo, el año político ya no podía depararnos más disparates, nos sorprende la jugadita de Unidad Nacional y el Movimiento al Socialismo, que han formado una alianza en el Concejo Municipal de la ciudad de La Paz para debilitar la gestión del Movimiento Sin Miedo.
Así como le debe haber ocurrido a usted, yo también pensé cuando leí la noticia, que se trataba de una inocentada adelantada que sería rápidamente desmentida por las dirigencias nacionales de los dos partidos coludidos contra el municipio paceño. Para mi asombro, nadie desmintió nada y, por el contrario, el Jefe de Bancada del MAS en el concejo confirmó que la intención del pacto es la de “romper la concentración del poder político que tiene el alcalde actualmente” y que “por supuesto que también queremos arrebatarle esos espacios que el MSM ha copado”.
Digamos las cosas en claro español: Con esta maniobra, Samuel Doria Medina quiere condenarnos a todos los paceños al regreso a una alcaldía caótica e ingobernable, reeditando así las épocas más oscuras de nuestra ciudad. Le endilgo la responsabilidad política a Doria Medina, pues me resisto a creer que una decisión de esta envergadura y de alcances tan siniestros, haya sido tomada de manera individual e inconsulta por el concejal Omar Rocha (UN).
Convengamos también en que sería aún más trágico que quien aspira a coordinar y encabezar un frente amplio a nivel nacional, no sea capaz de controlar los apetitos y enconos personales de un concejal de su partido, que con si díscolo accionar, pone en riesgo a la institucionalidad de la sede de gobierno. Por eso reafirmo que la responsabilidad de este atentado camuflado como ley municipal, le corresponde al jefe de Unidad Nacional y a nadie más.
Resulta incomprensible además, que la misma persona que intenta encabezar una oposición unida, se alíe con el oficialismo para hacerle la vida a cuadros, y eventualmente tumbar, al alcalde de La Paz, y al mismo tiempo siga insistiendo públicamente en la necesidad de que el MSM se sume al frente amplio. ¿Será que Doria Medina piensa que la manera de convencer al MSM es metiéndole una bomba en la alcaldía de La Paz? ¿Le habrán hecho creer sus asesores que así se consiguen las cosas en política? ¿Lo habrán convencido de que con esa ley Unidad Nacional se hará con la alcaldía paceña en el corto plazo? ¿Nadie en su entorno se tomó la molestia de decirle que esto beneficiará exclusivamente al MAS?
Tan descabellada es esta ley que establece la elección directa de subalcaldes y la desconcentración de las responsabilidades administrativas, que la misma viceministra de Autonomías, ha manifestado que es inconstitucional y que no se ajusta a la Ley Marco de Autonomías.
En cuanto a los alcances, no sé tampoco si Doria Medina se habrá dado cuenta que esta espada de Damocles no nos amenaza solamente a los paceños, sino que podría convertirse en un funesto precedente para todos los municipios del país y para el modelo autonómico en su conjunto. Si este adefesio es tomado como ejemplo e imitado en otros municipios, podrá ser utilizado con cualquier tipo de motivación, beneficiando y perjudicando q quién sabe quién, con devastadoras consecuencias en términos de gestión y gobernabilidad, que no son muy difíciles de imaginar. El chistecito electoral puede resultar muy caro a futuro, y tendrá que ser Doria Medina el que se haga cargo del bulto.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Chávez, ya se te extraña (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/12/13)
Las noticias que llegan desde Venezuela ya no son muy divertidas para nadie. Hasta hace algunos meses las ocurrencias y las metidas de pata del presidente Nicolás Maduro podían causar algo de gracia si se asumía la cosa con algo de benevolencia, considerando la aguda polarización política en el país del petróleo, y el enfrentamiento a muerte que el mandatario mantiene con algunos medios locales y con la prensa internacional más conservadora.
Podía pensarse que se estaba exacerbando con algo de mala leche los rasgos más débiles de Maduro, con la intención de minar la continuidad del discurso místico de Hugo Chávez. Debo admitir que en lo personal, sospeché que las fuerzas opositoras al chavismo dentro y fuera de Venezuela querían forzar la imagen de un hombre medio bruto que había llegado al poder simplemente por obra y gracia del dedo de Chávez in artículo mortis. El discurso de la conspiración permanente del imperio y de sus fichas locales, hábilmente tejido y administrado por Chávez durante años, dejaba todavía espacio para la sospecha.
Lamentablemente el presidente Maduro se ha encargado sistemáticamente de mostrar que no conoce sus propias limitaciones, y que al imitar el ritmo desenfrenado de discursos y declaraciones de su predecesor, no hace otra cosa que cavar su propia tumba, siendo víctima de su propia boca. Los ejemplos de sus deslices y autosabotajes, en forma y fondo, son innumerables y sería ocioso y repetitivo enlistarlos en esta columna.
Pero nada serían los lapsus y las tonteras dichas, si la situación económica en Venezuela fuera otra; finalmente las quemadas mediáticas no pasarían de ser una suma de anécdotas, si las dotes de estadista del caballero no estuvieran en cuestión. Y lo están: Venezuela, un país con el potencial de ser inmensamente rico, está sumida en un desbarajuste económico de proporciones bíblicas; la inflación, el desabastecimiento, la falta de competitividad y el uso discrecional de recursos, no hacen más que agravarse cada día frente a una seguidilla de medidas pseudo ideológicas que rayan ya en lo absurdo.
Bien haría el gobierno venezolano en pedirle una devolución de favores al gobierno boliviano bajo la modalidad de una asesoría económica, que podría llevar como título “Cómo gestionar un gobierno anticapitalista y antiimperialista, manteniendo a rajatabla una macroeconomía liberal y capitalista”; acá, esa fórmula ha dado resultados políticos estupendos, y el consejo de Chávez hubiera sido sin duda, pedirle asesoramiento al alumno aventajado.
Pero claro, Chávez ya no está, y no hay pajarito que nos pueda convencer de que la sagacidad, el instinto y la inteligencia son condiciones susceptibles al endoso post mortem. Otra vez la realidad nos confirma que, para bien o para mal, los caudillos de marca mayor son irrepetibles e insustituibles, y que gobernar bajo la sombra y el peso de una figura mítica sin una impronta propia, es un grave error.
Esa ha sido la elección de Maduro (o probablemente no tenía otra opción) y le está yendo como la mona; una lástima para Venezuela y, por qué no decirlo, para todo el continente. Lo de Chávez fue otra cosa, y no por nada consiguió ejercer un liderazgo político regional más claro que el de Lula da Silva. Detrás de su irascible elocuencia y rimbombancia, destacaba por una tremenda lucidez e inteligencia política, y eso hoy se extraña más que nunca.
jueves, 28 de noviembre de 2013
Buscando explicaciones a lo inexplicable (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-28/12/13)
Ya se ha escrito hasta el cansancio acerca de los impactos que tendrá en la economía nacional y en las empresas privadas, el pago del doble aguinaldo que el presidente sacó de la chistera en un pase de magia espectacular que dejó boquiabiertos, tanto a los beneficiados como a los perjudicados.
Economistas, analistas, columnistas y especialistas de todas las especies, han derramado hasta la última gota de tinta en la predicción de los efectos perversos que ya ha comenzado a desatar la estrambótica medida. La verdad es que más allá de la descripción de las incongruencias de la decisión y de lo que va a originar, no he leído ni escuchado ninguna explicación que de algo de luces sobre la razón que hubiera motivado al gobierno a hacer algo así. Ni siquiera la oposición política ha podido tejer una explicación que tenga algo de sentido.
La iniciativa es tan desacertada desde el punto de vista económico, que todos han concluido en que la única explicación posible tendría que ver con un gesto groseramente electoralista. El problema de ésta explicación es que a mi juicio es absolutamente infundada; no creo que al aguinaldazo vaya a tener efectos electorales positivos para el partido de gobierno por la sencilla razón de que la gente no es tonta. Después de la borrachera de gasto del fin de año, todos nos vamos a dar cuenta de que el gestito fue una mamada, cuando constatemos que el chaqui se va a presentar en forma de inflación, inestabilidad laboral y en una colección de medidas restrictivas en el ámbito microeconómico.
Falta un montón de tiempo para las elecciones, y para entonces, el aguinaldazo será un horrible recuerdo que habrá beneficiado circunstancialmente a los pocos asalariados, pero que habrá golpeado por igual a todos, sin vuelta atrás.
Tampoco me convence la teoría de que el adefesio está pensado para financiar la campaña electoral del gobierno; si esa era la intención, bastaba con que se hubiera decretado el doble aguinaldo para los empleados públicos, cosa que no habría causado tanto revuelo, ni hubiera originado tanto efecto multiplicador negativo.
La falta de una explicación coherente invita también a especulaciones de todo tipo: ¿será que han hecho esto para distraer la atención y preparar otro tipo de medidas? ¿Hay pronósticos sombríos en la economía internacional que no conocemos? ¿La tiene tan complicada el gobierno en los sondeos preelectorales, como para recurrir a medidas tan extremas? Personalmente, no me compro ninguna de éstas teorías.
En suma, le medida es tan irracional y descabellada, que nadie atina a darle una explicación minimamente convincente, lo que me genera una honda preocupación. Me aterra pensar que exista la posibilidad de que el presidente haya tomado una medida impulsiva basada únicamente en el instinto, y me aterra aún más la posibilidad de que lo haya hecho de manera inconsulta, obviando la opinión de su gabinete y de su equipo económico.
La sola idea de que el presidente haya podido levantarse aún más temprano de lo habitual con una brillante idea, y que la haya podido imponer a contrapelo de su política macroeconómica sin preguntarle a nadie, es de terror. Eso querría decir que Su Excelencia está experimentando delirios de grandeza y de inefabilidad que le impiden ver la realidad, y peor aún, que en su entorno se ha instalado definitivamente el miedo y la obsecuencia. Dios quiera que la cosa no vaya por ahí.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Una elección en la que todos perdieron (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-21/11/13)
Es falso aquello de que una contienda electoral arroja siempre ganadores y perdedores. A veces todos pierden, y eso es lo que ocurrió de alguna manera en las elecciones chilenas del domingo pasado.
Pese a haber ganado con un 47% de los votos y tener prácticamente asegurada su victoria en segunda vuelta, la expresidenta Bachelet y su Nueva Mayoría (el nombrecito de la coalición me trae recuerdos locales que me hacen erizar los pelos) perdieron la chance de ganar en la primera vuelta, tal como estaba cantado.
Los puntos que le faltaron para convertir en realidad los optimistas pronósticos, le bajaron la caña de entrada, obligándola a enfrentar, aunque sea por puro trámite, a una coalición oficialista envalentonada con la posibilidad de un segundo round; ganar por puntos, por muy amplio que sea el margen nunca es lo mismo que un knock out.
Con esos resultados, Bachelet también perdió la holgura necesaria en las mayorías de ambas cámaras para llevar adelante las reformas que se vio obligada a ofrecer en campaña ante la presión de la calle y de ciertas facciones de su coalición. Con la actual correlación de fuerzas y el sistema de mayorías (quórums calificados) que establece la constitución pinochetista, el tema de las reformas, meollo de la crisis institucional chilena, se le pone color hormiga.
La señora Matthei, candidata del oficialismo, pese a haber conseguido llegar a la segunda vuelta, perdió como en la guerra; una diferencia de 22 puntos con la primera mayoría es un bochorno difícil de ocultar, más aún si ésta se ve reflejada en una horrorosa e histórica disminución de parlamentarios. Perdió y, haga lo que haga, volverá a perder el 15 de diciembre, cerrando otro capítulo para la aporreada ultra derecha, que la tiene también difícil en términos de reinvención a futuro.
El tercero, Marco Enríquez-Ominami, pese a su optimismo y buena onda, también perdió; fue la gran sorpresa hace cuatro años cuando sacó el 20 por ciento y cuando no le quedaba otra que seguir subiendo, bajó a 11 puntos. Más allá del resultado, todo indica que perdió la representación de las demandas de cambio, por ahora todavía en manos de la Bachelet.
La única victoria sonada a nivel internacional, es decir el apabullante ingreso a la cámara de diputados de los cuatro dirigentes estudiantiles que hicieron temblar a Piñera (la hermosa Camila Vallejos, Karol Cariola, Giorgio Jackson y Gabriel Boric), también está en juego. Dieron el paso entre la calle y el sistema, pero en las actuales circunstancias correrán el riesgo de verse atrapados en una camisa de fuerza y diluirse en el agotado establishment político; a no ser, claro, que opten por cabalgar al mismo tiempo en el parlamento y en la articulación de movimientos sociales. Es posible, y si no, pregúntenle a Evo y compañía.
Perdieron, en suma, los principales candidatos, pero en el fondo el gran perdedor podría ser el sistema político y el modelo económico chilenos. Pese a la imagen internacional que pudieron sostener las últimas dos décadas, se ha confirmado este año que la gente de a pie en Chile está a punto de estallar y que seguirán los mismos pasos de otros países de la región, a no ser que se registren cambios profundos y reales en lo político, lo social y también en lo económico. El retorno de Bachelet y la promesa de realizar esos cambios en el marco institucional eran la última esperanza, hoy amenazada por el poder de veto del conservadurismo, lo que podría devolver las tensiones a la sociedad civil organizada, con resultados y pronósticos reservados.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Chile, cuarenta años despues (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/09/13)
Chile sigue sangrando cuarenta años después del golpe militar. Las heridas no han podido sanar, y esto no se debe a que los chilenos sean particularmente masoquistas, rencorosos u obsesivos. Ocurre tal cosa porque parte de la dictadura instaurada en el año 1973 sigue aún vigente, viciosamente inoculada en su modelo económico y su sistema político.
El neoliberalismo a ultranza de los Chicago Boys, implantado durante el régimen pinochestista con el entusiasmo de quien experimenta con un Conejillo de India fue, y sigue siendo, una cara de la dictadura que continuó ejerciéndose con normalidad después de la elección de Patricio Aylwin en 1990, y que tampoco fue esencialmente modificada durante los últimos veinte años.
Con el retorno a la democracia formal se reinstauraron evidentemente las libertades políticas y constitucionales más elementales, que habían sido salvajemente pisoteadas por el impresentable dictador de uniforme y voz atiplada. Pero lo que subsistió a esa transición política fue un modelo que convirtió al ciudadano en un elemento del mercado.
Pese a los intentos de cuatro sucesivos gobiernos socialdemócratas por aplacar las iniquidades de la ley de la selva, finalmente hoy en Chile el resultado es que absolutamente todo está librado a las implacables fuerzas del mercado. La salud, la educación, la seguridad social, los servicios básicos y los recursos naturales, son mercancías que los chilenos deben consumir, claro, de acuerdo a su capacidad de pago y de endeudamiento.
Tal como fue concebido, el modelo está dirigido a la maximización de utilidades del empresariado y del mundo financiero, concentrado progresivamente en un puñado de empresas y familias con un poder y una riqueza absurdas.
La constitución y sistema judicial del Chile democrático también extendieron rasgos fundamentales de la dictadura en el sistema político, que hoy se encuentran agotados en la exclusión y en las graves falencias de representación que afloran día a día.
El problema es ese. El modelo político y económico construidos en la dictadura, finalmente no funcionaron; lo que se consideraba un ejemplo a seguir a nivel regional, terminó mostrando sus límites, en unos niveles de inequidad y de atropello a la dignidad de las personas, sencillamente horrorosos.
Es por eso que hoy los chilenos, más que nunca, vuelven la mirada al golpe de 1973, para volver a escuchar la voz de Salvador Allende, el primer presidente del continente que tuvo la visión y el coraje de encarnar un gobierno socialista en democracia. Tal osadía no fue permitida por el gobierno de los Estados Unidos, que urdió tenazmente desde fuera el derrocamiento de Allende, milímetro a milímetro.
Allende sacrificó su propia vida en los momentos decisivos de la batalla, lucidamente y con la certeza de que sus ideales quedarían intactos con el paso del tiempo, y que sus traidores pagarían caro el precio de la historia.
Y así fue. Hoy, cuarenta años después, Augusto Pinochet es para el mundo y para la mayoría de los chilenos, un asesino, un ladrón, y parte de un episodio que no debe repetirse nunca más. Hoy, cuarenta años después, Chile intenta revisarse y reinventarse profundamente, en la dirección de los caminos de igualdad y libertad que abrió Salvador Allende.
Así lo dicen las voces de la calle, de los movimientos sociales, de los liderazgos emergentes, y de las grandes mayorías de ciudadanos, apaleados hasta el cansancio por las grandes corporaciones, dueñas de vidas y haciendas. Y así tendrá que comprenderlo la desgastada clase política chilena, enfrentada a una prueba de fuego.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Todo mal (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/09/13)
Que nada funcione como debe
ser en nuestro atormentado país no es ninguna novedad para los bolivianos. Estamos
acostumbrados, y medio resignados también, a la frustración que genera el hecho
de que nuestras instituciones, después de casi doscientos años de vida
republicana, nunca hayan llegado a funcionar correctamente, y siempre hayan
estado sujetas a los vaivenes políticos e intereses económicos.
La conciencia que tenemos de
la fragilidad de nuestro estado incluso nos ha generado una suerte de complejo,
que alimentamos señalando cada vez que podemos, las virtudes de países vecinos o
del primer mundo; comparando nuestra raquítica institucionalidad con ejemplos
cercanos de seriedad, solidez y sostenibilidad; hemos encontrado un poco de
alivio en la constatación de que hay países en los que las cosas importantes
funcionan muy bien, y que esas referencias marcan un norte y un ejemplo a
seguir.
Que en nuestro senado
nacional pueda haber un senador acusado de actos de corrupción, está mal, pero
no sorprende mucho; que el poder ejecutivo aproveche esas denuncias o invente
otras, y manipule a un poder judicial sometido a sus intereses para sentarle la
mano a un senador que ha osado hacer denuncias graves en su contra, está requeté
mal, pero lamentablemente tampoco nos sorprende ya a estas alturas del partido.
Que el estado brasilero
acepte en su embajada en La Paz al senador en condición de asilado político,
luego lo saque del país en un operativo sui generis, para después, una vez el
senador en territorio brasilero, revisar y poner en duda la condición del
mismo, está recontra requetemal, y además sorprende y alarma.
Lo que en un principio me
pareció una salida medio rara, pero en el fondo pactada entre ambos gobiernos
para darle solución a un problema que se dilataba y podía tornarse
insostenible, resultó no ser así. Al parecer tampoco fue el desesperado acto
humanitario de un funcionario bajo presión. Las reacciones señalan que detrás
de todo, el incidente estuvo marcado por el descontrol, la indisciplina y la
presencia de móviles políticos poco claros; todo un escándalo que les costó la
cabeza al encargado de negocios, al embajador, y nada menos que al canciller
brasileros.
No se esperaba esto de una
cancillería que era el símbolo de la seriedad. Se suponía que Itamaraty era el
paradigma de la diplomacia profesional, y sin embargo resulta que termina
expresando nomás la complejidad de la multitudinaria coalición de gobierno y la
sórdida pugna entre adversarios políticos.
Pero el asunto no ha
terminado aún. La seguidilla de desaciertos ha permitido que el gobierno
boliviano arremeta nuevamente con fuertes presiones sobre Brasil, que parece
querer ponerle paños fríos al problema lavándose un poco las manos en la
inexplicable necesidad de ratificar el asilo al senador. Y hay que decirlo: un
retroceso brasilero en el reconocimiento de la condición de asilado político
del senador, sentaría un precedente funesto a nivel internacional, pues se
estaría vulnerando una de las instituciones sagradas del derecho político
internacional. Fue el gobierno brasilero el que aceptó la solicitud de asilo, y
eso no debería revisarse, independientemente de los entretelones políticos.
Qué sensación horrorosa de
desaliento es ésta de constatar que ya nada funciona bien, y que esto ocurre
cada vez con más frecuencia, un día con el departamento de estado
norteamericano, otro día con la poderosa e infalible CIA, otro día con los
viejos estados europeos, y así sucesivamente.
jueves, 22 de agosto de 2013
Ingenuas reflexiones sobre los límites del capitalismo (Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-22/08/13)
La siguiente historia de
terror ocurrida en Chile durante los últimos cinco años ilustra de gran manera
las dudas recurrentes que tengo acerca de la sostenibilidad del capitalismo y la
economía de mercado, así como los conocemos y sufrimos en gran parte del mundo.
Entre los meses de diciembre
de 2007 y marzo de 2008, las tres mayores cadenas farmacéuticas chilenas,
Farmacias Ahumada, Cruz Verde y Salcobrand, que juntas controlan más del noventa
por ciento del mercado, se pusieron de acuerdo para subir el precio de 222
remedios, en su mayoría destinados al tratamiento de enfermedades crónicas
(Parkinson, epilepsia, diabetes, asma y reumatismo), además de antibióticos y
anticonceptivos.
No era la primera vez que la
hacían, pero aquella vez el tema fue muy grosero con sobreprecios que
alcanzaban hasta el 3000%; el Ministerio de Salud realizó una denuncia ante la
Fiscalía Nacional Económica, que después de varios meses de investigación,
presentó un requerimiento ante el Tribunal de defensa de la Libre Competencia,
que a su vez estableció que evidentemente hubo una colusión de precios que les
significó a esas empresas ganancias extraordinarias de más de 40 millones de
dólares.
Una de las cadenas
implicadas confesó el delito y negoció una multa de un millón de dólares,
mientras que las otras dos la pelearon y terminaron pagando multas que estuvieron por debajo de la mitad de los
beneficios obtenidos. La historia de horror e impunidad es larga y penosa, y
continúa hoy con un capítulo a cargo de un juzgado chileno que, lejos de
castigar penalmente a los ejecutivos responsables del delito, no ha tenido
mejor idea que enviarlos a pasar clases de ética, lo que ha ocasionado una
nueva ola de bochorno e indignación en la sociedad chilena.
Si un zafarrancho así ocurre
en Chile, país que teóricamente destaca por su larga y madura
institucionalidad, por su desarrollado sistema de regulación y por impecable
poder judicial, imagínese lo que pasará en otros lugares.
El tema de fondo para mí es
que el sistema capitalista y de libre mercado se jode a partir del crecimiento
desmesurado de las empresas a través de las fusiones y adquisiciones. La
codicia y la angurria ilimitada de las corporaciones los convierte en monstruos
que lo devoran todo y terminan mordiéndose la cola. El tamaño que adquieren
estas empresas y las absurdas utilidades que logran obtener, les da un tal
poder que pervertir a todo el sistema.
Esas estrafalarias
utilidades pueden comprar legiones de abogados, auditores, financieros,
marketeros y cabilderos, expertos en encontrarle la vuelta a cualquier legislación
o regulación posibles, bajo la apariencia de la legalidad. Pero además, esa
plata alcanza para todo, y las gigantescas corporaciones terminan
irremediablemente cerrando el círculo de poder, intrincándose con el sistema
político, directa o indirectamente.
La cosa termina
invariablemente en abusos masivos de estas compañías en contra de la
ciudadanía, que tarde o temprano estalla, empujando el péndulo hacia el otro
lado, que puede ser la estatización o cualquier otra fórmula que los alivie de
los atropellos del coludido poder político-empresarial.
Los economistas y expertos
seguramente me tildarán de ingenuo o ignorante, pero sigo creyendo que la única
solución posible para impedir el recurrente péndulo entre los excesos
corporativos y las eclosiones sociales, pasa por impedir, local y globalmente,
el crecimiento de las empresas, poniéndoles límites sustancialmente más
restrictivos que los que las entidades regulatorias han intentado hasta ahora,
incluso en las economías más desarrolladas.
jueves, 15 de agosto de 2013
Página 666 (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-15/08/14)
Me estoy enterando recién de
que resulta que escribo cada semana en un periódico que había sido la principal
trinchera político partidaria de la oposición al gobierno y a las políticas del
MAS y del presidente Morales. No solamente eso. Había estado también
escribiendo en un órgano que funge como brazo internacional de la ultraderecha
chilena, y cuya razón de ser había sido la de torpedear desde dentro la
política marítima del estado boliviano.
Grata sorpresa para este
humilde servidor el sentirse militante activo de una facción radical y
extremista en guerra declarada al poder establecido y en franca actitud de
sedición y de traición a la patria. Digo sorpresa porque hasta el otro día yo
pensaba más bien que el periódico era como muy equilibrado, y como demasiado
políticamente correcto en una circunstancia histórica en la cual el poderoso
régimen despliega en plenitud su vocación hegemónica. Pensaba que la excesiva y
meticulosa observancia de los códigos de ética y de profesionalismo
periodístico, a veces no es muy compatible con el poder cuando este es
arrollador, y que a veces la imparcialidad y la objetividad pueden confundirse,
en esas circunstancias, con tibieza.
Y resulta que no había sido
así. Resulta que para el presidente, para el vicepresidente, para el gabinete
(salvo, asumo, para la ministra que hasta la semana pasada escribía
regularmente en estas mismas páginas), y para una larga colección de senadores
y diputados, Página Siete es un nido de conspiradores, y subversivos pro
chilenos; en otras palabras, la mismísima encarnación del diablo.
De verdad me cuesta
comprender el encono del gobierno con este medio, que los ha llevado a inventar
una historia de vinculación política con un partido chileno, que no resiste el
menor análisis. Si algo más bien ha caracterizado la línea editorial del
periódico, ha sido justamente le permanente defensa de las políticas del
gobierno en relación a Chile. Mala la elección del argumento de ataque, porque
para los que leen el periódico es una mentira absurda, y para los que no, el
asunto es poco creíble.
Una acusación tan tirada de
los pelos podría funcionar en determinados segmentos socioeconómicos, pero en
las clases medias y medias-altas de la ciudad de La Paz (en dónde circula y se
compra el periódico), el efecto de esta campaña de desprestigio será todo lo
contrario de lo deseado.
Al parecer las rabietas del
ejecutivo a veces se salen de control y generan reacciones totalmente
desproporcionadas; en este caso la rabieta parece obedecer a un editorial en la
cual este medio reclama mayor trasparencia en el tema de propiedad de los
medios. Se dice de forma insistente, desde todos los ámbitos posibles, que el
gobierno ha comprado, directa o indirectamente, una importante cantidad de
medios en todo el país. Lamentablemente son cosas que “se dicen y se comentan”
sin la posibilidad de corroborarlas, porque efectivamente no se explicita de
manera adecuada y públicamente, la información acerca de quiénes son los dueños
de los medios en el tapete de la sospecha.
Lo he dicho muchas veces y
me ratifico: no veo pecado alguno en el hecho de que un medio se identifique y
responda a una tendencia o a un proyecto político, mientras informe con calidad
y profesionalismo; lo único que espero y demando es que establezca su posición
de forma clara y transparente. En este caso para evitar especulaciones y
susceptibilidades, lo que hace falta es una seria investigación periodística que
dilucide el misterio de los dueños y aclare sus perfiles y nexos. Y si el
gobierno no tiene nada que temer u ocultar, debería ser el primer interesado en
colaborar con dicha investigación. Digo porque al final, igualito las cosas
terminan por saberse.
jueves, 8 de agosto de 2013
El Censo entre la mentira y la ineptitud (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete 08/08/13
Los resultados del Censo de
Población y Vivienda del año pasado están, quiérase o no, ligados a la credibilidad
del gobierno en general y allí es donde se originan buena parte de las
susceptibilidades que ha generado la divulgación de los datos oficiales. Y por
muy duro que suene decirlo así, la verdad es que no hay otra manera de decirlo:
el gobierno nos ha acostumbrado, y, cosa más grave, creo que también se ha
acostumbrado, a mentir con cierto descaro en temas de gran importancia.
No voy a hacer un inventario
de los temas en los que le han mentido al país y a ellos mismos, porque no le
viene al caso, pero será fácil coincidir con usted en que, haciendo un mal
aprovechamiento de sus altos niveles de respaldo y legitimidad, a nuestras
principales autoridades no les ha temblado la mano ni se han puesto colorados
cuando se ha tratado de mentir, pública y oficialmente.
Lo terrible es que muchas
veces no han sido mentirijillas piadosas atribuibles al cochino ritmo de la
política del día a día, sino mentirotas en cuestiones de estado, con serias
implicaciones en el largo plazo y efectos en la vida de todos los bolivianos. En
algunos casos, ya en el primer periodo de gobierno, el mentir les funcionó
bien, y acaso a partir de aquello asumieron que podían hacerlo con mayor
frecuencia e intensidad.
Después de siete años de
gobierno, escuchar mentiras o medias verdades se ha vuelto algo natural, y
claro, eso lógicamente ha generado tremendos niveles de desconfianza cuando la
palabra del gobierno está en juego. Por eso es que el primer reflejo de propios
y extraños ante las inexactitudes del censo, ha sido pensar que se trata de una
manipulación premeditada con oscuros fines políticos.
En este caso, voy contra mi
naturaleza de pensar mal y acertar, y apuesto más bien por pensar que las
diferencias entre los datos preliminares y los datos finales se deben a
problemas de orden técnico y a la ineficiencia de quienes estuvieron a cargo
del operativo censal. Se me ocurre que para manipular los datos es necesario un
dominio meticuloso de todo el proceso, y que hay una serie de indicios que
apuntan a que le gente del INE está muy lejos de aquello.
Ya en los meses previos al
día del censo surgieron serias dudas acerca de la calidad de la actualización
cartográfica y de la adecuada capacitación de los encargados de realizar el
levantamiento de datos, personal que fue parcialmente improvisado los últimos
días. En las semanas siguientes se evidenciaron asimismo una gran cantidad de
deficiencias que sembraron un manto de dudas sobre las condiciones técnicas del
trabajo.
El escándalo actual podría
haberse evitado de no ser por la irrefrenable costumbre del presidente de
manejar datos sin el rigor necesario; no me explico hasta ahora porqué el
primer mandatario se aventuró en enero a revelar información no definitiva,
pero, eso sí, de ninguna manera me compro la historia de que lo hizo por presión
de los medios.
En todo caso, me parece que
las diferencias encontradas no deberían ser motivo de una guerra civil; seguro
que la distribución de algunas platas ha puesto en alerta a algunas regiones,
así como la cantidad de escaños departamentales en la asamblea, asunto que en
rigor de verdad, no debería quitarle el sueño a nadie, considerando la escaza
gravitación de las brigadas regionales en el escenario político. Por el
contrario, algunos datos del censo, sobre todo los referidos a la pertenencia étnica
y al tema del mestizaje, le van a causar al gobierno grandes dolores de cabeza
para seguir construyendo su discurso. ¿Por qué entonces no falsearon y
manipularon también esa información? Insisto,
creo que más mala fe, se trata de una chambonada. Otra vez.
martes, 6 de agosto de 2013
Eso que nos une y nos divide (Artículo Suplemento Especial Fiesta Patria-Página Siete-06-08-13)
Resulta complejo y hasta
algo absurdo preguntarse así, de sopetón, que es lo que nos une a los
bolivianos, o por el contrario, que es lo que nos divide.
La interrogante, así
planteada, pasa inevitablemente por un intento de inventariar a priori, las
cosas que pudiéramos tener en común entre cambas y collas, quechuas y aymaras,
norteños y sureños, y así sucesivamente.
En un ejercicio de esa
naturaleza la respuesta en casi todos los casos será que no tenemos casi nada o
nada en común, y eso puede llevarnos a un razonamiento, además de incorrecto, falaz.
Algo muy parecido ocurriría
si nos preguntamos qué tienen en común un chileno de Punta Arenas con un
chileno de Iquique, un argentino porteño con un argentino de Jujuy, o un
peruano limeño con uno oriundo de la selva amazónica.
En todas las miradas resaltaran
una infinidad de diferencias, una menores y otra menores, que de por sí no
dicen nada concluyente acerca de la construcción nacional de esos países.
Justamente el debate y la
construcción jurídica sobre la naturaleza y la identidad nacional de nuestro país
no se han enfocado en la homogenización de nuestras particularidades, sino todo
lo contrario, en el reconocimiento de nuestras múltiples diversidades.
Nos une entonces, eso sí, la
voluntad de construir, desde el estado y desde la sociedad, un modelo nacional
que respete y armonice nuestras diferencias. Allí está, por lo menos en el
papel, el ensayo en curso del estado plurinacional.
Digo en el papel porque más
allá del discurso, de las buenas intenciones y de la teorización, por el
momento el único elemento de unión, realmente transversal a todos los factores
étnicos, culturales y socioeconómicos, es el sistema.
En buen romance, lo único
que nos une a los bolivianos es la plata. El sistema, expresado esencialmente
en la economía capitalista, es el escenario común en el que todos bailamos al
son de la oferta y la demanda, hablando el idioma universal de Don Dinero.
El consumo, la acumulación,
la competencia, y toda la colección de patologías del capitalismo, nos han juntado,
como no podía ser de otra manera, en el tablero del mercado; allí se resuelven,
en apariencia, nuestros entreverados códigos culturales y se conectan los
significados de todo y para todos; una vagoneta Toyota “landcrushercerofull”
adquiere en esa dimensión un significado común, tanto para un empresario
ricachón urbano de clase alta, como para un campesino o un comerciante de la
nueva burguesía. La vara del dinero es la misma para todos y allí, por muy
retorcido que parezca, nos encontramos unidos.
En efecto, el sistema y su
modelo económico han permeado incluso la histórica y persistente inamovilidad
social que nos había caracterizado. Las viejas elites excluyentes, que fueron
factores emblemáticos de desunión, han sucumbido ante el examen implacable del
“quién tiene más”, y han sido sustituidas por unas nuevas elites en las que el
color de la piel, el abolengo de los apellidos y los credos políticos y
religiosos ya no pesan nada frente al peso del vil metal.
Paradójicamente, las mismas
contradicciones del sistema son las que nos desunen de manera determinante y
dramática; las inequidades e iniquidades del modelo económico se traducen en
diferencias que nos dividen profundamente, de manera inexorable y progresiva.
En la selva del mercado la
brecha entre los que más tienen y los que menos tienen se ensancha cada vez
más, creando un abismo de diferencias que tarde o temprano se convertirán en
heridas incurables.
Las desigualdades en
términos de educación, empleo, seguridad social y acceso a la salud y a servicios
básicos, son en definitiva el germen de la desunión más cruda y palpable entre
los bolivianos, y esa tendencia se ha consolidado y acelerado en los últimos
años.
Otra paradoja en términos de
unión y división entre los bolivianos es el racismo: nos une el consenso
general en cuanto a que somos un país profundamente racista, y nos divide,
obviamente el ejercicio cotidiano de la discriminación en todas las direcciones
y prácticas posibles.
Me hubiera encantado en
estas líneas embarcarme en la búsqueda de símbolos de unidad y consenso entre
los bolivianos, pero creo que la cueca, las empanadas, las sagradas notas del
himno nacional y la selección nacional de fútbol, son eso, meros símbolos de
alguna manera intrascendentes frente a la contundencia y a la realidad de un
sistema que nos amontona y al mismo tiempo nos divide; por las buenas o por las
malas, nos guste o no nos guste.
jueves, 25 de julio de 2013
Fusión (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-25/07/13)
La cocina fusión puede
resultar algo extraña y desconcertante en nuestro medio si se la entiende
únicamente como la compleja experimentación de chefs vanguardistas de alta
cocina. Para mucha gente el concepto evoca algo de eso: la idea de algo muy
chic, complejo y sofisticado, pero a la vez extraño y ajeno; las imágenes
mentales, desde esa perspectiva, se asocian a las agresivas propuestas que se
pueden ver en la televisión por cable: comida exótica, rebuscada, muchas veces
minimalista, y seguramente cara e inaccesible.
Sin embargo, a pocos se les
viene a la mente una hamburguesa con chorrellana, un pollo frito con yucas y
platanitos, una tucumana con salsas acilantradas y mayonesas al olivo, o
incluso un buen falso conejo, todos ellos también producto de la fusión. Y es
que la fusión no es otra cosa que la mezcla de prácticas culinarias, de estilos
de cocina de otras culturas, así como de ingredientes característicos de otros
países; es el resultado natural de la interacción de gente diversa y de su
cultura.
En el ámbito gastronómico,
el término se acuñó hace más de cuarenta años, en los años setenta en los
Estados Unidos, y especialmente en la ciudad de Nueva York, en dónde migrantes
de todo el mundo en el afán de recrear su comida, utilizaron ingredientes locales
disponibles, obteniendo algo nuevo, pero igualmente válido y legítimo.
En nuestro caso, la fusión
es justamente una característica esencial de nuestra cocina; a la cocina
boliviana típica y tradicional, también la llamamos criolla, es decir nacida en
nuestra tierra, pero con padres europeos y españoles en particular. El largo
camino de mestizaje fue el que le dio forma a nuestra rica gastronomía local,
ensayando mezclas de lo autóctono con lo que llegaba de afuera, tanto en
ingredientes como en técnicas.
Nuestra condición esencial
de mestizos, nos convierte de alguna manera en practicantes permanentes de la
cocina fusión en sus distintas realizaciones. La migración del campo a la
ciudad seguirá generando fusiones en la dinámica propia de las nuevas generaciones;
las migraciones aymaras al oriente y al sur del país también derivarán en algún
momento en nuevas cocinas regionales; nuestra interrupción momentánea con el
océano pacífico tampoco ha impedido que en los últimos años se haya reconocido
nuestra cercanía con el mar, lo que ha derivado en la presencia de mariscos y
pescados mar en nuestros mercados populares, abriendo así otros caminos de
fusión que se pueden saborear en las calles.
Somos, en suma, una sociedad
preparada y afín a la comida fusión, porque el mestizaje nos ha obligado a
realizarla naturalmente, y lo seguirá haciendo en la medida en que no
sucumbamos a la estandarización global.
Ahora bien, la cocina
fusión como segmento gastronómico y categoría de la restauración, es un tema
que recae en los hombros de la nueva comunidad de cocineros, llamados a motivar
al mercado a través de la creatividad y la exploración seria y disciplinada. La
fusión no puede ser simple ocurrencia ni mezcla aleatoria de estito con lo
otrito, y a ver qué sale. La fusión, desde los fuegos de un restaurante,
requiere un profundo conocimiento de las cocinas con las que se va a
experimentar, respeto por su historia y fundamentos, y claridad conceptual en
lo que se quiere comunicar a través de la propuesta; pero ese es otro tema que
da mucho de qué hablar y al que volveremos
martes, 23 de julio de 2013
Celebremos en grata armonía (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-18/07/13)
En estos días de festejos
julianos y de innumerables elogios a nuestra hermosa y poderosa ciudad, vale la
pena reflexionar un momento acerca del desarrollo del rubro del entretenimiento
en general, y el rol del municipio en el acompañamiento y la regulación del
sector. La primera constatación que se puede hacer es que, para gusto y
disfrute de los paceños, la ciudad está experimentando una explosión
gastronómica que se refleja en emprendimientos de diversa índole; el mercado de
la restauración está que arde, sorprendiéndonos prácticamente cada semana con
una nueva propuesta.
Sin embargo se advierte un
desequilibrio en la oferta de servicios, que tiene que ver directamente con las
limitaciones que ha impuesto la Alcaldía en la otorgación de licencias de
funcionamiento. En Sopocachi y en la zona Sur, es decir en las zonas naturales
para el crecimiento de la industria del entretenimiento, el municipio ha deformado
desde hace mucho tiempo el desarrollo armónico del sector, prohibiendo de facto
la apertura de pubs, discotecas y otro tipo de negocios relacionados a la vida
nocturna.
Actualmente en estas zonas
solamente se pueden abrir lugares de expendio de comida, y por muy lindo que
esto suene en términos de seguridad ciudadana, hay que decirlo, esto no es muy
razonable. No lo es porque la gastronomía está ligada al entretenimiento
entendido como un concepto más amplio; el ciudadano común, que no es el
pandillero, el ladrón o el borracho pendenciero, sale por las noches a
divertirse, a tomar un trago, a escuchar una banda en vivo, a cantar en el
karaoke, a bailar en una discoteca o incluso a pasarla bomba con su mujer en el
motel; antes o después, o entre todas esas cosas, se sienta a comer, de acuerdo
a sus preferencias o a la posibilidad del bolsillo.
Seguramente el fuerte de una
buena noche de esparcimiento será una cena en un buen restaurante, pero esa
experiencia, aquí o en cualquier lugar del mundo, viene por supuesto acompañada
de otras actividades, que no veo porqué tengan que ser criminalizadas a priori.
La prohibición ciega y
secante tampoco es razonable en términos económicos y jurídicos y, tal como
está planteada, bien podría ser considerada como un atentado contra la libertad
y el derecho a las inversiones y a la actividad económica lícita. Peor aún,
algunas disposiciones municipales referidas a la venta y a la ingesta de
bebidas alcohólicas en determinadas fechas religiosas rayan en la pechoñería y
en un fundamentalismo absurdo y anacrónico. No sé si me perdí de algo en el
camino, pero a ratos siento que estamos encaminados a algo así como el
Municipio Islámico de Nuestra Señora de La Paz, ¡por favor!
En algún momento las cosas
perdieron su perspectiva inicial, y estaría bien que se haga algo para
recuperar algo de racionalidad. Entiendo perfectamente que ante una ola de violencia
y criminalidad, se tomen medidas de emergencia en determinado barrio, pero
seamos un poco más realistas: la seguridad ciudadana y la convivencia civilizada
entre vecinos, va más allá de la prohibición de boliches. Limitarse a ello es
tan ingenuo o demagógico como intentar reducir los accidentes de tráfico
prohibiendo la circulación de autos.
Creo que es momento de que
la Alcaldía retome este asunto con criterios algo más equilibrados, y
demuestre, también en este ámbito, que entre vecinos, empresarios y
autoridades, somos capaces de hallar soluciones sostenibles.
jueves, 11 de julio de 2013
Papita para el loro (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/07/13)
El incidente del avión de
Evo Morales en Viena es uno de esos episodios que lleva las cosas al límite,
obligando de alguna manera a todos a llamar a las cosas por su nombre. Las
evidencias son tan claras e irrefutables en un caso como este, que ya no
permiten las clásicas interpretaciones formales detrás de las cuales se intenta
explicar y justificar el orden y las relaciones de poder entre ciudadanos y
estados.
En éstos últimos días he
podido ver y leer a un montón de analistas, periodistas y opinadores en
diversos platós televisivos y páginas de opinión, dentro y fuera de nuestro
país, que con cierta incomodidad, han concluido en sus análisis que el affaire
Morales retrata nomás con crudeza, la relación de fuerzas en el mundo.
En ese frío y cínico
análisis, forzado por circunstancias tan embarazosas, los Estados Unidos de
América son la potencia económica y militar más fuerte del mundo (y
probablemente de la historia de la humanidad), y junto a sus aliados de la
posguerra representan un bloque de poder indiscutible; en ese concierto y en
esa lógica, Bolivia y su presidente no representan estrictamente nada.
Es, por lo tanto,
absolutamente lógico que las cosas se hayan dado de esa manera; si para
proteger su seguridad y sus intereses, se debe proteger la potestad de espiar y
controlar a quien sea necesario, aun a costa de pisotear todos los principios,
normas y derechos internacionales, así nomás son las cosas, pues la fuerza
otorga derechos naturales que van más allá del orden jurídico.
Ese es el verdadero
trasfondo, y por muy salvaje que sea es fácil de entender: en la selva, la ley
es la del más fuerte y punto. Está bien, una vez más habrá que asumir que se
nos ha dado una lección de realismo y que además tenemos que agradecer que no
se nos haya escarmentado con castigo físico. Entiendo que no somos nadie y que
por tanto no tenemos derecho a nada, pero lo que no acabo de entender es el
afán de validar una pantomima que nos hace creer en la farsa de la libertad, el
estado de derecho y demás pamplinas.
Puedo entender que los
poderosos nos sermoneen con ese espejismo pues es la mejor manera de mantener
las cosas en el sitio que les interesa, pero me cuesta comprender la posición
de los débiles de este lado, que aprueban y defienden la inconsistencia de los
argumentos de los más fuertes.
Para ellos, la afrenta al
presidente boliviano ha sido una horrorosa ocasión para que los ingenuos e
ilusos legitimemos el discurso antiimperialista y anticolonial de los gobiernos
“populistas y contestones” de la región, y un simple error de cálculo que nos
ha dado la excusa para insistir en nuestros estúpidos sueños de dignidad,
soberanía e igualdad; papita para los loros que no entienden cómo funciona el
mundo.
¿Qué sentido tiene para
alguien que vive en un país no gravitante - sujeto a los atropellos, imposiciones,
intromisiones y presiones en todos los ámbitos posibles – reproducir la pomada
del estado de derecho, de la seguridad jurídica y de los grandes ideales de la
convivencia civilizada, a sabiendas de que todo aquello es un gran sainete, y
que cuando las papas queman se imponen solamente el dinero y la fuerza?
¿Será ese el camino de la
resignación inteligente? ¿Será que realmente piensan que esa es la ley de la
vida y es de tontos pensar en un mundo distinto? ¿O será que su instinto de
conservación les dice que en su condición de privilegiados del tercer mundo, lo
que conviene es seguirles nomás el juego a los mandamases?
jueves, 4 de julio de 2013
Europa le debe una explicación al mundo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-04/07/13)
Ya que en casa parece que no todos tenemos la misma
opinión acerca del atropello perpetrado en contra del presidente en cielos
europeos, miraremos la cosa desde el otro lado y ensayemos lo que podría ser la
lectura de un ciudadano francés al respecto. La percepción podría ser más o
menos la siguiente: mi presidente socialista se ha bajado los pantalones ante
las presiones norteamericanas, y ha cometido un abuso monumental contra el
presidente indígena de una pequeña nación latinoamericana, ¡para permitir que
nos sigan espiando y controlando impunemente, con la aquiescencia de nuestro
estado!
El mismo razonamiento vale para portugueses, italianos y
españoles; un escándalo que debería avergonzar a todos los ciudadanos de lo que
algún día fue Europa. Viendo las cosas por donde se las debe ver, en realidad
los más indignados deberían ser ellos, los ciudadanos europeos, pues el tema de
fondo no es el presidente Morales ni el señor Snowden; es tema de fondo es la
autoridad que se arroga el gobierno de los Estados Unidos para violar los
derechos y libertades de millones de personas en el mundo, a nombre de sus
intereses y de su seguridad.
Para consumar sus programas de espionaje y control de las
vidas y haciendas de todo el mundo, el señor Obama ha visto por conveniente
presionar, chantajear y amedrentar a quien se le ponga por delante, recurriendo
a todos los mecanismos coloniales e imperiales, que nada tienen que ver con los
principios de libertad y democracia que dice defender. El locuaz y carismático
presidente que pretendió cambiar las cosas en su país, nuevamente ha demostrado
ser una mala secuela de George W Bush, y ha sido incapaz de enfrentarse al
espíritu fascistoide que caracteriza al conservadurismo norteamericano.
No nos equivoquemos, el asunto de fondo son los gringos
que se resisten a la realidad de un mundo multipolar, y que están dispuesto a
utilizar toda la fuerza que les queda para imponer, por la buenas o por la
malas, los intereses económicos de quienes realmente mandan en Washington. El
resto son nomás el reflejo de las reacciones de la gente y de los gobiernos
ante la embestida imperialista.
Unos, es el caso de Vladimir Putin, han actuado con algo
de firmeza y finalmente se han lavado las manos; otros, el caso de los países
europeos que han acatado órdenes para amenazar al presidente boliviano, han
mostrado su condición de peleles serviles; y otros, en este lado del mundo, han
reaccionado con valentía y dignidad ante lo que es una bravuconada indefendible
e inadmisible.
Lo mismo ha ocurrido internamente, en el país del
presidente vejado. Muchos, quiero pensar que la gran mayoría, se han sentido agredidos
y se han solidarizado con Evo Morales, más allá de sus afectos o desafectos;
otros, los sipayos de siempre han legitimado la acción asumiendo que lo que
hacen los jefes siempre es bueno para ellos; pero no han faltado los idiotas
que, pese a comprender el real significado y la magnitud del incidente, han
intentado justificarlo acudiendo a argumentos absurdos, con la intención de
afectar la imagen interna y externa del presidente; he visto, con una mezcla de
pena y asco, como algunos dirigentes de la oposición se han lanzado a ese
juego, incluso en entrevistas con la prensa internacional.
El gobierno francés y sus pares europeos le deben
obviamente una explicación, no solamente el presidente Morales y al estado
boliviano, sino a sus ciudadanos y al mundo entero, sobre una decisión que los
ha evidenciado como los perros guardianes del autoritarismo colonial.
jueves, 27 de junio de 2013
Los alteños de la zona Sur (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/06/13)
La clásica conversación de
los paceños de la zona Sur en relación a la ciudad de El Alto cuando les toca
pasar por allí, generalmente en su paso hacia el aeropuerto o hacia un viaje
terrestre al exterior, gira en torno al caos y al desorden reinante. Con aires
de superioridad y desprecio, los sureños de la sede de gobierno se regodean
criticando ferozmente la dinámica aparentemente anárquica de una ciudad que
para ellos, representa la antítesis de la modernidad.
La conducta de los choferes,
la masiva presencia de actividades económicas informales y/o ilegales, es
estado de las vías y la predominancia de indígenas, tiende casi siempre a
exacerbar los impulsos coloniales y racistas de los paceños del sur, que
derivan en apresurados análisis sociológicos; las lapidarias conclusiones desde
la comodidad del auto generalmente rematan en consabidos clichés, tales como “con
ésta gente éste país no tiene remedio” o “no hay caso con estos salvajes y por
eso nunca llegaremos a ser ni siquiera como nuestros vecinos chilenos o
argentinos”.
Con el dedo acusador y
burlón, seguramente es difícil valorar en su justa dimensión a una ciudad que
veinte años atrás era calificada como una bomba de tiempo social, y que hoy,
pese a sus grandes problemas, es uno de los motores económicos más importantes
del país. Una ciudad de migrantes donde conviven lógicas culturales rurales y
urbanas, que tuvo que aprender a organizarse sola, a espaldas del estado, y
que, contra todas las adversidades, trabaja y produce mucho más que otras urbes
más privilegiadas.
Juzgando las maneras de los
alteños, los paceños “bien” expían sus demonios internos y se reafirman como
ciudadanos civilizados y por tanto superiores, pero curiosamente, cuando
regresan a su barrio, actúan de manera asombrosamente similar a la de esos “salvajes”.
En un contexto más coqueto y de primer mundo, los reflejos no distan mucho de
lo que ocurre en El Alto. La señora copetuda a bordo del autazo en San Miguel,
se ríe de janeiro en las normas de tránsito y parquea donde se le da la
regalada gana; unos pasos más allá, el jovenzuelo primermundista para el auto
en tercera fila y pide a gritos desde su ventanilla que el puestero le venda el
blu-ray pirata, producido en El Alto; más allacito hay alguien sobornando a un
policía, colándose en una fila, y más acacito hay otro mamando impuestos,
buscando un negocito con el estado, siempre por el camino más corto y fácil.
En la parte “presentable” de
la ciudad a los extranjeros, se pretende que se vive como en un país moderno y
civilizado, de acuerdo a nuestras más caras aspiraciones, pero se actúa nomás
igualito que aquellos a los que consideramos unos salvajes sin remedio.
No pretendo con ésta líneas
ningún análisis sociológico de fondo,
sino simplemente que nos dejemos de joder con los típicos estereotipos cargados
de prejuicios racistas, y nos reconozcamos con un poco de honestidad
intelectual, en nuestros actos y en nuestra falta de urbanidad y de ciudadanía.
No hay nada mejor que el espejo propio como antídoto al comentario fácil y al
deslinde de nuestras responsabilidades cuando se trata de juzgar al resto.
jueves, 20 de junio de 2013
El turno de Brasil (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/06/13)
¿Cuánta desconexión con el
sentir de la gente puede ocasionar el ejercicio prolongado del poder? ¿Es esta
enajenación un destino inexorable de los gobernantes, cualesquiera fueran las
circunstancias? ¿El poder aturde y enceguece, quien fuera el que lo ejerce, al
grado en que se pierde irremediablemente el sentido de la realidad? Que el
resto del mundo se haya visto sorprendido por el rugido de protestas en Brasil,
puede ser normal; después de todo, la imagen que se tiene de ese país se ha estereotipado
en la estampita del tigre asiático del sur, en el Mundial de Fútbol y en la
Olimpiadas.
Lo que no es para nada
normal es que las masivas protestas hayan tomado por sorpresa al gobierno y a
la oposición brasileras, quienes todavía no salen de su asombro y perplejidad
ante la súbita explosión social en curso; no la vieron venir ni entienden qué
cuernos está pasando por la cabeza de esos cientos de miles de personas que se
han echado a las calles pacíficamente para condenar el sistema político y el
modelo económico del hermano mayor de nuestro barrio.
En lo único que coinciden
los políticos y analistas brasileros es en que los veinte centavos de
incremento en las tarifas de transporte fueron solamente el detonante de las
movilizaciones, y que los manifestantes no fueron convocados por ninguna
institución constituida. Fueron nuevamente las redes sociales el vehículo para
la auto convocatoria espontánea de gente de a pie, protestando, sin liderazgos
personales y sin pliego petitorio, contra el sistema de representación
política, la corrupción, la violencia, y los tormentos cotidianos que acarrea
el modelo.
La única reacción de la
presidenta Rousseff, a través de un pálido y destemplado tweet de su vocera,
pretendió minimizar lo ocurrido señalando que es normal que los jóvenes
protesten y que debía garantizarse que lo hagan evitando la violencia policial.
Preocupantemente pobre la reacción, enfilada en la misma línea de los
gobernantes de medio oriente y Europa, que intentaron en sus países restarle
representatividad a las protestas, con el estigma de que son sólo jóvenes,
pocos, violentos, y que después de todo, a la hora de hora, siguen votando en
las elecciones.
Eso no es así. Probablemente
los jóvenes son los más predispuestos a salir a las calles porque sencillamente
la mitad de ellos no tiene trabajo, pero en realidad están representando el
hastío de millones de ciudadanos de clase media cuya calidad de vida, más allá
de los espejismos, se torna insoportable.
La economía del Brasil anda
dando tumbos y ha dejado de crecer; así de fea está la cosa. La apuesta por la
demanda interna parece haber llegado a sus límites en una sociedad arrojada al
consumismo, pero terriblemente sobre endeudada; todo esto con el telón de fondo
irresuelto de ser uno de los países más inequitativos del mundo. Las
espectaculares cifras macroeconómicas de la célebre potencia emergente parecen
no haber sido suficientes para resolver las horrorosas desigualdades, ni para
darle sostenibilidad, ni al crecimiento ni al modelo.
Está en duda también ahora
el éxito de la política social de una izquierda pasada por agua que en el fondo
se las jugó nomás por la reglas del maltrecho capitalismo internacional y cuya
única apuesta parece ser la organización de eventos deportivos en clave de
megalomanía, cuya transparencia y beneficios para el país están en entredicho, y
le han colmado la paciencia a los “jóvenes manifestantes”.
jueves, 13 de junio de 2013
Cuando pensar y ser libre, te convierten en estorbo y amenaza (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/06/13)
La política partidaria no es
el lugar ni para gente libre, ni pensante, y menos aun cuando el partido en
cuestión se encuentra en función de gobierno. Tener la osadía de pensar
libremente desde el poder, es un pecado mortal que se paga indefectiblemente
con la disidencia.
Por eso me pareció
incongruente la noticia de una reunión entre algunos asambleístas del MAS, con
los disidentes más célebres del gobierno; pese a que los asambleístas
ratificaron su militancia en el partido y revindicaron su derecho a reflexionar
críticamente, en realidad creo que fue una reunión entre puros disidentes; por
un lado los que en algún momento decidieron dar un paso al costado, y por otro
los que formalmente siguen en la estructura, pero con un pie en la congeladora
y el otro en el paredón.
Cuando la maquinaria de
poder está ya en marcha, los pensantes son automáticamente sustituidos por los
operadores políticos; en el vértigo de la administración del poder, son ellos
los que saben cómo funcionan y cómo se hacen funcionar las cosas; ya sea con
alto perfil o por abajito, actúan con gran eficiencia y sangre fría, pero ya no
en función de ideas y de valores, sino en función a intereses.
En el pasado, salvo en un
par de ocasiones en las que algunas ideas sobrevivieron al poder, los
operadores políticos respondían básicamente a intereses económicos. Detrás de
las magistrales maniobras y del teje y maneje cotidianos, lo que importaba
realmente eran los intereses de los dueños del billete; se hacía lo que tenía
que hacerse – cueste los que cueste – para compensar a los que habían puesto
cheques de seis ceros durante la campaña, para cumplir con los intereses de los
grandes bloques empresariales, o para apuntalar a los futuros “empresarios” del
partido, con negocios siempre relacionados con el Estado.
En un lejano segundo plano,
aquellos operadores de la nada actuaban para contentar a la dirigencia de los
partidos en la interminable demanda de pegas; lo hacían a partir de la débil
convicción de que había que mantener una maquinaria activa para defender al
gobierno, pero sobre todo para evitar que jodan mucho y que alguno abra el
hocico de manera infidente.
No sé mucho cómo serán las
cosas en este gobierno, pero imagino que los poderosos operadores tienen la
tarea de administrar los espacios de poder de las organizaciones sociales
adeptas, que sí tienen capacidad de movilización y, por ende, de causar daño.
No se vaya a creer que la plata ya no manda; la diferencia es que esta vez se
trata de empoderar a las nuevas burguesías propias, claves para la
sostenibilidad del proyecto.
En todos los casos lo que
queda claro es que en la maquinaria del poder y del billete, los librepensantes
y los contestones son una amenaza que hay que mantener a raya. Los principios y
las ideas que encumbraron al MAS, la producción intelectual y la sensibilidad
ideológica son ahora obstáculos impertinentes para el núcleo de operadores.
Las voces críticas y
reflexivas sobre el rumbo del proceso son sinónimo de resentimiento y de
venganza. La defensa de valores y de las maneras correctas de hacer las cosas
son una traición que amerita un ajuste de cuentas desde la estructura del
partido, en contra de los insolentes.
Habrá que admitir que tenía
razón nomás el vice cuando afirmó taxativamente que en éste proceso no hay
lugar para librepensantes; cuando se trata de reproducir poder y plata,
solamente hay lugar para los operadores.
jueves, 30 de mayo de 2013
La mesa está lista (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-30/05/13)
A veces resulta difícil
apreciar las cosas que ocurren en ésta hermosa ciudad, agobiada por su abnegado
rol en le escena política del país. Es verdad, la condición de ser el motor
político y el núcleo burocrático del estado, absorben gran parte de nuestra
energía y generan la impresión en propios y extraños, de que por acá, las cosas
giran exclusivamente alrededor del conflicto social y la tensión del poder. Las
marchas, los bloqueos, las movilizaciones de todos contra todos y la atmósfera
cotidiana generada por la agenda social, se suman al ajetreado ritmo
característico de una ciudad grande y congestionada, y no dejan mucho lugar
para mirar el resto, que siempre es más y mejor de lo que pensamos.
Un de esas cosas, lindas y
valiosas, es la explosión gastronómica registrada en los últimos meses, y que
se expresa en parte, en la apertura de varios nuevos restaurantes. Después de
muchos años de discreto desarrollo, la oferta gastronómica, para gusto de
habitantes y visitantes, parece estar experimentando un pequeño boom; como
champiñones después de la lluvia, casi a diario se abren nuevos y prometedores
emprendimientos, unos más visibles, otros más discretos, pero cada uno
orientado a un segmento y a un público en particular. En una ciudad grande y
diversa, que va más allá de nuestros recorridos rutinarios, comienza a haber de
todo y para todos, y eso es muy bueno.
Las señales del mercado han
sido recibidas por chefs, gastrónomos, cocineros, emprendedores y empresarios
de toda índole, que apuntan a satisfacer una demanda en efervescencia y también
en plena transformación.
El mercado que pide y
permite ese tipo de saltos cuantitativos – que estoy seguro, con el tiempo,
también serán cualitativos -, responde a las nuevas realidades socioeconómicas
de una sociedad cambiante, ya sea para bien o para mal, ese es tema de otra
discusión. En ello tiene mucho que ver la migración campesina a las ciudades, la
inédita movilidad social, el ensanchamiento de las clases medias, la
composición etaria de los mercados y el visible cambio en los hábitos de
consumo de la gente.
La mesa está bien tendida y
lista para una fiesta en la que, todos parecen coincidir, las sillas, la comida
y las ganas de comer alcanzarán para todos; para que ello ocurra y el
desarrollo de la gastronomía en nuestra ciudad sea sostenible, los
restauradores tendrán que competir de manera inteligente y sana, elevando todos
sus estándares y trabajando en espíritu de cooperación y generosidad, y los
comensales tendrán que acompañar este proceso saliendo a comer fuera con más
frecuencia y demandando, en retribución, mejor producto y mejor servicio de
manera constante.
El círculo virtuoso
terminará de completarse, con el paso del tiempo, en las ramas y servicios
afines a la actividad gastronómica; tendrán que desarrollarse productos medios
de comunicación especializados, proveedores orientados específicamente a la
restauración, nexos directos entre productores y cocineros, mano de obra
calificada en toda la cadena, y u sinfín de otras actividades anexas,
esenciales para un desenvolvimiento profesional de todo el rubro.
Lo que no puede faltar es el
entusiasmo y la visión de los emprendedores, los nuevos y los establecidos, los
extranjeros y los nacionales, los novatos y los fogueados; y claro, tampoco
puede fallar el compromiso compartido en esta aventura, que tiene todos los
días la última palabra: el cliente, esperemos satisfecho.
jueves, 23 de mayo de 2013
Mirándonos con la boca (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Pagína Siete-23/05/13)
Somos lo que comemos. O
dicho de otra forma, nuestra comida de todos los días explica con tremenda
claridad y contundencia nuestra identidad, nuestra posición, y nuestro lugar en
el mundo; un tenedor y una cuchara, o una marraqueta y un trozo de queso, seguramente
nos expresan mejor que un voto en una urna o que un partido de fútbol de
nuestra selección.
Mirándonos, no con los ojos,
sino con la boca y con el estómago, tengo la certeza de que somos un gran país;
los bolivianos no solamente tenemos una riquísima gastronomía, sino que además
comemos bien; seguramente nuestro mercado gastronómico no ha tenido el mismo
desarrollo que el de otros países, y quién sabe, es posible que esto se deba en
parte a que, en las cocinas de nuestras casas siempre hemos hecho las cosas muy
bien.
Qué hermoso es escuchar una
y mil veces, desde cualquier estrato social o económico, que el mejor ají de
fideo o la mejor lasaña que se puede encontrar en la ciudad, son los que cada
quién dice que prepara en casa. ¡Tres hurras por esa hermosa convicción de que
el mejor restaurante lo tiene cada uno en su cocina, con empleada, sin
empleada, o como casi siempre ocurre, en simbiosis y méritos compartidos con la
empleada!
En las clásicas
conversaciones en torno a en qué país se come bien o mal, siempre he dicho que,
para saberlo realmente, el camino no pasa solamente por visitar los mejores
restaurantes, y tampoco alcanza con probar la comida popular que se vende en
las calles. El mejor ejercicio consiste en caerle de improviso, a la hora del
almuerzo o de la comida, a un ciudadano normalito de clase media; mejor si es
el chofer del taxi, o la secretaria o el mensajero de la oficina, si el viaje
es por razones de trabajo. Allí veremos realmente si en ese país se come bien o
mal, si la comida es rica o fea, y a partir de allí, le aseguro, veremos muchas
otras cosas más, pues la comida habla por sí sola en los códigos y lenguajes
universales más fáciles de entender.
En el comedor de esa familia
boliviana elegida al azar en un día ordinario de semana, cualquiera podrá ver
que el ama de casa realiza a diario milagros económicos y pequeñas hazañas
gastronómicas; cualquiera constatará el esfuerzo de una comida sana y completa
para los hijos, franqueando con creatividad los obstáculos que significan las
constantes elevaciones de los precios de los alimentos más básicos; cualquiera constatará
el arraigo y la pasión por la cocina criolla y el respeto a las tradiciones
familiares, conjugadas con la soltura y la audacia cuando se trata de entrarle
a los clásicos de le comida internacional; lo que cualquiera verá será, en suma,
tradición, diversidad y ansiosa creatividad, cosa que nada tiene que ver con la
condena a la repetición sistemática de la milanesa con papas fritas.
¡Enhorabuena! Algo hemos
hecho muy bien los bolivianos, que nos permite seguir comiendo sabroso y que
nos hace darle batalla diaria a la amenaza constante de la globalización mal
asumida. Esa es una victoria silenciosa, anónima y colectiva que debería
llenarnos de orgullo; orgullo a prueba de balas en la medida en que allí no
importan ni nuestras diferencias políticas, ni nuestras diferencias regionales,
ni nuestros credos religiosos, ni el color de nuestra piel. En ese rasgo común,
sin darnos cuenta, sumamos todos y, por si fuera poco, lo hacemos con mucho
gusto.
jueves, 11 de abril de 2013
Oh Maggie, ¿qué es lo que hemos hecho? (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/04/13)
Cada vez que muere alguien
con fama de cabrón, o cabrona, se reabre la discusión acerca de la pertinencia
de hablar mal de alguien que acaba de morir. Esto ocurre porque, nos guste o
no, la muerte marca nomás un momento de ajuste de cuentas no solamente con
nuestro creador, sino también con nuestra sociedad y con la historia. Cuando
muere algún personaje influyente, siempre notable para algunos y deleznable
para otros, es difícil dejar de hacer el clásico balance de sus luces y sus
sombras, aunque a veces éste resulte apresurado y prematuro.
Otra cosa muy distinta es,
sin embargo, desear públicamente la muerte de alguien o alegrarse por su
muerte. Yo me encuentro entre los que consideran que festejar la muerte de una
persona es, además de una señal de fanatismo ciego, irrespetuoso y de mal gusto;
no importa si el occiso es Osama Bin Laden o el más villano entre los villanos;
salir a la calle a tocar bocina y a bailar me parece un reflejo de ignorancia y
ordinarez.
En el otro extremo, detesto
también el falso respeto y la apología gratuita, a menudo justificados por la
compasión en clave de convención social. Ni lo uno ni lo otro; me parece que
cuando le toca la hora a alguien de alto perfil que se ha ganado a pulso su
reputación, hay que decir nomás las cosas, aunque no suenen bonitas.
Esta semana le tocó a la
Thatcher y lo primero que diré es que estará mejor la señora en el otro lado,
luego de haber padecido durante años una desgarradora demencia senil; esa
enfermedad, imagino debe de ser especialmente cruel con quienes han ejercido el
poder desde el agudo intelecto.
Luego diré lo ineludible; la
“Dama de Hierro”, junto a Ronald Reagan, su media naranja y al terrible Juan
Pablo II, fueron el trio de oro responsable de haber dejado a medio mundo a
merced del salvaje neoliberalismo. Se cargaron al indefendible socialismo
soviético, pero al mismo tiempo impusieron la tiranía del capital y del mercado
como dogma de fe.
La salada factura del
aplastamiento de los sindicatos y de la sociedad civil, de la privatización de
los servicio básicos, de le flexibilización laboral y del reino impune de la
banca y de las grandes corporaciones, la están pagando recién ahora en el
primer mundo, pero nosotros, los de los márgenes, fuimos los primeritos.
En Bolivia, como siempre
adelantada y precursora, los sipayos madeinusa
levantaron cabeza protegidos por la licencia para matar otorgada por los
organismos internacionales, y se apresuraron en encachufarnos a cualquier costo
el modelito vencedor para que aterrizaran los dueños del mundo. La victoria
liberal y el “fin de la historia” proclamado en virtud a la hazaña de ese funesto
trío, se tradujo en un capítulo más de nuestra historia colonial, con los
resultados que todos conocemos. El legado de doña Maggie en estos pagos, en
síntesis, no fue poca cosa.
La recuperación del orgullo
imperial británico también se dio a costa de los latinoamericanos; la ejemplarizadora
sentada de mano a los argentinos en la
guerra de las Malvinas tuvo mucho que ver en el asunto, sin subestimar, claro,
el rol de otro amigo íntimo de la Primera Ministra inglesa, ni más ni menos que
Augusto Pinochet, a quien defendió con uñas y dientes cuando la justicia
internacional intentó juzgarlo por sus crímenes de lesa humanidad.
Me permito cerrar con algo
de humor negro, reproduciendo un mordaz comentario del Facebook a propósito de
las exequias de la Thatcher: “Una duda lógica: ¿van a enterrar a la Dama, o la
van a fundir?”.
jueves, 4 de abril de 2013
El gato jugando con el ratón (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-04/04/13)
El escandalete de la semana fue
por cuenta de los viáticos y el estatus del pasaporte de los hijos del
presidente y la esposa del vicepresidente. Se nos reveló – como si se tratara
del escándalo Watergate – un decreto que dispone que el estado debe pagar los
gastos de los familiares más cercanos cuando éstos acompañan a los mandatarios
en viajes oficiales. Y como el presidente es soltero, el tema saltó
inmediatamente al rol que desempeña su hija, una jovencita de 18 años, cuando
le toca acompañar a su padre en visitas de estado.
En algún momento tuve la
esperanza de que a partir del rediseño del estado, nunca más se hablaría de la
primera dama de la nación, ni del absurdo que significa el hecho de que la
esposa o pareja del presidente se vea obligada a asumir un cargo público,
directamente asociado además al detestable concepto de la beneficencia.
Siempre me pareció una
tremenda estupidez el hecho de que las esposas de nuestros presidentes tuvieran
que asumir, casi automáticamente, la dirección de una institución del estado; tal
imposición no es otra cosa que un atropello al derecho del conyugue del primer
mandatario a seguir ejerciendo su profesión u oficio como mejor le plazca, o
finalmente no hacer nada si esa fuera su voluntad. Ya suficiente martirio
sufren estas personas siendo esposas o maridos de un jefe de estado, como para
que además, se les chante una pega que nunca pidieron y que probablemente no
les interesa ni personal ni profesionalmente.
Pero lo que más me indignaba
era que la labor del despacho de la primera dama estuviera enfocado a la
beneficencia, asumiendo como modelo la costumbre de las señoras copetudas que
llenan sus horas de ocio con actividades de caridad. Por muy feo que suene,
creo que la beneficencia, entendida como actividad decorativa fuera de la
política social, es un reconocimiento institucional del fracaso del estado en
atender las necesidades básicas de la población. En un estado serio no hay
lugar para ese tipo de cosas.
Volviendo al tema del
escándalo de los viáticos, hay que decir que los medios picaron el anzuelo y
corrieron a jalarle la lengua a la oposición, que terminó de comerse la carnada
a través de sendas condenas a lo que califican como un monstruoso
despilfarro de recursos públicos. La
agenda mediática se llenó de acidas críticas a un acto administrativo
intrascendente, que por cierto a mí me parece justo y razonable.
Veo en esto pescadores,
anzuelos, carnadas y pescados, porque el resultado en términos de opinión
pública se traduce en una sabrosa distracción que desenfoca la atención de
temas pesados, como ser el caso del fiscal Soza y la red de extorsión, o el
cierre y remate de la consulta en el Tipnis.
La oposición chocha de la
vida porque creen que con la explicitación de las contradicciones de la
política de austeridad del gobierno le están infligiendo un daño electoral
tremendo. En el otro lado el gobierno muerto de la risa porque todos miran con
la boca abierta los fuegos artificiales en el cielo en vez de mirar el incendio
en la tierra, y además porque saben que la poderosa batería de señales
simbólicas puesta en marcha con éxito desde hace siete años, no se desportilla
con tonteras de ese tamaño.
Todos contentos menos los
giles que seguimos esperando conductas más inteligentes de una oposición que no
encuentra por dónde entrarle al gato que juega con ella como con un ratón
acorralado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)