En estos días de festejos
julianos y de innumerables elogios a nuestra hermosa y poderosa ciudad, vale la
pena reflexionar un momento acerca del desarrollo del rubro del entretenimiento
en general, y el rol del municipio en el acompañamiento y la regulación del
sector. La primera constatación que se puede hacer es que, para gusto y
disfrute de los paceños, la ciudad está experimentando una explosión
gastronómica que se refleja en emprendimientos de diversa índole; el mercado de
la restauración está que arde, sorprendiéndonos prácticamente cada semana con
una nueva propuesta.
Sin embargo se advierte un
desequilibrio en la oferta de servicios, que tiene que ver directamente con las
limitaciones que ha impuesto la Alcaldía en la otorgación de licencias de
funcionamiento. En Sopocachi y en la zona Sur, es decir en las zonas naturales
para el crecimiento de la industria del entretenimiento, el municipio ha deformado
desde hace mucho tiempo el desarrollo armónico del sector, prohibiendo de facto
la apertura de pubs, discotecas y otro tipo de negocios relacionados a la vida
nocturna.
Actualmente en estas zonas
solamente se pueden abrir lugares de expendio de comida, y por muy lindo que
esto suene en términos de seguridad ciudadana, hay que decirlo, esto no es muy
razonable. No lo es porque la gastronomía está ligada al entretenimiento
entendido como un concepto más amplio; el ciudadano común, que no es el
pandillero, el ladrón o el borracho pendenciero, sale por las noches a
divertirse, a tomar un trago, a escuchar una banda en vivo, a cantar en el
karaoke, a bailar en una discoteca o incluso a pasarla bomba con su mujer en el
motel; antes o después, o entre todas esas cosas, se sienta a comer, de acuerdo
a sus preferencias o a la posibilidad del bolsillo.
Seguramente el fuerte de una
buena noche de esparcimiento será una cena en un buen restaurante, pero esa
experiencia, aquí o en cualquier lugar del mundo, viene por supuesto acompañada
de otras actividades, que no veo porqué tengan que ser criminalizadas a priori.
La prohibición ciega y
secante tampoco es razonable en términos económicos y jurídicos y, tal como
está planteada, bien podría ser considerada como un atentado contra la libertad
y el derecho a las inversiones y a la actividad económica lícita. Peor aún,
algunas disposiciones municipales referidas a la venta y a la ingesta de
bebidas alcohólicas en determinadas fechas religiosas rayan en la pechoñería y
en un fundamentalismo absurdo y anacrónico. No sé si me perdí de algo en el
camino, pero a ratos siento que estamos encaminados a algo así como el
Municipio Islámico de Nuestra Señora de La Paz, ¡por favor!
En algún momento las cosas
perdieron su perspectiva inicial, y estaría bien que se haga algo para
recuperar algo de racionalidad. Entiendo perfectamente que ante una ola de violencia
y criminalidad, se tomen medidas de emergencia en determinado barrio, pero
seamos un poco más realistas: la seguridad ciudadana y la convivencia civilizada
entre vecinos, va más allá de la prohibición de boliches. Limitarse a ello es
tan ingenuo o demagógico como intentar reducir los accidentes de tráfico
prohibiendo la circulación de autos.
Creo que es momento de que
la Alcaldía retome este asunto con criterios algo más equilibrados, y
demuestre, también en este ámbito, que entre vecinos, empresarios y
autoridades, somos capaces de hallar soluciones sostenibles.
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