domingo, 18 de julio de 2010

La nueva cara de los golpes de estado (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-18/07/10)

El último golpe de estado consumado ocurrió en nuestro país hacen treinta años, un día como ayer. Aclaro lo de consumado porque desde entonces, ha habido varias intentonas golpistas, y no todas de origen precisamente militar. Vale la ocasión para echar una mirada al pasado y reflexionar acerca del futuro, intentando no caer en el típico sermón sobre el valor de la democracia, lo poco que la apreciamos y lo mucho que debemos cuidarla. La democracia, así como la dictadura y el golpismo, no es un fin en sí mismo, no es una sola, y más bien tiene una infinidad de rostros y modelos que soportan sistemas políticos muy distintos, los unos de los otros.

Bueno sería comenzar señalando que no es aconsejable hacerse la ilusión de que la época de los golpes de estado ha pasado a la historia. Lo que ha cambiado es la forma; obviamente estos no son tiempos propicios para que los militares (otrora llamados milicos o gorilas) salgan a las calles con tanques a corretear izquierdistas y tomar el poder directamente. Los cerebros y autores intelectuales, esos sí, siguen siendo los mismos. La iniciativa y la autoría intelectual sigue teniendo el mismo el mismo origen: los Estados Unidos; el único matiz que podría diferenciar un caso de otro es si la decisión se la tomó directamente desde el aparato estatal norteamericano (la Casa Blanca o el Pentágono o el Departamento de Estado), o si se gestó desde los célebres grupos de influencia y de poder de extrema derecha (halcones que pisan fuerte, independientemente de quién sea el presidente).

Eso en cuanto a la iniciativa. En lo que concierne a la autoría local de los golpes, todo sigue apuntando a “los sospechosos de siempre”, es decir las pseudo oligarquías latinoamericanas encarnadas en la derecha dura. Estas roscas de poder existen y han existido en todos los países de la región y operan de manera similar, siempre alineados con los intereses foráneos, con un pié acá y otro en Miami, y dispuestos a todo para no perder los privilegios de un sistema hecho a su medida.

Los perpetradores, es decir los que se prestan a ejecutar y llevar adelante lo que se decidió en el norte en colaboración con las élites locales, pueden ser congresos, asambleas legislativas, instituciones cívicas o gobiernos locales o cualquier institución más o menos legal, por eso es que los golpes de hoy en día, a primera vista no se ven mucho como golpes. En principio no parecen golpes, y los conglomerados mediáticos se encargan además de darles el maquillaje necesario. Pero no se equivoque, siguen siendo golpes, y protagonizados por los mismos actores.

Tanto ha mejorado la técnica golpista, y tan poco parecen golpes los golpes de hoy, que a veces incluso pasan medio desapercibidos frente a los impávidos consumidores de medios (léase ciudadanos mediatizados). Sin ir muy lejos ni muy atrás, hemos sido testigos y víctimas de dos golpes fallidos, uno en Venezuela y otro en nuestro propio país, y de otro exitoso en Honduras. Todos decididos por los que ya le dije, financiados y apadrinados por los cipayos de turno (soldados indios al servicio de la corona), y perpetrados y ejecutados por “instituciones democráticas”. En el caso de Honduras, la maquinita golpista funcionó a la perfección y no hubo poder en el mundo capaz de conseguir devolver la presidencia al mandatario depuesto. Inmediatamente después de consumado el hecho, se ejecutó un agresivo plan de legitimación del golpe a través de “elecciones democráticas” y todo el cuento que generalmente acompaña a estas maniobras. Se derrocó a un presidente incómodo que no comulgaba con los intereses del poderoso, y se puso a otro que anda pianito; pero lo “maravilloso” de toda aquella operación, fue que se llevó a cabo bajo un manto de legalidad democrática digna de Hollywood. Les digo, no ha pasado más de un año, y hoy ya nadie ni recuerda lo ocurrido en Honduras: allí no pasó nada.

Esta reflexión entonces no apunta tanto a recordar de manera automática los casi treinta años de democracia ininterrumpida, como se hace cada vez que se habla del golpe de García Meza, si no a que no olvidemos que los factores que siempre amenazaron nuestra democracia siguen vigentes e intactos. Si hemos podido mantener casi tres décadas de un proceso democrático, muchas veces imperfecto pero con gran vitalidad ciudadana, ha sido por la obstinación que tenemos los bolivianos en resolver nuestras enormes diferencias por la vía pacífica. Desde el frente externo, y desde todos los flancos del frente interno, se ha hecho lo posible y lo imposible por viciar nuestro sistema democrático con prácticas hegemónicas disfrazadas de democracia.

Los amigos circunstanciales de la democracia, esos que echan mano del golpismo cuando la democracia deja de garantizar sus intereses y privilegios, siguen siendo los mismos. Pero afortunadamente, lo que no es lo mismo y está en permanente cambio y evolución es la propia democracia. Se han dado pasos gigantes que han mejorado significativamente su representatividad, legitimidad y ampliación de espacios de participación real de la ciudadanía (su razón de existir).

Hemos visto pasar distintas caras de la democracia, cada una con sus defectos y virtudes, y cada una reflejando el pulso histórico y político del país. Desde la democracia pactada entre cuatro partidos, pasando por la democracia tutelada por el embajador americano, hasta la democracia de las calles y de las corporaciones sindicales. Hemos visto mucho y espero que sigamos viendo mucho más.

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