domingo, 20 de junio de 2010

Errores que matan (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-20/07/10)

Tal como ocurre en la vida de las personas, en política se pueden cometer errores que tienen arreglo, y se pueden cometer otros, cuyas consecuencias son irreversibles. Hay errores pequeños que se pagan caro, pero rápido, y que se diluyen rápidamente en el vértigo de las coyunturas, siempre pasajeras. Hay también errores gruesos que quedan impunes, porque el tiempo no les permite calar hondo, o por causas del azar. Y hay otros que ni siquiera parecen errores, pero son mortales; son esos que se cometen lentamente y durante largo tiempo, que responden a la omisión más que a la mala voluntad, que no producen daño inmediato, pero que adquieren su poder letal con el paso del tiempo, convirtiéndose en estigmas que marcan para siempre.

El gobierno de Evo Morales ha cometido errores de todo calibre y de todo color, y eso es absolutamente natural y comprensible, tratándose de un proceso que se ha propuesto atacar las causas medulares de nuestros males, para de esta manera generar un cambio en la manera en que los bolivianos nos relacionamos, entre nosotros, y con el resto del mundo. Lo he dicho antes y lo sigo manteniendo: creo que la mayoría de los problemas que aquejan a este proceso, y que hoy son magnificados desde la visión conservadora y enana de nuestro decadente establishment, pasarán desapercibidos en la perspectiva del tiempo y de la historia, empequeñecidos por la trascendencia de lo sustantivo. Sólo como ejemplo y habiendo pasado tan poco tiempo, ¿alguien recuerda hoy el caos económico o la inflamación política que acompañaron los trece años de la Revolución del 52?

La producción y el tráfico de drogas, podría convertirse eventualmente en uno de esos problemas perennes, que tiña de blanco la herencia del MAS, y que se convierta en un legado funesto, cuyas consecuencias nos persigan durante décadas. Para no caer en la clásica moralina que caracteriza al debate internacional sobre las drogas, quisiera establecer, desde el vamos, que mi posición en este asunto es muy pragmática, y dista mucho de esa visión maniquea, que siempre se ha escandalizado por un porro y una melena. Las drogas (de todo tipo) siempre han estado, y siempre estarán presentes en todas las sociedades, pues son una necesidad inherente a la naturaleza humana; lo que no es tan natural es la manera arbitraria y poco racional en que éstas han sido, y son prohibidas, generando mercados negros multimillonarios, imposibles de combatir.

No crea usted que estoy dando vueltas para decir las cosas de manera elegante; lo digo claro y alto: la prohibición de la mayoría de las drogas, me parece un cuento para contentar a los ultra conservadores que tanto peso tienen en la política del primer mundo, y para que mucha gente (unos fuera y otros dentro de la ley), se beneficien de los estrafalarios excedentes de un negocio que no tributa, y que por consiguiente, tiene la capacidad de permear y corromper todos los poderes del mundo. El narco es una enorme caja negra, un negocio perfecto que termina beneficiando a quien menos se espera. ¿Me dejo entender?

En ese doble juego, ha habido países enteros que han encontrado maneras y mecanismos para reinsertar dineros “sucios” en sus economías legales, siendo ahora ejemplo de buen comportamiento ante la “comunidad internacional”. No tengo ningún problema con eso, mientras la demanda se mantenga intacta en todo el mundo, en principio, me parece válido que los beneficios del negocio se redistribuyan de cualquier forma. Pero ojo, digo en principio, porque la cosa no es tan sencilla. Si sólo se tratara de dinero no sería tan grave, pero lamentablemente la interdicción trae consigo, y de manera inevitable, espirales de violencia horrorosas, que ninguna sociedad puede pagar.

En el caso nuestro, el aumento en los cultivos de coca y en la producción de droga, representa el riesgo real del ingreso de mafias y carteles mexicanos, enfocados en su crecimiento y expansión regional. Y eso, señores, ya no es chiste. No es chiste porque esa gente ha demostrado ser diabólicamente eficiente e implacable en sus cometidos, y porque una vez que entran, no los saca nadie, nunca más. Seamos claros, una cosa pueden ser los maleantitos bolivianos y los grupitos de mafiosos de países vecinos, y otra muy distinta los carteles mexicanos. Esos tipos tienen la plata y las agallas para infiltrar y comprar a un estado entero, y si no les funciona por las buenas, lo hacen por las malas.

Todavía no parecen haber señales contundentes de que esas estructuras ya se hayan instalado en Bolivia, pero sí es evidente, que la actividad ilegal se encuentra en franco aumento, y no solamente en sus regiones “tradicionales”. Si el gobierno no actúa rápido y en serio (cosa que no es además nada fácil), corre el riesgo de perder cualquier oportunidad de parar el asunto, y de que su legado, vaya a ser el haber dejado al país en manos del narcotráfico. Peor aún, les dará argumento a los malintencionados que toda la vida dijeron, sin ninguna razón o prueba convincente, que el presidente siempre estuvo ligado de alguna manera al poder del narcotráfico.

¿Qué puede ser más grave que eso?

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