domingo, 13 de junio de 2010

El vértigo europeo (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-13/06/10)

La feroz crisis económica que azota a Europa ha caído como balde de agua fría, causando estupor y sorpresa entre los que se creyeron el cuento, repetido al unísono por los medios internacionales, que nos pinta un panorama engañoso de la situación económica mundial. El libreto de las grandes corporaciones mediáticas rezaba, y de alguna manera sigue rezando, que la caída de la economía estadounidense es una cuestión del pasado remoto, y que en el presente sólo está permitido pensar en la rápida y asombrosa vuelta a la normalidad. “Camino a la recuperación” es el título de la película que CNN retransmite en matiné, tanda y noche.

La astuta consigna del “aquí no ha pasado nada”, responde en primera instancia a la idea de que difundiendo información y mensajes positivos, se genera confianza en las famosas expectativas de inversionistas y accionistas, frenando de esa manera la espiral de caída que usualmente se desata en este tipo de hecatombes. Pero esa es solamente la razón aparente que justifica y valida moralmente la deformación tendenciosa de las noticias; detrás de ello se esconden razones políticas de mayor peso, que buscan diluir la dimensión y el alcance de la crisis. En efecto, no es lo mismo una crisis del mercado inmobiliario que una crisis financiera, como no es lo mismo una crisis que una recesión, y tampoco una crisis coyuntural que una crisis sistémica. Como usted y yo no somos economistas, no nos interesa ahondar en definiciones teóricas; nos basta con preguntarnos si esto se trata de un bache pasajero y accidental, o de una señal de los límites y fisuras del sistema capitalista mundial. Ahí está el quid del asunto, todavía sin respuesta.

Cuando ya se instalaba la idea de que lo peor ya había pasado, Europa ha comenzado a crujir y, en cuestión de días, ha puesto al mundo nuevamente en vilo. La velocidad con la que se desarrollan las cosas y el sesgo mediático, puede resultar a veces desconcertante para el espectador, que no atina a relacionar la cadena de eventos, y menos aún a comprender la naturaleza y el origen de los problemas. Hace solamente una semanas atrás, la crisis se focalizaba en Grecia, que aparentemente estaba pagando los malabarismos y triquiñuelas que había tenido que hacer para cocinar sus cuentas y poder así ingresar a la Unión Europea. En teoría Grecia era un caso aislado que se debía encapsular con un fondo de emergencia; la comunidad europea pasó el sombrero y recaudó una multimillonaria con el firme propósito de no permitir que uno de los suyos caiga.

El mensaje que se mandaba al mundo era que uno de los países de la unión había falseado sus cuentas para ingresar al club, y que su situación no era sostenible. La solución se tradujo en la imposición de una serie de dramáticas medidas de ajuste, y mucha plata para amortiguar la caída. Hasta ahí todo era más o menos comprensible, pero resulta que pocos días después, caen las economías de Portugal, de España y de Irlanda, e inmediatamente después, son nada menos que Inglaterra, Francia y Alemania los que anuncian planes de ajuste estructural en clave de emergencia nacional, arguyendo que si no optaban por la cirugía mayor sin anestesia, corrían el riesgo de un colapso económico. Todo esto en el lapso de un mes.

Así las cosas, es muy difícil adivinar cuál es la enfermedad y cuál es su grado de avance, más aún cuando el remedio utilizado ha sido el mismo para todos los países. La receta la ha dado el desprestigiado Fondo Monetario Internacional y es la misma con la que casi nos matan en América Latina. A saber: los clásicos recortes en el área social, rebaja de sueldos, congelamiento de pensiones, despidos masivos en el sector público, subida de impuestos, reformas laborales, y cuanta carga se pueda imaginar en las espaldas de los trabajadores, pero ni una sola medida contra a los especuladores financieros, que fueron los causantes del desbarajuste.

Para resumir, lo que se ha hecho es tirar por el caño el célebre estado del bienestar europeo, en menos de lo que canta un gallo. Si esto hubiera ocurrido con esa celeridad y con esa crudeza en alguno de nuestros países, la respuesta de la sociedad hubiera sido una insurrección popular, pero curiosamente, parece que existe una relación de proporcionalidad inversa entre fortaleza del estado y debilidad de la sociedad. Podrá parecer extraño, pero la ciudadanía europea, tan desarrollada y tan rica, se encuentra desorganizada e indefensa frente a las brutales agresiones que está sufriendo. Las encuestas y las noticias dan cuenta de una sociedad sumida en el desconcierto, el miedo y la resignación; saben que lo que piensen, digan o hagan, no tendrá ningún efecto en la realidad.

Sin embargo, algo tendrá que ocurrir; alguna consecuencia política tendrá que haber de parte de las clases medias afectadas, y si bien se trata de sociedades despolitizadas, desmovilizadas y adormecidas por el ritmo de vida que hasta ahora han podido llevar, por algún lado tendrá que salir el tiro. ¿Será a través de un proceso insurreccional y revolucionario de las clases medias proletarizadas? ¿Será a través de la irrupción de gobiernos de ultraderecha? ¿Será a través de una posible desintegración de la unión europea? Las cartas están servidas, y que corran las apuestas.

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