domingo, 31 de octubre de 2010

Liberales de pacotilla (Suplemento Ideas-Página Siete-31/10/10)

Pese a las aburridas miserias de la política cotidiana y a su reflejo amplificado y además deformado por un sistema de medios mediocre también, estamos viviendo en éste país una época riquísima, apasionante y repleta de desafíos y de perspectivas futuras. En realidad esta no es ninguna novedad para Bolivia; hemos sido casi siempre un país súper desarrollado políticamente, y muchas veces, las cosas acá han ocurrido antes que en el resto de la región, de maneras fantásticamente distintas, y además en expresiones democráticas novedosas, vitales, y asombrosamente pacíficas.

El correlato de esa madurez política fue siempre extraño y desconcertante: un subdesarrollo económico expresado dramáticamente en la extrema pobreza de las grandes mayorías indígenas, campesinas y mestizas. Curiosamente, los bolivianos siempre hemos encontrado los destinos y los caminos correctos en nuestra compleja historia, pese a nuestras elites y pese a sus expresiones políticas. Hoy, una vez más nos estamos demostrando a nosotros mismos que somos absolutamente capaces de forjar nuestros propios destinos, así como somos, múltiples, diversos, plurales. La diferencia esta vez es que junto al proceso de desarrollo político, estamos experimentando también una explosión económica sin precedentes.

Esta vez, finalmente, la gesta política tiene un correlato de bonanza y prosperidad que no beneficia solamente a las elites, si no que ha alcanzado a enormes porciones de la sociedad que nunca habían participado de la fiesta. Nuestra economía ha dado un par de pasos gigantes en los últimos años, y para cerciorarse de eso no hay que ser un experto; la plata se siente en la calle, y allí adonde uno vaya se advierte que la cosa fluye con un dinamismo que jamás habíamos visto. Acá es cuando salen al ataque los economistas miopes y la tropa de malintencionados o ignorantes de la realidad de su país, a decir que esto se debe exclusivamente al narcotráfico o a la buena fortuna de los precios de las materias primas en el mercado internacional, o a los bonos que reparte el gobierno.

Por supuesto que estos factores contribuyen positivamente a la buena salud de la economía, pero creo que no son los únicos y no son suficientes para explicar la dimensión y el alcance de lo que está ocurriendo. Para empezar nada de esto estaría pasando si es que el gobierno no hubiera tomado la decisión de mantener las reglas de la macroeconomía con una disciplina que podría causar la envidia de cualquier gobierno neoliberal. Las reglas de juego del capitalismo siguen intactas, con la diferencia de que el proceso político ha traído consigo un recambio de élites que la ha dado un extraordinario vigor a los agentes que han ocupado el lugar de locomotoras de la economía. El capitalismo, lejos de ser afectado, ha sido remozado con actores que asumieron sus retos con gran eficiencia, que demostraron ser realmente campeones sin necesidad de ostentar nada, y que hoy además se sienten reflejados y representados en el poder.

Pero eso no es todo; junto al reemplazo de las decadentes élites económicas, atrofiadas por el prebendalismo estatal y limitadas por su espíritu señorial, el cambio político devino también en un gran ensanchamiento de las clases medias y en la entusiasta incorporación al mercado de amplios sectores, tradicionalmente marginados.

Podemos coincidir en que todo esto no fue invento ni creación exclusiva del actual gobierno y que más bien parece que estamos cosechando los frutos de todos los esfuerzos conjuntos desde la recuperación de la democracia en lo político, la sacrificada conservación de la estabilidad económica y los diversos esfuerzos por perfeccionar los mecanismos de participación e inclusión social. Treinta años de esfuerzos supremos (pese a las dirigencias de antes y de ahora) se traducen en un país distinto, lleno de oportunidades. Pero tampoco podemos ignorar que esto no hubiera sido posible sin el cambio fundamental que ha significado el ascenso (sin movilidad social no hay capitalismo posible), el empoderamiento y la auto dignificación de los indios y los cholos (es decir de las mayorías).

Esa enorme fuerza económica, muy precavida y hasta medio clandestina, aprendió rápidamente que en el capitalismo uno vale lo que tiene, y entonces se soltó y mostró su esplendor sin complejo alguno, jugando ahora de igual a igual con los hasta hace poco dueños de la pelota. Esto es lo que le ha dado el tamaño y la calidad que requería nuestro vetusto capitalismo.

Es por eso que me muero de la risa cuando escucho a los dizque liberales lamentarse de lo que está haciendo el gobierno. A ellos les digo desde aquí que deberían erigirle a Don Evo un monumento en cada esquina, pues es gracias a este proceso que el capitalismo se ha impuesto verdaderamente, libre de sus principales amenazas: la exclusión y el racismo (no hay sistema que funcione en esas condiciones). Lo que pasa en realidad es que andan por ahí muchos señoritos con mentalidad gamonal que, para disfrazar sus prejuicios raciales, se hacen pasar por liberales. A ellos no les importa que el capitalismo haya echado raíces firmes y recibido el mejor abono; a ellos les preocupa haber perdido sus privilegios; ellos preferían un país pre capitalista y feudal, en el que obviamente ellos eran los señores, dueños de vidas y haciendas; ellos, lejos de festejar esos nuevos mercados, jóvenes, frescos y viriles que se pasean en los pujantes malls de nuestras ciudades, se crispan y se asquean por el color de su piel; ellos son los racistas que al hablar de política, se hacen pasar por liberales.

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