Llámenme exagerado,
intolerante, extremista o lo que quieran, pero me da lo mismo: hay cosas que
realmente no soporto. Quizás ya me estoy poniendo medio viejo (o medio vieja me
dirán algunos), quizás no soy capaz de evitar esa manía de hacer y hacerme lío
de sonseras aparentemente intrascendentes, o quizás simplemente mis fusibles y
termostatos internos ya me han comenzado a marcar un límite con la manera boba
y acrítica en que vivimos este mundito moderno y globalizado.
Las reacciones y actitudes
que generan la liga española de fútbol y la Champions League europea, son una
de esas cosas que terminan causándome sensaciones de perturbación y
desasosiego. Cientos de individuos haciendo alarde público de un fanatismo
desbordante que hace palidecer al más monárquico de los madrileños o al más
nacionalista de los catalanes, ¡por el Real Madrid o por el Barcelona!
Realmente increíble.
El Facebook es por supuesto
la tribuna predilecta para la expresión de esas pasiones instantáneas que,
francamente, no acabo de comprender. Está bien que nuestros hijitos, que han
nacido y vivido bajo la dictadura del marketing interplanetario, se apunten con
entusiasmo al equipo de sus ídolos deportivos; eso se puede ser normal. Pero
que gente grande, que poco o nada tiene que ver con esos clubes, se lance en
esa furiosa militancia, me asusta un poco.
Puede entender que haber
vivido largos años de infancia o juventud en España pueda generar un apego
natural al Barca o al Madrid, o que tener papá o familiares próximos españoles reflote
una identificación por herencia, pero el individuo que, así por así, se compra causas
y glorias ajenas y las reivindica como propias, no deja de sorprenderme.
Yo también veo y disfruto
los partidos de esos dos equipazos que reúnen lo mejor del fútbol mundial,
evidentemente; y muchas veces también me ocurre tomar partido por alguno de
ellos; porque juegan distinto, porque encarnan instituciones diferentes, el
Madrid, supergaláctico, el Barcelona más proclive a desarrollar sus canteras; o
porque entre el insufrible Mourinho y el altanero Cristiano Ronaldo, me quedo
con el parco Guardiola y el discreto Messi. Pero, la verdad, al final del día
me tiene sin cuidado quién pierde o quién gana, o cual de los dos acumula más
glorias.
Yo soy del Strongest y
punto; ¿y es lo normal, no? Es un equipo de mi país y de mi ciudad al que me
ligan una y mil razones, y al que le dedico todas mis pasiones y miserias. Lo
mismo les ocurre a mis archirrivales bolivaristas, que cuando de derramar
ímpetus se trata, no dudan en hacerme la vida imposible. Y eso es lindo; es lo
que no separa, pero lo que también nos une de alguna manera. Nuestros equipos
están lejos de ser una maravilla, pero de allí venimos, y significan mucho para
nosotros.
Lo otro me deja un gusto
rancio de desarraigo y enajenación. Parece que con el paso del tiempo y del
dinero estamos perdiendo el reparo y la vergüenza a engancharnos alegremente a
cualquier cosa que nos dé la sensación de ser parte de algo, por muy lejano y
extraño que fuera. Pasa en el fútbol y pasa en la vida cotidiana, en la que ya
ni nos arrugamos el rato de celebrar con fruición el Halloween o el Valentine´s
Day. ¿Qué será lo próximo? ¿Bocinazos en la calle el día del Superbowl?
Algo muy raro nos está
pasando ¿O seré yo, que no he entendido nada y que me resisto patéticamente a
aceptar éste mundo al revés?
Una cosa es ser provocador, otra errático. Si desdeña el neocolonialismo anglo o español - a través de su fútbol - entonces que le impulsa a coger temas sobre la crisis europea, o Barack Obama,o el Rey de España? A qué santo debemos entretenernos con la cadera a o a mata en Africa el Rey de España?
ResponderEliminarLa próxima lectura la haremos en unos meses.