El escandalete de la semana fue
por cuenta de los viáticos y el estatus del pasaporte de los hijos del
presidente y la esposa del vicepresidente. Se nos reveló – como si se tratara
del escándalo Watergate – un decreto que dispone que el estado debe pagar los
gastos de los familiares más cercanos cuando éstos acompañan a los mandatarios
en viajes oficiales. Y como el presidente es soltero, el tema saltó
inmediatamente al rol que desempeña su hija, una jovencita de 18 años, cuando
le toca acompañar a su padre en visitas de estado.
En algún momento tuve la
esperanza de que a partir del rediseño del estado, nunca más se hablaría de la
primera dama de la nación, ni del absurdo que significa el hecho de que la
esposa o pareja del presidente se vea obligada a asumir un cargo público,
directamente asociado además al detestable concepto de la beneficencia.
Siempre me pareció una
tremenda estupidez el hecho de que las esposas de nuestros presidentes tuvieran
que asumir, casi automáticamente, la dirección de una institución del estado; tal
imposición no es otra cosa que un atropello al derecho del conyugue del primer
mandatario a seguir ejerciendo su profesión u oficio como mejor le plazca, o
finalmente no hacer nada si esa fuera su voluntad. Ya suficiente martirio
sufren estas personas siendo esposas o maridos de un jefe de estado, como para
que además, se les chante una pega que nunca pidieron y que probablemente no
les interesa ni personal ni profesionalmente.
Pero lo que más me indignaba
era que la labor del despacho de la primera dama estuviera enfocado a la
beneficencia, asumiendo como modelo la costumbre de las señoras copetudas que
llenan sus horas de ocio con actividades de caridad. Por muy feo que suene,
creo que la beneficencia, entendida como actividad decorativa fuera de la
política social, es un reconocimiento institucional del fracaso del estado en
atender las necesidades básicas de la población. En un estado serio no hay
lugar para ese tipo de cosas.
Volviendo al tema del
escándalo de los viáticos, hay que decir que los medios picaron el anzuelo y
corrieron a jalarle la lengua a la oposición, que terminó de comerse la carnada
a través de sendas condenas a lo que califican como un monstruoso
despilfarro de recursos públicos. La
agenda mediática se llenó de acidas críticas a un acto administrativo
intrascendente, que por cierto a mí me parece justo y razonable.
Veo en esto pescadores,
anzuelos, carnadas y pescados, porque el resultado en términos de opinión
pública se traduce en una sabrosa distracción que desenfoca la atención de
temas pesados, como ser el caso del fiscal Soza y la red de extorsión, o el
cierre y remate de la consulta en el Tipnis.
La oposición chocha de la
vida porque creen que con la explicitación de las contradicciones de la
política de austeridad del gobierno le están infligiendo un daño electoral
tremendo. En el otro lado el gobierno muerto de la risa porque todos miran con
la boca abierta los fuegos artificiales en el cielo en vez de mirar el incendio
en la tierra, y además porque saben que la poderosa batería de señales
simbólicas puesta en marcha con éxito desde hace siete años, no se desportilla
con tonteras de ese tamaño.
Todos contentos menos los
giles que seguimos esperando conductas más inteligentes de una oposición que no
encuentra por dónde entrarle al gato que juega con ella como con un ratón
acorralado.
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