Resulta complejo y hasta
algo absurdo preguntarse así, de sopetón, que es lo que nos une a los
bolivianos, o por el contrario, que es lo que nos divide.
La interrogante, así
planteada, pasa inevitablemente por un intento de inventariar a priori, las
cosas que pudiéramos tener en común entre cambas y collas, quechuas y aymaras,
norteños y sureños, y así sucesivamente.
En un ejercicio de esa
naturaleza la respuesta en casi todos los casos será que no tenemos casi nada o
nada en común, y eso puede llevarnos a un razonamiento, además de incorrecto, falaz.
Algo muy parecido ocurriría
si nos preguntamos qué tienen en común un chileno de Punta Arenas con un
chileno de Iquique, un argentino porteño con un argentino de Jujuy, o un
peruano limeño con uno oriundo de la selva amazónica.
En todas las miradas resaltaran
una infinidad de diferencias, una menores y otra menores, que de por sí no
dicen nada concluyente acerca de la construcción nacional de esos países.
Justamente el debate y la
construcción jurídica sobre la naturaleza y la identidad nacional de nuestro país
no se han enfocado en la homogenización de nuestras particularidades, sino todo
lo contrario, en el reconocimiento de nuestras múltiples diversidades.
Nos une entonces, eso sí, la
voluntad de construir, desde el estado y desde la sociedad, un modelo nacional
que respete y armonice nuestras diferencias. Allí está, por lo menos en el
papel, el ensayo en curso del estado plurinacional.
Digo en el papel porque más
allá del discurso, de las buenas intenciones y de la teorización, por el
momento el único elemento de unión, realmente transversal a todos los factores
étnicos, culturales y socioeconómicos, es el sistema.
En buen romance, lo único
que nos une a los bolivianos es la plata. El sistema, expresado esencialmente
en la economía capitalista, es el escenario común en el que todos bailamos al
son de la oferta y la demanda, hablando el idioma universal de Don Dinero.
El consumo, la acumulación,
la competencia, y toda la colección de patologías del capitalismo, nos han juntado,
como no podía ser de otra manera, en el tablero del mercado; allí se resuelven,
en apariencia, nuestros entreverados códigos culturales y se conectan los
significados de todo y para todos; una vagoneta Toyota “landcrushercerofull”
adquiere en esa dimensión un significado común, tanto para un empresario
ricachón urbano de clase alta, como para un campesino o un comerciante de la
nueva burguesía. La vara del dinero es la misma para todos y allí, por muy
retorcido que parezca, nos encontramos unidos.
En efecto, el sistema y su
modelo económico han permeado incluso la histórica y persistente inamovilidad
social que nos había caracterizado. Las viejas elites excluyentes, que fueron
factores emblemáticos de desunión, han sucumbido ante el examen implacable del
“quién tiene más”, y han sido sustituidas por unas nuevas elites en las que el
color de la piel, el abolengo de los apellidos y los credos políticos y
religiosos ya no pesan nada frente al peso del vil metal.
Paradójicamente, las mismas
contradicciones del sistema son las que nos desunen de manera determinante y
dramática; las inequidades e iniquidades del modelo económico se traducen en
diferencias que nos dividen profundamente, de manera inexorable y progresiva.
En la selva del mercado la
brecha entre los que más tienen y los que menos tienen se ensancha cada vez
más, creando un abismo de diferencias que tarde o temprano se convertirán en
heridas incurables.
Las desigualdades en
términos de educación, empleo, seguridad social y acceso a la salud y a servicios
básicos, son en definitiva el germen de la desunión más cruda y palpable entre
los bolivianos, y esa tendencia se ha consolidado y acelerado en los últimos
años.
Otra paradoja en términos de
unión y división entre los bolivianos es el racismo: nos une el consenso
general en cuanto a que somos un país profundamente racista, y nos divide,
obviamente el ejercicio cotidiano de la discriminación en todas las direcciones
y prácticas posibles.
Me hubiera encantado en
estas líneas embarcarme en la búsqueda de símbolos de unidad y consenso entre
los bolivianos, pero creo que la cueca, las empanadas, las sagradas notas del
himno nacional y la selección nacional de fútbol, son eso, meros símbolos de
alguna manera intrascendentes frente a la contundencia y a la realidad de un
sistema que nos amontona y al mismo tiempo nos divide; por las buenas o por las
malas, nos guste o no nos guste.
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