domingo, 30 de mayo de 2010

Ausencia de estado (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-30/05/10)

Ausencia de estado. Esa es la explicación que se ensaya desde los medios de comunicación para explicar la participación de comunidades enteras en actividades económicas delictivas. Suena así como un descuido; como si, por accidente, hubiéramos olvidado la existencia de un puñado de aborígenes en lo más recóndito de nuestras selvas, y éstos, ajenos y desconectados de toda realidad, hubieran tomado ese camino como opción de vida. O puede sonar también como una fría y planificada conspiración por parte de una enorme banda de delincuentes, que aprovecha el descuido del estado para actuar de manera organizada y sistemática.

La alusión y descripción de estos sucesos como hechos aislados, y solamente cuando se producen asesinatos y secuestros, termina formándonos la idea de que se trata de episodios excepcionales, que merecen igualmente respuestas puntuales y ejemplarizantes de parte del estado. Quiero decir que la vinculación de ayllus enteros del norte de Potosí con el contrabando de autos, o la transformación al narcotráfico de poblados enteros en Cochabamba, tiende a ser presentada a la opinión pública como evento policial. La noticia son los crímenes que se allí se producen de tiempo en tiempo, y eso nos lleva al engaño de pensar que enfrentamos algo extraordinario.

Es por eso que sugiero que antes de dar rienda suelta a nuestras reacciones puritanas y a clamar a los cuatro vientos escarmientos en nombre de la ley y el estado de derecho y todas esas cuestiones, pongamos el asunto en perspectiva. ¿No es la Eloy Salmón una zona roja libre de aranceles? ¿No es la calle 21 de San Miguel una zona roja libre de derechos de autor? ¿No es la colosal feria de El Alto una zona roja libre de impuestos? ¿No es mi barrio, en donde talleres y radio taxistas toman veredas y calles para sí, una zona roja libre de regulación municipal? ¿No es la Huyustus una zona roja libre de patentes?

Podría pasar horas dando ejemplos de ausencias de estado en las que participamos todos y a las que estamos absolutamente acostumbrados. Es cierto, no suele pasar que acribillemos al vendedor de televisores cuando se rehúsa a regatear, pero convengamos en que la ausencia de estado, expresada en la práctica e impunidad pública y cotidiana de ene infracciones, faltas, desobediencias y delitos, es la realidad en que vivimos todos.

Es más, tengo serias dudas en cuanto a cuál de ellas es peor, si aquella ausencia de estado en la que realmente no hay un policía, ni un juez, ni un funcionario en cien quilómetros a la redonda, y que te lleva a hacer lo que más te parezca, o la ausencia de estado en el centro de la sede de gobierno, en la que igual terminas haciendo lo que más te conviene, aunque estés rodeado de estado. No lo sé; la verdad, venga el diablo y elija, pero el asunto es que estamos acostumbrados a mil y una formas de ausencia de estado, y por lo tanto esto no explica suficientemente lo que está ocurriendo con cada vez más gente.

Qué fácil resulta responder solamente con indignación frente al deleznable asesinato o secuestro de policías. Obviamente esto es inadmisible y debe ser investigado y sancionado, pero de nada servirá esto si nos rehusamos a tratar de entender los orígenes del problema. ¿Qué tuvo que ocurrir para que familias enteras, autoridades comunales, comerciantes, transportistas y campesinos optaran por obrar fuera de la ley? ¿Tuvieron realmente opción? ¿Estamos hablando de delincuentes típicos del tele policial, o más bien de gente común que por circunstancias extremas, termina violando límites cada vez más extremos? Es difícil saberlo, pero no estaría demás informarse a fondo antes de tomar posiciones o acciones superficiales.

Seguramente seré acusado de intentar justificar lo injustificable con pretextos políticos forzados, pero cuando trato de ponerme en los zapatos de personas que, por mucho esfuerzo que hicieron, nunca tuvieron ni la más mínima oportunidad de nada, pues ya nada me parece irracional. El fenómeno de gente común y corriente, ni más mala ni más buena que los demás, envuelta en el “crimen organizado” ocurre en todo el mundo, y casi siempre tiene como cimientos la pobreza extrema y la falta de oportunidades en el sistema. Ya sé que puede ser riesgoso hilar tan fino, pero es posible que en muchos casos, el móvil sea la necesidad antes que la codicia.

El modelo económico en que vivimos puede llegar a ser tremendamente cruel e insensible con individuos y también con colectivos, y a veces puede llegar a acorralar de tal manera a los excluidos, que no les deja ningún margen dentro de la legalidad. Sencillamente no podemos esperar que gente que vive y ha vivido en condiciones de pobreza extrema e inhumana, resista indefinidamente esa condena, y la reproduzca en sus hijos; sobre todo en éste mundo moderno en el que a través de los medios, se ostenta obscenamente la riqueza frente a los que nada tienen.

Algo anda muy en la sociedad en la que todos vivimos, y si no tenemos, por lo menos el reflejo de tratar de comprender lo que hemos hecho mal, limitándonos a señalar con el dedo a los que no pudieron encontrar un lugar en el sistema, seguiremos sufriendo las consecuencias.

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