Un gobierno con discurso y
pretensiones revolucionarias debería tomarse muy en serio el tema de la
cultura. Al contrario de lo que ocurre con gobiernos convencionales e
intrascendentes, en los que la cultura ocupa un lugar ornamental y su gestión es
relegada a funcionarios de tercer nivel, los regímenes que se proponen operar
cambios profundos conciben el campo cultural como un factor estratégico, de
igual o mayor importancia que la propia economía.
La historia contemporánea
mundial y la nuestra propia, nos muestran cómo la cultura, concebida como
elemento esencial de producción ideológica y de construcción simbólica, ha
conseguido trascender y perdurar mucho más allá de los ciclos y los proyectos
políticos que en su momento la fomentaron y ahijaron.
Los legados culturales de las
revoluciones soviéticas y cubanas encarnaron los valores e ideales que aquellos
proyectos buscaron realizar, e incidieron en su historia y en el mundo entero, más
y mejor que sus resultados sociales. La revolución del 52 en nuestro país tuvo
también el cuidado político de incubar un aparato cultural que le acompañó en
su gravitación nacional por casi medio siglo, y para no remitirnos solamente a
tiempos remotos, bastará con fijarnos en el intenso y sostenido esfuerzo que
realizan gobiernos como el de Venezuela o Ecuador en el ámbito cultural; Chávez
y Correa, más allá de sus diferencias y estilos de liderazgo, comprenden a
cabalidad la importancia y el valor político de la cultura, e invierten
cuantiosos recursos en el potenciamiento de las artes y el intelecto.
En casa, el gobierno del MAS
ha empleado hasta el momento gran parte de sus energías en desmontar y asfixiar
las precarias estructuras estatales dedicadas a la cultura, con el argumento de
que tales expresiones tienen un carácter elitista y alienante, que no
corresponden al espíritu étnico e intercultural del proceso de cambio en curso.
Bajo los mismos argumentos esgrimidos líneas arriba, creo que tienen todo el
derecho de imprimirle a la gestión cultural el sello y la identidad que
postulan en su discurso ideológico, y, si fuera necesario, hacer tabla rasa con
todo lo anterior; pero lo que no puede ocurrir es que se desarme un andamiaje,
por muy pobre que haya sido, sin construir uno nuevo y alternativo.
En los hechos, no he visto
nada relevante en los seis años de gobierno de Evo Morales, ni nada que se
parezca siquiera a una política cultural seriamente planificada. Al margen de
alguna que otra ocurrencia discursiva o el natural desarrollo del folklore (una
fuerza viva que no necesita del apoyo de nadie), lo único que se ha hecho es
elevar burocráticamente la cultura a rango de ministerio; un ministerio abocado
a la escenificación de la simbología del poder, que en rigor de verdad, debería
llamarse ministerio de propaganda y proselitismo.
El último lanzamiento
estelar de dicha repartición, anunciada con bombos y platillos a través de su
inverosímil “Unidad de Grandes Eventos”, fue la entrega de los novísimos
premios Eduardo Abaroa, a la trayectoria de artistas e intelectuales del país;
un concurso improvisado para la celebración del Día del Mar (¿alguien me puede
explicar por favor qué tiene que ver un premio a la cultura con Eduardo Abaroa
y con el mar?), en base a una apresurada y ambigua convocatoria que busca
“promover y fortalecer la educación cívico patriótica y realzar el fervor
patrio de todos los bolivianos”.
Lo que no fue improvisado
fue la pompa y circunstancia del acto de entrega de diplomas, medallas y
cheques a los elegidos; alfombra roja y ambientación hollywoodense en el más
importante centro de eventos de la ciudad de Santa Cruz; fiesta, luces, música
a raudales, desfile de autoridades y toda la parafernalia del caso para premiar
a dieciséis paceños, dos cochabambinos, un orureño y tres cruceñas… ¡Dos reinas
de belleza y una deportista!
¿Creyeron los astutos
organizadores que hacer la fiesta en Santa Cruz y al “estilacho cruceño” era un
seductor guiño político a la cruceñidad y sus nuevos amigos del oriente? Obviamente
no fue así, y el coqueto gesto causó, por el contrario, una ola de indignación
en los ambientes intelectuales y artísticos de la ciudad. Con toda razón, se
alzaron voces reclamando el desequilibrio regional de los elegidos, el
reforzamiento gratuito de los peores estereotipos de frivolidad y la falta de
capacidad para valorar la creciente actividad cultural que se desarrolla en la
otra Santa Cruz, menos visible pero no por eso menos rica.
No quisiera con esta crítica
desmerecer los méritos personales de los premiados, a quienes les sobran
credenciales para éste o para cualquier otro premio de cultura. Lo que indigna
es la liviandad de las autoridades al utilizar recursos públicos en un proyecto
desprolijo que, lejos de promover y premiar la cultura, ha generado ronchas y
malestares. Flaco favor le han hecho al arte, a la cultura y a los artistas con
un evento con tufo a proselitismo electoral prematuro, además, mal hecho.
"La tendencia a la agresión es innata, independiente, instintiva disposición del humano...se constituye en el poderoso obstáculo a la cultura." S. Freud
ResponderEliminarLa agresión programada y planificada, en una "revolución", pues hacen todo menos acercarse a proteger y cultivar una cultura.
La cuestión de fondo es pues si una "revolución cultural" es una oximoronía. Los actos y celebraciones son meniales.
OK... pero solo para que te dejes de hacer al super culto y te dejes de rebuscar tus palabras:
Eliminar"La cuestión de fondo es pues si una "revolución cultural" es una oximoronía" (no existe esa palabra) tal vez querías decir: "una "revolución cultural" es un oxímoron"
y... "Los actos y celebraciones son meniales"
Qué quieres decir con meniales?
DUDAS:
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=oximoron%C3%ADa
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=menial
Saludos.