jueves, 12 de agosto de 2010

Un cuarto de siglo después (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/08/10)

Hoy es un gran día. Me reuniré esta noche con mis compañeros de curso de colegio, luego de veinticinco años. Soy un ex alumno del colegio Franco Boliviano, o mejor dicho, un ex combatiente del franco, apelativo que, según muchos de nosotros, nos calza mucho mejor. Nuestra guerra la libramos en las trincheras de un colegio que en aquellas épocas todavía se encontraba en una etapa de consolidación, y que distaba mucho de los que es hoy. Allí tuvimos que vérnoslas con el bilingüismo, con el encuentro de las culturas francesa y boliviana (que en ocasiones, más que un encuentro parecía un choque ferroviario frontal), y con la personalidad de algunos profesores, que parecían haber confundido su labor pedagógica en el país, con una expedición de conquista en la selva; todo esto, claro, al margen de las duras exigencias del currículo francés. La malévola combinación de estos factores, junto a la rebeldía propia de la edad, llevó a más de un camarada de armas al diván del psicólogo.

Un cuarto de siglo después, nos asaltan las ansias del reencuentro, las ganas de un abrazo evocatorio y de una mano de charla con viejos amigos que no han dudado en cruzar medio mundo para celebrar este aniversario. Será sin duda un momento para pasar inventario de los mil y un episodios compartidos, de constatar las facturas que el paso del tiempo nos ha cobrado, de contar innumerables hijos y conyugues, y de hacerlo con la risa fácil y cómplice que sólo se puede repetir con quienes nos conocen de verdad, y a quienes nada se puede ocultar. Pero también será una circunstancia inevitable de balance profundo de nuestras vidas, en el que cada uno se verá en el espejo de los otros; no hablo obviamente de la comparación alegre de “éxitos”, ni del cotejo de cuentas bancarias o bienes acumulados, sino de la evaluación sana de nuestro presente, y porque no, de nuestro futuro.

Hace varios años, también en una reunión de curso, pregunté durante la cena quienes consideraban que estaban haciendo lo que realmente querían en sus vidas. Creo que la pregunta, aparentemente inocente, caló hondo y causó respuestas y reacciones diversas. Unos afirmaron con convicción y entusiasmo que se hallaban donde siempre habían soñado, otros se sumieron en un silencio meditativo, y otros se lamentaron por estar haciendo lo opuesto de lo que soñaron; tiempo después, inclusive supe que a partir de aquella inquisición, alguno le dio un giro a su vida.

Pienso repetir esta noche la provocación, y sin ánimo de pretender ser juez de nada, indagar ya no lo que estamos haciendo, sino cómo lo estamos: es decir si estamos en mínima armonía con nuestros oficios y con nuestras vidas personales. A la generación nuestra le ha tocado una época compleja, que nos ha exigido pasar por una transición entre un mundo lleno de certezas y verdades absolutas, a otro, plagado de incertidumbres, precario, frenético y vertiginoso en todas sus facetas. Asumirse en paz, como uno es, y no como se espera que uno sea, se ha convertido hoy en un desafío monumental que se repite y nos pone a prueba todos los días.

Nuestro mundo actual, cambiante, desfigurado y exigente, nos pone la cosa difícil y nuestra edad, la de los cuarenta y tantos, definitivamente no ayuda. Qué mejor entonces, en medio de ésta inexorable crisis de los cuarenta, exorcizar nuestros demonios en medio del entrañable cariño de amigos han marcado nuestras vidas.

¡Salud y bienvenidos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario