jueves, 8 de julio de 2010

Se juega como se vive (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-08/07/10)

Un deporte tan multitudinario, tan popular y tan apasionante como el fútbol, tiene que tener algo, alguna magia oculta, que explique la adhesión fanática que provoca en miles de millones de personas. El bien llamado deporte de multitudes, más allá de las razas, colores, sexos, nacionalidades, religiones, ideologías y estatus, mueve la cabeza, el corazón y el alma de la gente, como pocas lo hacen. Prueba contundente y lamentable de ello, es que se haya convertido en un negocio multimillonario que atrae a los tiburones más grandes del mundo de los negocios.

Qué maravilloso es hablar y comentar del fútbol que vemos en mundial (los que podemos darnos el lujito, claro), y darse cuenta instantes después de que la charla ha rebasado lo deportivo, y trasciende a los rasgos culturales, económicos y políticos de cada país. Se juega como se vive, es la conclusión a la que bien se puede llegar, luego de tres cafés, cinco cigarrillos dos horas de charla. Esta idea de que el fútbol de cada país es un vivo reflejo de su idiosincrasia, de sus virtudes y de sus defectos, no es invento nuestro, señalados desde el primer mundo por buscarle explicaciones exóticas a las cosas. La debacle de la selección francesa originó un sinnúmero de columnas y editoriales que sostenían que el vergonzoso equipo nacional expresaba muy bien los valores de la Francia de Sarkozy. Similar debate se dio en Italia, luego de su prematura eliminación de la copa.

En el caso de las selecciones sudamericanas, con la excepción del notable Paraguay, todas desnudaron una fragilidad psicológica que no se advierte en los equipos europeos. Nuestros equipos se derrumban ante un resultado adverso, y de allí en adelante, son incapaces de mantener la disciplina táctica. Los europeos, en cambio, tienen la capacidad de jugar exactamente igual perdiendo tres a cero, que ganando o empatando. La sangre fría de los nórdicos versus la pasión descontrolada de los latinos, se deja sentir sin dudas en la cancha.

Y Argentina, como siempre, fue la selección que más dio que hablar, a raíz de las expectativas generadas por el peso y la estridencia de su técnico. Entraron al Mundial casi por la ventana, clasificando a medias (¿recuerda el 0-6 ante Bolivia?), no han llegado a una final desde hace veinte años, pero aún así estaban convencidos de ser los favoritos. Jugaron apostando por el peso de la camiseta, como si eso tuviera hoy algún valor, hicieron gala de la soberbia de quien no aprende de sus errores, erraron en la convocatoria de sus jugadores y en el planteo táctico y de paso, despertaron la antipatía de medio mundo (las celebraciones en distintos países luego de la humillación ante Alemania, fueron crudas expresiones de ello). Pero bueno, ¿no son acaso la altanería, la arrogancia, la sobre valoración de sí mismos, la inconstancia en el trabajo, la superstición llevada a límites absurdos, y la mala actitud ante la derrota defectos típicos de la Argentina, y que ellos mismo señalan como sus principales taras?

Increíblemente, y sin haber escuchado una palabra de autocrítica, miles de argentinos siguen apoyando a Maradona, que fue un jugador genial, pero que como entrenador demostró ser todavía un aprendiz (en Brasil, a Dunga lo despidieron ignominiosamente el día que regresó).

¿Cosas del fútbol, como dicen? No creo. Más bien son cosas de cada país. Así pasó otra vez delante de los sudamericanos, otro mundial sin nada que festejar.

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