domingo, 27 de junio de 2010

Cuando todo pinta gris (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-27/06/10)

Es muy pronto para decir qué es lo que está ocurriendo con el proceso político en curso. Es tan pronto, que probablemente ni siquiera nos alcance la vida para ver el verdadero alcance de eso que el Movimiento al Socialismo ha acuñado como consigna de lucha, y que a estas alturas, ha devenido en desgastado panfleto: el Proceso de Cambio. El lema, la frasecita, el cliché, quedan cortos ante la complejidad de los desafíos y la ambigüedad de los resultados. Contra la perspectiva histórica y la lectura templada de los acontecimientos, conspira el ritmo frenético de las coyunturas, y su reflejo en las vertiginosas agendas mediáticas, ávidas de conclusiones y sentencias definitivas. Allí en el medio, entre la búsqueda sosegada de causas y razones, y el apremio cotidiano de la actualidad, los mortales intentamos resolver medianamente las incertidumbres que nos agobian.

No solamente son cortos los cinco años de gobierno de Evo Morales; también quedan cortos los más de diez años de proceso constituyente que le dieron origen. Y si de sacar conclusiones definitivas se trata, inclusive quedan cortos los veinte años de neoliberalismo y los sesenta años de revolución movimientista. Recordemos nada más la respuesta del premier chino Zhou Enlai, cuando el secretario de estado Henry Kissinger le preguntó cuál había sido, en su opinión, el impacto de la Revolución Francesa en la historia: “Es muy difícil juzgar dichos efectos, ya que aquel movimiento no tiene aún perspectiva histórica, es un acontecimiento demasiado reciente”, respondió el líder chino.

No quiero decir con esto que debamos esperar doscientos años antes de emitir juicios de valor sobre lo que nos toca ver hasta el momento, pero sí creo que puede ser sano alejar un poco la mirada del infernal despelote del día a día, e intentar medir las cosas en perspectiva. Y en ese ejercicio, creo que no será difícil convenir con usted, en que estamos atravesando una fase gris del proceso. En este momento, tengo la impresión de que todo tiene gusto a poco; el escepticismo, la duda y la sospecha se imponen con creces a los resultados, esperados con tantas ansias. Después de la claridad y la contundencia de la victoria política sobre los que pensaban (y siguen pensando) que íbamos muy bien y que nada debía cambiar, ha bajado la neblina del extravío ideológico y la ineficiencia burocrática.

La sensación que me asalta en estos días es la de estar navegando a tientas en un pantano brumoso, sin rumbo definido. El referente de luz y dirección que supuestamente debería de ser la nueva Constitución, lejos de amainar mi sensación de inquietud y desasosiego, ha conseguido solamente saturarme con esa avalancha de leyes, cuya aprobación parece responder exclusivamente a un atropellado cronograma político. A esto se suman los recurrentes titulares de prensa acerca de los mil y un tropiezos de la estatal petrolera, del mutún, y de un sinfín de instituciones que no terminan de arrancar.

En esta atmósfera de inseguridad, se hace cada día más palpable la distancia entre el discurso inflamatorio del gobierno, y la realidad; lo que hasta ayer sonaba certero y apropiado, hoy comienza a adoptar un timbre utilitario, con ribetes muchas veces demagógicos. En fin, la cosa está bien complicada, y las señales que se reciben desde el gobierno, sobre todo después de las últimas elecciones, no dan muy buena espina, ni en lo práctico, ni en la hasta ahora irresuelta orientación filosófica del proyecto.

Razones pueden haber muchas, entre ellas la evidente dificultad que tiene el presidente de rodearse y de mantener equipos técnicos idóneos, o su creciente tendencia a tomar decisiones intuitivas y personalísimas, ignorando lo que sus entornos más cercanos le aconsejan (asumiendo, claro, que evidentemente haya quién le diga lo que no quiere escuchar).

Así vamos, dando tumbos, arreglando la carga en el camino, en un trecho confuso que en teoría podría ser natural, considerando los intrincados arboles de intereses que se han sembrado alrededor del presidente, y que nos recuerdan que el terreno de la práctica política está compuesto esencialmente de plagas y parásitos. Lo que se haga, o lo que se deje de hacer de acá en adelante para ajustar y enmendar el curso del proceso, determinará en gran medida su devenir histórico, y pondrá a prueba la condición de líder del presidente.

La historia puede tardar mucho en dar su veredicto, pero eso sí, no perdona. Pero siendo mínimamente justos, hay que decir que conducir este tren, largo, atrasado, copado y en constante riesgo de descarrilarse, es una tarea monumental. Solamente el tiempo nos dirá si estos sacudones son propios de la complejidad de los desafíos que hemos decidido afrontar, o si, por el contrario, el presidente y su partido serán rebasados por la incontenible fuerza de su propio destino.

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