¿Cuánta desconexión con el
sentir de la gente puede ocasionar el ejercicio prolongado del poder? ¿Es esta
enajenación un destino inexorable de los gobernantes, cualesquiera fueran las
circunstancias? ¿El poder aturde y enceguece, quien fuera el que lo ejerce, al
grado en que se pierde irremediablemente el sentido de la realidad? Que el
resto del mundo se haya visto sorprendido por el rugido de protestas en Brasil,
puede ser normal; después de todo, la imagen que se tiene de ese país se ha estereotipado
en la estampita del tigre asiático del sur, en el Mundial de Fútbol y en la
Olimpiadas.
Lo que no es para nada
normal es que las masivas protestas hayan tomado por sorpresa al gobierno y a
la oposición brasileras, quienes todavía no salen de su asombro y perplejidad
ante la súbita explosión social en curso; no la vieron venir ni entienden qué
cuernos está pasando por la cabeza de esos cientos de miles de personas que se
han echado a las calles pacíficamente para condenar el sistema político y el
modelo económico del hermano mayor de nuestro barrio.
En lo único que coinciden
los políticos y analistas brasileros es en que los veinte centavos de
incremento en las tarifas de transporte fueron solamente el detonante de las
movilizaciones, y que los manifestantes no fueron convocados por ninguna
institución constituida. Fueron nuevamente las redes sociales el vehículo para
la auto convocatoria espontánea de gente de a pie, protestando, sin liderazgos
personales y sin pliego petitorio, contra el sistema de representación
política, la corrupción, la violencia, y los tormentos cotidianos que acarrea
el modelo.
La única reacción de la
presidenta Rousseff, a través de un pálido y destemplado tweet de su vocera,
pretendió minimizar lo ocurrido señalando que es normal que los jóvenes
protesten y que debía garantizarse que lo hagan evitando la violencia policial.
Preocupantemente pobre la reacción, enfilada en la misma línea de los
gobernantes de medio oriente y Europa, que intentaron en sus países restarle
representatividad a las protestas, con el estigma de que son sólo jóvenes,
pocos, violentos, y que después de todo, a la hora de hora, siguen votando en
las elecciones.
Eso no es así. Probablemente
los jóvenes son los más predispuestos a salir a las calles porque sencillamente
la mitad de ellos no tiene trabajo, pero en realidad están representando el
hastío de millones de ciudadanos de clase media cuya calidad de vida, más allá
de los espejismos, se torna insoportable.
La economía del Brasil anda
dando tumbos y ha dejado de crecer; así de fea está la cosa. La apuesta por la
demanda interna parece haber llegado a sus límites en una sociedad arrojada al
consumismo, pero terriblemente sobre endeudada; todo esto con el telón de fondo
irresuelto de ser uno de los países más inequitativos del mundo. Las
espectaculares cifras macroeconómicas de la célebre potencia emergente parecen
no haber sido suficientes para resolver las horrorosas desigualdades, ni para
darle sostenibilidad, ni al crecimiento ni al modelo.
Está en duda también ahora
el éxito de la política social de una izquierda pasada por agua que en el fondo
se las jugó nomás por la reglas del maltrecho capitalismo internacional y cuya
única apuesta parece ser la organización de eventos deportivos en clave de
megalomanía, cuya transparencia y beneficios para el país están en entredicho, y
le han colmado la paciencia a los “jóvenes manifestantes”.
DONDE QUEDARON LAS LECCIONES DE "BRASIL EL MOTOR DE SUDAMERICA" , "SIN BRASIL NO HAY NEGOCIOS" "BRASIL EL COLOSO DE AMERICA. BLA, BLA, BLA...."
ResponderEliminarBRASIL DEJO ATRAS SUS FAVELAS DEL NARCOTRAFICO, AHORA TENDRA QUE REGRESAR PARA CORREGIR LO ANDADO...CREO QUE EL FUTBOL PUEDE ESERAR.
SALUDOS...FELIX