domingo, 25 de julio de 2010

La sombras de la iglesia (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-25/07/10)

Escribir contra los curas y contra la iglesia católica está de moda en todo el mundo, y el argumento en común es indiscutiblemente la pederastia. No es para menos; el abuso sexual cometido contra niños es un crimen especialmente abominable, que causa la misma reacción de repudio e indignación en cualquier persona, independientemente de su credo o posición política. La ira colectiva no se basa esta vez en rumores ni en prejuicios, sino más bien en un larguísimo etcétera de denuncias, informes policiales y confesiones, además en varios países.

Siempre se dijo, con una mezcla de picardía y aquiescencia, que el cura goza de la mejor comida, del mejor vino y las mejores mujeres del pueblo; la sabiduría popular parece haber comprendido la naturaleza humana de los clérigos, y consentido, haciendo la vista gorda, los excesos que pudieran cometer. Pero violar niños utilizando a Cristo como instrumento, es un delito tan inmenso que sobrepasa cualquier límite de tolerancia. Y si pasamos de lo hipotético, de la sospecha, al campo de las certezas y las pruebas, pues ahí estamos, más allá de la línea.

No caeré en la tentación de llenar páginas con los casos más recientes o más sonados, para apuntalar mi posición o para crear un estado de ánimo adverso hacia el sacerdocio. Ahondar en la información disponible no haría otra cosa que asquearlo, sería de mal gusto, y tampoco aportaría gran cosa a la discusión. Me limitaré simplemente a señalar que no estamos hablando, como muchos insinúan, de pocos casos aislados con mucha mala prensa; la cantidad de casos que se han destapado sólo en los últimos meses, dan cuenta de un mal de alcances masivos, y yo no veo ninguna razón para que esto no sea así.

¿Y por qué? Pues sencillamente porque creo que el celibato es algo anti natural, absurdo e imposible de cumplir a plenitud. El celibato exigido a monjas y curas no es normal ni es bueno, y ha producido monstruos (en el estricto sentido de la palabra), que desahogan su naturaleza sexual de las maneras más retorcidas. No se puede exigir normalidad en los actos de un hombre o una mujer a quien se le ha negado su sagrado derecho a la sexualidad. Ante la falta de evidencias contundentes que confirmen que la biblia o los evangelios establezcan esta condición para el sacerdocio, diluyo las responsabilidades personales, apuntando directamente a la iglesia como la institución responsable de estos actos de barbarie. Nadie me sacará de la cabeza que el celibato no es un mandato divino, pero sí un eficiente mecanismo del clero para proteger y no dividir el patrimonio de la iglesia. A los sacerdotes se les impide casarse y tener familias por motivos estrictamente financieros, y no por razones de dogma.

La protección a través de métodos poco ortodoxos de intereses y privilegios, ha marcado a la iglesia católica a lo largo de toda su historia, convirtiéndola en un poderoso actor político. No nos olvidemos que durante siglos, los papas fueron reyes al mando de sendos ejércitos en constante disputa geopolítica y económica, antes que espiritual. El poder real de la iglesia radica en su fortaleza económica y en su relación con los estados, la historia así lo demuestra.

Pese a tratarse de una constante histórica fácilmente identificable en cualquier periodo, los latinoamericanos estamos atravesando tiempos y circunstancias en las que las tensiones con la iglesia se han evidenciado de manera aguda. La iglesia no es ni nunca fue amiga de las revoluciones y de los gobiernos de izquierda; la iglesia siempre tuvo mayor afinidad con la derecha conservadora e inclusive con las dictaduras más retrógradas (nunca olvidaré el horror de haber asistido en Santiago a misa un 11 de septiembre, en el que el sermón del cura fue una apología descarada de la dictadura pinochetista, que en sus palabras “los había librado del comunismo”).

Durante la Revolución de 1952, la iglesia, afectada en sus latifundios por la Reforma Agraria, fue un acérrimo enemigo del régimen movimientista y albergó en sus conventos las conspiraciones de la Falange. Ahora igual, desplazada de su condición de religión oficial, y en la antesala de perder algunos de sus privilegios, la iglesia muestra las garras, y el mismísimo Cardenal no escatima en convertirse en defensor de oficio de terratenientes, empresarios, y sospechosos de separatismo. En Venezuela, Chávez también se encuentra en una guerrita particular con los jerarcas de la iglesia, que no han vacilado en tomar posición política, por supuesto, del lado de los ricos y los poderosos.

¿Quiere usted otra señal de última hora? La Conferencia Episcopal chilena acaba de solicitar oficialmente al estado chileno el indulto para varios condenados por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar; basándose en la proximidad de los festejos del bicentenario, la iglesia chilena quiere aprovechar la ocasión para favorecer a los represores pinochetistas. La noticia, naturalmente, ha causado estupor en todo el mundo.

Resulta obvio decir que también sobran los ejemplos de prelados notables que dan la vida por los más desfavorecidos, siendo ejemplos de vida en todas sus dimensiones; como en toda institución, en la iglesia cohabita lo bueno con lo malo. Lo único que hago con estas reflexiones es ejercer el derecho de referirme a la iglesia como lo haría con cualquier otro grupo de poder político con intereses concretos, que no comparto necesariamente. En fin, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, aún a riesgo de escandalizar a aquellos que siguen pensando que hay cosas que no se pueden decir.

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