domingo, 17 de octubre de 2010

De todo en el jardín de la libre expresión (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-17/10/10)

Quienes, con ese tonillo despectivo de autosuficiencia y desprecio, no pierden ocasión de decir que éste es un país surrealista en donde ocurren cosas inverosímiles e incomprensibles “para la gente civilizada”, ésta vez tienen toda la razón. Veo el revuelo de medios y periodistas acerca de lo que es y lo que no es libertad de expresión, y la verdad es que no puedo creerlo. Efectivamente, ahora me siento en un país de locura, en el que, con la mayor naturalidad, todo el gremio periodístico cierra filas y hace espíritu de cuerpo, aludiendo a la pureza del periodismo como si nada hubiera pasado en éstos últimos años, tratando de instalar la idea engañosa de que el periodismo boliviano hoy es el mismo que el de 1982 cuando se recuperó la democracia, y que con la regulación de los medios esa democracia habría terminado.

Semejante impostura se ventila en los medios como si nada, y claro, nadie se anima a denunciarla y a juzgarla públicamente, por el miedo a ser “políticamente incorrecto” con los poderosos periodistas, cosa que al parecer puede resultar muy peligroso, o por evitar ser tachado de masista y defensor del gobierno (otro exitoso ejercicio de maniqueísmo administrado desde los medios). En las intervenciones públicas de dirigentes gremiales, sindicales y empresariales, así como en los melodramáticos intercambios entre periodistas en el Facebook, no he percibido ni siquiera un atisbo de autocrítica y de honestidad intelectual en el análisis del papel de los medios en la realidad actual. Parece que la mayoría de los periodistas y comunicadores ligados a medios de comunicación, creen que con la consigna fácil de “sin libertad de expresión no hay democracia”, lograrán rápidamente una victimización absolutoria que borre de un plumazo su participación y su responsabilidad en desmadre de este país.

Yo no estoy dispuesto a congraciarme con mis colegas y amigos periodistas guardando silencio o subiéndome a la ola que han fabricado a su conveniencia, para sumar adherencias en su enfrentamiento con el gobierno. No lo voy a hacer porque no creo que las cosas sean así como las están planteando, porque creo que otra vez están cometiendo el error de insultar la inteligencia y el grado de conciencia de la gente, y porque lamentablemente, a punta de embarrarla una y otra vez, han liquidado nuestro principal activo, la credibilidad. Y, por supuesto, creo que ya no podemos seguir en la misma actitud suicida.

Para poner las cosas en su verdadero contexto, hay que decir que muchísimos medios son en la práctica partidos políticos y actúan como tal, manipulando información, mintiendo, ocultando lo que no les conviene, sesgando la realidad a su antojo, y pisoteando sistemáticamente los principios de la democracia y de la ética, haciéndolo además con pésima calidad periodística. Encienda ahora mismo su televisión, y véalo con sus propios ojos. Los estudiosos del tema sostienen que luego de la caída del sistema de partidos tradicionales, éstos medios tomaron su lugar, llenando el vacío que dejaba la derecha. Yo me animo a ir un poco allá, y más bien creo que esos mismos medios contribuyeron a la caída de los partidos, mucho antes, en su afán de suplantarlos en su rol de mediación entre estado y sociedad. Lo hicieron porque de esa manera acrecentaban su poder político y acumulaban mayor influencia para apalancar sus negocios paralelos.

Me alucina, por decir lo menos, que en éste aparente debate público, conducido además sólo por sus interesados, se trate de hacerle creer a los ciudadanos que el periodismo es una institución impoluta y sacro santa, motivada solamente por el altruismo, la ética y el sentido de profesionalismo. Se da por sobre entendido también en los alegatos de la gente del gremio, que la objetividad y la imparcialidad son un atributo intrínseco de los medios, y que aquello además los exime de cualquier tipo de regulación externa, en la medida en que la auto regulación sería más que suficiente para ajustar sus escazas fallas, cometidas además accidentalmente.

Por favor, no exageren. Aunque les sorprenda saberlo, resulta que los ciudadanos sabemos que los dueños de los medios tienen posiciones políticas y agendas claramente definidas, y que para ejecutarlas, contratan a directores y periodistas que se ajusten al perfil político del medio (¿Quiere usted averiguar quiénes son los dueños de las redes de TV, y cuáles son sus antecedentes políticos?). Sabemos también que es imposible que un medio sea políticamente neutral, y que cualquier medio que se respete en mercados de mayor desarrollo periodístico, asume su tendencia de manera honesta y transparente, señalándole a su público que le está informando desde la derecha o desde la izquierda. Sabemos que el cuento de ser incoloros e imparciales es una gran mentira, que sirve para mentir con mayor eficacia.

Sabemos que en el jardín de la libre expresión existen medios comprometidos con la democracia y medios golpistas. Sabemos que hay medios que hacen periodismo por amor al oficio y otros que utilizan al periodismo para defender sus intereses económicos. Sabemos que hay periodistas de pura cepa y periodistas impostores, que utilizan al periodismo como trampolín político. Sabemos estas cosas hace mucho tiempo, y es por eso que los medios han perdido su poder de influencia omnímoda sobre la gente.

Y por supuesto, también sabemos que hace falta una nueva ley de medios que regule los excesos cometidos desde la prensa al amparo de la libertad de expresión, al margen de lo buena o mala que pueda ser la ley contra el racismo.

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