lunes, 9 de abril de 2012

Una revolución para los indios (Artículo Suplemento Especial-Página Siete-09/04/12)


Soy, como lo son muchos bolivianos generacionalmente hablando, un hijo de la revolución, pero también me tocó ser el hijo de un revolucionario. Mi padre fue uno de los conductores del viejo MNR, y eso marcó mi vida de forma brutal; he cargado y probablemente lo sigo haciendo, ya de manera distinta, con el peso que significa ser descendiente de una de las figuras del 52, y esa herencia me ha marcado a fuego, con lo bueno y también con lo malo
Viví a través de la vida y la memoria de mi padre, indirectamente pero muy a flor de piel, las glorias y las miserias de ese proceso, y por lo tanto nunca me resultó muy fácil mirar lo ocurrido con la frialdad política y la distancia histórica necesarias. Han tenido que pasar 60 años desde el 9 de abril, más de 25 años desde la muerte de mi padre y un nuevo vuelco en la política, para sentir comodidad y sosiego en la lectura retrospectiva de ese hecho político, tan histórico pero a la vez tan personal.
Digo todo esto no con la intención de expiar mis fantasmas, pues eso ya lo hice con mi ineludible paso por el místico y desfigurado MNR, sino porque soy un convencido de que si bien los grandes momentos de quiebre político se asientan en la acumulación dialéctica de tensiones históricas, las revoluciones finalmente las encarnan personas; falibles, mortales y de carne y hueso. La generación de las condiciones socioeconómicas para el advenimiento de cambios estructurales es un acto colectivo, pero la ejecución política de esos procesos estará siempre en manos de individuos, que siempre dejan su sello y su impronta, allende las ideologías y las causas profundas.
¿Quiénes fueron entonces aquellos hombres que hicieron la revolución de abril?  ¿Cuáles fueron los rasgos y características de esa dirigencia, y cómo influyó eso en el manejo del proceso y en sus resultados históricos?
En esa perspectiva no es un dato menor señalar que los ideólogos y conductores de la revolución fueron hombres citadinos provenientes de clases medias, que en su paso por la Guerra del Chaco adquirieron conciencia de la condición indígena de su país. La feroz experiencia de compartir trincheras y miedos con las mayorías hasta esos momentos invisibles, y la sólida formación intelectual que cultivaron en la posguerra, los convirtieron en iluminados, llamados por la historia para hacer una revolución para los indios, pero sin ellos.
Habrá que preguntarse por consiguiente si es posible tal cosa, es decir hacer una revolución “para otros”, y si eso no explica de alguna forma el carácter burgués del rumbo que tomó la gesta de abril. La presencia indígena en el MNR y en sus sucesivos gobiernos estuvo reservada a las masivas manifestaciones de apoyo y agradecimiento de los “compañeritos”, pero la verdad es que los tatanakas no tocaban pito en las grandes decisiones ni en el manejo real del poder. La actitud paternalista y condescendiente para con los liberados (casi señoriales o de señoritos dirían los más críticos), se tradujo, como no podía ser de otra manera en fiascos como la reforma agraria, que ignoró por completo la lógica comunitaria indígena, con los consabidos resultados futuros.
Resulta siempre complicado y riesgoso atribuirle pesos definitivos a ciertos factores, sobre todo tratándose de procesos tan complejos, pero creo realmente que ese tutelaje político sobre los que debieron ser el sujeto social revolucionario (y no solamente el agente beneficiado), marcaron el fracaso de la revolución, en su idea primigenia. No era posible la construcción de estado nacional, sin la acción directa y protagónica del indio como portador de una identidad étnica propia.
Tan es así, que incluso ahora, con un presidente indio y un gobierno con discurso indigenista, la cuestión indígena continúa en constante querella. Lo indígena-originario-campesino no es más que una entelequia, desvirtuada en los hechos por la contradicción de intereses entre indígenas de tierras bajas y la clase campesina, creada por el movimientismo, exaltada por los gobiernos militares y potenciada por el actual régimen como nueva burguesía de sostenimiento político; una nueva revolución, ésta vez más chola y plebeya, pero que sigue postergando la aspiración y la realización indígena.
¿Fue la extracción social o la condición de clase lo que determinó la conducta de la dirigencia revolucionaria del 52? ¿Fue más bien su formación política, al calor de las pugnas y dogmas teóricos de la primera mitad del siglo XX, lo que evitó que se concentraran en lo indígena? ¿O fue el uso y disfrute del poder lo que progresivamente los aburguesó, alejándolos aún más de la realidad indígena? ¿O es que no fueron las personas, sino la implacable persistencia de hábitos y prácticas racistas, cultura que no pudo ser superada por la revolución, lo que terminó devorándola?
Más de medio siglo ha pasado, y la discusión sigue abierta y candente; eso es lo maravilloso de estos procesos, y por qué no, la posible lección para quienes se apresuran en sentencias inmediatistas sobre el proceso que actualmente estamos atravesando.

1 comentario:

  1. En solo una década el MNR había sellado el curso de su revolución, creando un estatismo secante corrupto, un desarrollo des-equilibrado y sin diversificación, y consiguiendo algunas reivindicaciones sociales importantes.

    La percepción de inmediatez es solo una excusa para no reconocer el derrotero que ahora el pais experimenta en carne propia.

    ResponderEliminar