martes, 6 de agosto de 2013

Eso que nos une y nos divide (Artículo Suplemento Especial Fiesta Patria-Página Siete-06-08-13)


Resulta complejo y hasta algo absurdo preguntarse así, de sopetón, que es lo que nos une a los bolivianos, o por el contrario, que es lo que nos divide.
La interrogante, así planteada, pasa inevitablemente por un intento de inventariar a priori, las cosas que pudiéramos tener en común entre cambas y collas, quechuas y aymaras, norteños y sureños, y así sucesivamente.
En un ejercicio de esa naturaleza la respuesta en casi todos los casos será que no tenemos casi nada o nada en común, y eso puede llevarnos a un razonamiento, además de incorrecto, falaz.
Algo muy parecido ocurriría si nos preguntamos qué tienen en común un chileno de Punta Arenas con un chileno de Iquique, un argentino porteño con un argentino de Jujuy, o un peruano limeño con uno oriundo de la selva amazónica.
En todas las miradas resaltaran una infinidad de diferencias, una menores y otra menores, que de por sí no dicen nada concluyente acerca de la construcción nacional de esos países.
Justamente el debate y la construcción jurídica sobre la naturaleza y la identidad nacional de nuestro país no se han enfocado en la homogenización de nuestras particularidades, sino todo lo contrario, en el reconocimiento de nuestras múltiples diversidades.
Nos une entonces, eso sí, la voluntad de construir, desde el estado y desde la sociedad, un modelo nacional que respete y armonice nuestras diferencias. Allí está, por lo menos en el papel, el ensayo en curso del estado plurinacional.
Digo en el papel porque más allá del discurso, de las buenas intenciones y de la teorización, por el momento el único elemento de unión, realmente transversal a todos los factores étnicos, culturales y socioeconómicos, es el sistema.
En buen romance, lo único que nos une a los bolivianos es la plata. El sistema, expresado esencialmente en la economía capitalista, es el escenario común en el que todos bailamos al son de la oferta y la demanda, hablando el idioma universal de Don Dinero.
El consumo, la acumulación, la competencia, y toda la colección de patologías del capitalismo, nos han juntado, como no podía ser de otra manera, en el tablero del mercado; allí se resuelven, en apariencia, nuestros entreverados códigos culturales y se conectan los significados de todo y para todos; una vagoneta Toyota “landcrushercerofull” adquiere en esa dimensión un significado común, tanto para un empresario ricachón urbano de clase alta, como para un campesino o un comerciante de la nueva burguesía. La vara del dinero es la misma para todos y allí, por muy retorcido que parezca, nos encontramos unidos.
En efecto, el sistema y su modelo económico han permeado incluso la histórica y persistente inamovilidad social que nos había caracterizado. Las viejas elites excluyentes, que fueron factores emblemáticos de desunión, han sucumbido ante el examen implacable del “quién tiene más”, y han sido sustituidas por unas nuevas elites en las que el color de la piel, el abolengo de los apellidos y los credos políticos y religiosos ya no pesan nada frente al peso del vil metal.
Paradójicamente, las mismas contradicciones del sistema son las que nos desunen de manera determinante y dramática; las inequidades e iniquidades del modelo económico se traducen en diferencias que nos dividen profundamente, de manera inexorable y progresiva.
En la selva del mercado la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen se ensancha cada vez más, creando un abismo de diferencias que tarde o temprano se convertirán en heridas incurables.
Las desigualdades en términos de educación, empleo, seguridad social y acceso a la salud y a servicios básicos, son en definitiva el germen de la desunión más cruda y palpable entre los bolivianos, y esa tendencia se ha consolidado y acelerado en los últimos años.
Otra paradoja en términos de unión y división entre los bolivianos es el racismo: nos une el consenso general en cuanto a que somos un país profundamente racista, y nos divide, obviamente el ejercicio cotidiano de la discriminación en todas las direcciones y prácticas posibles.
Me hubiera encantado en estas líneas embarcarme en la búsqueda de símbolos de unidad y consenso entre los bolivianos, pero creo que la cueca, las empanadas, las sagradas notas del himno nacional y la selección nacional de fútbol, son eso, meros símbolos de alguna manera intrascendentes frente a la contundencia y a la realidad de un sistema que nos amontona y al mismo tiempo nos divide; por las buenas o por las malas, nos guste o no nos guste.

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