jueves, 13 de junio de 2013

Cuando pensar y ser libre, te convierten en estorbo y amenaza (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/06/13)


La política partidaria no es el lugar ni para gente libre, ni pensante, y menos aun cuando el partido en cuestión se encuentra en función de gobierno. Tener la osadía de pensar libremente desde el poder, es un pecado mortal que se paga indefectiblemente con la disidencia.
Por eso me pareció incongruente la noticia de una reunión entre algunos asambleístas del MAS, con los disidentes más célebres del gobierno; pese a que los asambleístas ratificaron su militancia en el partido y revindicaron su derecho a reflexionar críticamente, en realidad creo que fue una reunión entre puros disidentes; por un lado los que en algún momento decidieron dar un paso al costado, y por otro los que formalmente siguen en la estructura, pero con un pie en la congeladora y el otro en el paredón.
Cuando la maquinaria de poder está ya en marcha, los pensantes son automáticamente sustituidos por los operadores políticos; en el vértigo de la administración del poder, son ellos los que saben cómo funcionan y cómo se hacen funcionar las cosas; ya sea con alto perfil o por abajito, actúan con gran eficiencia y sangre fría, pero ya no en función de ideas y de valores, sino en función a intereses.
En el pasado, salvo en un par de ocasiones en las que algunas ideas sobrevivieron al poder, los operadores políticos respondían básicamente a intereses económicos. Detrás de las magistrales maniobras y del teje y maneje cotidianos, lo que importaba realmente eran los intereses de los dueños del billete; se hacía lo que tenía que hacerse – cueste los que cueste – para compensar a los que habían puesto cheques de seis ceros durante la campaña, para cumplir con los intereses de los grandes bloques empresariales, o para apuntalar a los futuros “empresarios” del partido, con negocios siempre relacionados con el Estado.
En un lejano segundo plano, aquellos operadores de la nada actuaban para contentar a la dirigencia de los partidos en la interminable demanda de pegas; lo hacían a partir de la débil convicción de que había que mantener una maquinaria activa para defender al gobierno, pero sobre todo para evitar que jodan mucho y que alguno abra el hocico de manera infidente.
No sé mucho cómo serán las cosas en este gobierno, pero imagino que los poderosos operadores tienen la tarea de administrar los espacios de poder de las organizaciones sociales adeptas, que sí tienen capacidad de movilización y, por ende, de causar daño. No se vaya a creer que la plata ya no manda; la diferencia es que esta vez se trata de empoderar a las nuevas burguesías propias, claves para la sostenibilidad del proyecto.
En todos los casos lo que queda claro es que en la maquinaria del poder y del billete, los librepensantes y los contestones son una amenaza que hay que mantener a raya. Los principios y las ideas que encumbraron al MAS, la producción intelectual y la sensibilidad ideológica son ahora obstáculos impertinentes para el núcleo de operadores.
Las voces críticas y reflexivas sobre el rumbo del proceso son sinónimo de resentimiento y de venganza. La defensa de valores y de las maneras correctas de hacer las cosas son una traición que amerita un ajuste de cuentas desde la estructura del partido, en contra de los insolentes.
Habrá que admitir que tenía razón nomás el vice cuando afirmó taxativamente que en éste proceso no hay lugar para librepensantes; cuando se trata de reproducir poder y plata, solamente hay lugar para los operadores.  

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