jueves, 22 de agosto de 2013

Ingenuas reflexiones sobre los límites del capitalismo (Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-22/08/13)


La siguiente historia de terror ocurrida en Chile durante los últimos cinco años ilustra de gran manera las dudas recurrentes que tengo acerca de la sostenibilidad del capitalismo y la economía de mercado, así como los conocemos y sufrimos en gran parte del mundo.

Entre los meses de diciembre de 2007 y marzo de 2008, las tres mayores cadenas farmacéuticas chilenas, Farmacias Ahumada, Cruz Verde y Salcobrand, que juntas controlan más del noventa por ciento del mercado, se pusieron de acuerdo para subir el precio de 222 remedios, en su mayoría destinados al tratamiento de enfermedades crónicas (Parkinson, epilepsia, diabetes, asma y reumatismo), además de antibióticos y anticonceptivos.

No era la primera vez que la hacían, pero aquella vez el tema fue muy grosero con sobreprecios que alcanzaban hasta el 3000%; el Ministerio de Salud realizó una denuncia ante la Fiscalía Nacional Económica, que después de varios meses de investigación, presentó un requerimiento ante el Tribunal de defensa de la Libre Competencia, que a su vez estableció que evidentemente hubo una colusión de precios que les significó a esas empresas ganancias extraordinarias de más de 40 millones de dólares.

Una de las cadenas implicadas confesó el delito y negoció una multa de un millón de dólares, mientras que las otras dos la pelearon y terminaron pagando multas  que estuvieron por debajo de la mitad de los beneficios obtenidos. La historia de horror e impunidad es larga y penosa, y continúa hoy con un capítulo a cargo de un juzgado chileno que, lejos de castigar penalmente a los ejecutivos responsables del delito, no ha tenido mejor idea que enviarlos a pasar clases de ética, lo que ha ocasionado una nueva ola de bochorno e indignación en la sociedad chilena.

Si un zafarrancho así ocurre en Chile, país que teóricamente destaca por su larga y madura institucionalidad, por su desarrollado sistema de regulación y por impecable poder judicial, imagínese lo que pasará en otros lugares.

El tema de fondo para mí es que el sistema capitalista y de libre mercado se jode a partir del crecimiento desmesurado de las empresas a través de las fusiones y adquisiciones. La codicia y la angurria ilimitada de las corporaciones los convierte en monstruos que lo devoran todo y terminan mordiéndose la cola. El tamaño que adquieren estas empresas y las absurdas utilidades que logran obtener, les da un tal poder que pervertir a todo el sistema.

Esas estrafalarias utilidades pueden comprar legiones de abogados, auditores, financieros, marketeros y cabilderos, expertos en encontrarle la vuelta a cualquier legislación o regulación posibles, bajo la apariencia de la legalidad. Pero además, esa plata alcanza para todo, y las gigantescas corporaciones terminan irremediablemente cerrando el círculo de poder, intrincándose con el sistema político, directa o indirectamente.

La cosa termina invariablemente en abusos masivos de estas compañías en contra de la ciudadanía, que tarde o temprano estalla, empujando el péndulo hacia el otro lado, que puede ser la estatización o cualquier otra fórmula que los alivie de los atropellos del coludido poder político-empresarial.

Los economistas y expertos seguramente me tildarán de ingenuo o ignorante, pero sigo creyendo que la única solución posible para impedir el recurrente péndulo entre los excesos corporativos y las eclosiones sociales, pasa por impedir, local y globalmente, el crecimiento de las empresas, poniéndoles límites sustancialmente más restrictivos que los que las entidades regulatorias han intentado hasta ahora, incluso en las economías más desarrolladas.

 

jueves, 15 de agosto de 2013

Página 666 (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-15/08/14)


Me estoy enterando recién de que resulta que escribo cada semana en un periódico que había sido la principal trinchera político partidaria de la oposición al gobierno y a las políticas del MAS y del presidente Morales. No solamente eso. Había estado también escribiendo en un órgano que funge como brazo internacional de la ultraderecha chilena, y cuya razón de ser había sido la de torpedear desde dentro la política marítima del estado boliviano.

Grata sorpresa para este humilde servidor el sentirse militante activo de una facción radical y extremista en guerra declarada al poder establecido y en franca actitud de sedición y de traición a la patria. Digo sorpresa porque hasta el otro día yo pensaba más bien que el periódico era como muy equilibrado, y como demasiado políticamente correcto en una circunstancia histórica en la cual el poderoso régimen despliega en plenitud su vocación hegemónica. Pensaba que la excesiva y meticulosa observancia de los códigos de ética y de profesionalismo periodístico, a veces no es muy compatible con el poder cuando este es arrollador, y que a veces la imparcialidad y la objetividad pueden confundirse, en esas circunstancias, con tibieza.

Y resulta que no había sido así. Resulta que para el presidente, para el vicepresidente, para el gabinete (salvo, asumo, para la ministra que hasta la semana pasada escribía regularmente en estas mismas páginas), y para una larga colección de senadores y diputados, Página Siete es un nido de conspiradores, y subversivos pro chilenos; en otras palabras, la mismísima encarnación del diablo.

De verdad me cuesta comprender el encono del gobierno con este medio, que los ha llevado a inventar una historia de vinculación política con un partido chileno, que no resiste el menor análisis. Si algo más bien ha caracterizado la línea editorial del periódico, ha sido justamente le permanente defensa de las políticas del gobierno en relación a Chile. Mala la elección del argumento de ataque, porque para los que leen el periódico es una mentira absurda, y para los que no, el asunto es poco creíble.

Una acusación tan tirada de los pelos podría funcionar en determinados segmentos socioeconómicos, pero en las clases medias y medias-altas de la ciudad de La Paz (en dónde circula y se compra el periódico), el efecto de esta campaña de desprestigio será todo lo contrario de lo deseado.

Al parecer las rabietas del ejecutivo a veces se salen de control y generan reacciones totalmente desproporcionadas; en este caso la rabieta parece obedecer a un editorial en la cual este medio reclama mayor trasparencia en el tema de propiedad de los medios. Se dice de forma insistente, desde todos los ámbitos posibles, que el gobierno ha comprado, directa o indirectamente, una importante cantidad de medios en todo el país. Lamentablemente son cosas que “se dicen y se comentan” sin la posibilidad de corroborarlas, porque efectivamente no se explicita de manera adecuada y públicamente, la información acerca de quiénes son los dueños de los medios en el tapete de la sospecha.

Lo he dicho muchas veces y me ratifico: no veo pecado alguno en el hecho de que un medio se identifique y responda a una tendencia o a un proyecto político, mientras informe con calidad y profesionalismo; lo único que espero y demando es que establezca su posición de forma clara y transparente. En este caso para evitar especulaciones y susceptibilidades, lo que hace falta es una seria investigación periodística que dilucide el misterio de los dueños y aclare sus perfiles y nexos. Y si el gobierno no tiene nada que temer u ocultar, debería ser el primer interesado en colaborar con dicha investigación. Digo porque al final, igualito las cosas terminan por saberse.  

jueves, 8 de agosto de 2013

El Censo entre la mentira y la ineptitud (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete 08/08/13


Los resultados del Censo de Población y Vivienda del año pasado están, quiérase o no, ligados a la credibilidad del gobierno en general y allí es donde se originan buena parte de las susceptibilidades que ha generado la divulgación de los datos oficiales. Y por muy duro que suene decirlo así, la verdad es que no hay otra manera de decirlo: el gobierno nos ha acostumbrado, y, cosa más grave, creo que también se ha acostumbrado, a mentir con cierto descaro en temas de gran importancia.
No voy a hacer un inventario de los temas en los que le han mentido al país y a ellos mismos, porque no le viene al caso, pero será fácil coincidir con usted en que, haciendo un mal aprovechamiento de sus altos niveles de respaldo y legitimidad, a nuestras principales autoridades no les ha temblado la mano ni se han puesto colorados cuando se ha tratado de mentir, pública y oficialmente.
Lo terrible es que muchas veces no han sido mentirijillas piadosas atribuibles al cochino ritmo de la política del día a día, sino mentirotas en cuestiones de estado, con serias implicaciones en el largo plazo y efectos en la vida de todos los bolivianos. En algunos casos, ya en el primer periodo de gobierno, el mentir les funcionó bien, y acaso a partir de aquello asumieron que podían hacerlo con mayor frecuencia e intensidad.
Después de siete años de gobierno, escuchar mentiras o medias verdades se ha vuelto algo natural, y claro, eso lógicamente ha generado tremendos niveles de desconfianza cuando la palabra del gobierno está en juego. Por eso es que el primer reflejo de propios y extraños ante las inexactitudes del censo, ha sido pensar que se trata de una manipulación premeditada con oscuros fines políticos.
En este caso, voy contra mi naturaleza de pensar mal y acertar, y apuesto más bien por pensar que las diferencias entre los datos preliminares y los datos finales se deben a problemas de orden técnico y a la ineficiencia de quienes estuvieron a cargo del operativo censal. Se me ocurre que para manipular los datos es necesario un dominio meticuloso de todo el proceso, y que hay una serie de indicios que apuntan a que le gente del INE está muy lejos de aquello.
Ya en los meses previos al día del censo surgieron serias dudas acerca de la calidad de la actualización cartográfica y de la adecuada capacitación de los encargados de realizar el levantamiento de datos, personal que fue parcialmente improvisado los últimos días. En las semanas siguientes se evidenciaron asimismo una gran cantidad de deficiencias que sembraron un manto de dudas sobre las condiciones técnicas del trabajo.
El escándalo actual podría haberse evitado de no ser por la irrefrenable costumbre del presidente de manejar datos sin el rigor necesario; no me explico hasta ahora porqué el primer mandatario se aventuró en enero a revelar información no definitiva, pero, eso sí, de ninguna manera me compro la historia de que lo hizo por presión de los medios.
En todo caso, me parece que las diferencias encontradas no deberían ser motivo de una guerra civil; seguro que la distribución de algunas platas ha puesto en alerta a algunas regiones, así como la cantidad de escaños departamentales en la asamblea, asunto que en rigor de verdad, no debería quitarle el sueño a nadie, considerando la escaza gravitación de las brigadas regionales en el escenario político. Por el contrario, algunos datos del censo, sobre todo los referidos a la pertenencia étnica y al tema del mestizaje, le van a causar al gobierno grandes dolores de cabeza para seguir construyendo su discurso. ¿Por qué entonces no falsearon y manipularon también esa información?  Insisto, creo que más mala fe, se trata de una chambonada. Otra vez.

martes, 6 de agosto de 2013

Eso que nos une y nos divide (Artículo Suplemento Especial Fiesta Patria-Página Siete-06-08-13)


Resulta complejo y hasta algo absurdo preguntarse así, de sopetón, que es lo que nos une a los bolivianos, o por el contrario, que es lo que nos divide.
La interrogante, así planteada, pasa inevitablemente por un intento de inventariar a priori, las cosas que pudiéramos tener en común entre cambas y collas, quechuas y aymaras, norteños y sureños, y así sucesivamente.
En un ejercicio de esa naturaleza la respuesta en casi todos los casos será que no tenemos casi nada o nada en común, y eso puede llevarnos a un razonamiento, además de incorrecto, falaz.
Algo muy parecido ocurriría si nos preguntamos qué tienen en común un chileno de Punta Arenas con un chileno de Iquique, un argentino porteño con un argentino de Jujuy, o un peruano limeño con uno oriundo de la selva amazónica.
En todas las miradas resaltaran una infinidad de diferencias, una menores y otra menores, que de por sí no dicen nada concluyente acerca de la construcción nacional de esos países.
Justamente el debate y la construcción jurídica sobre la naturaleza y la identidad nacional de nuestro país no se han enfocado en la homogenización de nuestras particularidades, sino todo lo contrario, en el reconocimiento de nuestras múltiples diversidades.
Nos une entonces, eso sí, la voluntad de construir, desde el estado y desde la sociedad, un modelo nacional que respete y armonice nuestras diferencias. Allí está, por lo menos en el papel, el ensayo en curso del estado plurinacional.
Digo en el papel porque más allá del discurso, de las buenas intenciones y de la teorización, por el momento el único elemento de unión, realmente transversal a todos los factores étnicos, culturales y socioeconómicos, es el sistema.
En buen romance, lo único que nos une a los bolivianos es la plata. El sistema, expresado esencialmente en la economía capitalista, es el escenario común en el que todos bailamos al son de la oferta y la demanda, hablando el idioma universal de Don Dinero.
El consumo, la acumulación, la competencia, y toda la colección de patologías del capitalismo, nos han juntado, como no podía ser de otra manera, en el tablero del mercado; allí se resuelven, en apariencia, nuestros entreverados códigos culturales y se conectan los significados de todo y para todos; una vagoneta Toyota “landcrushercerofull” adquiere en esa dimensión un significado común, tanto para un empresario ricachón urbano de clase alta, como para un campesino o un comerciante de la nueva burguesía. La vara del dinero es la misma para todos y allí, por muy retorcido que parezca, nos encontramos unidos.
En efecto, el sistema y su modelo económico han permeado incluso la histórica y persistente inamovilidad social que nos había caracterizado. Las viejas elites excluyentes, que fueron factores emblemáticos de desunión, han sucumbido ante el examen implacable del “quién tiene más”, y han sido sustituidas por unas nuevas elites en las que el color de la piel, el abolengo de los apellidos y los credos políticos y religiosos ya no pesan nada frente al peso del vil metal.
Paradójicamente, las mismas contradicciones del sistema son las que nos desunen de manera determinante y dramática; las inequidades e iniquidades del modelo económico se traducen en diferencias que nos dividen profundamente, de manera inexorable y progresiva.
En la selva del mercado la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen se ensancha cada vez más, creando un abismo de diferencias que tarde o temprano se convertirán en heridas incurables.
Las desigualdades en términos de educación, empleo, seguridad social y acceso a la salud y a servicios básicos, son en definitiva el germen de la desunión más cruda y palpable entre los bolivianos, y esa tendencia se ha consolidado y acelerado en los últimos años.
Otra paradoja en términos de unión y división entre los bolivianos es el racismo: nos une el consenso general en cuanto a que somos un país profundamente racista, y nos divide, obviamente el ejercicio cotidiano de la discriminación en todas las direcciones y prácticas posibles.
Me hubiera encantado en estas líneas embarcarme en la búsqueda de símbolos de unidad y consenso entre los bolivianos, pero creo que la cueca, las empanadas, las sagradas notas del himno nacional y la selección nacional de fútbol, son eso, meros símbolos de alguna manera intrascendentes frente a la contundencia y a la realidad de un sistema que nos amontona y al mismo tiempo nos divide; por las buenas o por las malas, nos guste o no nos guste.

jueves, 25 de julio de 2013

Fusión (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-25/07/13)


La cocina fusión puede resultar algo extraña y desconcertante en nuestro medio si se la entiende únicamente como la compleja experimentación de chefs vanguardistas de alta cocina. Para mucha gente el concepto evoca algo de eso: la idea de algo muy chic, complejo y sofisticado, pero a la vez extraño y ajeno; las imágenes mentales, desde esa perspectiva, se asocian a las agresivas propuestas que se pueden ver en la televisión por cable: comida exótica, rebuscada, muchas veces minimalista, y seguramente cara e inaccesible.
Sin embargo, a pocos se les viene a la mente una hamburguesa con chorrellana, un pollo frito con yucas y platanitos, una tucumana con salsas acilantradas y mayonesas al olivo, o incluso un buen falso conejo, todos ellos también producto de la fusión. Y es que la fusión no es otra cosa que la mezcla de prácticas culinarias, de estilos de cocina de otras culturas, así como de ingredientes característicos de otros países; es el resultado natural de la interacción de gente diversa y de su cultura.
En el ámbito gastronómico, el término se acuñó hace más de cuarenta años, en los años setenta en los Estados Unidos, y especialmente en la ciudad de Nueva York, en dónde migrantes de todo el mundo en el afán de recrear su comida, utilizaron ingredientes locales disponibles, obteniendo algo nuevo, pero igualmente válido y legítimo.
En nuestro caso, la fusión es justamente una característica esencial de nuestra cocina; a la cocina boliviana típica y tradicional, también la llamamos criolla, es decir nacida en nuestra tierra, pero con padres europeos y españoles en particular. El largo camino de mestizaje fue el que le dio forma a nuestra rica gastronomía local, ensayando mezclas de lo autóctono con lo que llegaba de afuera, tanto en ingredientes como en técnicas.
Nuestra condición esencial de mestizos, nos convierte de alguna manera en practicantes permanentes de la cocina fusión en sus distintas realizaciones. La migración del campo a la ciudad seguirá generando fusiones en la dinámica propia de las nuevas generaciones; las migraciones aymaras al oriente y al sur del país también derivarán en algún momento en nuevas cocinas regionales; nuestra interrupción momentánea con el océano pacífico tampoco ha impedido que en los últimos años se haya reconocido nuestra cercanía con el mar, lo que ha derivado en la presencia de mariscos y pescados mar en nuestros mercados populares, abriendo así otros caminos de fusión que se pueden saborear en las calles.
Somos, en suma, una sociedad preparada y afín a la comida fusión, porque el mestizaje nos ha obligado a realizarla naturalmente, y lo seguirá haciendo en la medida en que no sucumbamos a la estandarización global.
Ahora bien, la cocina fusión como segmento gastronómico y categoría de la restauración, es un tema que recae en los hombros de la nueva comunidad de cocineros, llamados a motivar al mercado a través de la creatividad y la exploración seria y disciplinada. La fusión no puede ser simple ocurrencia ni mezcla aleatoria de estito con lo otrito, y a ver qué sale. La fusión, desde los fuegos de un restaurante, requiere un profundo conocimiento de las cocinas con las que se va a experimentar, respeto por su historia y fundamentos, y claridad conceptual en lo que se quiere comunicar a través de la propuesta; pero ese es otro tema que da mucho de qué hablar y al que volveremos 

martes, 23 de julio de 2013

Celebremos en grata armonía (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-18/07/13)


En estos días de festejos julianos y de innumerables elogios a nuestra hermosa y poderosa ciudad, vale la pena reflexionar un momento acerca del desarrollo del rubro del entretenimiento en general, y el rol del municipio en el acompañamiento y la regulación del sector. La primera constatación que se puede hacer es que, para gusto y disfrute de los paceños, la ciudad está experimentando una explosión gastronómica que se refleja en emprendimientos de diversa índole; el mercado de la restauración está que arde, sorprendiéndonos prácticamente cada semana con una nueva propuesta.
Sin embargo se advierte un desequilibrio en la oferta de servicios, que tiene que ver directamente con las limitaciones que ha impuesto la Alcaldía en la otorgación de licencias de funcionamiento. En Sopocachi y en la zona Sur, es decir en las zonas naturales para el crecimiento de la industria del entretenimiento, el municipio ha deformado desde hace mucho tiempo el desarrollo armónico del sector, prohibiendo de facto la apertura de pubs, discotecas y otro tipo de negocios relacionados a la vida nocturna.
Actualmente en estas zonas solamente se pueden abrir lugares de expendio de comida, y por muy lindo que esto suene en términos de seguridad ciudadana, hay que decirlo, esto no es muy razonable. No lo es porque la gastronomía está ligada al entretenimiento entendido como un concepto más amplio; el ciudadano común, que no es el pandillero, el ladrón o el borracho pendenciero, sale por las noches a divertirse, a tomar un trago, a escuchar una banda en vivo, a cantar en el karaoke, a bailar en una discoteca o incluso a pasarla bomba con su mujer en el motel; antes o después, o entre todas esas cosas, se sienta a comer, de acuerdo a sus preferencias o a la posibilidad del bolsillo.
Seguramente el fuerte de una buena noche de esparcimiento será una cena en un buen restaurante, pero esa experiencia, aquí o en cualquier lugar del mundo, viene por supuesto acompañada de otras actividades, que no veo porqué tengan que ser criminalizadas a priori.
La prohibición ciega y secante tampoco es razonable en términos económicos y jurídicos y, tal como está planteada, bien podría ser considerada como un atentado contra la libertad y el derecho a las inversiones y a la actividad económica lícita. Peor aún, algunas disposiciones municipales referidas a la venta y a la ingesta de bebidas alcohólicas en determinadas fechas religiosas rayan en la pechoñería y en un fundamentalismo absurdo y anacrónico. No sé si me perdí de algo en el camino, pero a ratos siento que estamos encaminados a algo así como el Municipio Islámico de Nuestra Señora de La Paz, ¡por favor!
En algún momento las cosas perdieron su perspectiva inicial, y estaría bien que se haga algo para recuperar algo de racionalidad. Entiendo perfectamente que ante una ola de violencia y criminalidad, se tomen medidas de emergencia en determinado barrio, pero seamos un poco más realistas: la seguridad ciudadana y la convivencia civilizada entre vecinos, va más allá de la prohibición de boliches. Limitarse a ello es tan ingenuo o demagógico como intentar reducir los accidentes de tráfico prohibiendo la circulación de autos.
Creo que es momento de que la Alcaldía retome este asunto con criterios algo más equilibrados, y demuestre, también en este ámbito, que entre vecinos, empresarios y autoridades, somos capaces de hallar soluciones sostenibles.

jueves, 11 de julio de 2013

Papita para el loro (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/07/13)


El incidente del avión de Evo Morales en Viena es uno de esos episodios que lleva las cosas al límite, obligando de alguna manera a todos a llamar a las cosas por su nombre. Las evidencias son tan claras e irrefutables en un caso como este, que ya no permiten las clásicas interpretaciones formales detrás de las cuales se intenta explicar y justificar el orden y las relaciones de poder entre ciudadanos y estados.
En éstos últimos días he podido ver y leer a un montón de analistas, periodistas y opinadores en diversos platós televisivos y páginas de opinión, dentro y fuera de nuestro país, que con cierta incomodidad, han concluido en sus análisis que el affaire Morales retrata nomás con crudeza, la relación de fuerzas en el mundo.
En ese frío y cínico análisis, forzado por circunstancias tan embarazosas, los Estados Unidos de América son la potencia económica y militar más fuerte del mundo (y probablemente de la historia de la humanidad), y junto a sus aliados de la posguerra representan un bloque de poder indiscutible; en ese concierto y en esa lógica, Bolivia y su presidente no representan estrictamente nada.
Es, por lo tanto, absolutamente lógico que las cosas se hayan dado de esa manera; si para proteger su seguridad y sus intereses, se debe proteger la potestad de espiar y controlar a quien sea necesario, aun a costa de pisotear todos los principios, normas y derechos internacionales, así nomás son las cosas, pues la fuerza otorga derechos naturales que van más allá del orden jurídico.
Ese es el verdadero trasfondo, y por muy salvaje que sea es fácil de entender: en la selva, la ley es la del más fuerte y punto. Está bien, una vez más habrá que asumir que se nos ha dado una lección de realismo y que además tenemos que agradecer que no se nos haya escarmentado con castigo físico. Entiendo que no somos nadie y que por tanto no tenemos derecho a nada, pero lo que no acabo de entender es el afán de validar una pantomima que nos hace creer en la farsa de la libertad, el estado de derecho y demás pamplinas.
Puedo entender que los poderosos nos sermoneen con ese espejismo pues es la mejor manera de mantener las cosas en el sitio que les interesa, pero me cuesta comprender la posición de los débiles de este lado, que aprueban y defienden la inconsistencia de los argumentos de los más fuertes.
Para ellos, la afrenta al presidente boliviano ha sido una horrorosa ocasión para que los ingenuos e ilusos legitimemos el discurso antiimperialista y anticolonial de los gobiernos “populistas y contestones” de la región, y un simple error de cálculo que nos ha dado la excusa para insistir en nuestros estúpidos sueños de dignidad, soberanía e igualdad; papita para los loros que no entienden cómo funciona el mundo.
¿Qué sentido tiene para alguien que vive en un país no gravitante - sujeto a los atropellos, imposiciones, intromisiones y presiones en todos los ámbitos posibles – reproducir la pomada del estado de derecho, de la seguridad jurídica y de los grandes ideales de la convivencia civilizada, a sabiendas de que todo aquello es un gran sainete, y que cuando las papas queman se imponen solamente el dinero y la fuerza?
¿Será ese el camino de la resignación inteligente? ¿Será que realmente piensan que esa es la ley de la vida y es de tontos pensar en un mundo distinto? ¿O será que su instinto de conservación les dice que en su condición de privilegiados del tercer mundo, lo que conviene es seguirles nomás el juego a los mandamases?