domingo, 22 de julio de 2012

Entre la agonía y el vacío (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-22/07/12)


No encuentro otra manera de comenzar esta reflexión, si no es expresando la sensación de asqueo que tengo en relación al clima político que se ha consolidado en el país en el último tiempo. Revisar las noticias cotidianamente, se me ha convertido en una fuente de disgusto y desazón, que se traduce en marcado desánimo; me pregunto por momentos si mi excesiva o acaso ingenua confianza en la sensatez y en la madurez de la gente común, han sobredimensionado mis expectativas, frente a una realidad tremendamente pobre.
En la coyuntura política actual, que de coyuntura tiene ya muy poco en la medida en que se ha tornado en normalidad, allí donde miremos, todo pinta feo; la conducta del gobierno, el discurso de la autoridades y los resultados de gestión, transmiten todos los días tales rasgos de autoritarismo, de ineficiencia y de cinismo, que terminan confluyendo en una sensación de podredumbre generalizada muy difícil de asimilar.
Lu único que se respira en esta cargada atmósfera es la presencia del poder y su uso y abuso, sin miramientos ni consideraciones; todo lo que acontece se crea y se resuelve alrededor del poder, y, como no puede ser de otra forma cuando éste se convierte en un fin y ya no en medio, se lo hace a la mala. El aparato de poder, con sus mil caras distintas, tiene tal presencia, que lo absorbe todo en su lógica perversa y en su desenfrenada dinámica. El régimen vive extasiado este apogeo de fuerza mal entendido, mostrándonos sin remilgos, sus rasgos más obscuros.
Más preocupante aún es constatar que todo tiende a diluirse en esa tormenta, lo que contribuye a ahondar la sensación de desconcierto; la impostura genera más impostura, el atropello genera más atropello, la mediocridad genera más mediocridad, y el oportunismo genera también más oportunismo.
Podremos coincidir seguramente en que el gobierno transita por el derrotero del desgaste y el agotamiento, pero lamentablemente también coincidiremos en que lo hace, con la dudosa virtud de arrastrar tras de sí a todos los que juegan en su escena. La evidente decadencia no alumbra de por si ninguna alternativa esperanzadora para el futuro; las supuestas rupturas al régimen, salvo contadas excepciones, no han tenido la capacidad de desprenderse de la tónica marcada por el gobierno, y por consiguiente actúan en la misma lógica, intentando sacar pequeños provechos coyunturales en una actitud casi parasitaria.
Para mayor espanto, este fango político se está convirtiendo en el hábitat propicio para la paulatina reaparición de toda una especie de bichos que todos asumíamos como extintos; en el circuito de cócteles, en las redes sociales e incluso en los medios de comunicación, han comenzado a  alzar la voz una serie de personajes emblemáticos de un pasado que, pese a todo lo que puede estar ocurriendo en la actualidad, el país había superado con mucho sacrificio.
El macabro espectáculo ofrecido por este elenco de zombis políticos intentando regresar de la ultratumba puede ser visto por muchos como una simple e inofensiva broma de mal gusto, en el entendido de que no les alcanza la medida para encarar la restauración del viejo régimen y que, por tanto, no tienen chance alguna de convertirse nuevamente en una opción política viable.
Es cierto, el episodio que algunos quisieran interpretar como la reversión de un estado de catalepsia, solamente servirá para alentar la ilusión de un puñado de reaccionarios que anhelan rabiosamente un súbito regreso al pasado. Lo que también es cierto, es que lamentablemente, esto generará una reacción natural y previsible en un segmento de la población (no sé cuán grande o pequeño), que, frente a esa mínima posibilidad de un salto al pasado, reafirmará su apoyo al actual gobierno, sin importarle cuan mal lo puedan estar haciendo.
Quiero decir que habrá muchísima gente que en su momento apoyó al gobierno,  que dudó a razón de sus desaciertos y que llegó a decepcionarse al grado de retirarle su confianza, que reconsiderarán su posición ante la aparente disyuntiva entre un gobierno malo, frente a un pasado aún peor. El gobierno entiende muy bien el escenario, y es por eso que permite e incluso provoca y alienta el pataleo de sus derrotados, señalando que detrás de cada conflicto se halla la mano negra de los partidos del ancien regime. Saben muy bien que eso les permitirá recuperar parte de su apoyo popular, y por lo tanto están más que dispuestos a prestarse al juego.
Al parecer los procesos políticos de envergadura discurren en una temporalidad compleja que poco tiene que ver con las coyunturas, y el lento agotamiento de los ciclos de poder no coincide obligatoriamente con la posibilidad de surgimiento de alternativas nuevas y de liderazgos frescos. Estamos en medio de ese desfase entre la lenta agonía de un régimen muy fuerte, y el vacío que su estela deja por detrás. Y en esa medianía, plan y obscura se puede explicar la desazón colectiva y la acumulación de sinsabores que todos sentimos.

jueves, 19 de julio de 2012

Civismo gastronómico (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-19/07/12)


Este 16 de julio sentí, más que en años anteriores, un especial júbilo expresado por quienes saben lo que es vivir en esta hermosa ciudad. Paceños y no paceños, residentes y expatriados, no ahorraron elogios y palabras de cariño para La Paz en su aniversario; mi termómetro fue esta vez el “caralibro”, más bien conocido por todos como Facebook, en el que miles de estantes y habitantes sacaron pecho por la ínclita, y otros tantos que están lejos, se desahogaron con mensajes de añoranza.
Qué rico es que, pese a las adversidades típicas de una ciudad grande y pese al merecido estigma de ser el epicentro del conflicto y del enfrentamiento al poder, la gente valore auténticamente, y sin complejos, las bondades de este grandioso agujero, que de alguna manera condensa todo lo bueno que tiene el país. Algo especial tiene nomás esta sede de gobiernos y desgobiernos, que nos sigue cautivando con sus rostros diversos y cambiantes, pero siempre provistos de una energía única, ante la cual nadie queda indiferente.
Me llamó también mucho la atención advertir en el vendaval de mensajes feisbuqueros alusivos a La Paz, la cantidad de comentarios referidos a la comida; el fervor cívico y la invitación al festejo pusieron cara de guía gastronómica, denotando así que, para muchos, la mejor manera de rendir homenajes, es a través del morfe. El Chairito salpicado de cueritos de chancho y precedido del mote de habas con queso, expresa mucho más que las estrofas de un himno, y el Plato Paceño, con o sin asado, eleva más que la iza de una bandera.
A la lista de platitos propicios para la ocasión, se sumó igualmente la recomendación de lugares emblemáticos como la fricasería La Salud o Las Velas; la verdad, yo también recuerdo con nostalgia las incursiones con mi padre a la Plaza Alexander, de las cuales mi madre no podía enterarse, y los memorables finales de noche en el Parque de los Monos, los que igualmente debía mantener en secreto, tanto de mi madre como de mi padre. Pero seamos francos, a estas alturas esos lugares, por muy tradicionales que puedan ser, son para mí historia, pues ni mi ritmo de vida ni mi salud me permiten seguir frecuentándolos. Entre las referencias gastronómicas de mis contemporáneos y la oferta actual de nuevos sitios, hay un vacío que toca descubrir.
Pero igual me asaltan un montón de dudas: ¿Será que mis amigos del Facebook son todos unos jovatos de mi tanda que, como yo, evocan lugares del pasado? ¿Será que ni siquiera sabemos dónde es que se comen ahora esos platos, porque la comida típica la comemos en casa? ¿Será realmente cierto que aún seguimos disfrutando cotidianamente de nuestra gastronomía en casa, o solamente se nos ocurre hacerlo durante las fiestas nacionales? ¿Será que en los muros de las nuevas generaciones se postearon tantas fotos de anticuchos o llauchas, como en el mío? ¿Será, finalmente, nuestro apego a la comida criolla un orgullo en vías de extinción frente a la variada oferta internacional y a la comida rápida?
Seguramente habrá que buscar las respuestas a estas interrogantes en nuestros hijos, y ver si en sus nuevos hábitos han guardado algún espacio para esa identidad culinaria que a usted y a mí nos caracteriza y nos explica, sin necesidad de hablar siquiera. En ellos veremos realmente si un rasgo tan esencial de nuestra idiosincrasia se diluye, o bien se reinventa con nuevas características. Clarito será; mientras tanto, ¡buen provecho y larga vida a los amantes y conocedores de nuestra cocina!

jueves, 12 de julio de 2012

Cuando la preocupación se convierte en terror (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/07/12)


Confieso que soy uno de esos bobos ingenuos que hasta hace poco tiempo presumía frente a mis amigos extranjeros, que una de las razones por las que vivía tan feliz en un país subdesarrollado, perdido en el último confín del mundo, era porque no estaba condenado a la angustia permanente de inseguridad que caracteriza ciertas ciudades, más modernas. Qué pena. Estaba equivocado, probablemente engañado por mi subconsciente, que se aferraba de alguna manera a un pasado personal que evidentemente no conoció la aprehensión que entraña la delincuencia y la inseguridad ciudadana.
Mis apacibles recuerdos de una experiencia de vida en la que no había mucho de que temer en las calles, no tienen ya nada que ver con la realidad de un país que, en ese aspecto, ha cambiado horrores, lamentablemente, para mal. En verdad, hace más de veinte años que ciudades como El Alto, y la mayoría de los barrios pobres del país, sufren todos los días la cruel presencia del crimen, en todas sus expresiones; la ciudad de Santa Cruz, hace también mucho tiempo, ha sumado a sus rasgos de pujanza y prosperidad, la inseguridad llevada a niveles espantosos, según la gente que vive allí.
Seguramente los habitantes de los barrios acomodados de La Paz hemos sido de los últimos en sentir este embate, pero igual nos ha pegado muy duro, afectándonos ahí donde más duele, en nuestra paz mental y en nuestra calidad de vida familiar. La vida cotidiana no puede ser la misma, cuando escuchamos todos los días en nuestro entorno más cercano, el relato de un nuevo asalto, robo o agresión, cuando tememos ser los próximos en la fila, o cuando dudamos si estamos siendo lo suficientemente cautelosos y prudentes en cada acto que realizamos.
La alarmante cantidad de casos de desaparición y secuestro de menores registrada en las últimas semanas, ha calado hondo en el ánimo de la gente, y ha terminado de instalar un clima social de zozobra sin precedentes. Y es que no es para menos; cuando la modalidad del delito se enfoca en nuestros niños, la preocupación se transforma rápidamente en terror.
¿Dónde debemos buscar las razones de ésta degradación? ¿Estamos pagando las consecuencias que usualmente vienen aparejadas con la modernidad y el ejercicio del capitalismo en su versión más salvaje? ¿Es este el precio de los desajustes sociales ocasionados por un desarrollo tan desigual, en una sociedad marcada ya de inicio por una inequidad insostenible? ¿Es posible pensar en una mínima armonía cuando las enormes diferencias entre unos y otros no hacen más que agrandarse?
Todas estas dudas coexisten con otras certezas, que tienen que ver con la ausencia de un estado (en teoría pendiente de reconstrucción), con la incapacidad estructural de la policía para afrontar un asunto de tal magnitud, y con el telón de fondo de una creciente actividad del narcotráfico, que se siente  y se percibe en todas sus derivaciones. Si a ello le sumamos el también creciente talante de ilegalidad que se irradia desde el poder y desde la política, el resultado es esta sensación de criminalización general, que tanto a usted como a mí, nos pesa encima, provocándonos un desasosiego difícil de describir.
Allende las causas y explicaciones, nos queda la duda de cuan tarde estamos para revertir las cosas, y qué hará falta que ocurra para que el estado y los ciudadanos comencemos a hacer algo al respecto. Pero en serio.

jueves, 5 de julio de 2012

Hacia una victoria pírrica (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/07/12)


El frío, el hambre y la indolencia del gobierno amenazan con asfixiar definitivamente a los marchistas del TIPNIS, que libran lo que podría ser su última batalla en las calles del centro paceño. Las condiciones climáticas no son las mismas que las de la marcha del año pasado; la crudeza de este invierno, sin precedentes por lo menos en lo que se refiere a la sensación térmica, se ha convertido en un nuevo enemigo de peso para la columna de la marcha que arribó a nuestra ciudad.
Si los paceños andamos quejándonos del frío y de tener que lidiar con los resfríos en la comodidad de nuestras casas, cuesta imaginar cómo la están pasando los marchistas pasando las noches en carpas en medio de la calle o en coliseo de la universidad. Al parecer una mayoría ya llegaron con la salud quebrantada, y por mucho que cuenten con cierta asistencia médica, lidiar con una gripe o con una complicación mayor en estas condiciones, es algo terrible.
La comida es otro factor naturalmente determinante; la marcha afrontó problemas de abastecimiento desde su inicio, lo que quiere decir que hombres, mujeres y niños pasaron hambre durante más de sesenta días de caminata antes de llegar. Como era de esperarse, la solidaridad de la ciudadanía paceña se mostró nuevamente cuando la marcha llegó, y se siguieron recibiendo muestras de apoyo en los días posteriores. Pero como también suele ocurrir, los gestos concretos tienden a diluirse con el paso de los días.
Luego de la euforia del arribo y del acompañamiento multitudinario, para la gran mayoría de los paceños, el ajetreo de la vida cotidiana continúa implacablemente, y probablemente encontrar la ocasión para mantener la solidaridad, se hace más complicado. La epopeya y el destino de los marchistas pasa a convertirse así, en un hecho noticioso más, en medio de una coyuntura premeditadamente complejizada.
El gobierno entiende muy bien estas condiciones y juega con ellas en su implacable estrategia para construir la célebre e infame carretera, contra viento y manera y, “nos guste o no nos guste”; nada parece detener su obsesiva determinación, agravada por un irresistible deseo de venganza contra la dirigencia de la marcha. No nos engañemos, detrás de los compromisos políticos inquebrantables con los interesados en la carretera, también se siente un velo de revancha política contra quienes les infringieron una sonora derrota el año pasado.
El desmesurado esfuerzo por dividir, desprestigiar y castigar a los indígenas, tiene tufo a resentimiento y vendetta, hacia quienes han cometido el peor de los pecados: no dejarse comprar con la infinita billetera del gobierno prebendal. Ese ensañamiento, que cada día sobrepasa un nuevo límite de perversidad, cinismo y desprecio, está dirigido a esa reducida y “poco combativa” población que, en la lucha por sus principios, desenmascaró el verdadero talante del gobierno, avergonzándolos ante el país y el mundo.
Eso, en la retorcida lógica del poder, no tiene perdón y debe ser motivo de escarmiento, sin reparar en daños y consecuencias. Lo que la ceguera del abuso de poder no les permite ver ahora, es que, aunque logren aplastar por las malas a los marchistas, esto quedará registrado en la memoria colectiva como un episodio despreciable, y se convertirá en el símbolo de la impostura, la descomposición y la decadencia del régimen de Evo Morales; lo que hoy para ellos aparenta ser una victoria sobre esos pocos contestones, será el estigma que marcará, más temprano que tarde, el agotamiento del gobierno y su salida por la puerta de atrás.

jueves, 28 de junio de 2012

Delirio surrealista (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-28/06/12)


Lo vivido en nuestro insólito país los últimos siete días es como para dejar espantado al más macho. Más allá de los posibles desenlaces y resultados de los conflictos en curso, las conductas y los hechos registrados son un motivo de alarma de por sí; lo más grave es que además parece que estamos ya tan acostumbrados al surrealismos criollo de todos los días, que ni siquiera reparamos mucho en las increíbles cosas que ocurren a nuestro alrededor.
Siete días consecutivos de motín policial, que de acuerdo a las informaciones de prensa tuvo un alcance nacional y en sus últimos días afectó prácticamente la totalidad de unidades, involucró a tropa y oficialidad y paralizó incluso hasta a la fuerza de bomberos, es ya motivo para que cualquier persona en el mundo levante las cejas.
Pero más curioso aún es que durante ese lapso los índices de delincuencia no se hayan movido significativamente, y la ciudadanía no haya entrado en un estado de pánico y desesperación. No sé muy bien cómo habrá sido la cosa en otras ciudades, pero en La Paz, según fuentes policiales, no se registraron hecho policiales fuera de lo normal, y según lo que yo percibí, la gente se tomó la cosa con bastante tranquilidad, e hizo su vida como si nada pasara.
¿Cómo cuernos podemos explicarnos esto, siendo que la inseguridad ciudadana es uno de los temas que más nos aflige? Una posibilidad sería que cogoteros, monrreros, auteros, carteristas, descuidistas y crimen organizado en general se hayan sensibilizado y compadecido de la población inerme, paralizando sus actividades. Poco probable, ¿no es cierto?
Otra es que la propia policía haya influido en la conducta de los malhechores, ordenándoles una tregua en sus actividades, para evitar que una ola de crímenes no les afectara en su imagen ante la población. Esta macabra hipótesis estaría en consonancia con quienes sostiene que, en todo el mundo, la línea que divide a la ley del crimen es difusa, y que es no es posible concebir a los delincuentes con las fuerzas del orden como cosas independientes.
Y otra, ya en el lado de conjetura política, sería que más allá de las apariencias, en los hechos la situación estuvo en todo momento bajo control, y que detrás de todo existió una retorcida maniobra política orientada a construir un escenario propicio a los intereses del gobierno en la delicada coyuntura. Cuesta imaginar un experimento tan temerario, pero para muchos, a estas alturas todo es posible.
Otro rasgo aterrador que nos confirma esta ajetreada semanita, tiene que ver con los límites, cada día más extremos, que marcan los actores políticos en sus confrontaciones, y la manera en que todos nos estamos acostumbrando a reaccionar. Dicho en una frase: tiene que haber muertos para que algo pase, y si no hay muertos, no pasa nada.
Como cada vez que hay un conflicto ninguna de las partes le cree nada a la otra, y la gente además no le cree ya nada a nadie, las acusaciones permanentes redundan siempre en la búsqueda de muertes. En esta locura colectiva parece que todos buscaran muertos; entre policías y militares, entre policías y movimientos sociales, entre marchistas del TIPNIS y bases del gobierno, y así, sucesivamente.
La muerte parece ser la única línea que marca la diferencia entre el delirio surrealista y la realidad, y por consiguiente, la manera recurrente de establecer posiciones, es la de jugar con fuego, sentados en un barril de pólvora.      

domingo, 24 de junio de 2012

Conductas recalentadas (Artículo de analisis-Suplemento Ideas-Página Siete-24/06/12)


Confieso que a veces me cuesta reconocer mi propio entorno social. La pequeña ciudad, aún más pequeña vivida desde el hermetismo de las elites, es ya cosa del pasado, y asumo que ha ocurrido algo parecido en otras ciudades del país; es cierto que somos más, que la población ha crecido a un ritmo acelerado en las dos últimas décadas y que diez millones de habitantes representan ya una masa importante, pero esa sensación de crecimiento abrupto se debe probablemente a las transformaciones en la hasta hace poco rígida estructura social.
La sociedad de compartimientos estancos conformada por pequeñas burguesías urbanas y grandes segmentos populares y rurales, históricamente casi inmóviles, ha cambiado significativamente en función a los procesos económicos y políticos registrados en los últimos treinta años. La dinámica social intensa y permanente es de alguna manera novedosa y hasta sorprendente para una sociedad acostumbrada a un inmovilismo alterado solamente en un par de episodios pico en nuestra historia contemporánea.
Esa inédita movilidad social opera en todas las direcciones y ha desatado unos despliegues sociales que le han cambiado la cara al país que conocíamos, planteándonos incluso dificultades para reconocer y re comprender nuestro mismo medio. Es sobre todo el ensanchamiento de las clases medias el que en nuestro caso, muy urbano y muy de privilegios, nos ha enfrentado a un nuevo escenario, tan fascinante como desconocido.
A estos fenómenos sociales se suman ciertos elementos de coyuntura económica que acentúan mis sensaciones, acercándolas al desconcierto; la enorme liquidez que circula en determinados segmentos del mercado, fruto de ciertas políticas económicas y posiblemente del creciente peso de actividades paralegales o ilícitas, el boom de las construcciones, la explosiva expansión de negocios comerciales y de entretenimiento, entre otros tantos rasgos, nos tiene a todos un tanto atónitos.
Pero lo que más llama la atención son los cambios en los comportamientos de esta nueva gama de clases medias en la que todos estamos metidos, unos de subida, otros de bajada. Los patrones de ahorro, de gasto y de consumo se han modificado profundamente, no solamente en las nuevas generaciones de jóvenes, y hoy se parecen cada día más a los de sociedades en tránsito desordenado a la modernidad, y a todo lo que aquello implica.
La compra de casas y departamentos a precios de primer mundo, el auto sacado de la tienda, también a crédito, el segundo auto por si acaso, las vacaciones dos veces al año, una vez por lo menos en el exterior, las tarjetas de crédito para consumo, la colección de aparatos electrónicos de todo tamaño y color, y el gasto sistemático y creciente en ocio y gastronomía, se han convertido en hábitos a seguir e imitar.
La plata que corre parece ejercer un llamado a la carrera frenética que en muchos casos se traduce en la enajenación de alguna gente, que proyecta sus  expectativas ya no en base a su realidad, sino en los imaginarios de hiperconsumo propios de economías realmente emergentes.
Afortunadamente o desafortunadamente, como quiera verse, esto no ocurre con todos; la gran masa de asalariados, más grande de lo que se piensa y que no tiene la posibilidad lanzarse al vértigo de ninguna aventura, tiene que vérselas con el día y a día y con una realidad cada vez más precaria, pues ni los dos sueldos juntos consiguen alcanzar el encarecimiento sostenido y general. Así se han comenzado a afianzar unos desajustes sociales preocupantes que tienden a profundizar las desigualdades con la brutalidad característica del capitalismo más salvaje.
La pregunta que uno se hace es cuán sostenible puede ser ese tren para una economía tan frágil y tan dependiente del precio de materias primas como la nuestra. No es misterio para nadie que el sobrecalentamiento de algunos sectores no tiene obligatoriamente relación con el desarrollo real de nuestra economía; hay que diferenciar: una cosa es el espejismo de la jauja del circulante, y otra muy distinto el desarrollo económico cimentado sobre bases más sólidas.
No tengo razones concretas para pensar que esta coyuntura tiene los días contados; probablemente pueda durar bastante tiempo más, y con algo más de suerte, de cordura y seriedad (las dos últimas faltan), se puedan sentar algunas bases que nos protejan ante probables adversidades futuras. Habrá que ver cuán blindados estamos, cuan aislados estamos realmente de la globalidad financiera, y cuanto no podrían afectar los serios tropezones que atraviesa el primer mundo.
Pero si la volatilidad de la economía mundial y regional se encarga en algún momento de regresarnos abruptamente a la realidad, mucho me temo que el impacto sobre aquella gente enfilada en la vorágine del consumo y del endeudamiento, podría ser devastador. Las frustraciones que de allí salgan serán sin duda de la misma magnitud que las aspiraciones y expectativas. Así como ocurre con las economías, los ánimos de la gente también tienden a recalentarse, y un enfriamiento súbito tendría en ambos casos el efecto de un balde de agua fría.

viernes, 22 de junio de 2012

El alivio efímero de las elecciones griegas (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-21/06/12)


La victoria electoral del conservadurismo pro austeridad en Grecia, supuestamente debería haber estabilizado las finanzas europeas, marcándole un límite a la crisis; la decisión griega de no abandonar la zona euro debía ser entendida como el último freno de emergencia justo en el borde del precipicio, y la recuperación de la racionalidad en medio del pánico generalizado. El mundo entero, pero especialmente europeos y norteamericanos sostuvieron el aliento durante largas horas a la espera de  proyecciones y resultados, con la íntima esperanza de que las elecciones parlamentarias de aquel pequeño país, pudieran convertirse, si no en la solución, por lo menos en la ilusión de la reversión de la crisis.
Y sin embargo, como diría Sabina, pese al resultado, las hurras y los vítores solamente se escucharon en los pasillos de la banca alemana, la troika y el despacho de la señora Merkel; en el mercado financiero la reacción absolutamente contraria, y se tradujo en un feroz golpe contra los mercados españoles. El “día después” de los tan esperados comicios griegos, el IBEX 35 se desplomó un 3%, el bono español a diez años superó el 7% de interés marcando un record en la era del euro, y la prima de riesgo que mide el diferencial entre la rentabilidad de la deuda española y alemana a diez años, cerró con un máximo de 574 puntos básicos. En suma, un rayo fulminante en medio de una mañana que se anunciaba soleada.
La reacción de su majestad, el mercado financiero, no es gratuita y parece responder a una sensación de sospecha generalizada que apunta a que la coalición de derechistas y socialistas griega proclive al euro, no será para nada suficiente para resolver el problema; los mismos ganadores, lejos de festejar el triunfo, abrían ya el paraguas ayer, curándose en salud al indicar que si bien están dispuestos a honrar los compromisos con Europa, el asunto no va a ser fácil.
No hace falta ser adivino para interpretar que el ajustado triunfo conservador no deja mucho lugar para el optimismo, y que los griegos parecen haber votado más por miedo y presión, que por convicción. El repunte significativo de la izquierda radical, y sobre todo la composición de su voto, esencialmente joven, plantean un panorama altamente conflictivo, que no le dará ni un día de tregua al nuevo gobierno. Pero, sin lugar a dudas la razón de mayor peso tiene que ver con el hecho de que para la inmensa mayoría de los griegos, los últimos cinco años de ajustes impuestos no le ha significado mejoría alguna en su vida; solamente mayores sacrificios  y una precariedad creciente que raya ya en la miseria.
Me atrevo a pensar que este forzado capítulo será el último en clave democrática; tal como ocurrieron las cosas en estas latitudes en el pasado reciente, la agonía del sistema político dará lugar probablemente a un proceso insurreccional. La bronca, la impotencia y la frustración de la gente tienen un límite que, una vez sobrepasado, no tiene retorno. Que Grecia cumpla sus compromisos financieros internacionales, no implica una solución interna.
En lo que respecta a la persistente angustia de los actores financieros, el problema mayor parece que ya no pasa por Grecia, sino que se ha focalizado en España, cuya economía es más grande que la todos los otros países rescatados juntos, y cuyo agujero es tan grande que todavía no ha podido ser cuantificado. España es el nuevo epicentro de la crisis europea, y es allí donde se van a registrar los nuevos remezones. La luz al final del túnel he desaparecido otra vez.