La política partidaria no es
el lugar ni para gente libre, ni pensante, y menos aun cuando el partido en
cuestión se encuentra en función de gobierno. Tener la osadía de pensar
libremente desde el poder, es un pecado mortal que se paga indefectiblemente
con la disidencia.
Por eso me pareció
incongruente la noticia de una reunión entre algunos asambleístas del MAS, con
los disidentes más célebres del gobierno; pese a que los asambleístas
ratificaron su militancia en el partido y revindicaron su derecho a reflexionar
críticamente, en realidad creo que fue una reunión entre puros disidentes; por
un lado los que en algún momento decidieron dar un paso al costado, y por otro
los que formalmente siguen en la estructura, pero con un pie en la congeladora
y el otro en el paredón.
Cuando la maquinaria de
poder está ya en marcha, los pensantes son automáticamente sustituidos por los
operadores políticos; en el vértigo de la administración del poder, son ellos
los que saben cómo funcionan y cómo se hacen funcionar las cosas; ya sea con
alto perfil o por abajito, actúan con gran eficiencia y sangre fría, pero ya no
en función de ideas y de valores, sino en función a intereses.
En el pasado, salvo en un
par de ocasiones en las que algunas ideas sobrevivieron al poder, los
operadores políticos respondían básicamente a intereses económicos. Detrás de
las magistrales maniobras y del teje y maneje cotidianos, lo que importaba
realmente eran los intereses de los dueños del billete; se hacía lo que tenía
que hacerse – cueste los que cueste – para compensar a los que habían puesto
cheques de seis ceros durante la campaña, para cumplir con los intereses de los
grandes bloques empresariales, o para apuntalar a los futuros “empresarios” del
partido, con negocios siempre relacionados con el Estado.
En un lejano segundo plano,
aquellos operadores de la nada actuaban para contentar a la dirigencia de los
partidos en la interminable demanda de pegas; lo hacían a partir de la débil
convicción de que había que mantener una maquinaria activa para defender al
gobierno, pero sobre todo para evitar que jodan mucho y que alguno abra el
hocico de manera infidente.
No sé mucho cómo serán las
cosas en este gobierno, pero imagino que los poderosos operadores tienen la
tarea de administrar los espacios de poder de las organizaciones sociales
adeptas, que sí tienen capacidad de movilización y, por ende, de causar daño.
No se vaya a creer que la plata ya no manda; la diferencia es que esta vez se
trata de empoderar a las nuevas burguesías propias, claves para la
sostenibilidad del proyecto.
En todos los casos lo que
queda claro es que en la maquinaria del poder y del billete, los librepensantes
y los contestones son una amenaza que hay que mantener a raya. Los principios y
las ideas que encumbraron al MAS, la producción intelectual y la sensibilidad
ideológica son ahora obstáculos impertinentes para el núcleo de operadores.
Las voces críticas y
reflexivas sobre el rumbo del proceso son sinónimo de resentimiento y de
venganza. La defensa de valores y de las maneras correctas de hacer las cosas
son una traición que amerita un ajuste de cuentas desde la estructura del
partido, en contra de los insolentes.
Habrá que admitir que tenía
razón nomás el vice cuando afirmó taxativamente que en éste proceso no hay
lugar para librepensantes; cuando se trata de reproducir poder y plata,
solamente hay lugar para los operadores.
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