domingo, 1 de agosto de 2010

De la crisis al recalentamiento geopolítico (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-01/08/10)

La crisis económica que azota al mundo hace dos años, especialmente al primer mundo, comienza a mostrar sus correlatos en el campo geopolítico. En anteriores entregas ya habíamos señalado que una crisis de esta magnitud, difícilmente puede ocurrir sin causar efectos políticos de envergadura similar. Los ajustes y reajustes que se suceden en Estados Unidos y en Europa, comenzarán en breve a mostrar sus resultados en elecciones legislativas y presidenciales, cobrándole caro a los regímenes a los que les tocó aplicar los remedios (todavía insuficientes e ineficaces), y no así a quienes originaron la debacle dando rienda suelta al instinto especulador de los grandes actores de la economía mundial.

Una de las víctimas más emblemáticas podría ser el presidente Obama, que antes de fin de año estaría en riesgo de recibir un revés parlamentario que comprometería seriamente el desarrollo de su gestión al mando de la economía más grande del mundo. En Europa, varios son los países que darán coletazos electorales relacionados con la crisis; los tiros saldrán en cualquier dirección, hacia la extrema derecha o hacia la extrema izquierda, pero con seguridad se registrarán cambios en un mapa político caracterizado hasta ahora por la tibieza. En Europa se ha empezado ya a poner en duda los fundamentos de la Unión, y comienza a cundir la postura del sálvese quien pueda y del cada uno por su lado y como mejor pueda. El caso griego es probablemente el más dramático, pero no el más representativo: hay que fijarse más bien en las señales que salen de Alemania, el hermano mayor de la comunidad, que parece perder la paciencia enviando mensajes de ya no estar dispuesta a meter la mano en el bolsillo para arreglar los quilombos de una región que hace aguas por todas partes.

En éste escenario de incertidumbres frenéticas, los economistas y analistas del mundo corren apuestas acerca del éxito de las políticas anti recesivas, y aún entre la gente más seria, las voces son contradictorias. Unos sostienen que se ha hecho lo correcto, y que los indicadores económicos muestran ya el camino de salida de la crisis, y otros hacen pronósticos apocalípticos inminentes, es decir para el segundo semestre del año en curso.

El pánico y la confusión entre los expertos, confirma una vez más la envergadura de la crisis, que ha sobrepasado con creces el ámbito inmobiliario y financiero, expresándose ya como una crisis sistémica que evidencia los límites del capitalismo global, tal como se lo ha conocido hasta ahora.

El tamaño de la crisis va a determinar sin duda el tamaño de los remedios, y en ésta línea, habrá que ver si las soluciones económicas serán suficientes para salir del hueco. En la hipótesis de que no lo fueran, no es ninguna locura pensar que las grandes potencias estén preparándose para un cambio en los ejes de poder del mundo. En claro español, no es raro que ante un eventual fracaso de los planes anti crisis, las potencias mundiales estén abriendo el paraguas para una solución por el desastre. Esto quiere decir un cambio en el equilibrio geopolítico mediante intervenciones militares en regiones estratégicas.

En el último año, los focos de tensión se han sobrecalentado rápidamente, al punto de recrear un ambiente internacional parecido al de la década de los años sesenta o setenta. Flota en el ambiente de las relaciones internacionales un tufo a conflicto mayor al que ya no estábamos acostumbrados después de casi tres décadas de unilateralismo férreo. Y en esto, como no podía ser de otra manera, los Estados Unidos, la primera potencia militar en el mundo, ha tenido un rol preponderante.

De manera progresiva y sistemática, y como quien no quiere la cosa, el aparato exterior norteamericano ha subido el perfil, interviniendo agresivamente en lo que para ellos son las zonas rojas de tensión. Más allá de las visibles actividades bélicas en Irak y Afganistán, la mano diplomática y militar estadounidense se siente en todos lados con una evidencia inusual. La lista es larga e incluye, por el momento, a Corea, Pakistán, Irán, el Medio Oriente y, de manera más velada, también a Latinoamérica.

No es posible pensar que sea gratuita la instalación de bases militares en Colombia, Panamá, Perú y Costa Rica (cuya flamante presidenta echó por la borda toda una tradición no armamentista permitiendo el asentamiento de quince mil soldados americanos en su territorio), y la movilización de la quinta flota frente a las costas venezolanas.

De la mano del avance de la crisis económica, el ambiente internacional se ha enrarecido abruptamente reavivando inclusive los viejos temores de ataques nucleares, que aunque fueran puntuales y controlados, podrían generar reacciones insospechadas. Estas reflexiones no buscan de ninguna manera ser alarmistas, ni hacer eco de las clásicas teorías de la conspiración que circulan en medios esotéricos; simplemente creo pertinente echar una mirada al pasado para constatar de qué manera terminaron resolviéndose los grandes ciclos de crisis económica en el mundo.

Lamentablemente, la historia nos muestra que a veces la economía y la diplomacia resultan insuficientes, dando lugar a remezones geopolíticos que solamente se pueden ejecutar a través de intervenciones militares a gran escala. Si el rio suena, es que piedras trae, dicen, y en éste caso las piedras pueden tener cara de guerra.

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