jueves, 26 de agosto de 2010

La reproducción endémica del prebendalismo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-26/08/10)

El proceso de purga y depuración de supuestos infiltrados en el partido de gobierno, ha puesto nuevamente en el tapete de discusión, la compleja maraña de presiones internas que el presidente debe administrar todos los días. Los líos de cocina, los escandaletes, las acusaciones y contra acusaciones, los ajustes de cuentas y las amenazas internas, han recrudecido visiblemente durante los últimos meses, causando un clima de caos y desconcierto, con un inevitable correlato de decepción y desaliento en la ciudadanía.

Analistas y politólogos ensayan explicaciones, intentando encontrar las razones de la descomposición desde distintos enfoques teóricos; unos atribuyen las causas a las contradicciones ideológicas que existirían en la cúpula del poder: indigenistas, socialistas radicales de viejo cuño, progresistas y neo liberales, estarían tironeándose las riendas de la revolución en un momento crítico en el que se debería darle forma y rumbo teórico a lo avanzado. Otros sostienen que las tensiones que comienzan a aquejar al gobierno, son producto de la recomposición de fuerzas e intereses regionales, en el marco de la incipiente realidad autonómica. También hay quienes afirman que el descontrol se debe a un error político de origen, en sentido de no haber aglutinado a las fuerzas que le han dado sustento al gobierno en un verdadero partido, que ordene los diversos intereses en una estructura más manejable, dándoles objetivos estratégicos comunes.

Más allá de las interpretaciones, la cruda realidad es que el presidente se ha generado un escenario en el que debe administrar, él solito, las presiones, los cruces y las desavenencias entre su gabinete, su partido, los movimientos sociales y las regiones. Seguramente algo de cierto hay en cada una de las explicaciones arriba mencionadas, pero yo tengo la desagradable sensación de que en el fondo, todo responde a razones mucho más ordinarias y mundanas, es decir a las pegas y a los espacios de poder.

El peguismo y el prebendalismo se han instalado en el régimen de manera salvaje, descuidando las formas y las buenas maneras que se mantuvo en el primer periodo. Al principio se prestó mucha atención al efecto de contraste con el anterior sistema de partidos, y se cuidó, a grandes costos, la ética pública como una señal inequívoca de cambio real. Sin embargo, el paso del tiempo, la acumulación del poder por el poder, y la certeza de haber superado la fase de enfrentamiento con los adversarios, ha desencadenado la angurria de la dirigencia y de las bases, por obtener un pedazo de la torta.

El drama de la repartija de poder se ha desatado en todos los frentes internos, poniendo en figurillas al presidente, que pese a su autoridad y a su habilidad para lidiar con esos asuntos, tiene cada día mayores dificultades administrando los descontentos, que amenazan con una implosión incontrolable. Así ha sido siempre: el grueso de la militancia participa en política con la expectativa de una peguita para él y para sus familiares; el dirigente medio, generalmente apunta un poco más arriba, y aspira a un cargo en el que pueda hacer alguna triquiñuela, y así reproducir su relativo poder. Y los jerarcas, en la misma lógica, siempre empeñados en atornillarse, si fuera posible, de manera indefinida.

Así nomás es el problema endémico de la política, en un país en el que el trabajo estable, los privilegios y las inmensas fortunas, parecen provenir del mismo sitio, el estado.

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