Otra vez estamos todos
metidos en la coyuntura, absortos en la conflictividad social y en el ejercicio
prospectivo, que ya se ha convertido en el único deporte nacional en el que
todos los bolivianos coincidimos. Unos desde el terreno profesional, y otros desde
lo amateur, quién más y quién menos, desplegamos todas nuestras capacidades y
talentos para el pronóstico cotidiano del despelote político y sectorial,
empleando toda nuestra energía en predecir escenarios, posicionamientos,
tácticas y estrategias de los múltiples actores en conflicto.
Si bien puede ser cierto que
la actual coyuntura, marcada por el TIPNIS, la novena marcha indígena, la
candente conflictividad sectorial y la posibilidad de que la marcha concentre
tensiones, veo muy difícil que se pueda reeditar un fenómeno equivalente al de
la marcha del año pasado. La empatía de las clases medias con los indígenas
marchistas fue en su momento muy espontánea y no tuvo como telón de fondo
escenarios tan trabajados y complejizados como los actuales.
Por otro lado, los
conflictos sectoriales en curso son dispersos, no tienen una expresión política
claramente definida, y menos aún la necesaria articulación política que les de
forma y proyección. Tengo la impresión de que se la ha otorgado desde diversos
sectores, demasiado peso a una movilización y a un conflicto de principios,
pero también de intereses, esperando que de allí surjan las sorpresa deseadas
por todos.
Para que la esperada
catarsis ocurra nuevamente, tendría que darse alguna enorme torpeza en la
administración del conflicto, que ocasionara por ejemplo un enfrentamiento
entre civiles, con derramamiento de sangre. Tampoco creo que esto sea muy
probable desde un gobierno que ha recuperado parte de su cintura política; pero
claro, nunca se puede desechar tal posibilidad, sobre todo cuando existen
antecedentes tan frescos.
Las apuestas van desde las
posiciones más ingenuas y “optimistas” que creen que ésta vez se puede tumbar
al gobierno, pasando por los más moderados que se las juegan por un revés que
debilite significativamente al gobierno, poniendo en riesgo sus posibilidades
electorales para la reelección. Yo estoy entre los que cree que guerra avisada
no mata moros, y que en este fango muchos no tienen la espalda para nadar,
otros se ahogarán, y saldrá mejor parado el inventor del barro, es decir el
gobierno.
La realidad nos indica que
es en la hiperconflcitividad, muchas veces generada por él mismo, en dónde el
gobierno se encuentra más cómodo y más a gusto; generalmente les va bien en el
conflicto porque a final de cuentas son los únicos con la capacidad de
controlar los factores duros de poder, que garantizan el statu quo; “los
fierros” están en orden, las elites económicas (las tradicionales y las nuevas)
están más que satisfechas y la base dura de apoyo social todavía es muy fuerte.
Cualquiera fuera el
desenlace de este nuevo conflicto, lo que preocupa realmente es que loa actores
políticos, los analistas, los medios, las organizaciones sociales, los
intelectuales y por ende la ciudadanía en general, estamos siendo patéticamente
funcionales al juego del gobierno. Desde la estrechez de la especulación
coyuntural, o desde la lectura intelectualizada y teórica del proceso
constituyente, el resultado en ambos casos es que nos estamos perdiendo en el
intento por desentrañar una realidad enlodada por la práctica y el pragmatismo
político del día a día.
Esta permanente distracción
no nos está permitiendo concentrarnos en el fondo de lo que realmente puede
estar ocurriendo; un desajuste social, entre clases empoderadas y ascendentes
que reflejan bonanzas nunca antes vistas, y grandes masas de asalariados que no
han sido invitados a la fiesta y que deben subsistir en crecientes condiciones
de precariedad; una economía que acumula condiciones hiperinflaacionarias; un
modelo capitalista con un libre mercado cada vez más salvaje; un vacío estatal paradójicamente
repleto de leyes que nadie conoce ni comprende; en suma, un país en el que la
simbología política ha cambiado, pero en el que persisten, o peor aún, se
acrecientan las inequidades y las desigualdades.
El conflicto y el desborde permanentes, azuzados por el régimen,
a veces bajo control y otras veces en la improvisación táctica, camuflan de
forma muy eficiente la ausencia de gestión y la acumulación de problemas
irresueltos en temas de altísima sensibilidad económica (hidrocarburos,
endeudamiento interno, déficit fiscal, uso de reservas internacionales, etc.)
En el bullicio de la
confrontación, lo único que avanza viento en popa es la acumulación hegemónica
de poder, la conformación de pactos y alianzas tácitas del gobierno con poderes
económicos y regionales, otrora opositores, y la popularidad del presidente,
que maneja con gran pericia los apoyos y los miedos que lo convierten en figura
imprescindible.
Así vamos, de tumbo en
tumbo, bailando todos con la música que pone el gobierno.
Bastante acuciosa la nota, que no permite no estar de acuerdo con ella.Pero tratando de encajar todos los incordios en algún tipo de rompecabezas, hay un aspecto que no toca el articulista y lo pasa desapercibido.
ResponderEliminarSe trata del desdibujamiento, desmoronamiento, o caida en añicos de un otro pilar doctrinario del oficialismo. Ya hemos visto varios: el supuesto ecologismo, la CPE-ismo, el indigenismo, la industrializacionitis, y ahora.... la oda del movimiento social.
Cada vez menos puede decir que es un gobierno anclado en movimientos sociales portentos de la dinamicidad y legitimidad del proceso. Con las organizaciones sociales en las calles confrontando las decisiones del palacio, el marketing publicitario quedó hueco.
Lo grave, pero, es el fondo de la cuestión. La tesis de que eran los movimientos sociales que dirigirían al pais quedó hecha trizas al ver que las organizaciones sociales solo velan y no pueden ver miopemente más allá de sus demandas estrechas sectoriales.
No han podido, no pueden ni intentan entrever lo que afecta y beneficia a todo el conjunto de la sociedad. El bien común está escrito en sánscrito para ellos. Además sus demandas van en contra-ruta con las de los demás: cocas vs TIPNIS, salubristas vs Cumbre, FEJUVE vs transportistas, maestros urbanos vs rurales, etc. etc. etc.
Ergo, la tesis se derrumba apocalípticamente. Los movimientos sociales no tienen la pasta para velar por los intereses globales, estratégicos del bien común. Por ende no constituyen ninguna columna vertebral viable, seria, aglutinante, peor estratégica.
Otra columna doctrinaria que se esfuma ante todos.