domingo, 2 de mayo de 2010

Ha cambiado todo, y para siempre (Análisis Páginas Centrales-Pagina Siete-02/05/10)

Preguntarse qué ha cambiado en los últimos cuatro años es, de por sí, un error. Hacer el intento de evaluar la supuesta veracidad o profundidad de algunos cambios, significa ignorar la condición revolucionaria del proceso que nos ha tocado vivir. No me interesa entrar en disquisiciones teóricas acerca de la definición de una revolución; me es suficiente el concepto básico de un cambio profundo y permanente en la manera en que se relacionan las personas, para afirmar sin ningún reparo que sí, que en Bolivia estamos en medio de una revolución, y que todo ha cambiado de manera irreversible.

Para los que siempre han creído que la política es solamente una cuestión de plata, y que la gente piensa y toma decisiones en base a doscientos bolivianos mensuales más o menos, pues las revoluciones no existen, y los cambios ocurridos son ínfimos. Para los que siguen persuadidos de que el “éxito” de los países y de sus habitantes se mide exclusivamente a través del tamaño del Producto Interno Bruto, de la producción, del consumo, de la inversión externa y toda la larga lista de factores de inefable exactitud científica, pues los cambios a evaluar deben ser relativos.

Para los que creemos fervientemente que hay cosas más importantes que la plata, y más aún, que las cosas esencialmente importantes no tienen nada que ver con el vil metal y sus variaciones materiales, pues el cambio es inconmensurable. Qué difícil resulta intentar decir en sencillo, que lo que ha cambiado es, nada más ni nada menos que la autoestima, el amor propio y la dignidad de la enorme mayoría del país, segregada y excluida históricamente por su condición racial. El boliviano de a pie, en su amplia gama de colores cobrizos y ojos rasgados, se ha sentido, por primera vez, auténticamente reflejado y representado en el poder.

Iré más allá: para mí, este es el cambio más importante y positivo que ha experimentado este país desde la fundación de la república. Lo digo sin vueltas pues siempre he sido un convencido de que nuestro problema fundamental, que no ha permitido el desarrollo normal de ningún modelo, fue la exclusión racial de los indios por parte de una elite que usufructuó de todos los privilegios, a espaldas de su país. Hemos vivido históricamente un racismo profundo, incluso más perverso que el Apartheid sudafricano; en aquel país, por lo menos el racismo era más claro y se explicitaba en leyes y normas; sin un negro quería, por ejemplo abordar cierto autobús o asistir a cierta escuela, la prohibición estaba escrita. Aquí, el racismo era latente y ni siquiera requería de una norma para su estricta observancia. Había, entre innumerables ejemplos, un Colegio Militar para blancos y una Escuela de Sargentos para indios, y aquello era normal, pese a no estar escrito en ninguna parte.

En un despliegue de cobardía y poca vergüenza, esas elites que se beneficiaron del racismo directa o indirectamente, pasiva o premeditadamente, hoy intentan hacernos creer que nada ha cambiado porque supuestamente se habría desencadenado un racismo a la inversa que estaría afectando a “la gente decente” de éste país. Curiosa equiparación que expresa muy bien su concepto de igualdad: para algunos, el hecho de que un indio hoy ya no les baje la mirada, es tan terrible como todas las exclusiones y abusos que admiten haber ejercido contra los indígenas “porque así nomás eran las cosas”.

Junto a este proceso se ha producido también un recambio de elites, entendido como una sana suplantación de los motores económicos, políticos y culturales, menos visibles y menos glamorosas, pero mucho más eficientes y emprendedoras.

Cambios importantes se han producido también en otras áreas, probablemente sin el alcance y sin las contundencias posibles o deseadas. En lo económico, por ejemplo, si bien el anunciado cambio de modelo no pasó de ser una consigna de guerra, el peso del estado en áreas estratégicas y de recursos naturales, ha significado un giro político importante de un escenario que muchos consideraban divino e intocable.

Ha cambiado también nuestra vergonzosa sumisión al gobierno de los Estados Unidos. A cambio de unos escasos montos de cooperación, y a través del permanente chantaje ejercido por los organismos financieros afines a Washington, los norteamericanos ejercían tutelaje político, cuando no control directo de algunas instituciones. Muchos dirán que lo único que ha cambiado en cuanto a dependencia es el patrón, pero no parece razonable pasar por alto que el estrechamiento de relaciones con Venezuela obedece obviamente a una evidente afinidad ideológica, no implica sumisión y trae diez veces el beneficio económico que se recibía desde el norte. Hoy somos, desde donde se lo vea, un país más digno en cuanto a nuestra independencia.

La nueva constitución política del estado ha sentado las bases para la construcción de un nuevo andamiaje institucional del estado, más acorde con las nuevas realidades políticas y las aspiraciones de una enorme variedad de sectores y regiones. Mal que mal, de allí saldrá un nuevo estado, y quien no advierta cambio en eso, comete un error garrafal.

No sería justo ni razonable atribuirle los méritos de la naciente autonomía al gobierno, pero habrá que decir que en los momentos decisivos, el oficialismo hizo su parte y se subió al carro, aún a regañadientes. Inclusive eso, fue más de lo que hicieron los partidos del viejo régimen, que consideraron siempre que la descentralización administrativa y la participación popular eran más que suficientes y que nunca debía destaparse los que para ellos iba a ser “la Caja de Pandora”.

Pero me repito, el cambio mayúsculo e histórico tiene que ver con la realización de la población indígena a través de la ascensión de Evo Morales. A partir de ese hito, el país nunca más será el mismo. Hemos encarado la solución de nuestro problema medular, el racismo. Como el alcohólico que deja de beber o el enfermo de cáncer que se somete a la cirugía y a la quimioterapia, hemos emprendido el camino correcto. El resto, vendrá con el tiempo.

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