Que nada funcione como debe
ser en nuestro atormentado país no es ninguna novedad para los bolivianos. Estamos
acostumbrados, y medio resignados también, a la frustración que genera el hecho
de que nuestras instituciones, después de casi doscientos años de vida
republicana, nunca hayan llegado a funcionar correctamente, y siempre hayan
estado sujetas a los vaivenes políticos e intereses económicos.
La conciencia que tenemos de
la fragilidad de nuestro estado incluso nos ha generado una suerte de complejo,
que alimentamos señalando cada vez que podemos, las virtudes de países vecinos o
del primer mundo; comparando nuestra raquítica institucionalidad con ejemplos
cercanos de seriedad, solidez y sostenibilidad; hemos encontrado un poco de
alivio en la constatación de que hay países en los que las cosas importantes
funcionan muy bien, y que esas referencias marcan un norte y un ejemplo a
seguir.
Que en nuestro senado
nacional pueda haber un senador acusado de actos de corrupción, está mal, pero
no sorprende mucho; que el poder ejecutivo aproveche esas denuncias o invente
otras, y manipule a un poder judicial sometido a sus intereses para sentarle la
mano a un senador que ha osado hacer denuncias graves en su contra, está requeté
mal, pero lamentablemente tampoco nos sorprende ya a estas alturas del partido.
Que el estado brasilero
acepte en su embajada en La Paz al senador en condición de asilado político,
luego lo saque del país en un operativo sui generis, para después, una vez el
senador en territorio brasilero, revisar y poner en duda la condición del
mismo, está recontra requetemal, y además sorprende y alarma.
Lo que en un principio me
pareció una salida medio rara, pero en el fondo pactada entre ambos gobiernos
para darle solución a un problema que se dilataba y podía tornarse
insostenible, resultó no ser así. Al parecer tampoco fue el desesperado acto
humanitario de un funcionario bajo presión. Las reacciones señalan que detrás
de todo, el incidente estuvo marcado por el descontrol, la indisciplina y la
presencia de móviles políticos poco claros; todo un escándalo que les costó la
cabeza al encargado de negocios, al embajador, y nada menos que al canciller
brasileros.
No se esperaba esto de una
cancillería que era el símbolo de la seriedad. Se suponía que Itamaraty era el
paradigma de la diplomacia profesional, y sin embargo resulta que termina
expresando nomás la complejidad de la multitudinaria coalición de gobierno y la
sórdida pugna entre adversarios políticos.
Pero el asunto no ha
terminado aún. La seguidilla de desaciertos ha permitido que el gobierno
boliviano arremeta nuevamente con fuertes presiones sobre Brasil, que parece
querer ponerle paños fríos al problema lavándose un poco las manos en la
inexplicable necesidad de ratificar el asilo al senador. Y hay que decirlo: un
retroceso brasilero en el reconocimiento de la condición de asilado político
del senador, sentaría un precedente funesto a nivel internacional, pues se
estaría vulnerando una de las instituciones sagradas del derecho político
internacional. Fue el gobierno brasilero el que aceptó la solicitud de asilo, y
eso no debería revisarse, independientemente de los entretelones políticos.
Qué sensación horrorosa de
desaliento es ésta de constatar que ya nada funciona bien, y que esto ocurre
cada vez con más frecuencia, un día con el departamento de estado
norteamericano, otro día con la poderosa e infalible CIA, otro día con los
viejos estados europeos, y así sucesivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario