Esta última semana Santa
Cruz estuvo de malas. Dos colapsos le dieron mala prensa a raudales: el colapso
financiero de Aerosur y el colapso mental, ni más ni menos que de su alcalde.
El caso de Aerosur es
realmente una película de horror; mientras la empresa se cae a pedazos, los
pasajeros abandonados a la de Dios, deambulan en la más absoluta indefensión en
procura, ya no de embarcarse, sino de que por lo menos se les devuelva su
dinero. Atrás quedaron las épocas en que esa empresa llevaba el sartén por el
mango y, aprovechando su condición monopólica, se daba el lujo de cambiar
horarios y rutas a su antojo y trataba a sus clientes con la punta del zapato.
Imagino que, como en muchos
otros casos, nunca se sabrá realmente qué es lo que ocurrió y quienes fueron
los responsables de que las cosas llegaran a ese punto. ¿Qué se supone que
debemos pensar cuando se nos dice que el ex presidente de la línea aérea tuvo
que escapar del país porque es un perseguido político, que deja la empresa a
cargo de un pariente que acto seguido le voltea las acciones y el control de la
empresa, que resulta ahora que la administración está coludida con el gobierno
para fundir a la empresa, que deben miles de millones de bolivianos en
impuestos, aportes y sueldos, y que Roca dice que en realidad no deben nada y
que más bien el gobierno le debe a la empresa?
Pues nada: en un circo de
ese tamaño no hay lugar para el raciocinio. Lo único que habrá que esperar es
que cuando todo termine de venirse abajo, la estatal BOA, que hasta el momento
presta un buen servicio, no se convierta automáticamente en una nueva Aerosur,
monopólica y abusiva. Creo que todos ya estamos un poco cansados de la debacle
de la líneas aéreas, que comenzó con la privatización del LAB a manos de unos
piratas, cosa que tampoco justifica la fácil extrapolación hecha por el
presidente Morales, que no perdió tiempo en decir que todo esto demuestra que
el estado administra mejor que los privados. En síntesis, todo mal.
La otra perla la puso el
alcalde Percy Fernández manoseando el trasero de una concejala en acto público
y frente a las cámaras de televisión. Lindo panorama, elija usted con cuál se
queda: ¿con las metidas de pata del presidente o con las metidas de mano del
alcalde? El episodio alcanza para esa y para otras quinientas bromas que han
circulado en medios y redes sociales, pero lo que ya no puede ser tomado en
broma es la realidad de la ciudad más grande del país en manos de un personaje
senil y deschavetado.
Entre chistes, payasadas y
arrestos de demencia, el legendario Percy ha puesto a Santa Cruz en una
situación límite. No lo digo yo, sino los mismos cruceños, que sienten que la
ciudad crece en el caos y en el desconcierto, haciéndola cada día más
invivible. Detrás de los exabruptos, la crisis institucional y la pésima
gestión, al parecer se esconde un horrendo entramado de corrupción que favorece
a viejos grupos de poder. Otra vez, todo mal.
Lo bueno es que todo esto
parece estar sacudiendo positivamente a ciertos sectores de la ciudadanía
cruceña, hastiada de sus liderazgos tradicionales, preocupada la necesidad
apremiante de una lectura más profunda de sus desafíos de gestión territorial,
y dispuesta a repensar el rol de Santa Cruz en el escenario nacional. Ojalá
estas señales cundan en una ciudad llamada a darse a sí misma una vuelta de
tuerca.
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