jueves, 8 de agosto de 2013

El Censo entre la mentira y la ineptitud (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete 08/08/13


Los resultados del Censo de Población y Vivienda del año pasado están, quiérase o no, ligados a la credibilidad del gobierno en general y allí es donde se originan buena parte de las susceptibilidades que ha generado la divulgación de los datos oficiales. Y por muy duro que suene decirlo así, la verdad es que no hay otra manera de decirlo: el gobierno nos ha acostumbrado, y, cosa más grave, creo que también se ha acostumbrado, a mentir con cierto descaro en temas de gran importancia.
No voy a hacer un inventario de los temas en los que le han mentido al país y a ellos mismos, porque no le viene al caso, pero será fácil coincidir con usted en que, haciendo un mal aprovechamiento de sus altos niveles de respaldo y legitimidad, a nuestras principales autoridades no les ha temblado la mano ni se han puesto colorados cuando se ha tratado de mentir, pública y oficialmente.
Lo terrible es que muchas veces no han sido mentirijillas piadosas atribuibles al cochino ritmo de la política del día a día, sino mentirotas en cuestiones de estado, con serias implicaciones en el largo plazo y efectos en la vida de todos los bolivianos. En algunos casos, ya en el primer periodo de gobierno, el mentir les funcionó bien, y acaso a partir de aquello asumieron que podían hacerlo con mayor frecuencia e intensidad.
Después de siete años de gobierno, escuchar mentiras o medias verdades se ha vuelto algo natural, y claro, eso lógicamente ha generado tremendos niveles de desconfianza cuando la palabra del gobierno está en juego. Por eso es que el primer reflejo de propios y extraños ante las inexactitudes del censo, ha sido pensar que se trata de una manipulación premeditada con oscuros fines políticos.
En este caso, voy contra mi naturaleza de pensar mal y acertar, y apuesto más bien por pensar que las diferencias entre los datos preliminares y los datos finales se deben a problemas de orden técnico y a la ineficiencia de quienes estuvieron a cargo del operativo censal. Se me ocurre que para manipular los datos es necesario un dominio meticuloso de todo el proceso, y que hay una serie de indicios que apuntan a que le gente del INE está muy lejos de aquello.
Ya en los meses previos al día del censo surgieron serias dudas acerca de la calidad de la actualización cartográfica y de la adecuada capacitación de los encargados de realizar el levantamiento de datos, personal que fue parcialmente improvisado los últimos días. En las semanas siguientes se evidenciaron asimismo una gran cantidad de deficiencias que sembraron un manto de dudas sobre las condiciones técnicas del trabajo.
El escándalo actual podría haberse evitado de no ser por la irrefrenable costumbre del presidente de manejar datos sin el rigor necesario; no me explico hasta ahora porqué el primer mandatario se aventuró en enero a revelar información no definitiva, pero, eso sí, de ninguna manera me compro la historia de que lo hizo por presión de los medios.
En todo caso, me parece que las diferencias encontradas no deberían ser motivo de una guerra civil; seguro que la distribución de algunas platas ha puesto en alerta a algunas regiones, así como la cantidad de escaños departamentales en la asamblea, asunto que en rigor de verdad, no debería quitarle el sueño a nadie, considerando la escaza gravitación de las brigadas regionales en el escenario político. Por el contrario, algunos datos del censo, sobre todo los referidos a la pertenencia étnica y al tema del mestizaje, le van a causar al gobierno grandes dolores de cabeza para seguir construyendo su discurso. ¿Por qué entonces no falsearon y manipularon también esa información?  Insisto, creo que más mala fe, se trata de una chambonada. Otra vez.

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