jueves, 13 de mayo de 2010

Mucho y malo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/05/10)

Esta semana se celebró el Día del Periodista, y como todos los años, no faltó la descarga de veintiún cañonazos de auto elogios. Desde diversas tribunas, se escuchó el clásico y poco modesto discurso acerca de lo sacrificado del oficio, de los infinitos peligros que acarrea su ejercicio, de las presiones que se reciben desde el poder, de la abnegación requerida para el ejercicio de las tareas cotidianas y de la pesada responsabilidad que se tiene con la sociedad. Seguro que todo eso es cierto, pero no es menos cierto que ser policía, dirigente sindical o minero, probablemente sea igual de duro y complicado; pero claro, esos oficios no son tan visibles, y además no se pueden auto promocionar con tanta facilidad.

A falta de contraparte en éstas desequilibradas coberturas sobre el periodismo, intentaré opinar desde la vereda del ciudadano que cotidianamente se expone a la infinidad de medios que pululan en este mundo global. Y comenzaré diciendo que la calidad del periodismo está en crisis acá y en todo el mundo. El avance tecnológico ha generado además, una enorme capacidad de reproducción de medios que nos agreden por todos los flancos y en todos los formatos posibles. Mucho y malo, para resumir.

El periodismo ha perdido su majestad porque los periodistas en general, no supieron ponerle freno y barrera a los embates del mercado y a la presión de los grupos de poder económico encaramados en los medios. La competencia comercial, la carrera desbocada por el aumento de ventas, la deformación del mercado por parte de enormes conglomerados mediáticos, llevó al periodismo por el penoso camino del sensacionalismo y del amarillismo, lo que inexorablemente dio como resultados la desprolijidad y la ordinarez.

En el vértigo de esa desbocada carrera mercantil y de servicio a intereses corporativos, los dueños de medios les perdieron respeto a sus propios directores; una vez roto éste delicado e indispensable equilibrio, se desató una suerte de debacle que hoy se traduce en una alarmante falta de calidad en los contenidos. Dígame usted si no resiente la escaza profesionalidad y la falta de oficio de muchos periodistas, que saturan con su insolente e infinita falta de cultura. En otros tiempos, ser periodista significaba por lo menos tener una visión de mundo un poco distinta a la de un mercachifle.

Por si fuera poco, el intento del periodismo de suplantar a la clase política en su rol de intermediación entre la sociedad y el poder, y el tránsito permanente y creciente de periodistas a la arena política, no ha hecho otra cosa que erosionar aún más la golpeada credibilidad de los periodistas. En la escala internacional, el nivel cada día más penoso y groseramente sesgado de los grandes medios, otrora referentes de la calidad y la ética, es tan decadente que será motivo de una columna aparte.

Hoy son cada menos los que creen en los medios y en los periodistas, y ello debería ser motivo de preocupación y de acción de parte de todos los involucrados. Digo, de nada sirve la libertad si no es bien aprovechada.

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