jueves, 11 de julio de 2013

Papita para el loro (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/07/13)


El incidente del avión de Evo Morales en Viena es uno de esos episodios que lleva las cosas al límite, obligando de alguna manera a todos a llamar a las cosas por su nombre. Las evidencias son tan claras e irrefutables en un caso como este, que ya no permiten las clásicas interpretaciones formales detrás de las cuales se intenta explicar y justificar el orden y las relaciones de poder entre ciudadanos y estados.
En éstos últimos días he podido ver y leer a un montón de analistas, periodistas y opinadores en diversos platós televisivos y páginas de opinión, dentro y fuera de nuestro país, que con cierta incomodidad, han concluido en sus análisis que el affaire Morales retrata nomás con crudeza, la relación de fuerzas en el mundo.
En ese frío y cínico análisis, forzado por circunstancias tan embarazosas, los Estados Unidos de América son la potencia económica y militar más fuerte del mundo (y probablemente de la historia de la humanidad), y junto a sus aliados de la posguerra representan un bloque de poder indiscutible; en ese concierto y en esa lógica, Bolivia y su presidente no representan estrictamente nada.
Es, por lo tanto, absolutamente lógico que las cosas se hayan dado de esa manera; si para proteger su seguridad y sus intereses, se debe proteger la potestad de espiar y controlar a quien sea necesario, aun a costa de pisotear todos los principios, normas y derechos internacionales, así nomás son las cosas, pues la fuerza otorga derechos naturales que van más allá del orden jurídico.
Ese es el verdadero trasfondo, y por muy salvaje que sea es fácil de entender: en la selva, la ley es la del más fuerte y punto. Está bien, una vez más habrá que asumir que se nos ha dado una lección de realismo y que además tenemos que agradecer que no se nos haya escarmentado con castigo físico. Entiendo que no somos nadie y que por tanto no tenemos derecho a nada, pero lo que no acabo de entender es el afán de validar una pantomima que nos hace creer en la farsa de la libertad, el estado de derecho y demás pamplinas.
Puedo entender que los poderosos nos sermoneen con ese espejismo pues es la mejor manera de mantener las cosas en el sitio que les interesa, pero me cuesta comprender la posición de los débiles de este lado, que aprueban y defienden la inconsistencia de los argumentos de los más fuertes.
Para ellos, la afrenta al presidente boliviano ha sido una horrorosa ocasión para que los ingenuos e ilusos legitimemos el discurso antiimperialista y anticolonial de los gobiernos “populistas y contestones” de la región, y un simple error de cálculo que nos ha dado la excusa para insistir en nuestros estúpidos sueños de dignidad, soberanía e igualdad; papita para los loros que no entienden cómo funciona el mundo.
¿Qué sentido tiene para alguien que vive en un país no gravitante - sujeto a los atropellos, imposiciones, intromisiones y presiones en todos los ámbitos posibles – reproducir la pomada del estado de derecho, de la seguridad jurídica y de los grandes ideales de la convivencia civilizada, a sabiendas de que todo aquello es un gran sainete, y que cuando las papas queman se imponen solamente el dinero y la fuerza?
¿Será ese el camino de la resignación inteligente? ¿Será que realmente piensan que esa es la ley de la vida y es de tontos pensar en un mundo distinto? ¿O será que su instinto de conservación les dice que en su condición de privilegiados del tercer mundo, lo que conviene es seguirles nomás el juego a los mandamases? 

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