lunes, 16 de abril de 2012

Un nuevo espejito en la baratija del TIPNIS (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-15/04/12)


Cada coletazo del culebrón del TIPNIS nos confirma la envergadura de sus alcances, pero sobre todo, la poca transparencia con que el gobierno ha manejado este tema desde el inicio. Cada nuevo capítulo de esta lamentable telenovela no hace otra cosa que ratificar que la construcción de la carretera se ha constituido en una acumulación de desaciertos de todo tipo, que, lejos de resolverse o esclarecerse, se enturbia progresivamente.
Tantos errores se han cometido en la concepción del proyecto y en la administración de los conflictos que éste generó, que hoy, todas las acciones y explicaciones que el gobierno se afana en dar, agrandan el manto de duda y sospecha sobre su legalidad y su legitimidad.
La última decisión de anular el contrato de construcción con OAS, ha querido ser presentada por el gobierno como una heroica iniciativa orientada a defender los intereses del estado castigando una serie de incumplimientos de parte de la empresa. Seguramente han debido haber muchas infracciones a un contrato que además fue calificado desde hace tiempo por varias instituciones y expertos como irregular, pero el verdadero trasfondo jurídico para la resolución del contrato, al parecer tiene que ver con el impedimento legal surgido a raíz de la ley corta promulgada el año pasado; los financiadores de la obra habrían señalado que no pueden continuar un  proyecto que, a partir de la declaratoria de intangibilidad del TIPNIS, es sencillamente ilegal.
Otra vez el gobierno intenta entonces vendernos gato por liebre, forzando figuras a su antojo político. La consecuencia jurídica de la derrota sufrida a partir de la VIII marcha indígena, se la quiere presentar como un acto de fiscalización y un gesto anti corrupción que, a juicio del vicepresidente, debería además determinar la automática suspensión de la IX marcha, prevista para las próximas semanas.
Otra vez el cálculo político como rasgo esencial y característico de todas las decisiones desde el vértigo del poder; sin tomarse la molestia siquiera de decirnos por qué no se dio las explicaciones pertinentes oportunamente acerca de los obstáculos derivados de la ley corta, la única pulsión del gobierno es tratar de aprovechar las circunstancias para desarticular un escenario de concentración de tensiones y conflictos, a partir de la adhesión de sectores urbanos a la causa de los marchistas.
Con estas astutas movidas, el gobierno cree estar ganado tiempo para terminar de debilitar a las organizaciones indígenas que todavía no han sucumbido a la presión y a la grosera e indiscriminada repartija de prebendas, que recuerdan a los espejitos con que los conquistadores solían marear a los indígenas originarios.
Al margen de las incongruencias, las contradicciones, el abandono de principios y, en suma, el daño estructural que la obstinación por la carretera le ha ocasionado al gobierno y al presidente, el proyecto sigue vigente y ha sido ratificado como una necesidad estratégica, cueste lo que cueste. La recisión del contrato pretende ordenar en algo el desbarajuste, legitimar la consulta previa, que obviamente no era previa y que ahora, con este pase de magia lo sería, y retomar el proyecto asumiendo un retraso que tendrá que ser explicado como un inconveniente inevitable a los diversos interesados en el camino (léase IIRSA, gobiernos regionales, cocaleros, madereros, colonizadores, empresas petroleras, etc.).
Por esa razón, lo más probable es que la marcha no va a detenerse, y seguirá siendo para el gobierno el riesgo y la amenaza de que a su llegada a La Paz, por muy debilitada que estuviera, coincida en términos de tiempo con la explosión de otros conflictos sectoriales irresueltos hasta el momento. El gobierno lo sabe y trabaja a contra reloj en distintos frentes, en los que ya no puede cooptar a las dirigencias debido a la fuerte presión de las bases.
Así navega el gobierno: a tropezones, contra la corriente, en medio de sordas disputas internas, y con la necesidad recurrente de tener que acudir al uso de fuegos artificiales para distraer a la platea. El inconveniente es que a estas alturas ya nadie le cree; el discurso ha perdido sus efectos y ya no opera como elemento movilizador ni siquiera en las filas de sus aliados circunstanciales, lo que le obliga a medidas de hecho cada vez más audaces y riesgosas.
Habrá que ver en los próximos días con qué otra cosa nos sorprenden frente a las movilizaciones de médicos, maestros, fabriles, universitario, juntas vecinales y otros sectores que no aflojan su asedio a una presa en apuros. ¿Tendrán que recurrir acaso a métodos y prácticas que en el pasado ellos mismos concebían como inadmisibles? ¿Tendrán que apelar el auxilio de aliados insospechados? ¿Tendrán que violarse nuevamente para explicar lo inexplicable?
Qué difícil resulta intentar comprender la conducta de un gobierno que en los dos últimos años se ha desfigurado a un grado en que resulta irreconocible para propios y extraños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario