domingo, 27 de junio de 2010

Cuando todo pinta gris (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-27/06/10)

Es muy pronto para decir qué es lo que está ocurriendo con el proceso político en curso. Es tan pronto, que probablemente ni siquiera nos alcance la vida para ver el verdadero alcance de eso que el Movimiento al Socialismo ha acuñado como consigna de lucha, y que a estas alturas, ha devenido en desgastado panfleto: el Proceso de Cambio. El lema, la frasecita, el cliché, quedan cortos ante la complejidad de los desafíos y la ambigüedad de los resultados. Contra la perspectiva histórica y la lectura templada de los acontecimientos, conspira el ritmo frenético de las coyunturas, y su reflejo en las vertiginosas agendas mediáticas, ávidas de conclusiones y sentencias definitivas. Allí en el medio, entre la búsqueda sosegada de causas y razones, y el apremio cotidiano de la actualidad, los mortales intentamos resolver medianamente las incertidumbres que nos agobian.

No solamente son cortos los cinco años de gobierno de Evo Morales; también quedan cortos los más de diez años de proceso constituyente que le dieron origen. Y si de sacar conclusiones definitivas se trata, inclusive quedan cortos los veinte años de neoliberalismo y los sesenta años de revolución movimientista. Recordemos nada más la respuesta del premier chino Zhou Enlai, cuando el secretario de estado Henry Kissinger le preguntó cuál había sido, en su opinión, el impacto de la Revolución Francesa en la historia: “Es muy difícil juzgar dichos efectos, ya que aquel movimiento no tiene aún perspectiva histórica, es un acontecimiento demasiado reciente”, respondió el líder chino.

No quiero decir con esto que debamos esperar doscientos años antes de emitir juicios de valor sobre lo que nos toca ver hasta el momento, pero sí creo que puede ser sano alejar un poco la mirada del infernal despelote del día a día, e intentar medir las cosas en perspectiva. Y en ese ejercicio, creo que no será difícil convenir con usted, en que estamos atravesando una fase gris del proceso. En este momento, tengo la impresión de que todo tiene gusto a poco; el escepticismo, la duda y la sospecha se imponen con creces a los resultados, esperados con tantas ansias. Después de la claridad y la contundencia de la victoria política sobre los que pensaban (y siguen pensando) que íbamos muy bien y que nada debía cambiar, ha bajado la neblina del extravío ideológico y la ineficiencia burocrática.

La sensación que me asalta en estos días es la de estar navegando a tientas en un pantano brumoso, sin rumbo definido. El referente de luz y dirección que supuestamente debería de ser la nueva Constitución, lejos de amainar mi sensación de inquietud y desasosiego, ha conseguido solamente saturarme con esa avalancha de leyes, cuya aprobación parece responder exclusivamente a un atropellado cronograma político. A esto se suman los recurrentes titulares de prensa acerca de los mil y un tropiezos de la estatal petrolera, del mutún, y de un sinfín de instituciones que no terminan de arrancar.

En esta atmósfera de inseguridad, se hace cada día más palpable la distancia entre el discurso inflamatorio del gobierno, y la realidad; lo que hasta ayer sonaba certero y apropiado, hoy comienza a adoptar un timbre utilitario, con ribetes muchas veces demagógicos. En fin, la cosa está bien complicada, y las señales que se reciben desde el gobierno, sobre todo después de las últimas elecciones, no dan muy buena espina, ni en lo práctico, ni en la hasta ahora irresuelta orientación filosófica del proyecto.

Razones pueden haber muchas, entre ellas la evidente dificultad que tiene el presidente de rodearse y de mantener equipos técnicos idóneos, o su creciente tendencia a tomar decisiones intuitivas y personalísimas, ignorando lo que sus entornos más cercanos le aconsejan (asumiendo, claro, que evidentemente haya quién le diga lo que no quiere escuchar).

Así vamos, dando tumbos, arreglando la carga en el camino, en un trecho confuso que en teoría podría ser natural, considerando los intrincados arboles de intereses que se han sembrado alrededor del presidente, y que nos recuerdan que el terreno de la práctica política está compuesto esencialmente de plagas y parásitos. Lo que se haga, o lo que se deje de hacer de acá en adelante para ajustar y enmendar el curso del proceso, determinará en gran medida su devenir histórico, y pondrá a prueba la condición de líder del presidente.

La historia puede tardar mucho en dar su veredicto, pero eso sí, no perdona. Pero siendo mínimamente justos, hay que decir que conducir este tren, largo, atrasado, copado y en constante riesgo de descarrilarse, es una tarea monumental. Solamente el tiempo nos dirá si estos sacudones son propios de la complejidad de los desafíos que hemos decidido afrontar, o si, por el contrario, el presidente y su partido serán rebasados por la incontenible fuerza de su propio destino.

jueves, 24 de junio de 2010

Los famosos entornos (o la falta de ellos) (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/07/10)

El poder y quienes lo ejercen, es decir los poderosos, siempre están rodeados de mitos y leyendas. El halo de misterio en torno a los caudillos y sus entornos es parte de ese misterio que tanta fascinación causa en la gente, y sobre todo en los amantes de la política y la historia. Iba a decir que la ultra concentración del poder en una persona ocurre solamente en paisillos subdesarrollados como el nuestro, pero me retracto antes siquiera de escribirlo; los líderes están hechos de la misma madera en todo el mundo, y justamente son líderes porque les gusta mandar y porque mandan. Lo hacen siguiendo un instinto innato y feroz que guía todas sus acciones, causando en la gente que les rodea, estados de magnetismo hipnóticos, que se traducen a veces en absoluta sumisión.

Los líderes, presidentes, jefes de gobierno, primeros ministros, cancilleres, comandantes o cómo se les quiera llamar, según el sistema político que le haya tocado, actúan por naturaleza de la misma manera, al margen de las limitaciones colaterales que pueden significar las formas institucionales diseñadas para evitar la concentración de poder. Cosas como la separación de poderes, los gobiernos parlamentarios, los contrapesos legislativos, y demás frenos constitucionales, no son más que pequeños obstáculos para los cometidos de los grandes líderes, que han nacido para hacer lo que tienen que hacer, sin importar mucho el cómo.

Es verdad que hacen falta el proceso y el momento histórico precisos, para que el líder pueda consumar su tarea, y que esas circunstancias solamente se consiguen con la entrega anónima de miles y miles de personas a lo largo de complejos procesos, pero también es cierto que ningún proceso importante es posible sin el liderazgo de un jefe, una sola persona, un único sujeto que dé la talla para el momento y las circunstancias.

Aquí, en Venezuela, en Francia y en Estados Unidos, el jefe es el que manda, y el resto se contenta con ser parte de los entornos. A estos célebres entornos, que pueden estar conformados por familiares, amigos, roscas empresariales, grupos regionales, o alas ideológicas, se les suele atribuir la responsabilidad y el poder de aislar o de mal influenciar a los mandatarios. Es típico que cuando algún mandatario la empieza a embarrar, comienzan a corres rumores acerca de lo pernicioso de tal o cual entorno presidencial.

En el caso del líder que tenemos, y que nos interesa (que a propósito es el único que hay en el país), se habla mucho de sus supuestos entornos, teóricamente responsables de sus errores. Que si el entorno blancoide, o el indigenista, o el del vicepresidente, y qué se yo qué otros inventos. Sospecho más bien que los errores del presidente Morales se deben más bien a la falta de entornos. Parece que no hay nadie “en torno” al jefe que se anime a decirle las cosas tal como son, claro, sin sufrir las consecuencias. Por el contrario, todo indica que hasta los más cercanos tiemblan ante el carácter irascible y violento del presidente, que no permite visiones críticas, y que no duda de acusar de traición a quien ose criticar el rumbo de las cosas.

Si con el presi no funcionan los entornos, ni los aliados, ni los medios, ni los resultados electorales, y, a diferencia de los que muchos dicen, estoy seguro que tampoco lo que el comandante Chávez le diga, entonces ¿quién o qué puede influir realmente en sus decisiones o rectificar sus errores? Tarea para la casa.

domingo, 20 de junio de 2010

Errores que matan (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-20/07/10)

Tal como ocurre en la vida de las personas, en política se pueden cometer errores que tienen arreglo, y se pueden cometer otros, cuyas consecuencias son irreversibles. Hay errores pequeños que se pagan caro, pero rápido, y que se diluyen rápidamente en el vértigo de las coyunturas, siempre pasajeras. Hay también errores gruesos que quedan impunes, porque el tiempo no les permite calar hondo, o por causas del azar. Y hay otros que ni siquiera parecen errores, pero son mortales; son esos que se cometen lentamente y durante largo tiempo, que responden a la omisión más que a la mala voluntad, que no producen daño inmediato, pero que adquieren su poder letal con el paso del tiempo, convirtiéndose en estigmas que marcan para siempre.

El gobierno de Evo Morales ha cometido errores de todo calibre y de todo color, y eso es absolutamente natural y comprensible, tratándose de un proceso que se ha propuesto atacar las causas medulares de nuestros males, para de esta manera generar un cambio en la manera en que los bolivianos nos relacionamos, entre nosotros, y con el resto del mundo. Lo he dicho antes y lo sigo manteniendo: creo que la mayoría de los problemas que aquejan a este proceso, y que hoy son magnificados desde la visión conservadora y enana de nuestro decadente establishment, pasarán desapercibidos en la perspectiva del tiempo y de la historia, empequeñecidos por la trascendencia de lo sustantivo. Sólo como ejemplo y habiendo pasado tan poco tiempo, ¿alguien recuerda hoy el caos económico o la inflamación política que acompañaron los trece años de la Revolución del 52?

La producción y el tráfico de drogas, podría convertirse eventualmente en uno de esos problemas perennes, que tiña de blanco la herencia del MAS, y que se convierta en un legado funesto, cuyas consecuencias nos persigan durante décadas. Para no caer en la clásica moralina que caracteriza al debate internacional sobre las drogas, quisiera establecer, desde el vamos, que mi posición en este asunto es muy pragmática, y dista mucho de esa visión maniquea, que siempre se ha escandalizado por un porro y una melena. Las drogas (de todo tipo) siempre han estado, y siempre estarán presentes en todas las sociedades, pues son una necesidad inherente a la naturaleza humana; lo que no es tan natural es la manera arbitraria y poco racional en que éstas han sido, y son prohibidas, generando mercados negros multimillonarios, imposibles de combatir.

No crea usted que estoy dando vueltas para decir las cosas de manera elegante; lo digo claro y alto: la prohibición de la mayoría de las drogas, me parece un cuento para contentar a los ultra conservadores que tanto peso tienen en la política del primer mundo, y para que mucha gente (unos fuera y otros dentro de la ley), se beneficien de los estrafalarios excedentes de un negocio que no tributa, y que por consiguiente, tiene la capacidad de permear y corromper todos los poderes del mundo. El narco es una enorme caja negra, un negocio perfecto que termina beneficiando a quien menos se espera. ¿Me dejo entender?

En ese doble juego, ha habido países enteros que han encontrado maneras y mecanismos para reinsertar dineros “sucios” en sus economías legales, siendo ahora ejemplo de buen comportamiento ante la “comunidad internacional”. No tengo ningún problema con eso, mientras la demanda se mantenga intacta en todo el mundo, en principio, me parece válido que los beneficios del negocio se redistribuyan de cualquier forma. Pero ojo, digo en principio, porque la cosa no es tan sencilla. Si sólo se tratara de dinero no sería tan grave, pero lamentablemente la interdicción trae consigo, y de manera inevitable, espirales de violencia horrorosas, que ninguna sociedad puede pagar.

En el caso nuestro, el aumento en los cultivos de coca y en la producción de droga, representa el riesgo real del ingreso de mafias y carteles mexicanos, enfocados en su crecimiento y expansión regional. Y eso, señores, ya no es chiste. No es chiste porque esa gente ha demostrado ser diabólicamente eficiente e implacable en sus cometidos, y porque una vez que entran, no los saca nadie, nunca más. Seamos claros, una cosa pueden ser los maleantitos bolivianos y los grupitos de mafiosos de países vecinos, y otra muy distinta los carteles mexicanos. Esos tipos tienen la plata y las agallas para infiltrar y comprar a un estado entero, y si no les funciona por las buenas, lo hacen por las malas.

Todavía no parecen haber señales contundentes de que esas estructuras ya se hayan instalado en Bolivia, pero sí es evidente, que la actividad ilegal se encuentra en franco aumento, y no solamente en sus regiones “tradicionales”. Si el gobierno no actúa rápido y en serio (cosa que no es además nada fácil), corre el riesgo de perder cualquier oportunidad de parar el asunto, y de que su legado, vaya a ser el haber dejado al país en manos del narcotráfico. Peor aún, les dará argumento a los malintencionados que toda la vida dijeron, sin ninguna razón o prueba convincente, que el presidente siempre estuvo ligado de alguna manera al poder del narcotráfico.

¿Qué puede ser más grave que eso?

jueves, 17 de junio de 2010

Tormento cuatro veces al día (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-17/06/10)

Un año más, como dice la canción de Mecano, y una vez más la Espada de Damocles de las tarifas del transporte público, pende sobre nuestras cabezas. Todos los años, toda la gente de a pie (nunca mejor dicho) y el gobierno de turno, tiemblan ante la inminencia del temible tarifazo. Y todos los años, la misma pulseta y los mismos chantajes, y todos los años los paganinis terminan siendo, como no, los ciudadanos. Lo único que cambia todos los años son los choferes, que cada año se ponen más gordos.

A ver cuándo es que salimos de éste círculo vicioso, y alguien se anima a coger el toro por las astas; habrá que aprovechar el actual momento de gobiernos fuertes y legítimos, para encarar a fondo, y de una vez por todas, el problema del transporte. Porque coincidamos, el problema del transporte público no es solamente un problema de tarifas. No me animo a hablar de todas las capitales de departamento, pero por lo menos en lo que a nuestra ciudad concierne, el asunto va mucho más allá. Independientemente de si el pasaje está caro o está barato, el servicio es pésimo, su perspectiva de crecimiento es insostenible, y su control está en manos de una verdadera mafia siciliana.

La cosa, como está, sencillamente no puede continuar así. Estamos hablando de cientos de miles de personas que todos los días sufren como condenados a muerte para llegar a sus trabajos, y para volver a sus casas. Para conseguir un trufi o un minibús, uno puede estar fácilmente media hora o cuarenta y cinco minutos paradote en una esquina, a merced del sol o la lluvia. Ese es solamente el principio del martirio; una vez en el potro del tormento, el indefenso pasajero debe sufrir el insolente maltrato de choferes y voceadores, que al menor descuido te ponen de patitas en la calle, por haber tenido el atrevimiento de exigirles que cumplan con la ruta establecida, o que te den cambio de veinte bolivianos.

Se viaja con el Jesús en la boca, en una lata de sardinas acondicionada para el doble de pasajeros de lo previsto, en condiciones de seguridad parecidas a las de una guerra, y con una colección de olores que equivalen a entrar en la jaula del león. Esa es la parte visible del drama. Detrás del nefasto servicio a bordo, se ocultan otros innumerables abusos cometidos por los poderosos sindicatos, que manejan a antojo y discreción el tema de rutas, horarios, inspecciones técnicas, seguros, y un largo etcétera.

El transporte público es un servicio básico igual de vital que la luz y el agua, y por tanto no puede estar sujeto a las salvajes reglas de un mercado oligopólico en el que, además, la competencia es entre mafiosos. Es el estado, a través de sus gobiernos municipales, el que debe asumir esa responsabilidad, como ocurre en casi todo el mundo con el metro, con los trenes y los buses.

En el caso paceño, las principales candidaturas a la alcaldía ofertaron en sus campañas soluciones estructurales. Toca ahora exigirle al nuevo alcalde que enfrente el problema sin medias tintas, y que ponga en marcha ipso pucho el proyecto (cualquiera que sea) que garantice el transporte masivo en las rutas troncales; que sea municipal, que sea bueno, que sea bonito y además barato, no esperamos menos. A partir de allí, tendrá que establecer nuevas reglas de juego con los transportistas, para que cubran con eficiencia las rutas periféricas.

El trabajo ya es suficientemente duro, como para tener que sufrir un tormento adicional, cuatro veces al día.

domingo, 13 de junio de 2010

El vértigo europeo (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-13/06/10)

La feroz crisis económica que azota a Europa ha caído como balde de agua fría, causando estupor y sorpresa entre los que se creyeron el cuento, repetido al unísono por los medios internacionales, que nos pinta un panorama engañoso de la situación económica mundial. El libreto de las grandes corporaciones mediáticas rezaba, y de alguna manera sigue rezando, que la caída de la economía estadounidense es una cuestión del pasado remoto, y que en el presente sólo está permitido pensar en la rápida y asombrosa vuelta a la normalidad. “Camino a la recuperación” es el título de la película que CNN retransmite en matiné, tanda y noche.

La astuta consigna del “aquí no ha pasado nada”, responde en primera instancia a la idea de que difundiendo información y mensajes positivos, se genera confianza en las famosas expectativas de inversionistas y accionistas, frenando de esa manera la espiral de caída que usualmente se desata en este tipo de hecatombes. Pero esa es solamente la razón aparente que justifica y valida moralmente la deformación tendenciosa de las noticias; detrás de ello se esconden razones políticas de mayor peso, que buscan diluir la dimensión y el alcance de la crisis. En efecto, no es lo mismo una crisis del mercado inmobiliario que una crisis financiera, como no es lo mismo una crisis que una recesión, y tampoco una crisis coyuntural que una crisis sistémica. Como usted y yo no somos economistas, no nos interesa ahondar en definiciones teóricas; nos basta con preguntarnos si esto se trata de un bache pasajero y accidental, o de una señal de los límites y fisuras del sistema capitalista mundial. Ahí está el quid del asunto, todavía sin respuesta.

Cuando ya se instalaba la idea de que lo peor ya había pasado, Europa ha comenzado a crujir y, en cuestión de días, ha puesto al mundo nuevamente en vilo. La velocidad con la que se desarrollan las cosas y el sesgo mediático, puede resultar a veces desconcertante para el espectador, que no atina a relacionar la cadena de eventos, y menos aún a comprender la naturaleza y el origen de los problemas. Hace solamente una semanas atrás, la crisis se focalizaba en Grecia, que aparentemente estaba pagando los malabarismos y triquiñuelas que había tenido que hacer para cocinar sus cuentas y poder así ingresar a la Unión Europea. En teoría Grecia era un caso aislado que se debía encapsular con un fondo de emergencia; la comunidad europea pasó el sombrero y recaudó una multimillonaria con el firme propósito de no permitir que uno de los suyos caiga.

El mensaje que se mandaba al mundo era que uno de los países de la unión había falseado sus cuentas para ingresar al club, y que su situación no era sostenible. La solución se tradujo en la imposición de una serie de dramáticas medidas de ajuste, y mucha plata para amortiguar la caída. Hasta ahí todo era más o menos comprensible, pero resulta que pocos días después, caen las economías de Portugal, de España y de Irlanda, e inmediatamente después, son nada menos que Inglaterra, Francia y Alemania los que anuncian planes de ajuste estructural en clave de emergencia nacional, arguyendo que si no optaban por la cirugía mayor sin anestesia, corrían el riesgo de un colapso económico. Todo esto en el lapso de un mes.

Así las cosas, es muy difícil adivinar cuál es la enfermedad y cuál es su grado de avance, más aún cuando el remedio utilizado ha sido el mismo para todos los países. La receta la ha dado el desprestigiado Fondo Monetario Internacional y es la misma con la que casi nos matan en América Latina. A saber: los clásicos recortes en el área social, rebaja de sueldos, congelamiento de pensiones, despidos masivos en el sector público, subida de impuestos, reformas laborales, y cuanta carga se pueda imaginar en las espaldas de los trabajadores, pero ni una sola medida contra a los especuladores financieros, que fueron los causantes del desbarajuste.

Para resumir, lo que se ha hecho es tirar por el caño el célebre estado del bienestar europeo, en menos de lo que canta un gallo. Si esto hubiera ocurrido con esa celeridad y con esa crudeza en alguno de nuestros países, la respuesta de la sociedad hubiera sido una insurrección popular, pero curiosamente, parece que existe una relación de proporcionalidad inversa entre fortaleza del estado y debilidad de la sociedad. Podrá parecer extraño, pero la ciudadanía europea, tan desarrollada y tan rica, se encuentra desorganizada e indefensa frente a las brutales agresiones que está sufriendo. Las encuestas y las noticias dan cuenta de una sociedad sumida en el desconcierto, el miedo y la resignación; saben que lo que piensen, digan o hagan, no tendrá ningún efecto en la realidad.

Sin embargo, algo tendrá que ocurrir; alguna consecuencia política tendrá que haber de parte de las clases medias afectadas, y si bien se trata de sociedades despolitizadas, desmovilizadas y adormecidas por el ritmo de vida que hasta ahora han podido llevar, por algún lado tendrá que salir el tiro. ¿Será a través de un proceso insurreccional y revolucionario de las clases medias proletarizadas? ¿Será a través de la irrupción de gobiernos de ultraderecha? ¿Será a través de una posible desintegración de la unión europea? Las cartas están servidas, y que corran las apuestas.

jueves, 10 de junio de 2010

Mundial, pour la minorie (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-10/06/10)

Dicen los medios de comunicación que el país entero se alista para vivir la fiesta del mundial de fútbol de Sudáfrica. Mentira. Yo creo que no será más del diez por ciento de los bolivianos el que realmente disfrutará de ver los partidos en la comodidad de su hogar. No tengo cifras oficiales y la verdad es que tampoco me importan mucho, pero sospecho que la penetración de la televisión por cable en Bolivia no debe ser mayor al veinte por ciento, y que la empresa que detenta los derechos de transmisión, de ninguna manera debe tener más del cincuenta por ciento de participación de mercado, lo que para efectos prácticos podría querer decir que sólo una de diez familias podrá ver los partidos. Así de simple.

Usted probablemente esté sonriendo en estos momentos porque es uno de los pocos elegidos, y está orgulloso de ser parte de ese pequeño y selecto grupo de privilegiados que verá el mundial pour la minorie. Alégrese mientras pueda, le digo, porque al paso que van las cosas, es probable que éste sea el último mundial que vea en su casa. No sería raro que para ver el próximo mundial ya no sea suficiente con ser uno de los pocos elegidos usuarios de tevé por cable; con algo nos sorprenderán, ya sea pay per view o televisión satelital o señal high definition o cualquier cosita que en vez de costar veinticinco dólares al mes, cueste cincuenta, con lo que probablemente usted y yo, que vivimos en los precarios límites de la riqueza, acabemos viendo los partidos en la casa del vecino.

Que el fútbol, hace mucho tiempo se ha vuelto un cochino negocio, eso no es novedad. Lo nuevo ahora es que no son simplemente comerciales y marqueteros los amos y señores del “más popular de los deportes”; el negocio es tan próspero, que ahora también han metido la cuchara economistas y banqueros, quienes han echado mano de sus certeras e infalibles proyecciones para revelarnos quién será el nuevo campeón mundial; después de haber quebrado al mundo, parece que todavía les quedan ganas de meterse en donde nadie los ha invitado.

En nuestro país, los economistas también han resuelto el tema del cargo de conciencia que genera el excluir a la mayoría de la población, ensayando explicaciones que minimizan la cosa. Cuando, rodeado de economistas, intenté alegar que todo esto me parecía una barbaridad, me “explicaron” que la cosa no era tan así, y que en realidad una gran mayoría de los bolivianos verían el mundial en sus casas. ¿De dónde sacan algo así?, contesté. Primero, porque la mitad rural, técnicamente no cuenta, pues no se puede medir la penetración en un segmento en el que no existe posibilidad de ofrecer el producto (¿?). Segundo, porque resulta que en los barrios pobres basta con que una persona tenga cable, para que el resto del manzano piratee la señal, dividiendo el costo entre todos. Y tercero, porque ellos no han visto ninguna manifestación en las calles protestando por el asunto, ergo, no hay tal problema.

Así de conectados están los banqueros y los economistas con el mundo real, con la gente de verdad y con sus pasiones. Oyendo estas explicaciones, probablemente uno puede entender mejor cómo es que hemos llegado al estado calamitoso en que se encuentra actualmente la economía en todo el mundo.

domingo, 6 de junio de 2010

Ahora es con guitarra (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-06/06/10)

Con poca pompa y circunstancia, hemos iniciado oficialmente el camino legal hacia un modelo autonómico. En La Paz, el magno evento histórico ha pasado desapercibido, y al margen de los casi obligados artículos de opinión en los periódicos, el asunto no le ha arrancado palabra a nadie. Claro, dirán los autonomistas de pura cepa: qué pueden decir los paceños sobre el asunto, si son los autores del centralismo; ese centralismo supuestamente maquinado desde la sede de gobierno para postergar perversamente a las regiones. Ya quisiéramos que así fuera, pero la realidad es otra; el paceño de a pie no tiene posición política en relación al centralismo, no tiene clara conciencia de lo que aquello significa para la gente que vive “en el interior” (en el interior de qué, siempre me he preguntado), y ni siquiera tiene muy claro el perjuicio que el centralismo representa para su propio departamento.

En los otros departamentos del país, al parecer la fiesta también fue medio apática y deslucida, para algunos porque lo conseguido no guarda relación con lo demandado, para otros por el escepticismo de que lo conseguido realmente funcione frente a un gobierno demasiado fuerte y demasiado centralista, y para otros porque finalmente dudan de lo que realmente estaban pidiendo y de lo que han conseguido a cambio.

Pese a todo, la dirigencia cívica, política y empresarial de las regiones se ufana de ser autora de la conquista de la autonomía, y de aclarar en toda ocasión que el gobierno del MAS tuvo que subirse al carro a último momento y muy a regañadientes, porque no creen en el modelo, y que la victoria fue posible pese al MAS, y no gracias a él. Dice el refrán, algo así como que las derrotas son huérfanas y las victorias tienen muchos padres; y curiosamente aparecen padres putativos que desde el poder que detentaron en algún momento, nunca hicieron nada por las autonomías. Todo ocurre tan aprisa y todo se olvida también tan rápido, que nadie se acuerda que el antiguo régimen (el que cayó en octubre de 2003) fue el más enconado enemigo de las autonomías. Para los partidos tradicionales, la descentralización administrativa y el desarrollo del municipalismo eran caminos más que suficientes, y sus líderes se referían en privado a las autonomías como la Caja de Pandora que nunca se debía abrir.

Pero vamos a ver, las cúpulas de aquellos partidos no estaban constituidas por collas odiadores de las regiones; todo lo contrario, tanto en el MNR, como en la ADN, el MIR y la UCS, los pesos pesados eran orientales, generalmente representantes de los poderes empresariales y corporativos de Santa Cruz. En partidos de corte liberal, fuertemente orientados al empresariado, la dirigencia cruceña tenía un poder enorme, no sólo en lo concerniente a su región, pero en cuestiones de política nacional. ¿Por qué entonces no pasó nada con las autonomías durante esos veinte años?

La respuesta bien podría ser porque las elites cruceñas se encontraban muy cómodas influyendo y manejando el poder nacional “a larga distancia”, sin necesidad de ensuciarse las manos en el barro político de la Plaza Murillo. Bastaba con ponerse de acuerdo en la designación de los ministros clave del área económica, que garantizaran los favores, las dádivas, las concesiones y los perdonazos, sin importar el color del partido o el nombre de la coalición. Las elites cruceñas no solamente convivieron perfectamente con el poder central, sino que se beneficiaron groseramente del centralismo, el que de alguna manera controlaban. Cuando había que meterle más presión al gobierno por algún negocio en particular, avivaban a las masas echando mano del inflamado discurso autonómico, que además los convertía en héroes locales; una vez arreglado el asuntito, no se volvía a hablar del tema por un buen tiempo, así se hacía uso de la banderita autonomista, para beneficio de grupos de poder económico y político (que en esta caso eran los mismo).

De aquí en adelante ya no hay excusas. Más allá del evidente y largo proceso de ajustes que se viene para viabilizar en la práctica el nuevo modelo, las regiones están obligadas a partir de ahora a administrar eficientemente sus recursos, a planificar su desarrollo y a responder sobre todo a las necesidades y a las demandas políticas de sus propias bases. Desde ahora el fantasma del enemigo anti autonómico ya no podrá ser utilizado para explicar los males que las eternas dirigencias, incrustadas en los partidos y por consiguiente en el poder central, nunca tuvieron interés en resolver. Ahora, la cosa es con guitarra.

Lo interesante es que los que tendrán que mostrar las uñas de guitarreros, son los mismos que hicieron uso práctico del centralismo y uso demagógico de la autonomía. Interesante para los espectadores digo, pero seguramente dramático para los habitantes de las regiones, que lucharon y creyeron en un cambio a través de la lucha autonómica y que hoy solamente ven una nueva estructura administrativa, con los mismo de siempre por delante.

jueves, 3 de junio de 2010

Licencia para matar (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-03/06/10)

Para desagrado de mis eventuales contertulios, soy un tipo que cuando se habla de derecho internacional, de diplomacia, y de vainas de ese tipo, pongo una sonrisa cínica de oreja a oreja. El mundo en que vivimos es una selva donde, naturalmente, manda el más fuerte, y punto. Manda el que pega más fuerte y no importa porqué pega, para qué pega y tampoco si tiene o no tiene la razón. Que las cosas sean así después de millones de años de evolución es ya de por sí malo y muy triste; pero muchísimo peor que eso es vivir un engaño colectivo que intenta hacernos creer que hemos construido una civilización en la que nuestros derechos y valores significan algo. El único valor que se respeta es el dinero, y el que lo tiene tendrá siempre la razón, y el que no lo tiene sencillamente no vale nada.

Hay algo peor que una civilización moderna darwiniana, y eso es la perversa representación montada por los poderosos para convencernos todos los días de que la justicia, la libertad y el progreso están garantizados por la democracia y el por el sistema, también democrático, de relaciones internacionales. Lo siento, no hay otra manera de decirlo: eso es una mentira, o si usted prefiere es una verdad válida solamente para los idiotas, los débiles o los pobretones; para los fuertes, rigen otros principios y otras reglas, que varían de acuerdo a sus conveniencias.

La farsa generalmente funciona como reloj suizo, para contento de los optimistas y de los que no se la creen, pero han decidido que haciendo la vista gorda, la vida es más llevadera. Pero hay veces en las que la comedia se deschapa y muestra su verdadera cara y condición, ante el estupor y el pasmo del mundo entero. Eso fue lo que pasó esta semana con la matanza perpetrada por el ejército israelí contra un convoy civil, que pretendía llevar ayuda humanitaria a Gaza. La masacre llevada a cabo en aguas internacionales no es otra cosa que una prueba monumental de que toda ésas historias sobre órdenes y equilibrios internacionales, no son más que un espejismo; una mamada para ponerlo en boliviano.

El estado judío una vez más ha actuado desde una posición que se asemeja al terrorismo de estado, y lo ha hecho además con las manos en la cintura, porque sabe que puede hacer lo que se le da la gana sin ninguna consecuencia, simplemente porque es aliado y protegido del matón del barrio: los Estados Unidos de Norteamérica. El mundo entero puede gritar su repudio y su indignación, condenar los hechos y exigir sanciones reales, y eso los tiene sin cuidado, pues saben muy bien que mientras los gringos estén delante para protegerlos, gozan de licencia para matar, y además de impunidad garantizada.

¿Y por qué la “primera democracia del mundo” tiene que exponerse al escarnio internacional, protegiendo y avalando los atropellos de su aliado? La respuesta apunta, cómo no, hacia el célebre y vil metal. Los aliados, en realidad más que aliados son medio socios, pues gravitan poderosamente en Wall Street, en Hollywood, en Washington, y en todos los “ámbitos de interés” norteamericano.

Todo mal. Pero veamos, en el caso de Israel, por lo menos está la excusa y el justificativo de que supuestamente se actúa en defensa de su seguridad nacional, en cambio el silencio cómplice de los Estados Unidos responde únicamente al interés económico.

La verdad, me consuela un poco saber que Bolivia no tiene relaciones con ninguno de esos dos países.